Una corriente de energía fluyó por el cuerpo de Blanche. La bestia de Wolf se rebulló en su interior, acicateando sus instintos primarios, anunciándole como un trueno en mitad de la noche que algo las defensas de la mujer se había resquebrajado por completo. La euforia y la necesidad formaron una bola de fuego en su vientre, ella acababa de darse cuenta de que no había marcha atrás, que después de aquella noche de sexo y pasión, nada volvería a ser igual. Wolf se movió con la mente puesta en la siguiente embestida, en las sensaciones que lo invadían cada vez que golpeaba el interior de la mujer y ella se retorcía con los ojos brillantes y la boca entre abierta, emitiendo una sutil pero embriagadora mezcla de gemidos, jadeos y lamentos.
Estaba hermosa, el cuerpo rebosando placer, hinchado, las mejillas rojas y la piel brillando de sudor. Wolf había fantaseado con lo increíble que podía llegar a ser cuando el placer regara sus sentidos, pero nunca la belleza de una mujer lo había espoleado hasta el límite de su propia cordura, porque nunca había visto a una mujer como Blanche.
Estaba perdiendo el control de su parte humana. A duras penas mantenía las riendas de su bestia, ansiosa por devorar cada gramo de decencia que todavía quedara en el cuerpo de la señorita Moon. Ella puso los ojos en blanco, corriéndose sin control, sus muslos vibrando de éxtasis. Wolf apretó los dientes sintiendo sus contracciones estrujándolo dolorosamente, sin dejar de mover las caderas, penetrándola de forma posesiva. Estaba a punto de alcanzar su propio clímax, apenas faltaba el último empujón, y no lo deseaba. Su orgasmo pondría fin a aquella danza y anhelaba un poco más de tiempo.
—¡Blanche! —bramó.
Ella volvió en sí y le miró con los ojos echando chispas, dispuesta a seguirle hasta el fin del mundo en aquella locura.
—Me duele… Yo… no sé… —decía— No pares te lo ruego… no...
Wolf la ignoró y aceleró, observando como el asombro volvía a superponerse al gozo. Separó sus muslos aún más manteniendo sus piernas en alto, rodeando sus tobillos con unas manos que casi parecían garras.
—Aliviate. Acaríciate —apremió.
Ella asintió, jadeando, y soltó las sábanas para apretarse las manos contra el cuello y el pecho. Wolf clavó la vista en su cuerpo mientras ella se tocaba los pechos, su parte racional registró los temblores cuando Blanche sintió el escozor de su tacto sobre sus pezones oscuros y tirantes, igual que registró el deseo que crepitaba en su cuerpo. Asombrado y encantando, contempló a la mujer acariciarse los pechos doloridos, esbozando una sonrisa extasiada. Respiró fuego cuando ella se apretó el vientre y bajó los dedos hacia el lugar en el que sus sexos se frotaban con tanto ímpetu que se les había levantado la piel. Con dedos tímidos acarició sus pliegues empapados y empezó a frotarse el inflamado clítoris. El placer subió, creció como la marea y Blanche sucumbió a otro orgasmo emitiendo un chillido agudo que le encrespó los nervios. Alentado por la lujuria, se apartó de ella, abandonando su interior de golpe. Ella se encogió, como si en lugar de haber salido de ella, le hubiera arrancado un puñal. Quizá así fuera, por el dolor que le recorrió las entrañas al ver cómo se estremecía con una deliciosa convulsión, apretándose los muslos el uno contra el otro.
—Date la vuelta —rugió.
Ni siquiera esperó a que obedeciera, él mismo la hizo girar sobre el colchón, le levantó las caderas y embistió como un salvaje. Ella lanzó un grito, mitad furia mitad placer, curvando la espalda. Wolf comenzó a mover las caderas más rápido, hundiéndose en ella con pasión y desenfreno, dispuesto a romper aún más sus barreras. Cuando ella se sostuvo con las manos y las rodillas para seguirle, deslizó las manos por su vientre y se dirigió hacia sus muslos para acariciar su sexo anegado y palpitante. Blanche emitió unos deliciosos jadeos y Wolf observó como se tensaba mientras el orgasmo crecía dentro de ella, hasta explotar.
Ahí estaba, la última resistencia. La violencia de su placer lo sacudió hasta los cimientos, la energía acumulada en su centro descendió como una avalancha por su columna y no pudo detenerla, la fuerza de un potente orgasmo lo arrolló y el corazón le retumbó en la cabeza dejándolo aturdido. Tembló por entero, sintiendo que sus músculos se rompían como una cuerda demasiado tensa. Sacudido por un millón de calambres emitió un furioso rugido mientras el placer lo sacudía como un barco en mitad de una tormenta en alta mar. Se derramó sin control, a borbotones, su miembro palpitando como si fuera a estallar y ella absorbió toda esa energía hasta dejarlo completamente seco.
Se derrumbó sobre el cuerpo de la mujer, moviéndose de forma incontrolada con los espasmos del placer recorriendo sus músculos, cubriéndola con su cuerpo. Blanche se aferró a la cama como si se fuera a caer de ella y hundió la cara entre las sábanas, respirando profundas bocanadas de aire, exhausta, con la piel ardiendo. Wolf tardó un buen rato en recordar cómo era eso de respirar y abrió los ojos, sintiendo las nerviosas palpitaciones de Blanche en la piel. Estaba aplastando su frágil y tierno cuerpo con su peso; ella gemía y se retorcía, frotándose sobre su piel empapada de sudor, moviendo las caderas para sentirle dentro. Se removió con un gruñido, deslizando la boca por su cuello salado, acalorado y palpitante, y buscó su boca para introducirse en ella con un beso que provocó una nueva oleada de intensos latidos en el sexo femenino. Viendo que aquello le gustaba inundó su boca con besos profundos y provocativos, moviendo la lengua hasta escucharla jadear de asombro. Succionó sus labios, llenándolos de sangre y los mordisqueó con fuerza, notando que ella empezaba a temblar.
—Señor Wolf… —susurró.
—Silencio —gruñó él.
Abandonó su interior y se apartó de ella con brusquedad. Blanche se dio la vuelta pero se cubrió con los brazos con la sombra de la duda en sus ojos. Él sonrió de medio lado mientras se levantaba de la cama, con las rodillas temblando por el esfuerzo. Casi se tropezó con sus propios pies cuando caminó hacia el mueble sobre el que habían follado antes de pasar a la cama a jugar. Blanche lo había agotado de un modo que no era capaz de concebir, ninguna hembra con la que se había apareado en el pasado lo había dejado tan exhausto.
Sintió la mirada femenina recorrerle el cuerpo de arriba abajo y un escalofrío bajó por su espinazo, concentrándose de nuevo entre sus piernas. Se volvió hacia ella, de frente, y Blanche apartó rápidamente la mirada, buscando ponerla en algún sitio seguro. Sin embargo, no pudo resistirlo durante mucho tiempo, y contempló a Wolf con asombro, fascinación e incredulidad. Orgulloso, él giró todo el cuerpo y alzó la barbilla con arrogancia, permitiendo a la mujer contemplar su cuerpo esculpido por la naturaleza. A Blanche le tembló el labio inferior y se pasó la lengua por la boca, sin dejar de pestañear de forma frenética, devorándolo con la mirada.
—Ven aquí.
Le tendió la mano. Ella sacudió la cabeza, como si acabara de despertar de una fantasía, y miró su mano. Con cautela, se movió sobre las sábanas y aceptó la mano de Wolf. El contacto envió una nueva oleada de calor a su cuerpo, tuvo que hacer un gran esfuerzo por calmar sus emociones y tiró de ella hasta bajarla de la cama. Se le doblaron las rodillas. Wolf la enlazó por la cintura y la apretó contra su cuerpo, Blanche se frotó la cara y emitió una risita nerviosa que puso a Wolf enfermo de necesidad. Se aproximó a una de las paredes transparentes y Blanche lo siguió, aunque enseguida notó su vacilación cuando dudó a la hora de acercarse al grueso vidrio de las ventanas. Él colocó la mano libre en el hueco de la espalda femenina y la empujó con suavidad hacia los cristales.
—No te pueden ver. A menos, ya sabes, que yo lo haga posible.
Blanche lo miró un segundo antes de acercarse a la pared y contemplar la ciudad que se extendía ante ellos. Wolf no perdió el tiempo, se colocó detrás de ella y apoyó las manos en la ventana, encerrando el cuerpo de la mujer entre sus brazos. Ella colocó las manos junto a las de Wolf y le miró por encima del hombro.
—¿Quieres que te folle otra vez? —preguntó él con brusquedad.
Ella movió la cabeza, afirmando, y le dio un topetazo con las nalgas, tentándolo.
—Quiero —suplicó.
Wolf emitió un gruñido, la cogió por las caderas con fuerza y le separó los muslos metiendo la rodilla entre las de Blanche. Cuando la penetró, ella se tensó de un modo fascinante, levantándo los talones del suelo hasta quedar de puntillas. El fuego consumió a Wolf en cuestión de segundos, la hoguera que rugía en el interior de la mujer lo sedujo con el embrujo de sus llamas y su parte racional se marchó lejos de allí, a algún lugar recóndito de su mente, mientras su bestia tomaba la iniciativa para penetrarla con insaciable voracidad. Ella se entregó por completo, gimiendo, gritando y jadeando, empañando el vidrio con su aliento y con el calor que manaba de su cuerpo.
Ya imaginaba que tener sexo con ella sería increíble, pero no estaba preparado para que lo fuera tanto. Intenso, brutal, agotador. Un éxtasis violento, crudo y enloquecedor. Blanche resbalaba por el vidrio con el cuerpo cubierto de sudor, arañaba el cristal y gemía con tanta pasión que escucharla lo ponía enfermo y le llenaba la sangre de energía, convirtiendo su cuerpo en una máquina fuera de control. Las dos veces que ella sucumbió al orgasmo, estremeciéndose y convulsionándose, estuvo a punto de hacer que se desmayara. Ella absorbía su placer con una voracidad sin límites y él apenas era capaz de seguir su ritmo, aunque fuese el que eastuviera moviéndose sin control, golpeándola con sus caderas y frotando su miembro en las profundidades de sus entrañas.
Llegó al clímax con otro aullido, vaciándose con tanta fuerza que se desbordó y sintió cómo su semen resbalaba por los muslos de la mujer. Ella emitió un chillido y se derrumbó sobre el vidrio. Ciego, el señor Wolf apoyó la cabeza en la espalda de Blanche luchando por respirar y las piernas de ambos fallaron, haciendo que sus cuerpos resbalaran por la superficie de la ventana con un chirriante sonido.
Una vez allí, Blanche no perdió un segundo, se dio la vuelta y montó sobre su cuerpo, deslizándose por su dolorido miembro. Wolf estaba tan aturdido que no fue capaz de detenerla, ella lo absorbió por completo, cuando fue consciente de lo que sucedía la mujer lo ahogó con un sugestivo movimiento de caderas que lo volvió loco. Absorto en la contemplación de aquella salvaje entrega, se ahogó en el fuego que desprendía su amante y su propio mundo se puso del revés.
Blanche presentó batalla y él acabó reducido a una masa temblorosa de dulce agonía. El placer lo estranguló hasta cortarle la respiración, el corazón casi le estalló en el pecho y los orgasmos que sacudían el cuerpo de Blanche provocaban que el roce de sus cuerpos fuese todavía más doloroso. Apenas podía contenerse, apenas era capaz de controlar sus instintos, pero se perdió en el cuerpo de la mujer, en la pasión que manaba de ella y lo empapaba como lluvia densa. La empujó para ganar la posición superior, Wolf clavó los dedos en las tensas carnes de Blanche, en sus voluptuosos y vibrantes muslos que se estremecían cuando el clímax la recorrían, y la penetró como un poseso; ella le arañó el pecho, deliciosos zarpazos que le escocieron y le levantaron la piel. Su espíritu depredador pugnaba por salir y a duras penas podía amarrarlo. Pronto entendió que ella no era fuego sino una tempestad, un huracán, una galerna, y que lo iba a arrasar todo a su paso. Ya se sentía con los pulmones llenos de agua, ¿qué sería lo siguiente?
Notó que ella empezaba a perder fuerza y, exhausta, se desmayaba sobre la alfombra como si un rayo la hubiera fulminado tras el orgasmo. Wolf jadeó y se derrumbó junto a ella, con la cabeza dando vueltas y el cuerpo agarrotado, recorrido por mil calambres, sin dejar de preguntarse de cuanta energía le había absorbido para usarla contra él. Cerró los ojos para calmar las emociones que le bullían bajo la piel y, sin darse cuenta, se quedó dormido junto al cuerpo caliente de su amante.
Despertó poco tiempo después, cuando sintió que su miembro rugía y se tensaba. Al abrir los ojos descubrió a Blanche entre sus piernas dándose un festín con su sexo. En cuanto sus labios se posaron sobre su palpitante erección, la habitación empezó a dar vueltas. Conmocionado, observó y sintió cómo ella lo introducía en su boca hasta tocar los músculos de su garganta. Preguntándose aún si estaba metido en alguna fantasía húmeda, colocó las manos sobre la cabeza femenina y ella, como si tuviera la mente en otra parte, comenzó a lamer y a succionar como si él fuese un simple helado de chocolate. Se puso tan tenso que su bestia rugió en su interior y sus colmillos comenzaron a afilarse, igual que sus manos comenzaron a deformarse y crecer. Blanche estaba tan concentrada en su labor que no se percató de lo que su boca estaba provocando a Wolf, pero él no iba a permitir que ni ella ni su bestia llevaran la iniciativa.
La agarró por el cabello y la apartó.
—No te he dado permiso para hacer eso… —gruñó.
Un fulgor rabioso cruzó las facciones de Blanche, que lo agarró de los brazos para clavarle las uñas en los bíceps. Él siseó.
—Quería tocarte —se justificó ella.
—No me has pedido permiso, querida.
La lanzó de bruces sobre el colchón y cubrió su cuerpo colocándose a horcajadas sobre sus piernas. Blanche se revolvió, Wolf agarró sus muñecas y las inmovilizó en la base de su espalda.
—¿Qué haces? —murmuró ella, percibiendo lo indefensa que se encontraba en aquella postura.
—Tomar el control. Has estado a punto de ganarme en mi propio juego, Blanche. No puedo permitirlo.
Alargó la mano para arrancar un pedazo de sábana. El sonido de la tela rasgándose le erizó los nervios y en Blanche también provocó un estremecimiento. Envolvió sus muñecas con un lazo y giró otra vez su cuerpo para ponerla boca arriba, recreándose en la expresión que cruzaba su cara, una mezcla de lujuria y precaución.
—Confía en mí, querida Blanche. Lo de antes solo era un calentamiento. Relájate.
La estiró sobre la cama, pero ella no parecía dispuesta a obedecer así cómo así. Arrancando otro pedazo de sábana, le ató los tobillos y se situó de rodillas junto a su cabeza. Sujetándola por el pelo la acercó a su boca para besarla en profundidad, notando cómo se calmaba y aprovechó para acariciarle los sensibles senos, pellizcando con dureza sus pezones hasta que la escuchó chillar.
—Señor Wolf…
—Abre la boca…
Se apartó de sus labios calientes y la dirigió hacia su sexo necesitado de atención femenina. En cuanto ella lo acarició con la lengua, Wolf echó la cabeza hacia atrás, reprimió un aullido para, en su lugar, gemir con fuerza.
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