Lily, vestida con una gabardina blanca, medias de rejilla y tacones rojos, se mostró inquieta cuando se detuvieron al otro lado de la calle. Gus, un chico muy alto con aspecto de púgil al que le quedaba estrecho el traje, le apretó la mano. Él no tenía dudas sobre lo que quería hacer y las razones por las cuales estaban allí, pero notaba la inseguridad que ella emanaba y no podía mostrarse inseguro también.
—Pero... ¿nos dejarán entrar? —preguntó ella en un susurro.
—Somos mayores de edad, Lily.
—Ya lo sé, pero es que... —se mordisqueó el labio inferior, pintado con un exagerado carmín granate que parecía excesivo para su corta edad. A Gus le encantaba ese color y le encantaban los labios de Lily, así que le dio un tirón para que dejara de mordérselo.
—Confía en mi, ¿vale?
—Vale —accedió ella.
Lily acababa de cumplir los dieciocho y él tenía diecinueve y legalmente aquel local no permitía la entrada a menores de veintiuno. Pero Gus confiaba en que el señor Crawford hubiera organizado todo para que les permitieran la entrada en El Club a pesar de no tener la mínima edad permitida. Cogidos de la mano, se encaminaron hacia la entrada por la que solo podían acceder con un pase VIP especial y que tenían en su poder muy pocas personas. En cuanto Gus cumplió los dieciocho se hizo una con todo el dinero ahorrado que tenía. No era mucho lo que costaba, pero antes que gastárselo en invitar a salir a Lily a lugares dónde los conocía todo el mundo, prefería tener un paraíso privado en el que estar juntos sin que nadie les reprochara nada. El guardia de seguridad que había en la puerta era mucho más alto y más ancho que Gus, algo inusual porque el muchacho ya sobrepasaba la media. A su lado Lily era larga y esbelta a pesar de tener las caderas y los muslos anchos, rasgo que se acentuaba con la elección de su gabardina bien atada a la cintura. Por debajo se le veían las voluptuosas piernas cubiertas por el exquisito enrejado de seda que Gus le había comprado para aquella ocasión. Se detuvieron delante del hombretón trajeado, Lily escondiéndose por detrás de Gus mientras él le mostraba la tarjeta.
—Buenas noches —saludó el chico mostrándose lo más natural posible.
—Es la primera vez que venís, ¿verdad? —preguntó el otro mirando por encima del hombro de Gus para mirar detenidamente a Lily. Ella tragó saliva dejando escapar un quedo gemido y Gus hinchó el pecho, irguiéndose delante del segurata marcando todas las costuras de la chaqueta como advertencia para que dejara de mirarla.
—Sí, es nuestra primera vez —convino con calma.
El tipo los estudió unos segundos más y luego les cedió el paso al interior. Otra vez de la mano atravesaron el estrecho pasillo cubierto de cortinas rojas. Olía a vainilla y a rosas. Las luces eran tenues y podía escucharse el hilo musical muy de fondo, cuando llegaron al final pasaron a través de un arco que precedía a un guardarropa y finalmente, a la sala común del club. Gus había estado allí dos veces con anterioridad acompañando al señor Crawford, solo para saber cómo sería el lugar en el que pasaría la mayor parte del tiempo con Lily, por lo que no le sorprendió casi nada de lo que allí encontró. Pero era bastante probable que ella, que nunca había ido a un club como este, pudiera quedar tan impresionada como para salir corriendo. Gus rodeó la cintura de la chica para atraerla a su cuerpo y dejó que el sobrecargado y caluroso ambiente empapara los sentidos de Lily.
La decoración era predominantemente roja y dorada. Las mesas eran de madera barnizada, los sillones de terciopelo rojo y negro, las sillas de pino tapizadas en el mismo color, los apliques de luz eran dorados y plateados y los espejos repartidos por todo el local estaban enmarcados con madera pintada en oro oscuro. La luz estaba a un nivel muy bajo y la música suave permitía tener una conversación sin levantar la voz. Habían llegado más tarde de lo habitual por lo que en la sala quedaba poca gente y una de las funciones de la noche comenzaba sobre la plataforma situada en el centro de la sala.
—Ven, vamos a ver el espectáculo —comentó Gus sentándose en un sillón cerca del escenario—. Seguro que te gusta.
—¿Qué van a hacer? ¿Van a cantar? —preguntó ella. Él sonrió con afecto.
—No, no van a cantar. ¿Recuerdas todo lo que te he dicho sobre este lugar? ¿Te acuerdas de todo lo que te he contado?
Lily tragó saliva, recordando los relatos que Gus le había contado sobre el club mientras la convencía para asistir. Eran historias fascinantes, apasionadas, sobre gente que hacía cosas tan intensas como ellos hacían pero a un nivel mucho más profundo. Esos juegos a los que ellos jugaban aquí tenían una mayor trascendencia. Lily se acomodó en el sillón junto a Gus y apoyó la cabeza en su hombro, observando como una solitaria silla sobre el escenario recibía toda la atención de los focos. Un hombre apareció por detrás de la silla, llevando del brazo a una chica vestida con una túnica blanca casi transparente y llevaba una venda cubriéndole los ojos. El hombre la situó a su lado y luego se quitó la chaqueta con un gesto elegante, colocándola en el respaldo. Después se desabrochó los botones de los puños y se arremangó la camisa hasta los codos muy despacio. Por último, deshizo el nudo de la corbata y con ella, ató las muñecas de la chica a la espalda. Lily se removió inquieta, sospechando lo que iba a suceder.
—Lily —dijo entonces Gus poniendo una mano sobre su rodilla—. Quítate el abrigo, por favor.
—¿Aquí? —murmuró ella.
—Sí, aquí.
Lily fue soltando uno por uno los botones de la gabardina con manos temblorosas. Había elegido su atuendo siguiendo las indicaciones de Gus y esperaba haber cumplido con todo y que fuera de su agrado. Un poco turbada por lo atrevido de su indumentaria, colocó el abrigo a su lado y miró al muchacho con algo de vergüenza. Lo vio tragar saliva y recorrer todo su cuerpo con la mirada, apreciando cada curva. Llevaba un apretadísimo corpiño de charol de un rojo intenso y sus pechos parecían a punto de saltar por encima del borde de encaje, como si no pudieran contener su cuerpo. Sus muslos iban cubiertos por unas medias de rejilla y sujetas con unas ligas que apretaban la carne de sus voluptuosas piernas. También llevaba unas braguitas de encaje negro que dibujaban flores sobre su monte de Venus. Gus dejó de mirarla y centró la vista en el escenario, la imagen de su novia con aquella ropa acababa de provocar un colapso de tal magnitud que necesitaba recuperar la cordura. Escuchó el crujido del charol cuando ella se removió inquieta y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no volver a mirarla.
—¿No te gusta? —susurró Lily muy preocupada
—Es perfecto —aclaró Gus con la voz estrangulada—. Mira.
Señaló la función y Lily miró hacia allí. El hombre se había sentado sobre la silla y colocado a la muchacha sobre sus rodillas, mostrando a la audiencia su tierno y curvo trasero. La sujetaba por la cintura rodeándola con un brazo y mantenía sus muslos separados. Lily ahogó un gemido cuando la mano del hombre descargó una palmada sobre una de las indefensas nalgas femeninas, cuya piel se cubrió de un intenso rojo manzana. Y a esa palmada le siguieron otras, marcadas con el ritmo de una música que sonaba de fondo. La chica se agitaba con cada golpe y dejaba escapar un gritito, pero cuanto más se movía, más fuerte la sujetaba el hombre. Lily empezó a sudar y el corpiño comenzó a apretarle tan fuerte que casi no podía respirar. Después de lo que pareció una eternidad, el hombre dejó de azotar a la muchacha, cuyas nalgas estaban rojas como tomates. El rubor se extendía por la parte baja de sus muslos y Lily sintió como una incómoda humedad crecía entre las piernas, anhelando estar en el lugar de la chica. A su lado, Gus no la miraba, tenía la vista clavada en el escenario y sintió un pinchazo en el corazón, angustiada por que prestase más atención a la función que a ella, que estaba medio desnuda en mitad de un montón de desconocidos.
Pero la función seguía y para culminar aquella representación el hombre sacó algo del bolsillo y lo mostró a la audiencia. Era un objeto pequeño, ovalado como un huevo, cuya punta redondeada comenzó a frotar por todo el sexo femenino. Lily se llevó las manos al vientre y apretó, excitándose ante aquella visión. La muchacha se estremecía de placer en violentas convulsiones, pero el hombre la complació con lentitud e incluso llegó a introducirlo en su sexo. Varias veces. Lily no podía dejar de mirar y casi había olvidado el dolor que le causaba que Gus la ignorase. Tras una intensa estimulación, el acto final resultó aún más tenso cuando el hombre comenzó a acariciar la entrada trasera con lánguidos círculos hasta que finalmente, penetró sin resistencia y dejó encajado allí aquel objeto. En su base llevaba una gema, una especie de brillante rubí lleno de matices, un adorno exquisito para su trasero que hacía juego con el color de sus nalgas.
La gente aplaudió y Lily salió del trance. Miró a Gus, que presentaba un aspecto agitado. Puso una mano sobre el muslo del muchacho y este se volvió para mirarla con tanta intensidad que le abrasó el cuerpo.
—¿Vas a hacerme eso? —preguntó ella con un hilo de voz.
—¿Quieres que lo haga? —dijo él con la voz ronca—. Dímelo en voz alta.
—Sí —contestó ella sin dudar.
Gus se levantó impulsado por un resorte y arrastró consigo a Lily de la mano, sacándola de la sala por un pasillo secreto hasta las habitaciones privadas. Lily casi no podía seguirle el ritmo por culpa de los tacones y el temblor que recorría su cuerpo de pies a cabeza. Gus estaba tenso, podía notarlo en la forma en que se le marcaba el traje sobre los músculos de los brazos y el pecho, parecía a punto de romper todas las costuras. Se detuvo frente a una puerta, abrió con una llave y entró tan rápido que Lily casi se queda fuera. Luego cerró el pestillo con dos vueltas y encendió la luz.
Estaban en una habitación pequeña pero amueblada con cosas de lo más variopintas. Había una cama con cabecero de hierro forjado, un biombo también de hierro, un arcón de madera, una mesa, una silla, un sillón, un escabel y un par de muebles que escapaban a la comprensión de Lily porque no pintaban nada allí.
—¿Gus...? —gimió ella temblorosa. Pero se quedó muda de impresión cuando le miró, el pecho hinchado y la mirada ensombrecida, y una prominente erección en los pantalones. A Lily se le aflojaron las piernas y tuvo que agarrarse a algo para no caerse al suelo.
—No hables, Lily —masculló Gus—. Hoy quiero hacer las cosas bien, si hablas no te garantizo que pueda controlarme. Hoy voy a hacerte el amor.
—Hoy voy a hacerte el amor, Lily —dijo al rato. Metió la mano entre sus muslos y acarició su sexo por encima de las braguitas—. Voy a estar aquí. Y aquí también —comentó frotando los dedos entre sus nalgas. Lily gimió, deseando que lo hiciera ya, lo que fuese—. Voy a empezar, ¿vale? Te voy a dejar el corsé y las medias, de momento, pero esto va fuera.
Con un violento tirón, le arrancó las bragas y ella se deshizo en un mar de excitación. Cuando Gus puso una mano sobre su trasero, la fiebre le nubló la mente, el calor estalló por todo su cuerpo y de repente se sumergió en un estado de languidez. Gracias al biombo no se vino abajo, porque de no haber estado atada habría caído de rodillas a los pies de Gus.
—Dios mío... —masculló Gus, Lily escuchó su respiración agitada y como le temblaban las manos. La vibración de su excitación se transmitía mediante el contacto de sus dedos sobre su nalga desnuda.
Un cúmulo de humedad se formó entre sus piernas y se deslizó por sus muslos cosquilleándole la piel. Se sintió avergonzada y excitada a partes iguales, pero cuando Gus recogió aquellas gotas y oyó como se chupaba los dedos, se le escapó un grito. La mordaza ahogó su ansiedad, pero provocó que Gus se exaltara y la agarrase por las caderas y al momento siguiente su sexo duro, grande y abrasador, la penetraba sin resistencia y sin ceremonias. Lily se quedó sin aire, el pulso se disparó y todo su cuerpo tembló sin control ante la inesperada invasión, ante la inmensidad de aquello que ella siempre había soñado tener algún día justo donde estaba ahora. Habían jugado muchas veces, Lily había tocado y probado a Gus de todas las maneras posibles y Gus había tocado y saboreado a Lily con igual intensidad. Pero esto era distinto, era doloroso, era intenso y era demencial.
—Lo siento, lo siento —se disculpó abrazándola por la cintura. Ella gimió de placer mordiendo el pañuelo que llevaba en la boca y agarrándose con fuerza al hierro del biombo, queriendo decirle lo mucho que le gustaba. Cuando la respiración de Lily se normalizó, Gus se acomodó y sujetándola por las caderas, empezó a entrar, hasta quedar completamente sumergido en Lily. Ella lloró cuando empezó a salir y se estremeció cuando volvió a entrar y el torrente de lágrimas fue imparable.
wow!! Sorprendente, como siempre una excelente historia. Me encanto, la intensidad de las palabras, la historia, todo me fascino!!! :).
ResponderEliminarNo cabe duda que eres genial Paty!!!
Feliz Año nuevo 2014!! y que sigas escribiendo asi, con mucho sentimiento!!