El agua le quemaba la piel cuando se colocaba debajo del chorro de la ducha. Ni siquiera el agua fría calmaba sus calambres, tenía el cuerpo tan sensible que hasta respirar era un suplicio. Una eléctrica caricia en la cintura le aflojó las rodillas. Marlenne miró por encima del hombro para observar a Colin, relajado y sonriente.
—Preciosa —saludó él, con la voz ronca, rozándole el vientre y colocando la palma sobre su ombligo, despertando tórridas sensaciones en Marlenne.
Ella se movió en el angosto espacio para apretarse contra su pecho y besarle ansiosamente los labios, incapaz de hablar. Le rodeó el cuello con los brazos y lo besó con hambre, como si no lo hubiera besado nunca. Acabaron en el fondo de la bañera, buscándose con caricias ansiosas; él acabó sobre el cuerpo de ella, penetrándola con fuerza, mientras Marlenne apretaba los dientes al sentir cómo la invadía.
Había perdido la cuenta de las veces que le había tenido en su interior, le rodaban lágrimas por las mejillas debido al agotamiento y al dolor, pero no quería parar, y tampoco quería que Colin se detuviera.
No importaba que doliera, era maravilloso. Estaban en carne viva, locos el uno por el otro. Los anchos hombros del hombre desviaban el agua de la ducha y ocultaban parte de la luz del baño, dejándolos en sombras. Los chorros que a Colin le corrían por el cuello salpicaban los pechos de Marlenne, el agua fría se atemperaba y cuando le acariciaban los pezones, ella notaba que hervía.
—El último —dijo Colin, los ojos negros clavados en los femeninos.
Había dicho aquello varias veces.
“El último, te lo prometo. Córrete una vez más, nena. Por última vez” había sido la frase que Marlenne más había oído. Y no podía negarse a cumplir su petición, ni siquiera fue capaz de soportar dos envites, dolía tanto el anhelo que sentía que se puso a temblar. Colin la sujetó por la cintura al ver que se dejaba arrastrar por el placer, Marlenne le clavó los dedos en los brazos mientras el orgasmo le partía el alma; él se dejó llevar por la pasión de la muchacha y se derramó en ella, con menos vigor que las primeras veces pero con las mismas ganas, abrasándola con su semilla.
Derrotado, Colin se recostó en el fondo de la bañera apretando a Marlenne contra su pecho, mientras el agua caía sobre sus cuerpos como una cálida lluvia.
La cordura se abrió paso en sus mentes enfermas, Marlenne reaccionó primero y sin decir nada, porque no podía hablar, apoyó las manos en la pared para ponerse en pie. Cogió una esponja y empezó a lavarse. No deseaba quitarse el olor de Colin de la piel, pero no podía llegar a su casa oliendo a sexo. De momento, sus padres tenían que pensar que estaba en otro sitio, no en una pequeña habitación de hotel con un hombre más mayor que ella.
Colin se quedó tumbado observando como ella se lavaba. A pesar de todo el sexo que habían tenido, Marlenne se ruborizó al ser objeto de tan intenso escrutinio, en especial cuando se lavó entre las piernas, pues percibió la sensual energía de Colin brotando del fondo de la bañera.
Era insaciable. Y descubrió que ella también lo era. Un poco.
Al principio creyó que harían el amor un par de veces. Pasarían un rato divertido, él había prometido e insinuado cosas excitantes, ella se había mostrado interesada y ansiosa. No era la primera vez que quedaban para esto, y tras su primera experiencia juntos, Marlenne debería haber imaginado que él no se limitaría a hacer el amor con ella. No, Colin no hacía el amor con Marlenne. La hacía agonizar de placer.
En cuanto se tumbaron en la cama, Colin la desnudó con rapidez y pasó un buen rato observando su cuerpo, dando vueltas por la habitación para verla desde todos los ángulos. Cuando ella intentó apaciguar su impaciencia acariciándose, él amenazó con atarla. Marlenne se tragó la lengua y accedió a ser más paciente. Llevaba muy mal lo de ser atada. Le encantaba estar a merced de Colin, pero no siempre era capaz de soportarlo, porque él era muy intenso y cuando estaba bajo su dominio, lo era mucho más, hasta lo insoportable. Así que se estiró en la cama y se mordió los labios, esforzándose por mantenerse quieta.
Al cabo de una eternidad, Colin se tumbó a su lado y se tomó su tiempo en besarle los labios hasta dejarlos insensibilizados. Luego atormentó sus pechos con la misma fiereza, dedicando minutos enteros a sus pezones. Se centró en uno hasta que estuvo duro, y después hizo lo mismo con el otro. Cuando el primero comenzó a perder tirantez, regresó para succionarlo y acumular en ese punto toda la sangre que había en el cuerpo de Marlenne. Cuando ella dejó de sentir los senos, de lo estimulados que estaban, Colin le separó los muslos y le devoró el sexo. Ella protestó, quería hacer algo más que recibir placer, le dolía todo el cuerpo. Colin amenazó otra vez con atarla y Marlenne, con lágrimas en los ojos, se abrazó a la almohada para soportar la placentera tortura.
Después de lamer su sexo, morder sus labios y succionar su clítoris, la masturbó del modo en que a ella más le gustaba. Pero en ningún caso Colin le permitió tener un orgasmo, hasta que las súplicas de Marlenne se volvieron desgarradoras.
Entonces, dio comienzo el sexo más intenso y brutal que habían tenido jamás. Marlenne casi no recordaba nada, solo el placer y el dolor por la intensidad con la que el clímax los envolvía una y otra vez. Insaciable, buscaba algo en Colin, como si él tuviera las respuestas a las preguntas que la atormentaban. Pero Marlenne ni siquiera sabía qué preguntas eran esas, solo sabía que Colin tenía la respuesta que ella necesitaba.
Ahora, Marlenne tenía los pechos, los hombros, el cuello y el vientre, cubiertos de marcas moradas; él mostraba un rosario de arañazos y mordiscos en el pecho, la espalda y los brazos.
Las marcas de una pasión desenfrenada.
—Nena, hay una última cosa que quiero hacer antes de que te vayas —dijo él estirándose en la bañera.
Marlenne suspiró, frotándose las mejillas calientes, y miró hacia abajo. Tenía un pie a cada lado de su cintura, si se agachaba podía montar a horcajadas sobre él y no parar hasta el amanecer. Tenía la esperanza de que con un buen empacho calmaría la sed que sentía. Intentó culpar a Colin de su propia debilidad, él era el culpable de que se hubiera vuelto una adicta a su cuerpo y a sus caricias. Enseguida se olvidó de lo que estaba pensando cuando sus ojos llegaron a la altura de su miembro, tendido sobre su estómago.
—Con una condición —dijo ella. Tenía que poner límites a esta locura.
—¿Quieres que te ate? —sugirió Colin, divertido. Tenía la voz áspera y grave por los gritos, gemidos y gruñidos que había soltado durante todo el encuentro. Que sonidos tan eróticos, pensó Marlenne. Jamás pensó que los gemidos de un hombre podían excitarla tanto.
—No. Quiero que me prometas que esa cosa será la última que hagas. Si me incitas a follar como una posesa otra hora más, no volveré a quedar contigo.
Colin esbozó una maliciosa sonrisa y deslizó las manos por sus pantorrilas.
—En cuanto empiece me suplicarás que no me detenga.
Marlenne le puso un pie sobre el pecho para mantenerlo bajo control.
—Lo digo en serio.
—Yo también.
Colin la cogió por el tobillo y le acaricio el empeine. Una corriente de electricidad avivó los sentidos de Marlenne.
—Por favor…
—Está bien. Haré lo que quiero hacerte ahora y, luego, te llevaré a casa —accedió. La miró de arriba abajo y clavó los ojos en su sexo—. Pero quiero que sepas que no he tenido suficiente, Marlenne. Joder, nunca eres suficiente. ¿Qué tienes, nena, que cada vez que pestañeas me olvido hasta de mi nombre?
Sin saber muy bien qué contestar a eso, Marlenne salió de la bañera sintiendo un intenso hormigueo en el vientre. Se envolvió con una toalla para que Colin dejara de mirarla cómo lo estaba haciendo. Él salió tras ella chorreando agua como un dios marino en busca de una ninfa de tierra firme, cogió la toalla que había en el lavabo y se secó la cabeza, los hombros y el pecho. Después se envolvió las suculentas caderas y ocultó la poderosa erección que empezaba a formarse de nuevo.
Cogiéndola de la mano, llevó a Marlenne de regreso a la habitación. Estaba preciosa. La luz anaranjada creaba un efecto íntimo y sensual en el centro de la gigantesca cama redonda, llena de sábanas revueltas empapadas de lujuria. La ropa esparcida por todos lados, el sillón en el que habían hecho el amor estaba volcado, la alfombra movida de su sitio, la mesa desplazada hacia otro lugar. Parecía como si unos matones hubiesen destrozado la habitación buscando algo, pero en realidad habían sido dos amantes buscando el placer en todas sus formas.
Marlenne se sentó en el borde de la cama, estirando la toalla para cubrirse los muslos. Colin abrió el armario y buscó algo en el interior de los cajones. Luego se sentó junto a Marlenne y dejó sobre la mesilla una caja negra con bordes metálicos.
—Cierra los ojos.
Ella obedeció. Colin cogió su mano y le colocó algo en la palma. Marlenne palpó el objeto, intrigada. Eran dos cosas redondas y pequeñas, un poco pesadas y con una superficie suave y lisa. Cuando abrió los ojos, descubrió dos esferas plateadas unidas con un cordón grueso.
—¿Sabes qué son? —preguntó Colin con suavidad.
—No —contestó ella.
Él sonrió divertido y la besó. Marlenne sintió sus dedos acariciándole la rodilla, subiendo por debajo de la toalla para acariciarle los muslos. Se estremeció, sufriendo el tirón entre las piernas que precedía siempre al desenfreno más absoluto.
—No empieces, por favor… —imploró.
—Vas a llevarte estas bolitas a casa y pasarás la noche con ellas.
—Vale —respondió sin pensar, frenando la mano que ya ascendía por la cara interna de su muslo.
Con la mano libre, Colin abrió la toalla y le descubrió los pechos. Marlenne se sintió atacada desde dos frentes.
—No, Colin, lo de antes iba en serio.
—Lo sé. Pero tengo que hacerte esa cosa que te dije y para eso, necesito que te desnudes y separes las piernas.
Con un trémulo suspiro, Marlenne dejó que la toalla cayera sobre la cama. Cerró los puños, apretando las esferas dentro de su mano. Colin la besó con dulzura, como a ella le gustaba, y deslizó los dedos por sus pechos, tan tiernos y sensibles que cualquier roce la hacía sudar. Después descendió por su estómago, acariciándole el ombligo hasta que de la garganta de Marlenne se escapó un gemido.
La miró a los ojos y ella se volvió loca. Separó los muslos y, de inmediato, Colin la recompensó pasándole el pulgar por encima del sexo, de un lado a otro, con un toque eléctrico que sacudió todo su cuerpo.
—No me masturbes y luego me dejes a medio —susurró Marlenne temblando.
—No es mi intención, nena.
Sin previo aviso, penetró su sexo con un dedo y, ya en el interior, lo curvó hacia arriba, tocando ese lugar mágico que ella tenía dentro. El cuerpo de Marlenne se puso rígido al instante.
—No… hagas… eso…
—¿Te gusta?
—Sí. Me gusta mucho.
—Esto te gustará mucho más.
Cogió las bolitas y sin dejar de frotar el punto sensible de su sexo, deslizó las esferas por sus pechos y su vientre.
—Está frío —protestó Marlenne.
—Lo calentaré para ti.
Con una sonrisa, Colin se llevó una de las esferas a la boca, frunció los labios y tiró del cordón. Extrajo la esfera brillante y cubierta de saliva, haciendo un extraño sonido de succión. De repente, Marlenne lo entendió todo y cerró las piernas.
—No… no, no, no… —empezó a murmurar, presa del pánico.
—Separa los muslos, nena —susurró en su oreja, acariciándole el vientre con la bolita mojada y ahora, caliente—. Estas esferas se irán contigo, te aseguro que te darán mucho placer, tanto que no podrás dejar de pensar en mí ni un segundo. Me notarás en cada paso que des, cada movimiento que hagas, cada vez que respires.
Colin ahuecó la mano con la que la estaba masturbando y deslizó la esfera por su sexo. La envolvió con sus labios, presionó la bolita templada contra su clítoris y Marlenne notó el roce del cordón justo en la zona en la que su sexo se separaba en dos. Tirando de la segunda esfera, sacó la primera de entre sus pliegues mojados y se la llevó a la boca, cerrando los ojos con un gemido de satisfacción.
Como respuesta, el cuerpo de Marlenne se erizó. Colin la empujó por el hombro y ella se recostó, separando los muslos. Retirando el dedo de su interior, la sujetó por la cadera para atraerla hacia él. La muchacha sintió su sexo grueso y caliente, el de ella estaba palpitante y mojado; alargó la mano y lo apretó, incapaz de resistirse. Colin se sacó la esfera de la boca y se la ofreció a Marlenne para que la chupara. Sabía a metal, a él y a ella. Marlenne empezó a mover la mano con frenesí, buscando devolverle una parte de la excitación que sentía. Colin se puso tenso, acarició el cuerpo de Marlenne con las esferas mojadas de saliva dejando un rastro húmedo entre sus pechos. La llevó hasta la abertura de su sexo y, después, hacia dentro.
El placer restalló dentro de Marlenne, la esfera era más ancha que el miembro de Colin. Respiró de manera entrecortada y él introdujo la segunda esfera, empujando la primera dentro de ella, hasta tocar una zona tan profunda que el vientre femenino se sacudió en cortos e intensos espasmos. La humedad brotó del sexo de Marlenne de forma copiosa, se mordió interior de las mejillas, avergonzada, y se cubrió la cara con un brazo.
Colin se lo apartó, la cogió por la nuca y comenzó a besarla, a tocarle los pechos, el vientre. Abrió su boca con los labios, introdujo su áspera y robusta lengua dentro de ella para hacerle el amor. Marlenne se agarró de su miembro con tanta fuerza que le provocó un gemido, estaba duro, robusto y ardiente. Estiró la otra mano para sujetarlo con ambas. Colin colocó la palma sobre el estómago femenino, con los dedos separados, y presionó con suavidad vientre de Marlenne.
Ella lanzó un gemido de asombro al sentir la presión interna de aquellas bolas plateadas y se dobló de placer. Al segundo estaba teniendo un orgasmo, su sexo se contrajo contra las esferas y Marlenne lo vio todo blanco. Sus jadeos se entremezclan con los gruñidos de Colin, rabiosa por aquel placer lo estiró con tanta fuerza que Colin pensó que le arrancaría el pene. Él estaba tan excitado que, de escucharla, eyaculó sobre ella con un largo gemido de salvaje agonía.
Se recuperaron del aquel impactante orgasmo después de quince minutos de espeso silencio. Marlenne se levantó para sentarse en la cama y las esferas se movieron con ella. Sufrió una lenta convulsión que la dejó aturdida varios segundos. Mientras tanto, Colin se desperezaba y se frotaba el abdomen con una enorme sonrisa en la cara.
—No te saques las bolas —dijo cuando vio que Marlenne se miraba entre las piernas.
—Se van a salir en cuanto me ponga de pie.
—No, nena. No se caerán. Sacátelas mañana por la mañana. ¿Ves ese cordón que sobresale de tus labios? —comentó señalándole la entrepierna. A ella se le contrajo el vientre y notó la presión de las esferas otra vez. Se mareaba cada vez que lo sentía—. Tira de él y saldrán por si solas. Luego lávalas y guárdalas. Quiero que las traigas en esta caja la próxima vez que nos veamos.
—Te odio… —susurró con un suspiro.
Por toda respuesta, Colin soltó una gran carcajada.
Tengo que confesar algo...
ResponderEliminarMe encantó!!!!