El Club (II)


La pala volvió a subir separándose de la piel recién azotada y pudo apreciarse el cambio en el tono de piel, que había dejado de ser blanca para transformarse en un intenso rubor carmesí. Descendió de inmediato con la misma determinación, golpeando indolente la misma zona y la chica no pudo reprimir un grito, con el tintineo de las cadenas acompañando su convulsión. La pala subió por tercera vez y descendió, transformando el blanco en rojo y Marlene sintió debilidad en el estómago al percibir que los golpes del hombre se marcaban con el ritmo de la música, grave y cavernosa. 

Cuatro, cinco, seis paladas más y toda la piel de la chica encadenada se había enrojecido por el esfuerzo, mostrándose ahora brillante por el sudor bajo la luz de los focos. Jadeaba y se estremecía, marcándose sus huesos y sus tendones sobre la piel fina. La media docena de golpes habían dejado su nalga derecha enrojecida y el hombre le acarició la piel herida con la palma de la mano. Marlene supo por instinto que aquella mano se sentiría caliente y poderosa y se mordió los labios para reprimir un jadeo.

De improviso el hombre azotó la nalga dos veces con la mano, provocando que la chica se tensara como un cable y luego se derrumbara, respirando agitadamente. A través de la música, pudo apreciarse un sollozo. Cuando ella se relajó, el hombre rodeó de nuevo la mesa y se situó al otro lado, dispuesto a repetir la misma operación con la otra nalga, todavía blanca. Seis paladas y dos azotes después, los sollozos fueron más claros. Marlene se agarró la falda con las manos, sufriendo por ella, pero sufriendo también por si misma, haciendo una montaña de un grano de arena mientras pensaba en lo que iba hacerle Colin cuando acabara la función.

El hombre regresó al otro lado para castigar la primera nalga, cuyo color rojo había dado paso a un ciruela pálido. La pala golpeó de nuevo seis veces, luego golpeó otras seis la otra nalga y al final azotó seis veces las dos nalgas a la vez. La mujer no decía nada, respiraba y sollozaba en silencio, con la cabeza agachada, las campanitas agitándose con sus temblores y las cadenas entrechocándose cuando se retorcía para evitar un nuevo golpe. Marlene jadeaba impresionada, hundiéndose más y más en el asiento, queriendo fundirse en él y desaparecer. Estaba asustada, el dolor que se reflejaba en la piel resultaba abrumador para ella.

El hombre se situó frente a la mujer y le regaló una caricia en el rostro. Con suavidad deslizó el extremo de la pala por sus caderas y sus muslos y cuando la muchacha estuvo de nuevo relajada, le dio un azote entre las piernas, a la carne blanda de su sexo. La chica volvió a estremecerse y a retorcerse, pero las correas la ataban a la mesa y nada podía hacer para impedirlo. Fueron cinco golpes más, después el hombre elegante abandonó la pala sobre la mesa y deslizó los dedos por el interior de sus muslos indefensos en el instante en que la música fue in crescendo. Ella echó hacia atrás la cabeza y dejo escapar un grito ahogado al aire cuando el hombre profundizó las caricias, obligándola a moverse al ritmo lento y cadencioso de sus caricias.

Marlene observó fascinada aquel cambio, la forma en que ese hombre se había mostrado cruel con los castigos pero suave en sus caricias. Igual que Colin. ¿Sería él así de duro con ella y luego así de tierno? No podía saberlo. A veces lo era y a veces no, Marlene nunca podía estar segura de cómo iba a reaccionar él.

Los suspiros de la chica atada fueron en aumento, transformándose en agónicos lamentos de placer y fue entonces cuando se la oyó suplicar en medio de la música, tan grave y tan potente que provocaba estremecimientos en la piel. El hombre no le concedió el alivio que ella deseaba y prolongó el castigo, acariciándola profundamente y llevándola al orgasmo, pero sin permitirle alcanzarlo nunca. Marlene sabía lo que era eso, lo sabía perfectamente y sentía la frustración de esa mujer desconocida como suya propia, experimentando el mismo anhelo en su propio cuerpo.

Al final, el hombre lentificó sus caricias y apartó la mano, dejando derrotada a la mujer sobre la mesa, colgando de las argollas. Pero en lugar de abandonarla a su suerte, subió a la mesa, arrodillándose frente a ella. Marlene contempló las sublimes caricias del hombre de rostro serio sobre el cuerpo de su sumisa, la intensidad con la que atrapó sus labios y profundizó un beso arrollador. Los focos del escenario hicieron brillar las lágrimas en el rostro de la asiática y un suave lamento de placer rasgó el aire cuando el hombre la penetró.

No se podían apreciar los detalles de esta unión, la luz, la posición de los amantes sobre la mesa, no permitían ver nada más que el cuerpo arrodillado de la mujer; pero los detalles físicos no eran importantes, Marlene supo que él acababa de hundirse en ella por la forma en que la asiática gimió suavemente. El hombre se meció contra el cuerpo femenino y ella volvió a gemir, entre el placer más agudo y el dolor más lacerante, provocando que su cuerpo se tensara y sus huesos se retorcieran bajo la piel roja y brillante, creando sombras danzantes cuando la luz se fue apagando y los focos los iluminaron a ellos dos, una isla blanca en mitad de la oscuridad, centrando la atención en la cruda pasión que sentían el uno por el otro pero a la vez distanciándolos del resto de personas, creando una zona íntima en la que pudieran saciar sus apetitos.

No duró demasiado, las cadenas y las campanas resonaban entre lamentos, suspiros y gruñidos, besos húmedos y movimientos apasionados. Los suspiros crecieron, la respiración se volvió más pesada y la tensión de las cadenas fue tal que a punto estuvieron de ser arrancadas del techo. La música cesó y solo se escuchó el glorioso placer que recorrió con violencia a la chica asiática, cuyo cuerpo se arqueó de forma exagerada mientras se destrozaba la garganta a gritos. El hombre hundió el rostro en su cuello y la abrazó fuerte, tan fuerte que le cortó el aire y el clímax los envolvió con una espesa capa de silencio reverente por parte de todos los espectadores.

Antes de que sus convulsiones hubiesen cesado, un respetuoso aplauso llenó la sala, cuyas luces comenzaron a encenderse de forma gradual. El hombre elegante se había despeinado con el esfuerzo, su rostro seguía siendo una máscara de seriedad, pero estaba relajado y una sonrisa aleteaba en sus labios, pero sin llegar a formarse nunca por completo. Con destreza y eficiencia, liberó las piernas de la muchacha y le quitó las argollas, envolviendo su cuerpo desnudo y tembloroso con una manta que alguien del Club le tendió. Depositó un beso casto en su frente, le susurró algo bonito y con ella en brazos, desapareció entre los aplausos del público.

Marlene se sumó a la ovación, asombrada por el hermoso espectáculo. Estaba excitada, emocionada y demasiado sensible para evitar que se le empañaran los ojos. A su lado, Colin le rodeó el rostro con las manos, la besó largamente...

... Y la devolvió al presente, al ahora, con un fuerte azote sobre sus nalgas desnudas.

Marlene estaba absorta en sus pensamientos, tan relajada que aquel golpe derrumbó todas las defensas que había estado levantando desde que se fueran de la mesa y Colin la llevara a un reservado del Club que, al parecer, era de uso exclusivamente suyo. Chilló cogida por sorpresa y se retorció, sintiendo como el calor de la zona golpeada se desparramaba por su piel, la sangre burbujeándole en las venas. Luchó contra el agarre de Colin, tratando de incorporarse, pero él afianzó la sujeción sobre sus piernas y presionó entre sus omóplatos con la otra mano para que no pudiera moverse.

―Quieta o te ato las manos a la espalda ―ordenó con voz potente.

Marlene aguantó las lágrimas y se mordió los labios. Trató de relajarse sobre su regazo, acompasando la respiración, sintiendo la presión de la dura rodilla en el bajo vientre. Había esperado un poco más de dolor, pero se negó a admitir que no había sido para tanto.

―Sí, Señor ―murmuró con un sollozo.

―Bien. Reflexiona acerca de cómo te sientes ahora, en este mismo momento. Ahora voy a azotarte con la mano, tantas veces como haga falta, hasta que me sienta satisfecho; y cuando termine quiero que tengas una respuesta preparada. No quiero que me digas lo que quiero escuchar, quiero que me digas la verdad. Si me mientes, lo sabré, ¿entendido?

Se obligó a responder a pesar del miedo que le atenazaba las entrañas.

―Sí, Señor...

―Así me gusta.

Le pasó la mano por la zona golpeada y Marlene se puso tensa, preparándose para un nuevo azote. Pensó en la chica, en cómo había resistido el dolor y el castigo. La pala parecía un objeto del demonio, por mínima que fuera la fuerza de la persona que la empuñara, tenía que hacer daño y ella no había hecho nada malo para recibir un castigo.

¡Plaf!

El azote resonó por toda la habitación. Fue inesperado, Marlene se había relajado, sumida en sus propios pensamientos y Colin aprovechó su flaqueza para golpearla. El dolor estalló como un torrente por su todo su cuerpo y se estremeció con un gemido. Antes de que pudiera asimilarlo, Colin descargó otro azote, y otro, y otro, hasta seis, en una sucesión tan rápida que a Marlene le entró el pánico y luchó contra el agarre de Colin para librarse del duro castigo. No iba a soportarlo, no era capaz.

―No, para, por favor... ―gimió tratando de levantarse.

Colin no tuvo que esforzarse mucho por sujetarla, le pasó la pierna por detrás de las rodillas y le sujetó la cintura con el brazo, cambiando de mano para volver a azotarla. Una, dos y tres veces, en la parte baja de sus nalgas, en la zona que se unía con los muslos. Marlene se ahogó con sus propios jadeos y se agarró a la pierna de Colin con un gruñido, clavándole las uñas sin querer.

―Si te resistes será peor, mi amor. Aráñame cuanto quieras, no voy a parar. Suéltame, por favor o sumaré azotes a tu castigo.

La amenaza implícita en sus palabras hizo que Marlene se sintiera avergonzada. Le soltó la pierna y apoyó las manos en el suelo, con los puños cerrados.

Podía con esto. Claro que podía. Tenía que demostrarle que podía. Sintió cómo la mano subía antes de bajar y se tragó el grito que pugnaba por salir de su garganta, apretando los puños con fuerza y dejando que las lágrimas le mojaran el rostro. Colin alzó la mano de nuevo y azotó con fuerza, como si quisiera obligarla a gritar. El siguiente azote dolió todavía más y Marlene acabó por chillar, pero se aguantó las ganas de apartarse y las lágrimas le bañaron las mejillas. Se lo merecía por tratar de escaparse. Por haberle dicho que no a Colin. Por haber intentado evitar esto a toda costa.

Una caricia suave recorrió su dolorida piel y respiró hondo, una y otra vez, tratando de calmarse. Sus jadeos se fueron espaciando con cada caricia y una tranquilidad en el corazón se fue apoderando de ella. Cuando pensó que todo había terminado ya, Colin levantó la mano y la azotó.

―¡Ay!

Golpeó otra vez la parte baja de sus nalgas, con la mano abierta, provocándole un intenso picor en la piel. Repitió el mismo golpe seis veces y luego recorrió su trasero de arriba abajo, rozándole zonas íntimas con la punta de los dedos. Marlene se puso tensa y gimió y Colin le azotó las nalgas con fuerza, primero una y luego la otra y Marlene se retorció de dolor, frotándose sin pretenderlo contra el duro muslo masculino.

La sangre se hizo miel en sus entrañas y a medida que Colin descargaba golpes, fuertes y vibrantes, el hormigueo de su trasero se conectaba al resto de su cuerpo y por sus muslos resbalaba copiosa humedad. Marlene reprimió un grito de alarma, aquello no podía estar ocurriendo de verdad. Los golpes dolían, le crispaban los nervios, le ponían la piel roja y violeta. Lo que estaba sucediendo era humillante, pero más humillante era descubrir que cada golpe elevaba su excitación un grado más. Marlene lloró, el rostro lleno de lágrimas con cada azote y de pronto un gemido le brotó de los labios.

Colin sonrió. Marlene no podía verlo, pero supo que había escuchado su gemido y supo que había sonreído. La mano dejó de golpear, se deslizó entre sus nalgas y bajó por entre sus piernas, abriéndose paso hasta su clítoris. Marlene gimió más fuerte, impresionada por el tacto de su yema vibrante y caliente, y se revolvió de puro placer cuando Colin realizó un giro alrededor del brote pulsante, húmedo y resbaladizo. Estaba tan sensible que Marlene vio las estrellas y, perdido todo pudor, empezó a moverse contra la mano.

Supo que eso estaba mal, Colin no le había dado permiso para frotarse contra sus dedos, pero no podía evitarlo, sentía que estaba a punto de estallar. Llevaba horas temblando por dentro, desde que Colin le dijera “niña mala” hasta ese instante y no podía soportarlo más. Los azotes habían puesto sus nervios a flor de piel y las caricias de los fuertes dedos masculinos resbalando entre sus pétalos solo pusieron de manifiesto la enorme debilidad de Marlene, pues ya no podía soportar más tiempo no obtener un poco de alivio. Colin jugó con uno de sus dedos, rozándola dónde más le gustaba, cómo más le gustaba y luego añadió un dedo más, atrapando su clítoris y pellizcando. Marlene gimió y apoyó las manos en el suelo para alzarse contra su mano, sollozando esta vez de intenso placer, dejándose llevar por el momento. El éxtasis viajó de dentro a fuera y cuando Colin deslizó los dedos hacia atrás para penetrarla y Marlene empezó a jadear, con los ojos llenos de lágrimas y los labios entreabiertos por los que escapaban gemidos agudos, no pudo reprimir el largo suspiro que brotó de su garganta. Era una escandalosa y lo sabía, pero eso le gustaba a Colin y ella descargaba tensión de esa forma. Un gruñido surgió del pecho de Marlene cuando se dio cuenta de que el placer acababa de borrar de un plumazo el dolor de los azotes y la vergüenza de estar tendida sobre las rodillas de un hombre como si fuese una niña traviesa recibiendo un castigo. Tal idea resultó impactante para ella. Eso era. Eso era lo que había querido mostrarle Colin.

La estaba castigando como a una niña traviesa. El deseo rugió en sus entrañas.

―Por favor... ―suplicó, pero no supo para qué. Sólo sabía que no deseaba que se detuviera, necesitaba tanto como respirar que siguiera acariciándola así.

―Por favor, ¿qué? ―preguntó Colin con calma, hundiendo dos dedos dentro de ella y dejándolos allí. El roce de sus yemas ásperas contra sus zonas más sensibles fue una sensación gloriosa; como las olas de un mar embravecido estrellándose contra las rocas, se llenó de placer y de humedad. Intentó moverse, protestando por la inesperada pausa, pero él la inmovilizó de nuevo con un brazo y retiró los dedos despacio, negándole el anhelado alivio. Marlene gimió y sollozó, viendo como se le escapaba la oportunidad

―Desde el principio.

―Por favor... otra vez no, te lo ruego.

―Otra vez sí. Desde el principio y quiero que los cuentes en voz alta. ¿Entendido?

―Sí... Señor.

Veinticuatro. Veinticuatro azotes más tarde, sumados a los que ya había recibido antes. Marlene sentía el trasero tenso y palpitante, la garganta rota de gritar y el sexo húmedo y convulso. El rostro estaba empapado en lágrimas y su cuerpo temblaba de rabia, excitación y frustración. Le picaba la piel, un intenso hormigueo recorría toda la zona expuesta a la mirada y la voluntad de Colin. No podía verse el trasero, pero podía imaginárselo, porque había visto la piel de la chica del escenario y supo que tendría la piel igual de roja, igual de rosa, llena de marcas con la forma de la mano de Colin.

―En pie ―ordenó Colin.

Marlene se escurrió de su regazo y se apoyó en el suelo para poder levantarse. Estaba a punto de desmayarse de placer, a punto de tener un orgasmo. El roce de sus propios muslos fue aviso suficiente para que tuviera cuidado, si se dejaba llevar Colin se enfadaría y volvería a azotarla. 

Lentamente, apoyó los pies en el suelo y se irguió con dificultad. La postura le había dormido las piernas de rodilla para abajo y casi no podía mantenerse derecha. Juntó los talones, se agarró las manos detrás de la espalda y agachó la cabeza como Colin le había enseñado. Sollozó quedamente, sintiendo el sabor salado de sus lágrimas en la boca.

Estaba furiosa, le dolía el culo, lo notaba caliente y palpitante, igual que el resto de su cuerpo. Colin se acercó a ella, pero Marlene tenía los ojos cerrados y solo sintió las manos sobre su cuerpo cuando empezó a bajar la cremallera de la falda. La prenda se deslizó por sus piernas y quedó a sus pies, pero no le ordenó que saliera de ella. Despacio y en absoluto silencio, Colin le desabrochó la blusa y la bajó por los hombros sin rozarle la piel con los dedos. Marlene gimió cuando sus pechos fueron liberados del sujetador. Tenía los pezones duros y sensibles, incluso el roce con el aire fresco resultaba doloroso.

―De rodillas.

Marlene se apresuró a obedecer y se arrodilló delante de Colin, separando las piernas para que pudiera verla a placer. Tenía todo el cuerpo erizado, el hormigueo en el trasero le tensaba la piel y sudaba a mares. Estaba completamente desnuda, desprotegida, salvo por las medias que le envolvían las piernas, y estaba expuesta íntimamente a Colin. Puso las manos sobre los muslos con las palmas hacia arriba y agachó la cabeza en señal de sumisión, como él le había enseñado. El hombre deslizó la mano por su rostro en una caricia que tranquilizó mucho a Marlene y presionó su barbilla para que levantara la cabeza.

Estaba contenido. Marlene no necesitó que hablara, conocía esa expresión en sus ojos de pupilas dilatadas. Todo su autocontrol estaba presente en su figura, en la dura mirada que le lanzaba, en la mandíbula tensa y en el cuello.

―Lo siento ―murmuró Marlene con un gemidito.

―¿Te he dado permiso para hablar? ―masculló él.

Marlene cerró la boca. Colin le acarició los labios hinchados con el pulgar para que volviera a abrirla.

―Cuando lloras, se te hincha el labio inferior y haces pucheros, ¿lo sabías? ―siseó con voz ronca. Marlene se exaltó. No, no tenía ni idea de que hiciese esas cosas tan ridículas, pero que él se hubiera fijado y se lo dijera le resultó muy erótico. El dedo le acarició el labio superior y luego rozó el inferior, para después hundirlo dentro de su boca. Marlene lo recibió con gran alivio, admirando la aspereza de su piel con la lengua y oyó a Colin lanzar un gemido gutural―. Es un puchero que me encanta verte poner ―susurró tirando de su labio inferior para abrirle la boca. Con la otra mano desabrochó su cinturón. La larga pieza de cuero se deslizó fuera de las presillas, larga, gruesa y peligrosa. Marlene jadeó, tembló, se agitó y a punto estuvo de echar a correr. O de lanzarse sobre la erección que tenía frente a ella―. Abre la boca. 

Marlene abrió la boca y sacó la lengua, ofreciéndose, de repente ansiosa por cumplir. Le quería. Le quería en su boca. Ya. Él se dio cuenta y se rió, con una risa ronca que le humedeció la entrepierna. 

―Cada día respondes mejor a tus instintos, Marlene, pero te falta disciplina. ¿Sabes por qué te he azotado?

―No, mi Señor. No lo sé. 

―Porque puedo y porque quiero. Porque tienes que aprender que cada vez que hagas algo que no me guste, te pondré sobre mis rodillas y te azotaré hasta que llores y pongas ese puchero que me vuelve loco. Porque debes saber que incluso cuando hagas las cosas bien, querré ponerte sobre mis rodillas y azotarte, porque me gusta como tu piel se estremece bajo mi mano, cómo tiemblas, cómo lloras y cómo suplicas. ¿Te parece duro de soportar? 

―Sí... Señor. 

Colin sonrió, plenamente satisfecho.

―Así me gusta, que seas sincera. ¿Ves esto? ―le mostró el cinturón y Marlene quiso suplicarle que no, estuvo a punto de lanzarse a sus pies para decirle que eso no―. Algún día vendrás a mí con esto para que te azote. Ahora estás asustada y dolorida, pero llegará un día en que me ofrecerás esto para que te castigue. 

Ella observó con los ojos abiertos de asombro, recelo... e interés. 

―¿Quieres correrte? ―preguntó él de repente. A Marlene se le contrajo el vientre y sintió como su sexo se humedecía, ¿todavía más?

―Sólo si mi Señor lo desea. 

―Hoy no me vale esa respuesta, ¿sí o no?

―Sí... ―gimió. 

―Pues vas a tener que ganártelo.


3 intimidades:

  1. TU si que eres una niña mala, mira que dejarnos con ganas de saber como se lo ganará, jajaja Buenísimo Paty , deseando leer la tercera parte, un abrazo

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  2. Como siempre me encantó leerte. Saludos guapa.

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  3. E.E ... Dios! como puedes dejarlo allí X( ...

    XDDDDDDDDDDD me encanta este amo XDD!!

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