El principio y el fin III

Cuando ella despertó, él se había levantado de la cama. Contempló su silueta recortada por la luz de la luna, las cicatrices que surcaban su cuerpo resaltaban plateadas sobre su piel broncínea. Estaba de espaldas cuando le habló y no se volvió para hacerlo.

- No voy a volver - murmuró sombriamente. El silencio que se produjo a continuación resultó abrumador. La Princesa no le creyó, pensó que su mente no se había recuperado del agotamiento físico de la noche; que no se había despertado del todo. - Esta ha sido la última vez - en esta ocasión se giró para mirarla a los ojos, con una expresión de mortal seriedad en el rostro.

- ¿Por qué? - fue lo único que ella acertó preguntar. De repente la habitación se hizo muy grande y ella se sintió muy pequeña.

- No puedo decirtelo - respondió con su habitual serenidad.

- Pero... ¿qué significa...? No puedes irte... tienes que volver - se le agolparon las lágrimas en los ojos y eso provocó que se le quebrara la voz. Respiró con dificultad, asimilando con pesada lentitud lo que implicaban las palabras de su amante.

- No llores - dijo él, a modo de órden, sin un ápice de compasión. Ella se tragó las lágrimas de pura rabia y saltó de la cama temblando de dolor, con el corazón roto.

- Miénteme... dime que volverás. Podrías haberte marchado sin más - protestó con un jadeo, no podía hablar bien, su corazón parecía a punto de sufrir una súbita rotura. - Al menos me hubiera quedado el recuerdo de esta noche, te habría guardado en mi memoría pensando que te habían matado y aún albergaría la esperanza de volver a verte vivo. Pero así no... así no hay esperanza.

- Podría haberte mentido - afirmó él, sin perder la compostura. - Pero para mentirte, habría desaparecido sin dejar rastro. No habría venido a verte... - despacio, empezó a vestirse. La Princesa enloqueció de amargura y empuñó con las dos manos un cuchillo que guardaba bajo el colchón. - ¿Qué haces? - preguntó él, sin alterarse lo más mínimo, mientras se abrochaba los pantalones.

- Te amo - dijo con los dientes apretados. - No puedes irte, no puedes abandonarme. No puedes dejarme aquí, sola...

- No estás sola. Tines a tu Príncipe, tienes tu Reino, tienes a tu familia... 

- ¡No lo entiendes! - chilló horrorizada. - No comprendes lo que me espera si te vas, no comprendes lo dificil que resulta soportar la presión de toda esta... gente. Me alejaron de mi hogar, del campo de batalla dónde luchaba con mis hombres; me arrojaron a este cubil de nobles rastreros, de subtefugios, de mentiras y conspiraciones. Mi único Príncipe eres tú, mi Reino está contigo... 

- No me voy por capricho - interrumpió él. Se acercó lentamente a la Princesa, con mucha cautela y puso sus manos sobre las delicadas manos de la mujer, que no dejaban de temblar. El acero del puñal brillaba con tonalidades plateadas. - Yo también te amo y no dejaré de hacerlo. Sigue amándome, aunque no pueda estar contigo; yo seguiré amandote, allá dónde vaya.


- Prefiero morir a no verte jamás - suspiró ella con los ojos brillantes.

- Si te mueres, mi marcha no tendrá sentido...

De pronto, ella sintió un agudo pinchazo en la cara interna de uno de sus muslos. La sangre brotó suavemente deslizándose por su piel. Él le había hecho un corte con un cuchillo que llevaba escondido en el pantalón. Ella lo miró con reproche.

- Recuérdame cada vez que te toques. Piensa en mí a cada momento, cuando estés sola o cuando estés con tu esposo. Guardame en tu memoria y en tu corazón. Yo haré lo mismo...

La Princesa no pudo evitar las lágrimas y blandió el puñal. El hombre no detuvo la trayectoria y el acero se hundió en su hombro. La mujer apretó los dientes y retorció el arma, para cuando la extrajo la sangre le salpicó copiosa los brazos. El hombre no mudó su expresión, ni un ápice de dolor asomó en su rostro; con total indiferencia, puso una mano sobre la herida abierta para frenar la hemorragia.

- Yo llevaré esto en recuerdo tuyo - susurró.

Se aferró a la cintura de la Pricesa y la besó. Ella tiró el puñal y lo abrazó, besándolo apasionadamente, enredando las manos en su pelo, arañando su espalda y sus brazos, sintiendo la sangre ardiente del hombre deslizarse por su pecho. Al final, él se separó y solo quedó el recuerdo cálido de su boca. Observó como se vestía y como se marchaba por la ventana. Solo entonces corrió hasta la cama y se hundió entre las sábanas a llorar desconsoladamente.

Él permaneció en el balcón, escondido tras una estatua, sumido en sombras, acariciándose la herida del hombro. Solo cuando escuchó como ella se dormía y su llanto cesaba, abandonó su escondite.

Tenía que abandonar rápidamente la región. Habían puesto precio a su cabeza.

6 intimidades:

  1. Hola, Paty, leí el texto sin leer el título, me gustó, no había entendido bien y, claro, era una tercera parte. Así que voy a leer las dos anteriores para ver cómo se encadena esto.
    Un beso.
    Humberto.

    ResponderEliminar
  2. Hola Humberto. Así es, son tres partes y esta era la última, aunque es totalmente independiente. Quizá haga una cuarta parte, con una quinta, pero más adelante.

    Gracias por leer y comentar, un saludo ^_^

    ResponderEliminar
  3. Paty...

    Em tuas palavras me afundo... com prazer!!!


    Beijos e carinhos!
    AL

    ResponderEliminar
  4. Me gusta este final-no final. Me ha recordado (salvando mucho las distancias) a la escena de Don Mendo en la que Magdalena descubre que el trovador de quién se ha enamorado es Don Mendo, a quién traicionó y dio por muerto.

    – ¡Mira, el recuerdo de cien combates!
    – ¿La cicatriz? ¡Mi mordisco! ¡DON MENDO!

    ResponderEliminar
  5. AS, gracias por tus ánimos. Besos para ti también :)

    José, jajaja, que gran obra la de Don Mendo. Pero nada que ver esta Princesa con doña Magdalena, que menuda pieza era :P

    Un saludo ;)

    ResponderEliminar
  6. Me has sorprendido muy gratamente, he leido las tres partes y me ha encantado, soy un lector compulsivo de todo lo que cae en mis manos...y lo tuyo es algo grande,un escrito muy bien redactado...mis felicitaciones...un besote preciosa

    ResponderEliminar

¿Qué te ha parecido esta intimidad?