A veces es mejor olvidar
No recordaba nada, ni siquiera cual era su nombre; pero, en el fondo, deseaba no tener que recordarlo nunca. Ahora estaba bien, ahora se sentía en paz y tenía la angustiosa sensación de que si se ponía a recordar, acabaría por descubrir cosas muy malas sobre él y no quería eso. Quería estar bien ahora que tenía trabajo por delante.
La luz de la vela iluminaba la silueta tumbada en una esquina de la habitación, un cuerpo femenino que dormía en el rincón de frío y duro suelo. Sus curvas iban cubiertas por una túnica algo sucia y cómo almohada utilizaba su propio brazo. Parecía incómoda, pero descansaba profundamente y no quería despertarla. Despacio, se acercó un poco para verla mejor y se sentó en el suelo. Del fardo que llevaba atado al cinturón sacó un puñado de pergaminos y unos carboncillos que alineó delante de él. Luego escogió uno de los pergaminos, el mejor, el más liso, el más brillante y el más bonito que tenía. Un pergamino acorde con la belleza de la chica que estaba allí con él.
Se concentró unos segundos, esperando a que la musa del arte pictórico bendijera sus carboncillos, pero como todas las veces anteriores, la musa lo ignoró. Como las veces anteriores, se encogió de hombros y empezó a bosquejar, siguiendo las líneas curvas de un cuerpo humano para plasmar en esos trozos de pergamino la belleza de esa chica.
Había perdido la cuenta de las mujeres que había dibujado. En realidad, no recordaba a ninguna de ellas, pero en su habitación había montones y montones de dibujos, divididos en varios grupos que correspondían a las mismas mujeres. En total había retratado a casi cincuenta mujeres jóvenes, y les había hecho alrededor de veinte retratos. El problema era que no recordaba el nombre de ninguna de ellas y tampoco recordaba haberlas dibujado, pero ahí estaban. Solo en momentos como este, cuando el carbón se deslizaba por el pergamino, sabía que había sido él quién las había dibujado y estaba terriblemente asustado por no recordarlas. Ni siquiera las había vuelto a ver de nuevo, y no sabía qué había sido de ellas. Sacudió la cabeza, decidido a no pensar más en eso porque se le revolvían las entrañas y se concentró en algo que le diera paz de espíritu. En este caso, la chica de la habitación.
Tenía el pelo negro, pero cortado a trasquilones, como si odiasen esos mechones y se los hubieran cortado con rabia. El rostro, ahora sereno, estaba sucio y manchado, salvo por los surcos que las lágrimas habían dejado en sus mejillas. En sus dibujos había gestos parecidos en las otras mujeres y él había dibujado esos surcos con precisión, plasmando la belleza y la angustia de esas preciosas caras inocentes. No le gustaba la violencia, así que en lugar de dibujar ese labio partido y lleno de sangre seca, le dibujó una boca llena, carnosa y perfecta. Igualmente, omitió el detalle de dibujar la herida de su frente, no quedaría bien, igual que tampoco dibujó los hematomas de sus brazos desnudos.
Terminó con el primer dibujo y cogió un nuevo pergamino para dibujarla de otra manera. Esta vez, basándose en el primer retrato, dibujó a la chica despierta y sentada sobre unos cómodos cojines, con una sonrisa en los labios y una mirada risueña y alegre. Dibujar cosas tristes no era divertido. Después de cuatro dibujos, decidió que tenía que ilustrar su belleza de un modo más apasionado y verídico. Depositó los dibujos a un lado y, silenciosamente, se acercó a la chica. Pensó en despertarla, pero no quería hacerlo, porque su carita relajada era muy bonita. Suavemente, la tumbó de espaldas sobre la piedra, poniendo especial cuidado en no moverla demasiado. No se despertó, debía estar muy cansada. Pensó que a lo mejor se había muerto, pero su pecho evidenciaba que aún estaba viva. Tuvo precaución de no agitar demasiado la cadena que la sujetaba al muro y alivió el peso de las argollas de sus tobillos, que le habían hecho heridas en la piel. Una vez la tuvo en la postura deseada, le retiró la túnica, dejándola desnuda.
Sacudió la cabeza, iba a tener que tomarse muchas licencias para retratarla como era debido. Sus pechos jóvenes estaban erguidos, pero su cuerpecito estaba delgado y se le marcaban las costillas sobre la piel. El vientre estaba plano, uno poco hundido para su gusto y los huesos de las caderas casi sobresalían de su carne como dos cumbres montañosas. Aún así, empezó a dibujarla desnuda en varias posiciones distintas, interpretando libremente la forma en que sus huesos y sus músculos se marcarían. Omitió los cortes que tenía en los pies y en las manos, la sangre reseca de sus piernas, los golpes en su espalda… Se detuvo a pensar si las otras mujeres que había retratadas en sus pergaminos también habían estado en las mismas condiciones en las que estaba esta chica ahora, por que sus ilustraciones mostraban cuerpos exuberantes y voluptuosos haciendo cosas apasionadas. Incluso, aunque le diera vergüenza, había dibujos de él con ellas retozando y jugando. Pero no lo recordaba o no podía recordarlo. Era inquietante reflexionar sobre algo así. Igual de inquietante que pensar porqué no recordaba nada.
Ella se removió, sacándolo de su burbuja de meditación. Cerró los ojos con más fuerza y emitió un gemido de angustia, mordiéndose los labios. Quizá tuviera sed.
El artista llenó una taza de barro con agua fresca y se acercó a la chica, acunando su cabeza sobre su enorme mano. ¿Todas las chicas de sus dibujos eran igual de pequeñas? Esta lo era, y mucho, en comparación con su enorme cuerpo. Le puso el vaso en los labios y ella empezó a beber compulsivamente. Sí, tenía sed, así que volvió a llenar la taza y le ofreció más agua hasta que ella estuvo saciada. Pero no abrió los ojos y se volvió a dormir.
Puso un dibujo encima de otro hasta formar una pila y recogió los trozos de los carboncillos sobrantes, frotándose los dedos sobre su propia túnica para limpiarlos. Decidió entonces acomodarla un poco mejor y de su propia habitación trajo mantas y le fabricó un lecho para su escuálido cuerpecito. Con un trozo de tela y agua, lavó toda su piel hasta quitarle la mugre y la sangre, aplicando unas hierbas calmantes que tenía en el patio del pasillo número tres para aliviar el dolor de los moratones. Volvió a darle agua, pero siguió sin despertar. Le acarició los pechos y la entrepierna hasta que se humedeció, pero aparte de removerse y gemir, no abrió los ojos. ¿Y si no despertaba? ¿Y si las mujeres de sus dibujos tampoco habían despertado? ¿Y si se moría? ¿Y si las mujeres de sus dibujos estaban todas muertas? No quería pensar en eso, no quería pensar en eso. Ojalá pudiera acordarse de algo, ¡por todos los dioses del Olimpo que necesitaba saberlo!
Se sentó a esperar, porque ahora mismo no tenía ganas de dibujar más. Se acercó el trozo de tela con el que había limpiado el cuerpo de la chica y lo olió, distinguiendo su aroma femenino entre los muchos otros aromas que había limpiado el agua, como la sangre y el sudor y el miedo. ¿Todas las chicas de sus dibujos habían olido igual de bien? ¿O habían olido a miedo? Gruñó de frustración y, para matar el tiempo, empezó a limpiarse los cuernos de la cabeza. Por ahora solo podía esperar a que la chica despertara. A lo mejor ella podía explicarle algo acerca de porqué no se acordaba de nada o porqué tenía cuernos y ella no, o porqué estaba allí encerrada con él, o si conocía la salida del laberinto. El problema es que ninguna de las chicas de sus dibujos tenía cuernos, ni una cabeza como la suya, ni un cuerpo como el suyo.
Prefería no tener que pensar en ello. En el fondo, muy en el fondo, incluso agradecía no acordarse de nada. ¿Y si lo que le decían era malo? Entonces, mejor olvidarlo, ¿no?
Es una delicia leerte Paty, escribas lo que escribas, ya sea erótico, fantástico, romántico. Que este basado en un cuento, en una ilusión o en un deseo... ya lo sabes tus escritos son debilidad para mis ojos, haces que no pueda dejar de leer hasta que se me juntan las letras, jajaja.
ResponderEliminarLo dicho guapa eres un portento en cuanto a imaginación se refiere y como no una gran maestra de las letras....Me encantas amiga.....nos leemos, Besisss
Muy original, el artista resultó ser el Minotauro. Me encanta como describes y la forma en que haces fluir el texto. Probablemente este ha sido de los mejores relatos que he leído este mes. Me descubro ante ti. Nos leemos.
ResponderEliminarPaty: Me quito el sombrero y te aplaudo de pie,no cabe duda que eres una magnífica escritora.
ResponderEliminarNo te puedo decir que cuando crezca quiero ser como tú, porque ya estoy viejita. Pero si me hubiera gustado tener a las musas de mi parte, como las tienes tú.
¡MUCHAS FELICIDADES! Síguenos deleitando con tus maravillosas letras.
Un gran abrazo: Doña Ku
Jajaja, trampa, trampa!!
ResponderEliminarBueno, tú me diste pie a que lo dijera :-P
La verdad es que el modo en que narraste la historia bien hace pensar que el minotauro es dos personajes a la vez: el monstruo mitológico, encerrado en un laberinto, y un artista desmemoriado.
El relato te quedó estupendo, muy original. Además, es tan palpable la inquietud del minotauro por lo que percibe pero no logra recordar del todo, como sus cuernos.
Excelente, Paty!!
Ah, y antes de irme, se coló una "o", acá "uno poco hundido para su gusto".
Besos!
Esta muy bien Paty ;)
ResponderEliminarEs un relato muy bueno, explica como debe sentirse ¿un mino tauro? al principio no adivine que los personajes eran uno mismo, y pensaba que de pronto iba a venir el monstruo a atacarlo pero nos cambiaste la jugada :)
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