Juego de Invierno: Súplica

Buenos días a todos. Como prometí, aquí tenéis mi relato para el Juego de Invierno. Como podéis ver, escogí el Bloque III. Espero que os guste ;)



El jugo de la naranja se desbordó por sus labios y resbaló por su barbilla y su garganta cuando no pudo contenerlo dentro la boca; el cítrico sabor invadió su lengua provocándole un dulce escalofrío en la espalda mientras el pegajoso líquido le empalagaba la piel. Respiró hondo después de tragar, pero él continuaba exprimiendo la naranja sobre su boca y ella hacía lo que podía. Cada vez que se tensaba, las cuerdas la mantenían firmemente sujeta; cerrar los puños apenas aliviaba la tensión y la aglomeración de la sangre que bombeaba su corazón en algunas zonas de su cuerpo le caldeaban las entrañas. De rodillas como estaba, echó la cabeza hacia atrás, abrió la boca y sacó la lengua, dispuesta a recibir lo que él quisiera darle de beber. Una nueva oleada de naranja colmó su boca.

Una pequeña gota de zumo resbalaba por su pecho, haciéndole cosquillas. Su amante debió notarlo, ya que deslizó suavemente los dedos por el recorrido y cubrió con la mano todo su seno, apretándolo suavemente. Ella emitió un gemidito y tragó el zumo que todavía quedaba en su garganta, antes de que él exprimiera la media naranja que tenía entre los dedos. El jugo salpicó por su cuello y sus pechos, aumentando para ella la sensación de estar pegajosa.

- Levanta. 

Obedeció con presteza, aunque llevar a cabo esa orden resultara complicada. Tenía las manos atadas a la espalda y las cuerdas le mantenían unidos los brazos al cuerpo. Sólo tenía libres las piernas y ponerse en pie era difícil cuando había estado tanto tiempo de rodillas. Se levantó con las piernas separadas y logró mantenerse erguida.

El calor que emanaba del cuerpo del hombre se transmitía al suyo y el aroma a madera cortada le inflamaba el corazón. No podía ver dónde se encontraba, pero podía sentirle en todas partes, alrededor de ella; la estaría observando, deleitándose con su cuerpo desnudo y brillante por el zumo. Las cuerdas mordían su piel, sus brazos tensados y doblados a su espalda empezaban a entumecerse, pero cuanto mayor tiempo transcurría desde que fue maniatada, más calor sentía y más deseo le inundaba las entrañas.

- Corazón, ahora viene la mejor parte - susurró tras ella con tono diabólico. Tras sus palabras, un zumbido cortó el aire y un golpe resonó contra sus nalgas desnudas obligándola a gritar con todas sus fuerzas. Inmediatamente tras el azote un fuego abrasador se extendió por aquella zona y golpeó su vientre, excitándola hasta límites nunca antes conocidos y turbada, empezó a jadear descontroladamente. Aquello la asustó porque, de pronto, anheló otro de aquellos dolorosos latigazos.

Lord Crawford era un hombre de gustos indecentes y comprobarlo personalmente iba a ser una experiencia que no podría olvidar jamás. No solo sería incapaz de olvidar la excitación psicológica que él le producía, sino que además los recuerdos quedarían grabados en su piel durante los días siguientes. La seducción previa no era comparable a lo que estaba ocurriendo ahora. Lady Berenice Akerman tendría que haber estado prevenida contra él. En realidad lo estaba, pero cualquier atisbo de sentido común desapareció cuando él le aseguró que le bastaría una noche para hacerla suplicar y ella, tan orgullosa como resuelta, aceptó la apuesta.

Lo estaba consiguiendo y apenas acababa de empezar.

Él había sido muy cuidadoso con los detalles. La noche anterior le envió una carta, escrita por él mismo con puño firme, sugiriéndole que visitara su mansión en los términos que él exigía. El primer punto a cumplir era que debía ir completamente desnuda. Lady Akerman se estremeció y una incómoda humedad empañó su ropa interior, cosa que la irritó profundamente. Después pedía que eligiera unos pantys negros para que cubriera sus piernas, a poder ser, con dos ligas a juego bien apretadas a sus muslos que sostuviera las medias. Podía llevar una joya si quería y, para evitar el frío y llamar la atención, cubriría su cuerpo con su mejor abrigo. Pero no podía vestir nada más que eso.


Ella le respondió que sí a todo y aquella misma noche, el chófer del lord Crawford, el señor Ford, fue a recogerla para llevarla a la mansión. Nada más entrar por la puerta, Crawford le arrancó el abrigo para comprobar que verdaderamente había hecho lo que ordenaba.

Y ahora estaba allí, desnuda, atada, ciega y cubierta de zumo de naranja con el trasero ardiendo.

- Tienes una piel preciosa, Berenice. Te sonrojas enseguida.

Escuchar el zumbido previo al golpe aceleró el pulso de la mujer, que dio un salto tras recibir el azote y se alejó del hombre dando tumbos. Lord Crawford alargó la mano y agarró las cuerdas para evitar que cayese, tirando de ella para atraerla a su cuerpo. Lady Akerman se hundió entre los brazos de Crawford, sintiendo en sus manos la solidez de su pecho y la suavidad de su camisa. La mano con la que sujetaba una vara de cuero se apretó sobre su vientre y Berenice sintió el mango sobre el monte de Venus. Pero la cálida respiración del hombre sobre su cuello atrajo su atención de inmediato.

- Esta noche no habrá sexo entre nosotros - le aseguró él riéndose con arrogancia. - Al menos, no del modo tradicional, pero me aseguraré de que quedes sanamente satisfecha.

- No lo comprendo - murmuró ella, notando en las nalgas la prominente curva de lord Crawford.

- Es muy fácil. Haré que te corras tantas veces como yo quiera, a mi manera y cuando yo quiera. 


- Pero no...

Se detuvo cuando la gruesa empuñadura de la vara se deslizó entre sus muslos, humedeciéndose con el licor de su sexo. El roce le arrancó un placentero lamento y con expertos y medidos movimientos, aquella herramienta del demonio la elevó por encima de las nubes en poco tiempo. Lady Akerman se sintió envuelta en un placer tan acuciante que sus jadeos se entrecortaron rápidamente. Cuando estaba a punto de explotar, él se detuvo y reanudó los profundos roces cuando su excitación se caldeó. El punto máximo regresó con mayor rapidez y volvió a detenerse. Ella gritó de frustración.

- Súplica, Berenice, no me detendré hasta que lo hagas ni te permitiré obtener placer... 


- No - rezongó ella, reacia a perder su apuesta.

- Muy bien. 

La empujó hacia delante con fuerza. Ella creyó que se golpearía contra el suelo pero frenó en seco a pocos centímetros y las cuerdas se hundieron en su carne cuando Crawford la sujetó con su poderoso brazo. Luego la soltó y la mujer aterrizó de boca sobre la alfombra. El hombre se arrodilló a su lado ignorando sus protestas y con ambas manos le separó las piernas, metiendo una entre sus muslos y penetrando sin resistencia en aquel suave y cálido sexo, que palpitaba desesperado, aprovechando la indefensa postura de ella para presionar con el pulgar su prieto y estrecho orificio.

Ella gritó y se retorció, pero él no tuvo piedad y la acarició lujuriosamente con sus expertos dedos hasta reducir a la orgullosa lady Akerman a un montón de nervios temblorosos. La mujer apretó los dientes, los puños y los dedos de los pies en un intento por contenerse, pero su determinación se resquebrajó al verse incapacitada y solo deseó alivio y que aquella tortura sin nombre llegara a su fin.

- Por favor - suplicó, avergonzada y derrotada.

- ¿Me suplicas?


- Sí, por favor... tú ganas - admitió con un sollozo. Pero entonces se arrepintió porque aquel orgasmo que estaba por estallar en su interior iba a ser largo, doloroso y dificil de olvidar.

- En ese caso, adelante, no te contengas, Berenice - murmuró Crawford.

Profundizó la caricia cuando ella empezó a temblar y su dedo pulgar entró en el otro lugar. La mujer se encogió violentamente y gritó con todas sus fuerzas, sintiendo que un tren la arrollaba a velocidad de vértigo. Su mente se quedó en blanco mientras su interior explotaba con la fuerza de una apisonadora y se retorció salvajemente buscando la forma de que aquel aluvión se detuviese antes de que acabara muerta. No lo hizo y mientras ella se convulsionaba, lord Crawford alargaba su orgasmo sin piedad con caricias cada vez más intensas y profundas.

Al final, ella empezó a llorar. Sólo cuando el placer remitió brevemente, lord Crawford acarició una última vez su sexo y retiró la mano, acariciándole la parte interna de los muslos, humedeciéndolos con sus propios jugos. Luego acarició sus nalgas suavemente y deslizó las manos hacia las cuerdas, deshaciendo hábilmente los nudos. La liberación fue un alivio para ella, pero no podía dejar de derramar lágrimas, sin comprender la razón.

- Déjalo salir - susurró él acariciándole la espalda.

Mientras terminaba de quitarle las cuerdas, la ayudó a ponerse de rodillas y retiró la venda de sus ojos, besando entonces sus mejillas sonrojadas y sus labios hinchados. Ella se lanzó a sus brazos y se hundió en su boca con desesperación, todavía temblando. Él enredó la mano en su cabello, acariciando su espalda y su cintura.

Lady Akerman saboreó los labios masculinos aspirando el olor a madera que él rezumaba. Con manos nerviosas acarició su fuerte pecho y descendió decidida hacia sus pantalones, notando enseguida en la palma de la mano lo muy excitado que estaba él. Se sorprendió porque Crawford le permitiera hacerlo y cuando sintió como él tiraba de su pelo y se inclinó sobre su regazo con una repentina ansiedad en el vientre. 

Una nueva oleada de calor inundó todo su cuerpo al sentir en los labios su ardiente sexo. La exuberante masculinidad de aquel hombre inundó todos los poros de su piel y lo devoró con hambrienta necesidad. 

- Acaríciate - ordenó con la voz ronca.

Ella se calentó por dentro una vez más, enfebrecida; acomodándose a su lado, metió las manos entre los muslos y tocó su empapado sexo. La impresión del roce la noqueó y sus dientes se hundieron brevemente en la carne de Crawford, que gimió entre dolido y complacido. Se apartó un momento para poder respirar y cuando encontró la cadencia precisa, regresó junto al hombre para sentirlo dentro de su boca, hinchado, caliente, a punto de estallar.

Sintió su hirviente semen en la lengua y quiso apartarse, pero él presionó su cabeza y no tuvo más remedio que paladear el sabor que estalló entre sus labios, mezclándose con el gusto a naranja de momentos antes. Aquella comprensión de los hechos y sus propias caricias la llevaron a un nuevo orgasmo, más corto, menos doloroso, pero igualmente delicioso, igual que el sabor de Crawford. Lamió cada gota con deleite hasta dejarlo completamente limpio y satisfecho. Se apartó y se limpió los labios con el dorso de la mano.

- Tenías razón - comentó lady Akerman con honda satisfacción.

- Siempre la tengo - respondió lord Crawford con elegante soberbia. 



5 intimidades:

  1. Vaya..el bicho perverso de Lord Crawford regresa..! Por mi parte encantada..jaja
    Bueno, Paty, me ha molado mucho, escribes muy bien ;)

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  2. Me encantó la primera vez que lo leí y me encantó ahora que lo he vuelto a leer!
    Un besazo;)

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  3. Se me hace que hemos andado un tantito... en sincro???????
    Uffffffffffff!!!!

    Me han pedido esperar una hora y media más (9:30pm aquí) para... joder! Es imposible esperar nada leyéndote y mucho menos encontrando tanta afinidad en las palabras...

    Es siempre, una delicia pasearse entre tus letras, cielo.
    Abracito cálido (muuuuuuuuuuy O.O')

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  4. Vaya, Sweet, siento que mis palabras te pongan nerviosa xD Pero bienvenida de nuevo ;) Abracitos!! ^_^

    May, sé que a todas os encanta lord Crawford. Él también tiene sus historias guardadas :P

    Hola querida aleera, un beso, ¡sigue atenta! :P

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  5. Tienes alguna historia mas de este Hombre... Estaría leyendo de él todo el tiempo.
    Eres increíble.

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