La lujuria del señor Wolf (cap. 8)


Blanche estaba hundida hasta el cuello en un espeso océano de lujuria. Era como nadar en una charca de miel; pegajosa, densa, caliente. Clavó las uñas en la superficie del mueble y ahogó un jadeo cuando todos sus sentidos se avivaron de golpe. La lengua de Wolf rozó su clítoris y Blanche sintió una contracción en el vientre al percibir cada matiz que recordaba de ella. Rugosa. Húmeda. Abrasadora. Dura. Ningún hombre había estimulado sus partes femeninas con la lengua. No de esa manera, como si besara su boca, como si su sexo pudiera devolverle los movimientos. ¿Podía? Se golpeó mentalmente para frenar los derroteros de su mente, estaba delirando y lo sabía.

El señor Wolf la tocó con la punta de la lengua, leves contactos que electrificaron su cuerpo y la obligaron a ser cada vez más consciente de su cuerpo y su propia sensibilidad. Poniendo la palma de la mano sobre su pubis, como si recogiera una fruta de la rama de un árbol, el señor Wolf la aproximó a su boca para cubrir su sexo con los labios. Blanche se sintió como un melocotón demasiado maduro, con la carne blanda y jugosa, cuando sus propias mieles resbalaron por los labios ardientes del hombre. Se estremeció. Él la saboreó de esa manera, como una fruta demasiado tierna, mordisqueando sus labios inflamados. Ella apretó los puños, la estimulación se arremolinaba en torno a su clítoris, que empezaba a latir repleto de anhelo, necesitado de atenciones más urgentes. Wolf se alejó de aquel punto para acariciar los tensos músculos de su entrada, moviendo la lengua para introducirla un poco hacia dentro. Ella se derritió y se tumbó sobre el mueble, notando como su propio sudor empapaba la madera hasta el punto de resbalar por ella. Se aferró con las uñas a la superficie y empezó a jadear más fuerte, más deprisa, con el corazón golpeándole en las sienes.

El señor Wolf emitió otro de aquellos rugidos que surgían desde el fondo de su garganta, provocándole estremecimientos en todas partes.

—Grita. No es momento de contenerse. Quiero que grites —exigió dándole un azote en la nalga.

Blanche soltó de golpe una bocanada de aire que no sabía que contenía y gimió demasiado fuerte. Humillada, cerró los ojos. Cuando el hombre apretó su monte de Venus con los dedos, acompañando el movimiento con un tirón al vello que lo cubría, las piernas le temblaron y los músculos de la parte interior de sus muslos sufrieron un tirón hasta las rodillas. Wolf deslizó la otra mano por su espalda siguiendo la línea del espinazo, empapándose con el sudor que le cubría la piel, y la dirigió al centro de su cuerpo, hacia su sexo.

Se puso a temblar. Otra vez. ¿Qué clase de hombre era Wolf? ¿Qué clase de sexo era este? Blanche había tenido unos pocos amantes con los que se había divertido pero esto…

—Grita —masculló Wolf, azotándola otra vez. Dejó caer la palma sobre su nalga, haciendo vibrar toda su carne.

Blanche apretó los labios. No quería gritar. Gritar sería demostrar que estaba complacida. Lo estaba, pero le daba miedo reconocerlo. El señor Wolf emitió un suspiro y con el pulgar estiró su carne hasta dejar expuesto el clítoris anhelante. Ella se puso tensa al sentirse más vulnerable que antes.

—Vas a gritar —murmuró con su aliento rozándole el sexo empapado.

Se acercó para cubrir su clítoris con los labios y empezó a succionarlo con tanta fuerza que Blanche gritó. Se retiró en cuanto ella se puso tensa, dando suaves lametazos al vulnerable brote, sin que la intensidad del placer bajara ni un grado.

¿Cómo podía una mujer pensar en mitad del rugiente deseo que la consumía? ¿Por qué querría una mujer pensar mientras un hombre la empujaba hacia el éxtasis? Porque no era lícito. No era lo correcto. Se estaba dejando llevar con un hombre que no era su marido, ¿en qué situación la ponía eso?

El señor Wolf cortó su línea de pensamiento penetrándola con dos dedos, aumentando de forma exponencial la velocidad de las caricias. El placer comenzó a acumularse en su vientre hasta niveles insoportables y dejó escapar otro grito de angustia. Entonces, el hombre volvió a exponer su clítoris con un diestro tirón y comenzó a chuparlo con lujuria.

Blanche sacudió la cabeza, aterrorizada. No era desenfreno lo que sentía, ni siquiera se parecía a la pasión desatada; era hambre, sed, anhelo. Era algo a lo que no le podía poner nombre. Dolía. Y a la vez, era placentero. Apoyó las manos sobre el mueble y despegó el torso de la superficie para poder respirar, su propio peso la asfixiaba, necesitaba aire para mantenerse bajo control. Al levantar la cabeza vio su reflejo en el espejo con los ojos empañados por la lubricidad del momento.

Brillaba, rebosando lujuria. El sudor le empapaba la cara, el cuello y los pechos, que vibraban con los temblores de su cuerpo. Empezó a ser consciente de cuanto la rodeaba, la ciudad que los envolvía mientras ellos eran invisibles, la cálida temperatura de la habitación, el aroma del bosque y de la madera. El sonido de Wolf cuando gruñía y succionaba, el rítmico estruendo de su corazón en la cabeza. La sangre caliente bullía bajo su piel. Blanche alzó la cabeza para mirar al techo, notando como la energía acumulada entre sus piernas subía por su vientre, formaba una bola en su pecho hasta endurecerle los pezones y ascendía por su garganta hasta obligarla a dejar salir todo lo que reprimía.

Se estremeció con un largo gemido y se liberó. Sintió cómo la energía de Wolf subía entre sus piernas y dominaba todo su cuerpo hasta enraizarse en su cerebro. Todos sus músculos se tensaron hasta marcarse contra su piel, con un gruñido primitivo liberó toda su frustración y sus miedos y apretó los dientes, furiosa consigo misma cuando un sentimiento de melancolía la inundó.

No había necesidad de poner freno a sus instintos. Estaba perdiendo el tiempo intentando mantener en calma sus emociones. El señor Wolf tenía razón, no tenía ningún sentido acallar los gritos ni reprimir sus impulsos. Blanche siempre había anhelado ser amada con pasión.

Quizá no estaba siendo amada, pero el hombre que había entre sus piernas las estaba volviendo loca. ¿Follaría cómo se lo imaginaba, sin ataduras ni contención? ¿La penetraría durante horas hasta que se le entumecieran los músculos? ¿Sentiría dolor cada vez que intentara sentarse?
Estaba deseando comprobarlo.

Con un gruñido, el señor Wolf apartó la boca de dónde la tenía, cogió a Blanche por la cintura y la separó del mueble para hacerla girar. Blanche, aturdida y temblando sin control, miró hacia abajó, dónde Wolf, arrodillado y desnudo, la miraba como un lobo hambriento. Sus ojos dorados refulgían en mitad de la habitación como dos brasas en una profunda oscuridad y sintió que la vergüenza se derramaba entre sus muslos hasta desaparecer por completo.


—Libera tu naturaleza —dijo él sacando la lengua para lamer su vientre sin dejar de mirarla a la cara—. Déjame escucharla.

Hundió la cabeza entre sus muslos como si se hubiera zambullido en el mar. Blanche se recostó contra el mueble y separó las piernas para que él llegara dónde ningún hombre había llegado. Él la sujetó por las caderas para atraerla hacia su boca y comenzó a devorarla con una lujuria que no era de este mundo. Blanche empezó a gritar con la cordura hecha pedazos, sintiendo que todo su cuerpo se ponía enfermo, la fiebre subía, el sudor bañaba su frente y su cuello y su mirada daba vueltas por toda la habitación. Mirase dónde mirase solo veía edificios con sus miles de luces, pequeños puntos que se mezclaban en su cerebro formando un caledoscopio en blanco y negro.

Escuchó los gruñidos de Wolf, vibraban entre sus piernas y la piel interior de sus muslos escocía por la barba áspera que cubría las mejillas masculinas. El momento no podía ser más perfecto ni más decadente, llevó las manos al cabello del hombre y metió los dedos entre sus mechones. Llevaba deseando hacer eso mucho tiempo, tanto que Blanche pensó que habían sido años los que había anhelado sujetar a un hombre entre sus piernas para que este le diera placer. El tacto le subió por los brazos erizándole toda la piel hasta desembocar en una punzada de deseo en su vientre. Sus pchos palpitaron nerviosos y sus pezones se pusieron tan tirantes que anheló frotárselos para aliviar el dolor.

Pero el tacto de Wolf era más necesario que todo eso. Tocar sus gruesos mechones, tirar de su fuerte cabellera, sentir el sudor que empapaba su pelo era un asunto de vida o muerte.

Lo atrajo hacia ella. Él metió el cuerpo entre sus piernas, empujando con los hombros para separar los muslos un poco más y lamió, mordió y besó su sexo sin soltarle las caderas. La fricción de su lengua y su barba la enervó pero no era suficiente, quería más, mucho más. Ansiosa, deslizó las manos por su cuello notando lo duro que estaban sus músculos y apreció el sudor que también bañaba la piel masculina. Ella siempre se había considerado una persona sensata sin embargo en ese momento no podía encontrar ninguna razón para detener lo que estaba haciendo. Quería seguir sintiendo, descubrir hacia dónde la conduciría la siguiente caricia del señor Wolf, comprobar si sería capaz de seguir su ritmo y sucumbir a la indecencia.

Siseó de gusto cuando se empapó los dedos con su transpiración, era tal la urgencia que tenía por seguir sintiendo que le arañó la piel dejando ocho surcos en su pescuezo. Wolf emitió un gruñido tan ronco como el de una fiera, agarró las manos de Blanche y entrelazó sus dedos con los de ella. Privada del apoyo, se encontró flotando sobre la boca del hombre y un aluvión de sensación la atrapó. Él mordió su clítoris con los labios y con los dientes y comenzó a succionar, esta vez en serio. Lo de antes solo habían sido leves chupadas, ahora tiraba con tanta fuerza que sentía unas corrientes concentrarse en aquel sensible lugar para derramarse en la boca del señor Wolf.

Sin apoyo y totalmente entregada al momento, explotó en un orgasmo que sacudió su cuerpo de pies a cabeza y puso su mundo del revés. Wolf bebió de ella sin medida, los muslos de Blanche empezaron a temblar y se le doblaron las rodillas. El hombre la sostuvo con las manos sin dejar de gruñir y morder, y se apartó al final, con la boca húmeda y una arrogante sonrisa en la cara.

Se puso en pie muy despacio. Blanche luchó por respirar. A medida que la poderosa figura se alzaba ante ella, la habitación se fue haciendo más pequeña y la presencia masculina la envolvió hasta robarle el poco aire que le quedaba.

—Exquisita —dijo limpiándose, deliberadamente, la boca con el dorso de la mano.

Antes de que ella pudiera tomar conciencia de que acababa de correrse sobre la boca de un hombre, él la subió al mueble y levantó sus piernas hasta colocárselas sobre los hombros. La sujetó por la nuca con una mano mientras con la otra trazaba una lujuriosa caricia por sus pliegues. El roce la dejó ciega y gritó cuando él empezó a masturbarla de un modo demencial. Apenas se había recuperado de lo que acababa de pasar cuando él volvió a empujarla contra un nuevo precipicio.

—¡Mira! No pierdas detalle —la instó, obligándola a mirar hacia abajo, hacia el lugar que él estimulaba.

Blanche lo hizo, clavó los ojos en la abertura que formaban sus muslos, allí dónde estaba su sexo. La mano de él se movía frenética y podía sentir el resultado en sus propias carnes, las réplicas en su propio vientre. Demencial. Wolf apartó la mano y le mostró sus dedos empapados, que se llevó a la boca para chuparlos ante la aturdida mirada de ella.

—¿Alguna vez habías hecho algo así? —preguntó acercándose hasta posar la frente sobre la de ella.

—Nunca.

—Observa bien, Blanche...

El tono con el que pronunciaba su nombre le provocó una sacudida en las entrañas. Wolf movió su mano sobre su propia erección y la mostró en todo su esplendor. Ella contuvo el aliento y empezó a temblar, impresionada por la masculinidad que desprendía. Todo en él era lujuria y virilidad mezclada para dibujar el tapiz perfecto. Wolf apretó su rígido sexo con un puño y Blanche pudo observar la gruesa corona hinchada y brillante, de la que brotó miel de color pálido. Se lamió los labios, hambrienta. Quería meterse su pene en la boca. No, ella nunca había deseado hacer una cosa así, le parecía sucio, incómodo. En cambio ahora le resultaba erótico y la curiosidad borró cualquier rastro de vergüenza. El señor Wolf se acercó a ella y dirigió aquella erección hacia el ángulo que formaban sus piernas. En cuanto su glande entró en contacto con su clítoris, vio estrellas detrás de los ojos. Se agarró a sus brazos temiendo caer y él acarició todo su sexo con la punta palpitante y ardiente.

—Oh, Dios... —gimió al final.

—Libérate, Blanche. Y mira. No dejes de mirar. Tienes que verlo todo.

Sujetándola por el pelo le inclinó la cabeza hacia abajo para que mirase hacia dónde sus sexos se encontraban. Su gruesa erección se situó en perpendicular y Blanche contuvo el aliento al observar cómo aquello desaparecía dentro de ella. Abrió los ojos, al mismo tiempo que dejaba de verlo, sentía cómo se deslizaba dentro de ella, cediendo su carne, notando como su grosor tiraba de sus músculos, abriéndola. Empezó a temblar, con la cabeza dando vueltas y soltó un gemido grave.

Wolf se introdujo en ella de una sola vez. Soltándola, apoyó las manos en el espejo, detrás de la cabeza de Blanche, y empezó a embestir contra ella, contra el mueble, tan fuerte que acabó levantándola en el aire. Ella movió las manos buscando algún tipo de apoyo, primero probó sosteniéndose encima del mueble pero pronto se dio cuenta de que no era suficiente, de que Wolf estaba demasiado lejos de su cuerpo y el roce no era suficiente. Así que, doblada en dos como estaba, le rodeó el cuello con los brazos y se arqueó contra él. Así, abierta y en una postura indigna en mujeres decentes, sucumbió al desenfreno.

Nunca se había sentido tan flexible como ahora. La forma en que su cuerpo se retorcía le recordaban a las duras sesiones de baile, cuando sus músculos empezaban a tensarse hasta el punto de la fatiga muscular. Empezó a moverse con Wolf, buscando el roce perfecto, apretando las manos, y los tobillos, en torno a su cuerpo. Él se inclinó aún más hacia delante con la boca abierta y ella lo acogió en su boca para besarlo con desesperación. Mientras él embestía como una fiera, Blanche lo atrajo hacia ella agarrándose a sus hombros, clavándole las uñas en la piel, notando lo duros músculos de todo su cuerpo cuando chocaba contra ella. Los movimientos del hombre aceleraron hasta un ritmo demente, el estruendoso sonido de sus cuerpos estrellándose al final del movimiento la volvió loca. Gritó fuera de control y él respondió con gruñidos primarios, brutales, imbuido por el frenesí de aquel acto carnal y desmedido.

Blanche tuvo un orgasmo que le paralizó todo el cuerpo, no estaba preparada para algo así. Abrió los ojos nublados, movió la boca buscando aire, Wolf se abalanzó sobre ella subiendo encima de la cajonera, en una postura aún mucho más inmoral que la anterior, para penetrarla con mayor intensidad. Blanche lo encontró delicioso, decadente, hermoso a la par que humillante. Aquel era el desenfreno que ansiaba y quería saciarse de él de todas las formas posibles. Aún con la cabeza dando vueltas, miró al señor Wolf a la cara y éste le devolvió la mirada con los ojos dorados brillando como oro caliente. No era una mirada humana, era puro instinto, había algo animal en las facciones del hombre. Una bestia desatada que no se detenía ante nada.

Sus cuerpos brillantes y resbaladizos se agitaron durante una eternidad hasta un punto en el que Blanche llegó a perder sensibilidad.

—Wolf... -sollozó, sin poder refrenarse un poco. Él detuvo sus movimientos embistiéndola con un golpe de sus caderas que la hizo chillar.

—Señor Wolf para ti —masculló.

—Señor Wolf... —repitió ella con un gemido.

Wolf pasó los brazos por detrás de sus rodillas, la cogió por las nalgas y levantó en vilo. Ella se colgó de su musculoso cuerpo con brazos y piernas y, de forma involuntaria, comenzó sobre su erección. Él soltó una carcajada de éxtasis y se dio la vuelta para caminar por la habitación, impulsando el cuerpo de Blanche para seguir fornicando como un demente. Ella acompaño su risa con gemidos y jadeos que no reconocía como suyos, perdida en aquel paroxismo de lujuria. No quería parar. Wolf dio varios pasos con dificultad, Blanche descubrió a la mujer traviesa que había en su interior y lo provocó con sugerentes movimientos de sus caderas. Él esbozó una siniestra sonrisa y se dejó caer sobre la cama, cayendo sobre Blanche. Ella aterrizó desmadejada y durante un instante sus cuerpo se separaron. Wolf la sujetó por los tobillos y la acercó a su cuerpo, abriéndole las piernas, comenzó a penetrarla sin medida, aullando sin control. Ella se sujetó a las sábanas y lo alentó impulsándose hacia él.

—Más —pidió con la voz ronca—. Más fuerte… Dios, no pares…

—¿Así? ¿Lo quieres así?

Ella asintió sin ser consciente de hacerlo. Solo quería ese roce, aquel que dibujaba estrellas detrás de sus párpados, el lugar exacto que él golpeaba en su interior y provocaba que su vientre rugiera de éxtasis. Su cuerpo reclamó otro nuevo orgasmo y se arqueó para aullar, echando la cabeza hacia atrás, descubriendo que después de aquello, ya no sería la misma mujer de antes.

Continuará...



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1 intimidades:

  1. Anónimo9:49

    Cada día te superas más me ha encantado, esperando con ansías el siguiente capítulo😍😘

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