Posesión (V)

De nuevo transcurrieron unos largos y tensos minutos en los que lady Kirbridge reprimió un gemido de impaciencia y un lamento de pánico. Hasta que no sintió como lord Kirbridge metía un pie entre los suyos para golpearle el tobillo y separarle las piernas, no respiró con tranquilidad. Sabía que no tenía que estar tranquila, que dentro de muy poco sufriría una lenta y ardorosa tortura que duraría todo el tiempo que él quisiera. Ya no estaba en disposición de poder elegir cuando detener toda aquella locura.

- Tengo mucho trabajo por delante, querida - ronroneó el hombre agarrándola por la barbilla. Aquellos gestos tan rudos calentaban su cuerpo y sus ánimos, su esposo podía desprender una ternura infinita al tiempo que podía resultar abrumadoramente peligroso. Se le calentó el cuerpo al escuchar su voz, que fue como agua caliente cayendo sobre sus hombros. - Te tengo a mi completa y absoluta disposición. He pensado mucho en este momento preciso, imaginando y fantaseando la forma en que te poseería. Voy a hacerte mía por completo, no voy a dejar ni una zona de tu piel sin marcar; todas las partes de tu cuerpo recibirán dolor, pero también placer. Ya lo verás.


Jadeó por la impresión, mentiría si dijera que no estaba a punto de explotar de pura impaciencia. El tono del hombre era calmado y ronco, amenazadoramente tranquilo, como espeso chocolate caliente deslizándose por un trozo de tierno bizcocho. Así se sentía ella, como un bizcocho recién sacado del horno que espera ser cubierto por algo más caliente. Kirbridge deslizó la mano suavemente por el cuello de la mujer, situando dos dedos bajo su mandíbula, comprobando su pulso acelerado. Después continuó por el collar, bordeándolo hasta tocar su oreja y su lóbulo, apretándolo suavemente entre los dedos. Una oleada de calor inundó aquel lado del rostro de lady Kirbridge, como si estuviera cerca de una hoguera encendida. Se quedó sorda de ese lado durante unos segundos. Reprimió un gemido frunciendo los labios y tragó el nudo que le oprimía la garganta, sintiendo que el collar se cerraba con demasiada fuerza contra su tráquea. Él lo quería así, por lo tanto, no podía pedirle que lo aflojara un poco y eso lo hacía tan incómodo como excitante. El silencio en la habitación estremeció a lady Kirbridge, su esposo deslizó la mano en una lenta caricia por su curva clavícula derecha, marcada por la tensión de los brazos en alto y ascendió entonces por su axila y su antebrazo, cuya piel era más sensible. Respingó sin poder evitarlo a causa de las cosquillas. No le provocaba risa, era un hormigueo insoportable, un intenso placer agudo que humedeció su sexo y la hizo gemir. El hombre repitió la caricia, despacio, con la yema de los dedos, tan suave como una pluma. Ella se agitó, tratando de apartarse de esa caricia tan dolorosamente sensual.

Los dedos abandonaron su antebrazo y se deslizaron suavemente por su costado, silueteando sus costillas marcadas contra la fina piel, continuando por su cintura. No resultaba menos dolorosa aquella caricia, al contrario, precisamente la curva de su cintura era dónde más sensibilidad tenía; se encogió gimiendo, incapaz de soportar aquel delicado roce que no hacia más que inflamar su cuerpo, convirtiendo su sangre en un espeso fluido caliente que le quemaba toda la piel. Kirbridge detuvo la mano en su cadera, sujetándola con fuerza para que dejara de moverse. Ella jadeó y se quedó quieta, a la espera, respirando con dificultad.

Entonces entró en juego la otra mano de lord Kirbridge, que tanteó su vientre con la misma suavidad y ascendió despacio hacia la curva de sus pechos. Lady Kirbridge se mordió los labios, anticipándose a lo que iba a suceder. Despacio, con calma, el hombre acarició su seno con el dorso de la mano para, finalmente, sostenerlo sobre su palma. Cerrando los dedos alrededor del turgente montículo, presionó un pezón contra su dedo índice y el pulgar hasta endurecerlo a su gusto. El color de su cima, antes rosada, se volvió del color del chocolate. La mujer no pudo evitar un grito demasiado agudo cuando algo que no eran los dedos de su marido se apretó a su pezón y allí siguió presionando incluso después de que él apartara la mano. ¡Otra vez aquella sensación tan fuerte! Apenas se había recuperado cuando su otro pecho recibió el mismo pinchazo doloroso. Tembló y las cadenas entrechocaron sobre su cabeza. Tiró de ellas para bajar los brazos pero fue imposible y la desesperación le subió por la espalda. Él no hizo nada, solo esperar a que ella dejara de moverse.


- Abre la boca y saca la lengua - murmuró él. Valeria respiró hondo antes de obedecer, sintiendo que algo unía dolorosamente sus pezones con el centro de su cuerpo, ondulando hacia su trasero colmado de atenciones. Aquel juguete le estaba causando demasiado impresión. Algo frío tocó sus labios. - Muerde, despacio -. Sus dientes sujetaron algo metálico y al mismo tiempo tironearon de sus pezones. Gimió y al levantar la cabeza, el tirón fue todavía más fuerte. Le costó un buen rato descubrir que aquello que tenía en la boca sujetaba sus pezones también. Se estremeció de horror y de vergüenza. - No lo sueltes. Si lo sueltas, se acabó - zanjó lord Kirbridge. La dureza de sus palabras dejaba claro que pensaba cumplir su palabra y el miedo a que todo terminara arraigó en su mente. Apretó los dientes y la boca para no soltar la cadena, pero bajó la cabeza para evitar más tirones, porque dolía demasiado. - Voy despacio, amor mío, porque estás tan preciosa que necesito tiempo para controlarme y no poseerte como un loco. Quiero ir lentamente, hervirte a fuego lento, hacerte disfrutar de cada instante. Pero estás tan húmeda y tan suave...

Era una afirmación rotunda, sabía perfectamente que ella se estaba deshaciendo, que su sexo no hacía más que humedecerse y que sus muslos calientes se estremecían. Posó la mano sobre su liso monte de Venus y ella aguantó la respiración cuando el calor impactó en su vientre. Despacio, la yema de uno de los dedos del hombre se deslizó hacia el nacimiento de su sexo y tanteó entre sus pétalos. El calor se derramó por todo su cuerpo y lady Kirbridge levantó la cabeza, tironeando sin querer de la cadena y por tanto, de sus pezones. Perezosamente, lord Kirbridge avanzó los dedos hasta encontrar lo que buscaba, el centro de su placer y comenzó a trazar lentos círculos alrededor. Ella gimió y mordió la cadena, de pronto viendo ante sus ojos unos brillantes puntos blancos.

- Tienes la piel sonrojada, adoro cuando te pones así, tan caliente - silabeó el hombre con divertida crueldad. - No puedes correrte aún - avisó. - Lo harás cuando yo lo diga. Y te lo voy a poner dificil, quiero ponertelo dificil, quiero que te mueras por mi, quiero que solo pienses en mi... 

Añadió su otra mano al juego. Sin dejar de frotar suavemente su húmedo clítoris, acarició la curva de sus nalgas con la otra mano y alcanzó la base del juguete entre sus nalgas. Presionó. Lady Kirbridge gimió y se envaró, poniéndose de puntillas y quedándose durante un segundo colgada por los brazos.

- Mi amor, te adoro. Te adoro tanto que voy a castigarte con tanta dureza que nunca sabrás si deseas que me detenga o que continúe... Ya, ya, llora cuanto quieras. Esto no ha hecho más que comenzar.

10 intimidades:

  1. En esos casos creo que la conciencia se pierde al punto que no se sabe, precisamente, si decir stop or go on... ambos podrían traer, según el caso, las mismas (geniales o desdichadas) consecuencias...
    Entonces es mejor apretar los labios y dejarse llevar...

    Esperaré...

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  2. Genial preciosa! Me ha encantado, ainsss quien fuera esta mujer jeje ;)
    Un besazo enorme!

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  3. Lady Kirbridge esta en ese momento en el que el sufrimiento es todo un placer, donde no cabe posibilidad de odiar a Lord Kirbridge, sino de amarlo sobre todas las cosas.

    Me encanta, me encanta como juega con ella.

    Un besote.

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  4. Deben ser lagrimas de alegria ¿No? Porque yo tambien lloraria con una sonrisa, ante la idea de una noche repleta de climaxs y caricias ardientes.

    Veo que Lord esta tomando gusto por los juguetes y usandolo a su favor. Me pregunto, cuanto puede durar Lady sin soltarla cadena gemir con la boca abierta, ya sea por dolor o placer.

    Como siempre, un gusto leerte!

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  5. Este hombre si que sabe imponer castigos... Y con este relato estoy conociendo la otra vertiente de esta palabra, esa llena de un placer doloroso desquiciante, que como bien ha dicho Sweet, en estos caso lo mejor es "apretar los labios y dejarse llevar".
    Muchos besikos!

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  6. No hace falta que te diga querida que has logrado deleitarme con tu escrito. Sabes de sobra que adoro como escribes, que me derrito cada vez que leo a estos dos actuando...

    Y como no, quedo con ganas de más.

    Un beso guapa y feliz comienzo d semana!, muak!

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  7. ohh lalá!! más, quiero más jajajaja
    Saludos :)

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  8. Hey reina!, cuando puedas pásate x el club k hay un premio esperándote ^.^

    Saludos y felicidades, muak!!!

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