Los anhelos de la señorita Moon (Cap. 3)




El señor Wolf observó impasible la huida de la señorita Moon, recreándose en el balanceo acelerado de sus caderas. Luchó contra el deseo de correr tras ella y estrecharla contra su cuerpo, desnudarla para besar y acariciar su pálida piel de plata, susurrarle palabras al oído para apaciguar su ánimo. También refrenó las oscuras fantasías que le acudieron a la mente, pues no podía dejar de imaginar esas vertiginosas caderas desnudas y sus manos aferradas a ellas. Lo que se esperaba de un hombre respetable como él era que se quedara dónde estaba, no podía correr tras ella como un vulgar perro de caza por muchas ganas que tuviera que hacerlo. Los humanos tenían unos códigos de conducta que al señor Wolf le parecían absurdos, fingían ser personas civilizadas para después cometer los crímenes más atroces de la naturaleza. Con el tiempo había aprendido a ser igual de hipócrita que ellos, pero en esta ocasión en concreto tantas formalidades le resultaban molestas. No solo por él, sino por el tormento que la pobre señorita Moon estaba padeciendo en silencio, reprimiendo sus apetitos femeninos y todo por una decencia que no era tal. Había percibido el fresco aroma de Blanche cuando ella entró en el restaurante: picante, espumoso, como el más exquisito de los champanes. Al captar los matices de su estado de ánimo pidió un vino blanco muy ligero para que ella pudiera relajarse durante los entrantes; después la halagaría con un tinto muy vehemente que le provocara un revuelo en el estómago cada vez que se llevase la copa a los labios. Así él podría disfrutar una y otra vez del sonrojo de sus mejillas y de la plenitud de sus pechos, que palpitaban bajo el encaje del vestido.

Antes incluso de verla había notado su nerviosismo: la señorita Moon estaba excitada. En celo, si atendía un poco a su naturaleza animal. Podía notar como ella se estremecía cada vez que sus ojos se encontraban, podía apreciar sus pezones erguidos apretándose contra la tela de su ropa interior, podía oler el deseo que le inundaba los muslos. Saberlo no ayudaba a aplacar sus apetitos, porque la deseaba como nunca había deseado a una hembra, con una necesidad que rayaba en la locura. Resopló por la nariz emitiendo un sordo gruñido. Lo más interesante que el señor Wolf sacaba de permanecer en un estado humano era precisamente el sexo. Como lobo, el instinto de supervivencia lo impulsaba a buscar una hembra a la que fecundar y así continuar su estirpe; como humano, su naturaleza masculina buscaba en esencia lo mismo, derramar su semilla en cualquier vientre femenino para procrear, con la única diferencia de que el acto del apareamiento era mucho más... divertido. El señor Wolf había interpretado muy bien las señales de la señorita Moon en cuanto sus miradas se cruzaron después de tanto tiempo. Dos noches y para él había sido una eternidad, no había podido dormir sin que imágenes de la dulce Blanche asaltaran su mente perturbando su descanso y su cordura. El cuerpo femenino desnudo, brillante de sudor, temblando y tiritando de excitación bajo su cuerpo. Sus labios voluminosos apretados, su garganta tensa mientras gemía de placer. Su sexo cálido y húmedo abriéndose para él mientras se deslizaba en su interior, ella gimiendo con una nota de dolor por la intrusión, sacudiendo la cabeza de un lado a otro mientras el éxtasis la dominaba.

Sólo él, sólo el señor Wolf podría hacer que la señorita Moon gimiera de placer durante horas y lo supo en el momento en que se vieron por primera vez. La señorita Moon se había excitado nada más encontrarle en el restaurante y haciendo gala del estúpido autocontrol digno de mujeres de su casta, había huido hacia los servicios para refugiarse, para contener entre aquellas cuatro paredes el calor que le abrasaba las entrañas y le empapaba las bragas. El señor Wolf apretó la servilleta en un puño evitando así desgarrarla con los dientes, desde aquí le llegaba el aroma desesperado de Blanche y apenas era capaz de dominar a su bestia. Ah, si hubiese sido más joven no habría dudado en salir tras ella para demostrarle lo satisfecha que quedaría si pasaba por sus brazos, no habría vacilado a la hora de deslizar la ropa interior por sus piernas y esconder el rostro entre sus voluptuosos muslos para ahogarse entre ellos. La habría lamido sin clemencia hasta que ella se hubiese corridos dos, incluso tres o cuatro veces.

Dio un trago al espumoso y volvió a llenarse la copa, recordando los pasos que debía dar para que su empresa tuviera éxito. Fantasear con lamer su sexo carnoso no ayudaba, se recordó. Pero la quemazón estaba ahí, implacable, y el señor Wolf empezaba a estar asustado de sus propios instintos. Como buen estratega lo había planeado todo al detalle, el lugar de la cita, la hora, el momento correcto... pero no contaba con la exquisita sensibilidad de la señorita Moon. Era más receptiva de lo que había pensado en un principio y eso lo estaba poniendo enfermo.

—¿Se encuentra mejor...? —preguntó con la voz un poco áspera cuándo la muchacha regresó a la mesa. Carraspeó para aclararse la voz.

El calor sonrojaba las pálidas mejillas de la mujer y sus ojos mostraban una serenidad que por dentro no sentía. Había logrado dominar sus emociones después de diez minutos en el baño y el señor Wolf no pudo reprimir la infantil idea de imaginar a la señorita Moon acariciándose para aliviar el deseo. Se agarró al borde de la mesa para no meterle la mano bajo la falda, arrancarle la ropa interior y tocarla como un hombre debe tocar a una mujer para que esta se derrita con un suave suspiro.

Estaban en un lugar público.

—Sí, mucho mejor. Gracias —respondió ella con la voz un poco ronca. Abrió la carta del menú y escondió la carta detrás de él—. Creo que tomaré salmón —comentó cuando repasó los platos.

El señor Wolf torció el gesto. Pescado. Puaj.

—Yo me decanto por el lomo de ciervo.

La señorita Moon compuso la misma cara de disgusto que él, aunque con mucha más gracia. Ah, era una de esas mujeres que no apreciaban la delicia de un buen filete de carne. ¿O era una mujer que prefería comer pescado para mantener su peso ideal? El señor Wolf suspiró, al menos no había sugerido pedir una ensalada, las cosas verdes le daban arcadas. Cuando llegó el camarero pidieron los platos y cuando Blanche se bebió la copa de vino de una sola vez, el señor Wolf se apresuró a rellenarla con disimulo mientras iniciaba una conversación de lo más trivial.

—¿Cuál es su pasatiempo favorito?

—La lectura.

El intercambio de palabras fue directo y un poco frío. Ella no tenía intención de hablar por hablar y el señor Wolf tampoco era aficionado a malgastar saliva. Sin embargo, fue ella quien decidió romper el espeso silencio que se había creado entre los dos.

—¿Cuál es el suyo?

—La caza —respondió el señor Wolf, orgulloso de sí mismo.

—Encuentro horrible que alguien practique la caza como un modo de pasar su tiempo —dijo ella, decepcionada.

El señor Wolf sonrió de medio lado. La caza que él practicaba no era la que ella pensaba, pero no iba a sacarla de su error.

—Es un deporte muy respetado.

—Asesinar no es respetable.

—¿Cree que voy por ahí disparando inocentes perritos con un rifle?

A ella no le hizo gracia la broma.

—Dispara a criaturas inocentes.

No tan inocentes, pensó él.

—Señorita, no me dedico a cazar ciervos ni gacelas, si es lo que piensa. 

—Nada de lo que diga me va a hacer cambiar de opinión con respecto a lo que usted hace.

El señor Wolf sonrió para sus adentros ante el ataque de la muchacha. Se estaba poniendo a la defensiva. Intentó no desviar la mirada hacia sus pechos, que intuía cada vez más tensos e hinchados. Cuando deseaba llevarse uno de aquellos pezones a la boca y chupar hasta dejarlo bien duro.

—¿Cuál es su novela favorita? —preguntó entonces.

Blanche, sorprendida por el cambio de tema, no supo que responder y apretó los labios, tragándose la réplica que estaba pensando decir en cuanto él comenzara a defenderse. El movimiento de su garganta lo desconcentró un momento, pero pensó que no iba a perder el tiempo discutiendo cosas sin sentido cuando lo único que deseaba era saber más cosas sobre ella. Cuanto más íntimas y personales, mejor. Quería despojarla no solo de la ropa, sino de todas esas capas de dignidad con las que se había cubierto.

—No tengo una novela favorita —contestó ella recuperando el tono belicoso—. Un amante de la lectura no puede escoger entre todas las obras de la literatura.

—Estoy seguro de que entre todas las obras de la literatura existe una historia que para usted significó algo.

—¿Sabe usted algo sobre literatura, señor Wolf? —preguntó ella con burla.

Otra vez a la defensiva. El señor Wolf sintió cómo su miembro, que ya llevaba duro un buen rato, se erguía todavía más contra los pantalones. Apretó los dientes, furioso.

—¿Ha leído Madame Bovary, señorita Moon?

Se arrepintió de haber sido tan directo con aquella cuestión. Blanche se estremeció y una expresión de dolor apareció en su mirada, quizá causada por la referencia que él había empleado de manera cruel. ¿Un recordatorio a su propia situación?

—Claro que la he leído —contestó con la voz estrangulada—. Una obra maestra del realismo francés.

—Detesto el realismo —respondió el señor Wolf—. La vida ya es demasiado cruel como para leer cosas tristes. ¿Disfruta usted leyendo cosas tristes?

—Disfruto leyendo —dijo secamente.

Aquella conversación estaba siendo la más extraña de su vida. Su pene palpitaba, se estiraba por debajo de la mesa hacia la señorita Moon, ansiando llegar hasta ella. Fingiendo colocarse la servilleta sobre el regazo mientras llegaban los primeros platos, el señor Wolf se removió para intentar apaciguar su excitación.

—¿Disfrutó leyendo El amante de Lady Chatterley?

No supo porqué le preguntó aquello. Fue un error. El trozo de salmón que Blanche se llevaba en ese momento a la boca quedó suspendido a medio camino. Su boca abierta en una mueca sorprendida, los ojos dilatados por la sorpresa, la lengua rosada asomando entre sus dientes... El señor Wolf clavó los ojos en aquella boca mientras se imaginaba a sí mismo penetrando sus labios centímetro a centímetro hasta que su corona tocara los músculos de su garganta, forzándola a que cediera cada vez más mientras ella se ahogaba y gemía, y su saliva se deslizaba por sus comisuras y su barbilla. Durante un instante la mirada de Blanche pareció pensar lo mismo, porque cerró la boca y bajó la mirada con turbación. Mientras esperaba una respuesta, el señor Wolf luchó contra el deseo y la rabia que le bullía en las entrañas, sin dejar de mirarla a la cara cortó un trozo de lomo de ciervo de su plato, que estaba poco hecho, como a él le gustaba. La sangre, jugosa, se extendió por la blanca superficie mezclándose con las verduras asadas de acompañamiento.

—¿Y usted? —preguntó ella con la voz ensombrecida, metiéndose en la boca el pedazo de salmón.

El señor Wolf reprimió un gemido. Su pene vibró en el interior de los pantalones y un escalofrío le bajó por la espalda, tensándole aún más los testículos.

—Disfruté mucho, sí. Aprecio la valentía de Constanza—. Volvió a llevarse un trozo de carne a la boca y declaró—: Si los maridos fuesen atentos con sus esposas, nadie escribiría obras tan detestables como esas, ¿no le parece?

—¿Le parecen detestables las historias de mujeres? —preguntó Blanche, entre sorprendida e indignada.

—Me resultan detestables los hombres que ignoran los anhelos románticos de las mujeres —contestó él muy serio, mirándola directamente a los ojos, perdiéndose en aquellas lunas insondables. Luego levantó una ceja—. En especial, detesto a los escritores que escriben novelas sobre mujeres tristes e insatisfechas.

—A mí me parece que esos escritores tienen mucha sensibilidad al hablar sobre las mujeres. Saben exactamente cómo nos sentimos.

—Esos escritores insultan la inteligencia de las mujeres.

Blanche arrugó la frente por primera vez en toda la noche. El señor Wolf se acomodó mejor en la silla. Habría disfrutando de la velada como un cachorro con una pelota si no estuviera tan ansioso por follar con ella.

—Las mujeres no tenían derechos en la época en la que fueron escritas esas novelas —defendió ella.

—No culpo a las mujeres de sus actos. Culpo al ser humano, al hombre, por su cobardía. 

—Esos escritores querían mostrar su defensa por los derechos de las mujeres. Eran críticas a la sociedad.

—No se cambia la sociedad garabateando cuatro palabras en un papel.

Sintió la ira de Blanche brotar de su piel. Una mezcla de excitación, rabia y confusión se apoderó de ella, contagiándole.

—Dígame, señorita, si pudiera elegir a cualquier persona del mundo para que ocupara mi silla ahora mismo, ¿cuál sería?

—¿Qué?

Otra vez el cambio en la conversación la hizo dudar. El señor Wolf ladeó la cabeza sin dejar de sonreír.

—¿Con qué persona le gustaría estar cenando ahora mismo? —preguntó con la voz ronca.

—Es usted un hombre detestable —farfulló ella, roja de ira y de vergüenza.

—Pues tú me pareces adorable, Blanche.

Nerviosa, la muchacha volvió a beber de su copa, esta vez rellena de vino tinto. Se le sonrojaron las mejillas con más intensidad cuando sintió el poderoso regusto que dejaba el caldo, tan potente que le despejó la cabeza al instante, como una ráfaga de aire levantando un montón de tierra. Disimuló el lagrimeo limpiándose los labios con la servilleta. El señor Wolf deseó verter ese mismo vino por todo su cuerpo para después recogerlo con la lengua. Bebió de la copa, notando el sabor a madera y a frutas.

—¿Le gusta la ópera? —continuó como si nada hubiera sucedido.

—No.

—¿Y el ballet? —. Ella no respondió y el señor Wolf levantó la mirada del plato para mirarla a ella—. ¿Blanche?

Tenía los ojos húmedos y supo que acababa de tocar un punto sensible. Con mucha calma, dejó los cubiertos sobre el plato y alargó una mano para colocarla encima del puño que ella cerraba con fuerza sobre la mesa. Blanche exhaló un suspiro y tragó saliva. Wolf deseó besarla para que dejara de llorar, desnudarla y acariciarla para que ninguna tristeza nublara sus ojos.

—Quiero irme de aquí —susurró entonces ella.

No quiero esperar a los postres ni al café. No lo dijo, pero el señor Wolf supo que si insistía en seguir cenando, a ella le daría un ataque. Su entereza estaba a punto de desmoronarse, lo supo por la manera en que le temblaban los hombros, por la forma en que encogía el cuerpo y por el estremecimiento de sus labios.

Respetando su silencio, indicó al maître que se marchaban. El empleado palideció al comprobar que no habían terminado la cena pero una mirada del señor Wolf le bastó para tragarse cualquier disculpa. Cogiendo a Blanche por el brazo, la ayudó a ponerse en pie y le colocó el abrigo por encima de los hombros. Después, salieron por una puerta lateral del restaurante, no iba a hacer desfilar a la mujer en aquel estado delante de todas las miradas de los clientes. Su coche esperaba en la acera de enfrente. La ayudó a subir y luego rodeó el vehículo por la parte de atrás para subir. Cuando se acomodaron los dos en el asiento trasero, el señor Wolf la cogió de la mano.



—Mírame —le ordenó, más que le pidió. Ella levantó la mirada, con las lágrimas a punto de desbordarse por las comisuras de sus preciosos ojos Su excitación creció, las lágrimas de una mujer hermosa siempre lo excitaban—. Dime qué es lo que más te ha molestado de todo cuanto he dicho. Me retractaré si eso hace que te sientas mejor.

Ella apretó los labios y se quedó en silencio durante un buen rato.

—Me gustaba el ballet —respondió al fin, avergonzada de su propia debilidad.

Pero eso él ya lo sabía. Durante dos días había investigado todo lo posible sobre ella y en el informe que sus detectives privados habían preparado con mucha diligencia, estaban sus calificaciones como primera bailarina. Sin embargo había renunciado a seguir con su carrera artística, con sus estudios universitarios y con todo su futuro para casarse con un cirujano de renombre que no la satisfacía en ningún sentido. Blanche se marchitaba y no hacía nada por evitarlo.

—¿Te gustaría ir al ballet ahora?

Ella se rio sin gracia.

—No le entiendo, señor Wolf. De verdad que no entiendo porque ahora se muestra amable cuando lleva toda la noche burlándose de mí.

Él alargó la mano libre para acariciarle la mejilla. Rodeándole la barbilla con los dedos hizo que le mirase. Sus iris plateados se enfrentaron a sus ojos dorados.

—¿Por qué crees que me estoy burlando de ti?

—¿Madame Bovary? —preguntó con amargura—. ¿Cree que he leído demasiadas novelas románticas y que me he hecho ilusiones?

—No. Sencillamente estoy seguro que su marido es un inepto no sabe apreciar sus necesidades.

Ella abrió los ojos con sorpresa.

—¿Y usted sí? —dijo, desafiante.

—Sí.

Sin más palabras, se inclinó sobre ella y la besó. No lo hizo como deseaba hacerlo, controló su hambre y su ansiedad por respeto a ella, porque no merecía ser besada de forma brusca. En ese instante lo que ella necesitaba era ternura y que alguien respondiera a su necesidad de ser tocada con amor. Después, cuando el deseo crepitara entre sus piernas y su corazón se desbocara, cuando estuviera empapada de sudor y su respiración fuese acelerada y jadeante, entonces la besaría como deseaba hacerlo. Con hambre. Por ahora tenía que conformarse con ser civilizado.

El sabor de sus labios contenía todos los sabores que recordaba y también una pizca del sabor a madera y fruta del vino tinto de la cena. Le cubrió los labios e introdujo la lengua entre sus dientes para acariciarle el paladar, comprobando como ella huía de las caricias de su lengua.

—No quiero tener un amante —susurró ella con los labios calientes y palpitantes.

—Yo tampoco te quiero como amante —respondió con brusquedad. Ella ahogó un suspiro—. Te quiero como compañera. Lo quiero todo de ti. Quiero que estés conmigo en todos los aspectos. Quiero yacer contigo toda la noche, todas las noches, y que seas la madre de mis cachorros.

—Estoy casada —farfulló ella, atolondrada.

El señor Wolf chasqueó los dedos frente a sus ojos.

—Un detalle sin importancia. ¿Acaso tu marido sabe que te gusta el ballet? ¿O que disfrutaste leyendo El amante de lady Chatterley?

—No...

—Entonces tu marido no es un buen hombre. Yo sí. 

—No lo entiendes —pronunció ella con un hilo de voz.

—Explícamelo. Pasa la noche conmigo, Blanche. 

Ella cerró los ojos y suspiró.

Continuará...




Si te ha gustado el relato, no dudes en compartirlo. Te invito a que dejes algún comentario. Si te gusta el contenido general del blog, quizá te pueda interesar:


Pura raza, una novela erótica en seis actos al estilo Cuentos íntimos. Seis capítulos repletos de pasión y erotismo para narrar un tórrido romance entre una dama arrogante y un hombre de honor. Puedes leer un avance del primer capítulo aquí. Y si te gusta, puedes encontrarlo en Amazon por 2,99€






¿Quieres escribir una novela erótica? Ofrecemos servicios editoriales para darle a tu obra el toque íntimo que necesitas. Corrección gramática y de estilo, informes de lectura, redacción de contenido, artículos, recursos, consejos y mucho más en nuestra página web: Cuentos íntimos | Erótica servicios editoriales.

3 intimidades:

  1. Anónimo21:55

    OMG! ahora necesito el siguiente capítulo xD, muchas gracias por traernos la continuación de El señor Wolf y la señorita Moon, ya hacia falta saber algo de ellos, me gusto este capítulo como los anteriores, sigue así Srita. Paty que gustas un montón =P, espero por el siguiente capítulo, ha sido un gusto leerte ^^/.

    ResponderEliminar
  2. Anónimo0:36

    Me encanta. Trate de leerlo en watt pero no de dejo. Esperare con ansias en siguente chap.

    ResponderEliminar
  3. Anónimo8:16

    Me encanto. Estare ansiosa esperando el siguiente capitulo. :-)

    ResponderEliminar

¿Qué te ha parecido esta intimidad?