- Arrodíllate. Quiero que mantengas las piernas lo más abiertas posible para que pueda verte a la perfección. Siéntate sobre los talones y pon las manos sobre tus muslos, con las palmas hacia arriba.
Ella obedeció con el corazón en la garganta, exponiéndose de una forma nada pudorosa ante él. Recibió un par de descargas que recorrieron su columna cuando se removió y el objeto en su interior se apretó a sus carnes; resultaba incómodo, embarazoso y a la vez excitantemente morboso. Reprimió un gemido, aún así no pudo evitar que su cuerpo reaccionara llenando sus pétalos de húmeda intimidad que sintió resbalarle por la piel dejándola con una sensación de bochorno que le calentó las mejillas. Pero lady Kirbridge sabía que eso gustaba a lord Kirbridge, que al hombre le gustaba verla enrojecer y mojarse de placer, y eso aliviaba en parte el pudor y la vergüenza que en ocasiones la invadía. Él exigía cosas para ponerla a prueba y ella se sentía orgullosa de superar esas pruebas, aunque a veces no lo hiciera bien del todo. Debía mejorar esa actitud, debía hacerlo como Él lo deseaba y así complacerle. Necesitaba su absoluta aprobación.
Una inquietud empezó a invadirla desde el vientre cuando, al cabo de cinco minutos, lord Kirbridge no dijo ni hizo nada. ¿Qué estaría haciendo? ¿Dónde estaba? La sangre empezó a enfriarsele y privada de la vista, escuchó con más atención. Pero su propia angustia no la dejaba escuchar otra cosa que la sangre y los latidos de su corazón latiendo con violencia. Se le entumecieron las piernas en aquella postura y un sudor frío le bajó por la nuca. Un horrible pensamiento se fue abriendo paso en su cabeza. Lord Kirbridge estaba allí con ella, ¿verdad? Se estremeció involuntariamente y clavó las rodillas en el suelo, manteniendose completamente rígida en la postura que le había indicado. Quiso cerrar los puños para aliviar la tensión que empezaba a carcomerle las entrañas, pero Él había dicho que quería las palmas abiertas, así que las dejó como estaba, a pesar de que le sudaban las manos. Y el cuerpo le temblaba.
Los minutos pasaron, horriblemente lentos y la cabeza de lady Kirbridge no dejaba de darle vueltas a la misma inquietud: ¿acaso lord Kirbridge se había marchado y la había dejado así en el salón de su casa, a los pies de la mesa dónde apenas unos momentos antes estaban cenando como dos personas normales? Aquella duda se le pegó a la piel y un pánico mayor al que hubiera sentido antes empezó a apoderarse de ella.
No, se dijo; él no haría eso sin motivo. Decidió quedarse dónde estaba, tragarse las preguntas que se le agolpaban en la boca; él la quería allí quieta y callada y así tenía que estar aunque se pasara la noche entera. Eso era lo que Él quería, la estaba poniendo a prueba. Era más fácil pensarlo que hacerlo y las dudas no dejaban de asaltarla, voces en su cabeza que le decían que tenía que comportarse como una mujer normal; ponerse ropa encima y meterse en la cama, sola.
Cuando la mano de lord Kirbridge se posó sobre su cabeza, ella dio un respingo y dejó escapar todo el aire de sus pulmones de una sola vez. Una rabia profunda le empañó los ojos y a punto estuvo de echarse a llorar debido a la angustiosa espera. Él nada dijo, solo le acarició la frente y depositó un beso sobre ella. Quiso decirle cuatro cosas, protestar por haberla dejado con la incertidumbre durante tanto tiempo, pero no lo hizo por puro orgullo, porque no quería que viera lo débil que era a su falta de atenciones. Aunque algo le decía a lady Kirbridge que Él ya lo sabía.
El hombre acarició su frente con sus dedos fuertes y grandes, retirándole algunos mechones, peinándolos con esmero. Sus pulgares rozaron los pómulos enrojecidos de la mujer y finalmente se deslizaron hacia sus labios calientes, que tocó con mucha suavidad. Ella suspiró con un alivio tan grande que otra vez quiso echarse a llorar. Tras unas caricias, lord Kirbridge rodeó el cuello de la mujer con un prieto collar, un complemento que a ella le resultó familiar, especialmente cuando la presión contra su tráquea apenas le permitió respirar. Superar la incomodidad le llevó unos minutos y controlar la respiración un tiempo que él no desaprovechó, pues mientras ella buscaba el aire, lord Kibridge bajó las manos hacia sus pechos y pellizó ambos pezones, sensibles hasta el límite del dolor. Eso solo incrementó el ritmo respiratorio de la mujer, que se ahogó en jadeos más rápidos.
- Respira más despacio - ordenó él con su voz de Amo y Señor. Ella lo intentó, se sintió mareada por la falta de aire, pero se esforzó en mantener la calma. Al cabo de un rato, el prieto collar era una molestia pero había logrado encontrar la manera de respirar. - Levanta las manos por encima de la cabeza.
Lady Kirbridge estiró los brazos como él había pedido. Sus muñecas fueron apresadas con sendas pulseras de cuero que acabaron unidas entre sí. Empezaba a sentirse inquieta cuando escuchó otra cosa que le resultó familiar y se acordó de lord Crawford: una cadena, el sonido de los eslabones de una cadena. Supo de inmediato que su collar tenía una argoya, porque lord Kirbridge enganchó la cadena y tiró de ella.
- Levántate y camina.
Se levantó, con mucha dificultad. La postura le había entumecido las piernas y le dolían las rodillas. Lord Kirbridge tiró con fuerza y lady Kirbridge se levantó a trompicones, tratando de de mantener el equilibrio aún sin sentir los muslos y con las manos atadas.
- Ponte derecha - exigió lord Kirbridge. Un zumbido surcó el aire y un picante hormigueo impactó contra las nalgas de lady Kirbridge, arrancándole un gemidito. Estiró la espalda y trató de mantenerse erguida, a pesar de que no sentía las piernas. Otro zumbido surcó el aire y recibió un nuevo azote en el trasero. Se tragó un grito. No era la mano de lord Kirbridge, sino algo alargado. Quizá era una vara, no lo sabía muy bien. - Camina.
Acompañó la palabra con otro azote que le dejó el trasero caliente y lady Kirbridge empezó a caminar hacia delante, porque no le había dado ninguna otra dirección. Era complicado, no veía nada y tenía miedo de golpearse con algo. Ante su vacilación, lord Kirbridge dio un tirón a la cadena y le azotó la parte delantera de los muslos. Ella quiso protestar de pura indignación y tuvo un arrebato de furia que la hizo llorar. Pero no podía rendirse a la primera.
Puso un pie delante del otro y empezó a caminar, guiada por la cadena que lord Kirbridge tenía en la mano. No le dio más tirones ni más azotes. Tras un avance lleno de incertidumbre, la detuvo y soltó la cadena.
- Levanta las manos por encima de la cabeza.
Cuando lo hizo, algo le sujetó las muñecas y allí se quedó lady Kirbirdge, colgada con los brazos en alto. Sintió la fría cadena en linea recta por su cuerpo, desde su garganta pasando entre sus pechos, por su vientre y por su sensible monte de Venus. Se estremeció de terror y de anticipación. Sabía que él iba a castigarla y en el fondo sabía que no iba a limitarse únicamente a marcarle las nalgas con una vara.
Lord Condrad Kirbridge no hacía las cosas de forma convencial, eso estaba más que demostrado. ¿A qué depravada prueba iba a enfrentarse ahora?
Genial Paty!!
ResponderEliminarUffff que decirte después de este pedazo de entrega?
ResponderEliminarEscribes muy bien y haces que mi imaginación vuele de verdad.
Espero la continuación con muchas ganas ;)
Un beso enorme!
oh oh oh, lo cierto es que con el suplicio psicológico que pasa debería ser suficiente, pero nooooo, los dominantes siempre quieren más, siempre buscan más.
ResponderEliminarMe ha gustado, pero no tanto como otros la verdad, algo menos emocionante, o por decirlo de otra forma, que quiero marchaaaaaaaaaaaa!!! jejeje.
Un besazo Paty.
La va a llevar al limite del limite del puro placer..
ResponderEliminarGenial!
Yo sé exactamente lo que se siente al intentar ponerse de pie luego de dicha posición... dios! Paty....
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