Alice despertó. Le llevó unos minutos mover brazos y piernas porque tenía el cuerpo entumecido, como si estuviera hundida bajo un montón de arena. Además, la cabeza le dolía ligeramente, seguramente por culpa del vino que había tomado durante la cena. Alice llevaba muy mal el alcohol, pero había bebido porque anoche era su cumpleaños y habían servido un vino blanco muy ligero que estaba delicioso. Parpadeó un poco antes de abrir los ojos, acostumbrándose a la luz que entraba por las ventanas, atenuada por las cortinas color crema que decoraban la habitación. Cuando su mente empezó a funcionar recordó que se encontraba en la cama de la habitación de invitados de la casa de la piscina. Entonces empezó a recordar cómo había llegado hasta allí y se frotó los ojos, moviéndose encima del colchón y buscando a tientas un cuerpo a su lado.
Pero en la cama solo estaba ella. El roce de las sábanas sobre su piel desnuda le causó deliciosos escalofrios, pero un pinchazo de dolor subió por su sexo, haciéndola cambiar de opinión sobre lo de retozar un poco más sobre la cama. Casi se le saltó una lágrima cuando quiso sentarse y decidió permanecer tumbada, mirando al ventilador del techo que giraba perezosamente sobre ella. Poco a poco su mente iba despejándose, abriéndose, el dolor de cabeza estaba ahí, pero permanecía en un segundo plano, porque la resaca no iba a impedirle recordar lo bien que había pasado la noche. Una sonrisa estúpida empezó a iluminar su rostro y al final, acabó riéndose sola de tan eufórica que estaba. Entonces rodó sobre la sábana, ignorando el dolor y el hormigueo de sus brazos y piernas y hundió la cara en la almohada, aspirando el aroma que Él había dejado a su paso. Impregnarse de aquel aroma masculino hizo que deseara lamer la almohada para saborear su piel, pero al final lo único que hizo fue rodearla con los brazos y las piernas y frotarse contra ella, recordando lo bien que se había sentido bajo su cuerpo.
Tomando conciencia de la situación, sintió que su sexo todavía estaba húmedo. Esto le parecía un poco increíble, que todavía pudiera seguir mojada y que practicamente se le empapaban los muslos cuando se los frotaba al cerrar las piernas. Se apartó de la almohada, porque de pronto le dio vergüenza hacer una cosa así y entonces vio que había manchado la tela de sangre y eso provocó un sonrojo aún mayor. Con un gemido lastimero, se incorporó y se sentó en el borde de la cama. Tenía que darse una ducha y quemar esas sábanas antes de que las viera alguien, seguramente la señora Robinson cuando entrase a limpiar la habitación. Pero, ¡oh! Recordó entonces que se había ido de su propia fiesta, a eso de la medianoche, a la casa de la piscina, dejando a los invitados en la casa principal. Había sido una fuga secreta en toda regla, ¿estarían sus padres preocupados por ella? ¿Sabrían dónde había pasado la noche? Soltó un bufido, sintiendo como la situación le causaba pereza. Ni quería ni tenía ganas de dar explicaciones, pero era de día, así que seguramente se habría pasado la madrugada entera en la casa de la piscina.
Se dejó caer en la cama con un gruñido de protesta, no quería levantarse. Al estirar la mano, sus dedos rozaron algo rígido y liso, que resultó ser un trozo de papel doblado que no había visto antes. Ansiosa, lo cogió con manos temblorosas y leyó apresuradamente:
Querida niña,
tus padres saben que dormiste en la casa de la piscina, la situación está bajo control. Quiero que cuando te despiertes y leas esto, permanezcas tumbada un rato y rememores todo lo que sucedió anoche, hasta el más mínimo detalle. Pero no te acaricies ni te des placer porque no quiero que lo hagas. Si lo haces, lo sabré, y te castigaré.
Te espero a las cuatro en mi despacho.
L.
Se le inflamó todo el cuerpo al terminar de leer y soltó un largo suspiro. Era imperativo que se diera una ducha para quitarse los restos de la batalla de anoche, pero la sugerencia de su nota le gustó más, así que se estiró en la cama, dispuesta a recordar, regodeándose en su humedad y en las manchas pegajosas que tenía en la piel. Sintió, de pronto, el incómodo roce de una cuerda atada a su muñeca y cayó en la cuenta de que su tobillo seguía atado al pie de la cama. Carraspeó, como si hubiera alguien más en la habitación y tuviera que disimular y empezó a deshacer los complicados nudos. Estaban aflojados para que pudiera moverse con libertad, pero aún así, Alice admiró la pericia de su amante para hacer semejantes cosas. Se frotó las rodillas, el tobillo y la muñeca y luego se tumbó, haciendo caso omiso de la sangre que resaltaba sobre el blanco de las sábanas y que evidenciaba que aquella noche había entregado su virginidad a un hombre. Alice había cumplido ya diecisiete años, era mayorcita para saber con quién hacía lo que hacía. O eso pensaba ella. Se puso a recordar...
El caso era que el señor Lewis era un viejo amigo de la familia y Alice lo había conocido cuando tenía siete años. Era un hombre muy simpático, amigo personal de su padre, doctorado en un montón de materias y profesor de Matemáticas en la universidad de Oxford. Por eso no había nada de extraño en invitarle a su fiesta de cumpleaños, un evento privado dónde habían acudido amigos de la familia.
La cena se había desarrollado en el jardín, el catering había sido primorosamente elegido por su madre y la decoración había corrido a cargo de su tía. Después de la cena, su padre había contratado un espectáculo de fuegos atificiales y para terminar, un grupo de excelentes músicos habían interpretado con maestria sus canciones favoritas. Luego había llegado el turno de los regalos, la verdad es que todos los años le regalaban cosas parecidas y ella lo agradecía todo amablemente con una sonrisa. El regalo del señor Lewis le causó diversión, ya que le había regalado un peluche, un conejo blanco con chaleco de tela a cuadros, del que sobresalía un esponjoso reloj. No daba la hora, pero si apretaba el reloj, el conejo decía "Llego tarde, llego tarde". Alice se rió con ganas por el chiste, porque siempre iba con prisas a todas partes y le faltaban horas para hacer todo lo que quería. Era una joven muy atenta con todo el mundo y le gustaba complacer.
Cerca de la media noche, la fiesta se trasladó al interior de la casa y las charlas se fueron haciendo más relajadas. Alice atendió a todos sus invitados como una buena anfitriona y bebió vino cada vez que le ofrecían una copa. Se retiró del salón para tomarse un respiro, su sentido de la responsabilidad no le permitía disfrutar al cien por cien de la velada y necesitaba un breve instante para ella sola.
Fue ese el instante en que el señor Lewis se le acercó discretamente por detrás. Nunca la había mirado de forma especial antes, nunca le había puesto la mano encima y nunca le había dicho cosas que un adulto no debería decirle a una niña. Pero ahora Alice tenía diecisiete años y el señor Lewis, a pesar de que tener edad suficiente para ser su padre, siempre le habia parecido un buen hombre. Y un hombre muy interesante, al que nunca había visto con una mujer, porque pensar en eso le causaba un irracional ataque de celos.
Alice sintió su presencia muy cerca, tan cerca que, aunque no se tocaban, podía sentir el calor que emanaba de él. No se volvió para saludarle, se miró en el ovalado espejo del pasillo, fingiendo arreglarse el pelo y el carmín que se había puesto en los labios antes de desviar la mirada y observarle por el reflejo. Tenía el rostro joven a pesar de su edad, el pelo castaño y alborotado, los labios carnosos, la nariz grande y la mirada lánguida. Hacía pocos meses había decidido dejarse barba, que cuidaba para tenerla siempre poblada y arreglada. No era un hombre imponente, era de cuerpo delgado y desgarbado, de brazos y piernas largas; era de esas personas que por una cuestión u otra no te pararías a mirarla dos veces. Pero Alice lo conocía desde hacía diez años y siempre le había caído bien. Siempre le había gustado estar con el señor Lewis.
El hombre no dijo nada, se la quedó mirando con esos ojos negros y perezosos, como si ella fuese un problema matemático imposible de resolver y estuviera planteando una forma de abordarlo. Justo un instante después, le rodeó el cuello con los brazos y la acercó a su cuerpo. Alice tragó saliva, de pronto un poco inquieta por ese repentino cambio. El señor Lewis nunca había sido precisamente uno de esos hombres lo que se dice vehementes; siempre había sido tranquilo, parsimonioso. Pero ese cambio de actitud le causó tanta impresión como las palabras que dijo a continuación.
—Levántate la falda —murmuró con contundencia. Alice obedeció sin pensar y se levantó la falda del vestido hasta las rodillas—. Hasta la cintura —aclaró él. Entonces Alice supo que iba en serio y reveló su ropa interior, con el corazón desbocado a causa de una nueva emoción—. Quítatelas y deja que pueda verte —espetó a continuación. Alice abrió los ojos de puro asombro, pero sus manos volaron hasta la cinturilla de sus bragas y empezó a bajarlas. El señor Lewis no se lo puso nada fácil y Alice tuvo que retocerse para poder sacarse la prenda por los pies.
El corazón se le estrellaba en el pecho y estaba medio sorda de pura excitación. ¿Cómo era posible que pudiera pasarle algo así? Alice nunca había tenido deseos sexuales por el señor Lewis, casi no le habían interesado nada los chicos de su edad, ni siquiera le había interesado nunca el sexo. Ahora, de pronto, tenía unas ganas tremendas de permitir que el silencioso y anodino señor Lewis la "tocase" como habítuaba a oír a las maestras del internado. El señor Lewis le cubrió la boca con una de sus grandes manos, casi dejándola sin aire y Alice sintió que un hormigueo le bajaba por el vientre. Un incómodo cosquilleo recorrió su entrepierna, se miró en el espejo, ahí desnuda con la falda por encima de la cadera, con sus rizos al descubierto, dejando que ese hombre la mirase a placer. Le pareció tan sucio y denigrante que se asustó más por excitarse que por estar desnuda e indefensa.
Escuchó el murmullo de aprobación del señor Lewis y vio por el espejo como la miraba de arriba a abajo. Se removió un poco cuando el cosquilleo entre sus piernas la hizo sentirse incómodamente excitada y entonces sintió que tenía los muslos húmedos. ¿Por qué? ¿Por qué tenía los muslos mojados? La diestra del señor Lewis bajó por su cuello y se metió por el escote de su vestido, ahuecándo uno de sus pechos. Alice gimió involuntariamente al sentir como su cuerpo se tensaba ante el contacto y como el calor le bajaba en oleadas por delante, encharcándole la entrepierna. ¿¡Por qué se humedecía!? Le temblaron las rodillas cuando los dedos del hombre endurecieron su pezón con unos ligeros apretones y estuvo a punto de desmayarse. Buscó su mirada en el espejo y encontró un brillo profundo en ellos, un deseo palpable, un anhelo incontenible. Le sacó el pecho del vestido, dejándolo elevado por encima de la tela del traje y luego bajó la mano hacia sus rizos, tocándola justo en ese triángulo que tan primorosamente ella cuidaba para un futuro marido -y porque tanto vello le parecía ciertamente un poco ordinario-. A la mierda con todos sus cuidados para ser una esposa deseable, pensó cuando sintió un dedo colarse por entre sus piernas mojadas. El contacto de su dedo metrido entre sus tiernas carnes la hizo ver las estrellas y de pronto se le contrajo el vientre y un dolor en su sexo la hizo gemir ahogadamente sobre la mano del señor Lewis. Algo se convulsionó dentro de ella y tardó unos eternos segundos en detenerse, pero cuando su cuerpo dejó de temblar, se sintió relajada y muy complacida. Tanto, que el señor Lewis tuvo que sostenerla para que no se le desmadejara.
—Alice, acabas de correrte sin mi permiso —dijo el hombre con tono reprobatorio, el mismo tono que usaría en uno de sus alumnos si cometiese un fallo.
—¿Cómo? —acertó a decir ella, todavía en una nube—. ¿Qué he hecho qué?
El señor Lewis le bajó la falda, le dio la vuelta y la miró de frente, extrañado y confuso. Luego pareció comprender y una sonrisa que Alice nunca había visto en él se dibujó en sus labios, convirtiéndolo de repente en un hombre terriblemente atractivo.
—Te lo explicaré, pero tendrá que ser en privado, querida niña.
Buenísimo, me ha encantado. por cierto, buen cambio ;) buen fin de semana.
ResponderEliminarLewis, me suena ese nombre, de que sera? XD
ResponderEliminarMe gusta el relato, aunque aun no se si es contemporaneo o no, aunque el conejo de pilas induce que contemporaneo. Y supongo que Lewis, le explicara las cosas con detenimiento, como un profesor pervertido y exigente. XD
Sí, te tiene que sonar por narices xDDD
EliminarPues en principio era contemporáneo, pero luego lo vi de otra manera, así que creo que prefiero dejarlo en atemporal, porque como está lleno de (descaradas) referencias un tanto tenebrosas...
Por supuesto que le enseñará, por supuesto :P
Guauu, que genial!!
ResponderEliminarTe pasaste Paty!!
Besos
Muuuuuuuuuuuuy bueno, Paty!!
ResponderEliminarY me encanta el cambio del blog, por cierto, te ha quedado muy bien.
Besos
Ah, parece que nos quedamos ante el espejo nomás ;-)
ResponderEliminarA ver si Lewis vuelve luego, no se puede negar que es un personaje bastante interesante.
Besos!!
& no hay continuación? :O
ResponderEliminarLa tendrá, en algún momento ^^"
Eliminar