Alimento


Virginia siguió al mayordomo. Se llamaba James y tenía el rostro más pálido de lo habitual en un vampiro, los rasgos suavizados y la mirada penetrante y oscura. Sentía cierta aversión por las luces brillantes, por eso siempre parecía estar envuelto en sombras. Virgina estaba segura de que podía mover su propia sombra de lugar, aunque nunca se lo había visto hacer. Caminaba con orgullo y altivez, con la determinación de quién se sabe superior y a veces se comportaba de forma soberbia cuando hablaba con mortales. Sin embargo, trataba bien a Virginia.

De camino al despacho del señor Waldorf observó la elegancia de los pasillos y las diferentes habitaciones de la mansión de la calle Clifton. Distinguió a varios miembros del selecto grupo de inmortales más influyentes de la ciudad; si la política mortal era complicada y retorcida, las leyes y tradiciones vampíricas eran una depravada versión de esta, dónde las conspiraciones y los intereses iban más allá de todo entendimiento humano. Virginia prefería no saber nada, los vampiros tenían toda la eternindad por delante para acuchillarse mutuamente por la espalda; las rencillas personales por obtener más poder o gobernar sobre un territorio no se olvidaban a la ligera y las tramas de venganza podían durar años. Precisamente porque tenían la eternidad por delante y una paciencia a prueba de tiempo, pasaban las noches rumiando planes de conquista. 

- Ya hemos llegado, señorita Virginia. Waldorf se reunirá con usted en breve. Que pase una buena noche.

- Gracias, James - se despidió ella con una sonrisa sincera. Silencioso como la muerte, el sirviente se retiró cerrando la puerta del despacho.

Virginia observó la habitación privada de Waldorf. Siempre le había gustado esa habitación. Tenía un toque antiguo, muebles de madera negra con exiquisitos acabados, tapizados en rojo. Las paredes estaban forradas de libros, entre los diferentes estantes los muros lucían pinturas antiguas y sobre pedestales de mármol negro había decenas de esculturas talladas en exquisitos materiales. 

Distraída en esto, la joven escuchó algo a un lado de la habitación. La puerta deslizante que conducía a unas estancias más privadas estaba entreabierta. Un murmullo apagado, muy leve, como el de una conversación susurrada, provenía de allí. Durante un segundo sintió miedo. Estaba en una casa repleta de vampiros y debido a su relación con Waldorf era un objetivo fácil. Miró a un lado y a otro, como buscando un lugar dónde esconderse, pero comprendió que no iban a matarla en un sitio como aquel. La mansión de la calle Clifton era suelo sagrado, una ley no escrita decía que era un lugar dónde no se derramaba sangre. Luego imaginó que sería Waldorf conversando con alguien antes de reunirse con ella. Con cautela se acercó hasta la puerta, atraída por la curiosidad, pero con el miedo presente, escuchar conversaciones privadas era de mala educación y podía ser peligroso si se trataba de un vampiro.

Tuvo que taparse la boca para ahogar un suspiro de impresión. La pequeña abertura le permitía ver el interior de la habitación, iluminada a medias. Dentro había una mujer de atractiva figura a la que solo podía ver de espaldas. Con un elegante movimiento, la mujer se despojó del vestido que cubría su perfecto cuerpo, que se deslizó por sus curvas como gotas de lluvia. Su piel era pálida como la luna y su cabello negro era tan largo que caía como una cascada. La reconoció de inmediato: Sybella, progenie de Waldorf. Su chiquilla. Virginia supo de inmediato que no tenía que estar espiándola, pero Sybella poseía una capacidad sobrenatural que la rodeadaba de un aura de irresistible atractivo y era imposible dejar de mirarla. Virginia estaba anclada al suelo, no podía apartar la vista. 

Sybella se arrodilló. Fue entonces cuando Virginia descubrió que la vampiresa no estaba sola. Reconoció al que estaba sentado en el sillón como uno de los guardaespaldas de Waldorf, un moreno con una cicatriz en la mejilla derecha. Tenía los brazos detrás de la cabeza, seguramente atados entre sí y una venda negra cubría sus ojos. Su camisa estaba abierta y podía distinguir los músculos de su torso desnudo, perfilados por la tenue luz de una lámpara situada en la mesa. Sybilla se inclinó para besarle el pecho y él contuvo el aliento. Virginia se obligó a parpadear cuando sintió que se le secaban los ojos, no podía apartar la vista. Sabía de la forma de actuar de Sybella, sabía que era lujuriosa y depravada y en más de una ocasión la había visto seduciendo tanto a hombres y a mujeres. Incluso había intentado seducirla a ella. De no se por Waldorf Virginia habría sido víctima de los encantos de Sybella. Los labios de la vampiresa recorrieron el cuerpo del vigilante. Virginia podía imaginarlos, podía imaginar el color rojo carmesí en los voluptuosos labios de Sybella y cómo el calor aumentaba en el cuerpo del hombre, cómo sus latidos aumentaban igual de rápido que el deseo de la vampiresa. En cualquier momento se alimentaría de él, cuando estuviese excitado al máximo.

Sybella levantó la cabeza y llevó las manos por el cuerpo del vigilante, que se removía ansioso con una sonrisa de lujuria en el rostro. Virginia se puso tensa, se dijo que tenía que dejar de mirar, que tenía que volver al despacho y esperar a Waldorf, que tenía que ignorar el remolino que empezaba a formarse en su vientre. Sybella se inclinó de nuevo hacia delante y el hombre ahogó un profundo jadeo. La cabeza de la vampiresa lo ocultaba todo, su cabello se derramaba por su espalda, sus brazos y por las piernas del hombre, impidiéndole ver lo que realmente estaba ocurriendo. Pero el cuerpo de Sybella estaba encajado entre las piernas del hombre y su rostro estaba inclinado a la altura de su regazo. No había que ser muy listo para saber lo que ella estaba haciendo. El húmedo sonido de sus labios y su lengua devorando al hombre impactó a Virginia, que sintió como sus mejillas se acaloraban. Pronto se quedó sorda de impresión, con el corazón latiendo en sus oídos y temió que su propia excitación atrajera a Sybella. El hombre se retorcia entre jadeos, la vampiresa realizaba una tarea intensa y profunda, llevandolo al límite. Viginia se repitió que tenía que dejar de mirar, que tenía que dejar de espiarles. Pero no podía. Escuchó un siseo, el siseo de un cuchillo, como el de una espada salir de una funda y el hombre emitió un gemido estrangulado provocándole a Virginia un sobresalto. Tuvo que taparse la boca cuando se le escapó un gritito y creyó haber sido descubierta. Pero no, Sybella estaba demasiado ocupada entregándole el mayor de los placeres a su amante al tiempo que se alimentaba de él. El mordisco de un vampiro inyectaba placer en su víctima y hacerlo justo en aquella parte debía de incrementar la excitación hasta límites inhumanos. El hombre debía tener una voluntad de hierro, resultaba imposible creer que no hubiese tenido un orgasmo tras el dulce bocado y que no hubiera tratado de huir. Virginia no se creía capaz de soportar algo así, Waldorf nunca la tocaba cuando se alimentaba de ella.

- Noto un ligero incremento en tu ritmo cardíaco, querida Virginia - susurró una voz tras ella. Virginia estuvo a punto de gritar y dar un salto, pero él había sido precavido. Le cubrió la boca con la mano y rodeó su cintura con un brazo, estrechándola a su pecho. - La sangre de una persona excitada tiene un sabor más dulce y excitante, ¿sabías? Ven, vamos a dejarles a solas, creo Sybella no abandonará a su amante en toda la noche... le encanta alimentarse de sus presas en zonas dónde hay mayor concentración de sangre.

Virginia fue arrastrada hacia el interior del despacho y la escena desapareció ante sus ojos. El aroma a jazmin llenó su mente de recuerdos, igual que la voz atercipelada del hombre. Se sintió ligeramente mareada y resopló por la nariz para intentar tranquilizarse, lo que había visto la había dejado muy afectada. Ya lejos de la influencia de Sybella, Virginia pudo volver a pensar de forma racional.

Abraham Waldorf la hizo girar y se miraron a los ojos. Virginia reprimió un suspiro, todavía le ardían las mejillas, pero mantuvo la compostura ante el Príncipe de Londres.

4 intimidades:

  1. Que chula! Es una nueva historia? Me encanta, tiene mucho glamour, y la primera escena ha sido impactante. Estoy deseando saber más sobre ese príncipe y su relación con Virginia. Besikoss

    ResponderEliminar
  2. ¿Qué me ha parecido? tengo el corazón a punto de escapar y marcharse a Londres..
    Calité en tu estilo narrativo, me ha mantenido atrapada, en vilo..
    Un gusto estar aquí.
    Hay mucho que leer aquí, así que llamaré a la puerta y recorreré las habitaciones poco a poco.
    Saludos :)

    ResponderEliminar
  3. Cada vez que te leo, querida Paty, acabo con el corazón agitado y, en esta ocasión, tras recorrer las calles londinenses bajo la penumbra hasta llegar a la mansión con la piel totalmente entumecida por la fría bruma... he acabado ofreciendo mi palpitante cuello al señor Waldorf bajo su irresistible mirada.

    Un beso desde mi Jardín, mi admirable Paty.

    ResponderEliminar
  4. Anónimo12:51

    Romanticismo, glamour, control, dominación, sensualidad... la metáfora de alimentarse (de la sangre) de los seres (humanos) inferiores... no me extraña que este universo te atraiga de forma irresistible.
    Jajajaaa

    Desde luego, tu prosa sigue siendo tan precisa y a la par tan sugerente que seduciría al mismísimo Lestat.

    Un beso y disculpa mi falta de noticias... que no mis ausencias, pues siempre te leo.

    ResponderEliminar

¿Qué te ha parecido esta intimidad?