Oscura rendición

Relato presentado al concurso "Por parejas", en el blog Ciento un viajes de Lillian. Esta historia está escrita desde dos puntos de vista; esta es mi parte y la otra fue escrita por Dulce, de El club de las escritoras.

Espero que os guste:)

Oscura Rendición

Primero escuchaba un suave zumbido y con él, llegaba el calor. Un intenso hormigueo se extendía por su piel incluso después de que el látigo hubiese abandonado el contacto con su tierna carne. Tras ella, el ángel Castiel volvió a levantar el brazo y otro azote restalló contra la piel desnuda de la diablesa de piel blanca. Las cadenas que la mantenían atada con los brazos por encima de la cabeza tintinearon cuando Jezabel se estremeció de dolor. Se encogió nuevamente, pero los grilletes de sus tobillos la mantenían anclada al suelo. Contuvo el aliento y cerró los ojos para contener las inevitables lágrimas de dolor; ante todo, no quería mostrar sus debilidades a Castiel, al cual amaba por encima de todas las cosas. Incluso por encima de su propia vida. 

Jezabel se había resignado al tercer azote y había perdido la cuenta de los golpes recibidos por el que hacía número treinta. Una brillante lágrima le resbaló por su pulida mejilla de alabastro. Reprimió un sollozo, la piel de su espalda ardía y ese hormigueo bajaba por sus muslos hasta hacerle temblar las rodillas.

- Jezabel... - susurró Castiel tras ella, con la voz jadeante por el esfuerzo. La mujer se estremeció al escuchar la imperiosa suavidad en el tono de su verdugo, uno de los mejores soldados de las Huestres Brillantes que había alcanzado el rango de general únicamente reservado para los que eran Arcángeles. Desde la caída de Lucifer, las jerarquías celestiales habían cambiado mucho y Jezabel se sentía orgullosa de los logros de Castiel. Era un gran guerrero, fiero y orgulloso; pero esta admiración que la diablesa sentía no era apreciada, él no sabía que Jezabel le amaba.

Castiel descargó un nuevo latigazo sobre la espalda desnuda y ella gritó por la impresión, estremeciéndose al escuchar el sonido del cuero contra su piel. Ese golpe había dolido más que  los anteriores. Su amado estaba enfadado. Mucho. Bueno, ella soportaría todos sus castigos. No le importaba sufrir si con eso pasaba más tiempo con Castiel. Desde que fuese expulsada junto con los demás ángeles caídos, le había echado mucho de menos. ¿Se daría cuenta él de sus sentimientos? Seguramente no, pero, ¿acaso importaba?

Castiel la rodeó y se situó frente a ella. Cogió con firmeza su barbilla y la obligó a levantar el rostro. Jezabel sintió un ramalazo de placer cuando los poderosos dedos del ángel entraron en contacto con su piel; encontrarse con su mirada fue todavía más impactante. Castiel era muy hermoso, era un hombre de rasgos fuertes y dominantes, con el cabello negro y largo. Sus ojos eran de un color azul celestial, firmes y penetrantes. Jezabel se sumergió en la calidez de su mirada con el corazón acelerado. Por fin Castiel volvía a mirarla después de tantos años.

- Ríndete - dijo él. Jezabel no pudo ocultar su sorpresa. Miró a Castiel a los ojos y buscó en ellos algun indicio de locura. Él era un ángel, ella un demonio: no existía la rendición cuando eras capturado, ningún demonio obtenía el perdón en el Cielo. Castiel siempre había sido fiel a sus ideales y jamás había mostrado piedad ante ninguno de sus hermanos caídos, a los que consideraba unos traidores. A Jezabel se le encogía el corazón al pensar que él la consideraba una traidora. Sin embargo en lo más hondo de su ser Jezabel se sentía feliz por que él profesase algún sentimiento por ella, aunque este solo fuera un profundo sentimiento de odio. Tanto el amor como el odio estaban alentados por el mismo fuego.

- No tienes a dónde ir... - prosiguió, mirándola fijamente. Aquellos ojos azul oscuro eran dos lagos profundos, brillantes; como el universo que ella contemplaba cuando su hogar era el Cielo. Jezabel gimió al poder contemplar sus ojos y sintió una punzada de añoranza por volver a ver el firmamento azul a sus pies. Desde el Infierno solo se veía oscuridad. - Por favor, vuelve con nosotros. Regresa a la luz y abandona la oscuridad que abrazaste siguiendo las mentiras de El Maligno...

Ella apretó los labios negándose a responder a eso. Castiel nunca comprendería el sacrificio que todos sus hermanos y hermanas habían tenido que realizar el día que todos cayeron. Pero, a cambio de entregar la luz de sus corazones, habían obtenido la libertad. En el Cielo no se podía amar, no se podía profesar otro sentimiento que no fuese el de lealtad y fraternidad y el destino de todo ángel era el de servir a un ser superior. Lucifer había luchado contra esta opresión y el resultado había sido una escisión entre los seres celestiales.

- ¡Jezabel! Por el amor de Dios... - protestó Castiel apretando los dedos en su mandíbula. Jezabel derramó unas lágrimas sin poder contener la emoción. No le importaba que Castiel se enfadara más, al menos pasaría tiempo junto a él. Los años en el Infierno habían sido duros habiendo dejado atrás una parte de su corazón.

- Castiel... - murmuró ella con la voz ronca de tanto haber gritado. Un destello brilló en los ojos del hombre, y ella sonrió con insolencia. - No debes pronunciar el nombre de Dios en vano - se burló.

El rostro de Castiel se descompuso. Le soltó el mentón. Durante un momento Jezabel sintió miedo al pensar que se había extralimitado. Su mayor temor no era volver a ser castigada o azotada hasta que su piel se desollase, eso no tenía demasiada importancia. Su miedo era más profundo y oscuro: no deseaba que Castiel se marchase y le dejase el trabajo a otro subordinado. Si tenía que matarla, la mano ejecutora debía ser la de su amado, no la de otro.

Pero Castiel, cuya ira bullía en la expresión de su rostro, no se marchó. Levantó el látigo y el cuero silbó el en aire trazando una espiral antes de restallar contra la piel de sus muslos. Ella se dobló por el impacto, tensando las cadenas del suelo y las del techo. Otro azote envió un ramalazo de calor por su costado derecho, luego otro por el lado izquierdo. Jezabel gimió y cerró los ojos con fuerza mientras el abrasador fuego se extendía por su cuerpo.

- Por favor... - imploró. - No te detengas... - sollozó con los dientes apretados. Castiel detuvo los azotes y la agarró de los rubios cabellos. El tirón envió un placentero escalofrío por la espalda de la cautiva, cuyos labios se curvaron en una sonrisa de complacencia. Al abrir los ojos se encontró con los de Castiel, cuyas pupilas rugían de furia.

- No hables. No quiero que... digas una sola palabra más - demandó. Jezabel apretó los labios lanzándole una mirada oscura a Castiel. El látigo resbaló de entre los dedos del verdugo y con las dos manos, el ángel sostuvo el rostro de la diablesa. - Hace años que esperaba este momento, Jezabel. El momento en que te castigaría por tu traición, el momento en que lograría hacerte cambiar de opinión, el momento en que regresarías con nosotros. ¡Pero eres testaruda! ¿No lo entiendes? Te ofrezco la redención...

- No quiero regresar con vosotros - contestó Jezabel con orgullo. En lo más profundo de su ser, odió decepcionar a Castiel. - No quiero volver a someterme, no quiero ocultar lo que siento, no quiero tener una existencía vacía. Quiero vivir, amar y ser libre de someterme a quién yo quiera... Eres tú el que no entiende.

Castiel apretó la mandíbula y su nariz aleteó. Era tan guapo cuando se enfadaba... Jezabel suspiró de anhelo y dirigió una mirada hacia su boca firme, su mentón recio y su poderoso cuello. Allí, una vena palpitaba. Jezabel supo que se estaba conteniendo. De pronto, Castiel separó las manos de su rostro y le dirigió una mirada de... ¿indiferencia? Movió la cabeza a un lado y a otro en gesto negativo, agitando algunos mechones de su cabello oscuro. Luego se agachó y soltó los grilletes de los tobillos de Jezabel, haciendo lo mismo con el de sus muñecas. Incapaz de sostenerse por sí misma, la diablesa cayó de rodillas frente a él y levantó la mirada solo para ver como le daba la espalda. 

- Ha llegado tu hora, Jezabel. El arcángel Azrael se encargará de tí...

- ¡No! - la diablesa se arrastró hasta los pies de Castiel antes de que abandonara la mazmorra y se abrazó a sus piernas, apretando la mejilla contra sus rodillas, marcándose en la piel los adornos de las perneras de su armadura. - Hazlo tú, Castiel. Si alguien tiene que matarme, has de ser tú, por favor... castígame como merezco... - más lágrimas brotaron de los ojos de la mujer, lágrimas de desesperación y tristeza. Azrael era el ángel castigador, el Ejecutor de las sentencias; Jezabel no deseaba morir bajo su espada. Su verdugo debía ser Castiel. - Soy una aberración de la naturaleza, Castiel... solo tú mano puede matarme... concedeme al menos esa gracia, te lo ruego - con la voz temblorosa y el labio temblando, Jezabel miró hacia arriba, buscando la mirada compasiva del ángel. Se encontraron y una corriente de melancolía inundó el pecho de la diablesa. No pudo contenerse, iba a morir en cualquier momento, debía echar más leña al fuego y poner a prueba el orgullo de Castiel para que fuese él quién la ejecutara. Había aceptado su destino en el mismo momento en que él la capturó. - Te amo, Castiel. Siempre te he amado - confesó con determinación, arrodillada a los pies de su verdugo, apretando el pecho desnudo a sus piernas, sintiendo el frío del metal en el torso. - Acaba conmigo para eliminar la vergüenza que sientes por mi...

Castiel no permitió que terminase la frase, enredó los dedos en su pelo dorado y la empujó de cabeza contra el suelo. Jezabel sintió el frío mármol en la frente y la rodilla de Castiel apretándose a su vientre. Después, fue su mano la que de pronto descargó un fuerte azote contra su trasero alzado por la obligada postura en la que se encontraba. Se hizo un ovillo, tragándose los lamentos y recibió un nuevo azote. La  mano desnuda de Castiel golpeó su piel desnuda, enviando una corriente de dolor mezclada con cierto placer por todo su cuerpo. Era lo más parecido a una caricia suya y Jezabel lloró de alegría.

- No hables más, Jezabel. ¿Acaso te he dado permiso para hablar? - protestó Castiel con la voz contenida, descargando un nuevo azote contra sus nalgas. El dolor picante hormigueaba durante un segundo sobre su piel, luego se extendía por el resto de su cuerpo, estremeciéndola. - Di, ¿acaso te he dicho que puedas hablar? - insistió. Su demanda fue correspondida con una negativa.

- No, mi Señor, no... - barbotó ella con nuevas lágrimas. Castiel tiró de nuevo de su pelo y la tumbó de espaldas contra el frío suelo de la mazmorra, forzando su postura para que permaneciese arrodillada. Jezabel se removió, con las piernas dobladas bajo su propio cuerpo.

Castiel se inclinó y cubrió los labios de Jezabel con los suyos en una cálida caricia convertida rápidamente en una fogosa demanda. Un torrente de confusión inundó la  mente de Jezabel incapaz de creer lo que Castiel estaba haciendo, pero recibió sus besos con alegría. Se sumergió entre sus labios abrasadores, aceptando lo que él le ofrecía sin pedir nada más. Cuando él se separó, sintió frío en los labios húmedos y le dirigió una súplica muda.

- Entonces, a menos que te diga que hables, no digas nada... - masculló Castiel lanzándole una mirada ardiente. Sus brillantes ojos eran dos fuegos que crepitaban de deseo. Jezabel se sintió confusa y emitió un jadeo con el corazó latiéndole a toda velocidad. Cuando Castiel desvió la mirada hacia su cuerpo, la diablesa se estremeció de deseo, cubriéndose el cuerpo con los brazos en un ataque de pudor. Castiel rodeó su muñeca con los dedos y la apartó de su cuerpo. - No te cubras. Quiero verte.

Tragando costosamente, con el deseo burbujeando bajo su piel, Jezabel se descubrió ante su mirada. Castiel nunca había sucumbido a los placeres de la carne, era algo prohibido, pero ahora observaba a Jezabel con profundo interés y ella gimió en respuesta. La devoró con la mirada, quemándola, abrasando cada centímetro de su cuerpo desnudo.

- Siempre fuiste más valiente que yo, Jezabel... - murmuró él posando una mano firme sobre su vientre. La diblesa jadeó, retorciéndose, con las piernas dobladas bajo su cuerpo. Castiel apretó el puño en sus cabellos con más firmeza y volvió a besarla con contundencia. Ella se derritió. - Siempre fuiste un sueño inalcanzable... hasta ahora.

Algo ocultó la luz sobre ellos y una suave pluma blanca se deslizó perezosamente hasta posarse sobre su pecho. Las blancas alas de Castiel se agitaron, extendiéndose en toda su envergadura, espléndidas y brillantes como un sol radiante. Curvándolas, Castiel cubrió su cuerpo y el de Jezabel, rozándole suavemente la piel con el extremo de sus alas. Ella le miró, con el corazón en un puño y sintió como su mano acariciaba su vientre descendiéndo hasta la curva de entre sus muslos. Una llamarada de calor prendió bajo su estómago y se unió a la mano de Castiel cuyos dedos rozaron la sensible superficie de sus pétalos. Jezabel puso los ojos en blanco y se arqueó de deseo.

- Oh, por Dios... - el gemido brotó de sus labios en forma de lamento. La risa de Castiel resonó en su pecho, metiéndose bajo su piel.

- No pronuncies el nombre de Dios en vano, Jezabel... - se burló él. La diablesa no entendía nada, pero su mente dejó de procesar y solo tuvo pensamientos para los tiernos dedos de Castiel acariciándola suavemente.

- Castiel - gimió ella con los ojos llorosos. - Quiero hablar... 

- Habla - permitió. En ese momento la caricia se profundizó y ella sollozó al sentir una repentina invasión en el interior de su cálido sexo.

- No me someteré a tu dios, Castiel - balbuceó ella con los ojos cerrados. Sentía la necesidad de confesar esos sentimientos tan hondos que incluso se ocultaba a si misma. - Pero... a tí sí. A tí si quiero someterme... a ti deseo servirte, complacerte y...

- Ya basta - la besó atajando su discurso y abandonó las caricias entre sus piernas. Ella se asustó, pero los labios de Castiel la tranquilizaron, igual que sus caricias por su cintura y sus caderas. Sus manos, antes crueles, eran ahora tiernas. No entendía nada, ¿por qué de pronto todo parecía maravilloso? - ¿Quieres someterte a mi? Ponte en pie, acercate a esa pared y apoya las manos sobre ella - ordenó.

Jezabel obedeció con presteza, mirando una sola vez a Castiel antes de darle la espalda. Se había convertido en un dios, irradiaba esplendorosa luz con sus magníficas alas blancas ocupando toda la mazmorra. Su mirada había cambiado, su expresión serena y confianda alentó a Jezabel. Él le dirigió una mirada dura y ella entendió su impaciencia. Aceptaría todo lo que él quisiera hacerle, así que se giró. En cuanto apoyó las manos sobre la pared de la mazmorra, el látigo volvió a restallar contra su piel. Ella se tragó una protesta tras otra mientras él la azotaba. Ya no había lugar en su cuerpo que no hubiese quedado marcado con látigo, el dolor ya había dejado de existir. Solo quedaba la certeza de que con cada golpe, Castiel la hacía un poco más suya.

- Estás preciosa - alabó Castiel, dejando caer un latigazo en su cintura. - Ojala pudieras verte como yo te veo, desnuda y sometida. Te deseo... 

Inesperadamente, los azotes cesaron y Castiel la abrazó. Sus manos acariciaron su cintura, su vientre y sus pechos. Aquello estaba prohibido, él nunca había hecho algo que estuviese prohibido. La hizo girar, la empujó contra la pared y empezó a besarla. Había desesperación en su boca cuando la obligó a separar los labios. Jezabel no pudo contener más su deseo y rodeó su cuello con los brazos, apretándose a su cuerpo. Castiel la acarició como nunca debería haberla acariciado y ella se murió de impaciencia.

- ¿Qué haces? - le preguntó entre beso y beso. - ¿Qué estás haciendo? - necesitaba saber.

- Lo que debería haber hecho, Jezabel. Debí caer junto a ti, y no lo hice por pura cobardía. Te deseo y es hora de demostrartelo - la levantó del suelo con ambas manos y la sostuvo contra la pared, metiéndose entre sus piernas. Ella jadeó con nuevas lágrimas en su rostro, sintiendo un enorme recocijo. - Voy a hacerte definitvamente Mía...


Las alas de Castiel cubrieron los dos cuerpos, ocultándolos de la luz cuando los dos sucumbieron a los deseos prohibidos.


1 intimidades:

  1. Parece que Castiel ha sucumbido al lado oscuro y a Jezabel. Y es que lo que el amor y la pasión no consigan, pocas cosas pueden hacerlo. Una historia fantástica, me encantará leer la de Dulce. Besikos

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