Justine

Buenos días. Hoy traigo un relato breve y sin mucho misterio, escrito para el blog de Maga de Lioncourt dónde debía comenzar una historia a partir de un cuadro. El cuadro elegido era una pintura de Pieter Janssens Elinga llamada "Mujer leyendo". Como ya me conocéis, sabéis que al final siempre escribo sobre lo mismo y me da igual lo que me pongan delante, que siempre acabo corrompiéndolo todo, he cogido el cuadro (que podéis ver a continuación) y le he metido el título del texto. En fin, esto es lo que ha resultado y sí, estoy muy mal de la cabeza...  T_T

Un beso ;)

Justine


Justine estaba leyendo, pero apenas si podía retener lo que había entre aquellas páginas; su mente rememoraba una y otra vez su encuentro con el señor von Wehler y lo que suponía estar leyendo aquello. A pesar de que las palabras allí descritas la atraían, clamaban su atención con fuerza, no podía meditarlas, ni reflexionar sobre ellas; simplemente pasaba de una línea a otra con ansiedad.

Un cosquilleo le bajó por la espalda, llenando de calor toda su piel, una oleada de ardiente deseo que era incapaz de controlar. ¿Y por qué controlarlo, se preguntó a si misma, cuando tenía entre las manos aquel manuscrito tan decadente y prohibido? De nuevo pensó en el señor von Wehler, su mecenas. Luego volvió al libro y leyó, intentando concentrarse:

"—Porque estás en nuestras manos, Thérèse, y la razón del más fuerte siempre es la mejor, como dijo hace tiempo La Fontaine. A decir verdad —prosiguió rápidamente—, ¿no es una ridícula extravagancia conceder, como tú haces, tanto valor a la más banal de las cosas? ¿Cómo puede ser una muchacha tan necia como para creer que la virtud depende de una mayor o menor amplitud en una de las partes de su cuerpo? ¿Eh? ¿Qué puede importar a los hombres o a Dios que esta parte esté intacta o ajada? Y te digo más: si la intención de la naturaleza es que cada individuo cumpla aquí abajo las funciones para las que ha sido formado, y la única razón de existir de las mujeres es servir de goce a los hombres, resistir de ese modo a la función que te ha encomendado es insultarla abiertamente..."(*)

Nada.

Cerró el volumen sobre las manos y paseó la mirada el título impreso sobre el cuero: Justine.

Aquella palabra ahí escrita le provocaba escalofríos y ni siquiera había comenzado a leer los desafortunados sucesos de la muchacha en cuestión que el escritor había plasmado en la obra. El libro le temblaba en las manos, vería su propio nombre repetido una y mil veces y pensaría en el señor von Wehler. Temía profundamente lo que iba a leer, estaba asustada por lo que pudiera ocurrirle al personaje protagonista, la virtuosa Justine; el autor era un tipo inmoral y sin escrúpulos. Aún así, Justine había extraído sus propias ideas de otros escritos de este mismo filósofo y había concluido en que llevaba razón en muchas cosas; aunque no compartía su desagradable y grotesca forma de expresarlas, comprendía lo que quería decir. Entonces, ¿por qué no se dejaba llevar por el vicio y no por la virtud, como apuntaba el manuscrito que tenía en las manos, si al final la virtud solo conllevaba infortunios?

Se puso en pie y dejó el libro sobre la silla. Al levantar la mirada hacia el ventanal, se encontró con el reflejo de su rostro en el pequeño espejo que había en la pared y descubrió su rostro ruborizado y un brillo en unos ojos que no reconocía como suyos. Se mordió el labio, humedeciéndolo, sin perder detalle de matiz rojo que adquiría y empezó a fantasear mientras se pasaba la lengua por los labios. Debería haber cortado de raíz aquellos lascivos pensamientos impropios en una mujer, pero se dijo que no había nada de malo, en su cabeza no entraría nadie para ver lo que ella estaba viendo. Y aunque alguien mirase por la venta, solo vería a una señorita pasándole la lengua por los labios, un gesto completamente inocente.Un gesto inocente que provocaría estupor a más de un hombre. Un gesto que tal vez provocaría el señor von Wehler, su mecenas. Salió de la habitación, abandonando el libro en la silla que había ocupado momentos antes y bajó hasta la planta baja, dónde el señor von Wehler tenía su estudio de pintura.

El hombre estaba poniendo los pinceles a remojo cuando se giró a oirla entrar. Antes de poder decir nada, su mirada se fue directa a los rojos labios de la doncella.

- ¿Justine? - susurró. Ella abrió un poco la boca, para decir algo, claramente complacida por escuchar su nombre susurrado por él. No respondió. Con dos dedos, rodeó suavemente el extremo del lazo que ceñía el escote de su vestido y tiró lentamente.

El señor von Wehler la observó mientras lo hacía, abandonando los pinceles en los tarros, aproximándose a un arcón situado en la esquina opuesta. El lazo del vestido de Justine se liberó por fin y ese fue el momento en que von Wehler decidió dejar de mirarla. Abrió el arcón, buscó en el interior y sacó una fina vara de madera de cuarenta centímetros de largo. Luego se sentó en la silla frente a la ventana que daba al patio y se palmeó los muslos.

Justine, la virtuosa Justine, correteó impaciente hacia el señor von Wehler, con la ansiedad devorándole las entrañas.

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*Justine, o los infortunios de la Virtud - Sade.


4 intimidades:

  1. Sabía que algo había del Marqués de Sade XD Me gustó mucho, pequeña...Como siempre...

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  2. Bueno, aparte de decirte lo mucho que me gusto el relato, y que me quede picada, creo que buscare los libros del Marques de Sade que deje por ahí botados; también te informo que te deje un premio en mi blog.
    Date una vuelta por allí y reclamalo.
    Besos!

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  3. Me ha encantado!!!! Y más como juegas con esa referencia, eres genial escribiendo!! Felicidades =)
    Un beso grande!!

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  4. Me ha encantado!! Tienes un premio en mi blog.
    Un beso.

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