(El principio) y el fin II

El intruso acomodó a la Princesa sobre la cama, pero ella no estaba dispuesta a quedarse únicamente mirando mientras él decidía qué prenda se quitaba primero. Aún con los deliciosos espasmos recorriendo su cuerpo, se lanzó a los brazos del hombre para besarle mientras este se quitaba lentamente la ropa. Portaba una pieza de cuero acolchado en el torso, lleno de hebillas y correajes, que eternizaban el proceso; le ayudó, tironeando de las correas con demasiado ímpetu. Una vez libre, la camisa de color negro le siguió y entonces ella pudo abrazarle y presionar sus delicados pechos contra el duro torso del hombre.

Los dos disfrutaron de las pieles tibias en contacto, el hombre rodeó con sus poderosos brazos el cuerpecito de la Princesa y acarició su espalda desnuda y su pelo sedoso. Ella recorrió la recia envergadura de sus hombros y su larga espalda, deslizando un dedo por su espina dórsal. Ansiosa, se aferró a su cabello y lo desestabilizó tirándolo sobre la cama, aprovechandose de la ventaja para tumbarse encima de él.

Los besos se sucedieron, los de él con lentitud, los de ella con ansía, con sed, con avidez. Rodaron una vez, enzarzados en una igualada pelea por ocupar la posición más elevada. Con los pies, la mujer empezó a tironear de los pantalones del hombre, rozando su cuerpo con los muslos. Él no hizo nada, se limitó a desesperarla con su pausado proceder, acariciando sus piernas, deslizando los dedos por su voluptuoso trasero, metiéndose entre sus nalgas para alcanzar esos lugares que para ella eran tan indecorosos. Pero él sabía que le gustaba que tocara esa parte de su cuerpo; por mucho que ella se avergonzara de ello, no podía negar que la volvía loca. Presionó ligeramente y ella ahogó suspiro. Aprovechándose de su turbación repentina, destrabó los muslos de la mujer de su cuerpo y la hizo girar. Sin perder tiempo, los labios del intruso depositaron un beso húmedo en la parte baja de su espalda antes de deslizarse hacia abajo y morder sus redondas nalgas. Aferrándose a sus muslos con los dos brazos, buscó la manera de llegar hasta su sexo y una vez lo tuvo delante, atacó con precisión.

Los suspiros de la Princesa se volvieron quizá demasiado clamorosos, pero eso no lo intimidó, al contrario, solo provocó que buscase la forma de que obligarla gritar con más ardor. Ella mordió las sábanas, se aferró a ellas, gruñó para reprimir los aullidos que brotaban de sus labios. Era tarea imposible, no entendía cómo era posible sentir tanto placer cada vez que su lengua rozaba ciertas partes, cada vez que sus labios se apretaban a su sexo palpitante. Cesó la tortura de improviso y volvió a hacerla rodar para ponerla frente a él. Se miraron unos segundos, ella no podía respirar bien, él estaba sereno y bajo su oscura mirada refulgía un brillo de deseo. Una mirada peligrosa, que presagiaba un suplicio lento y metódico. Sin saber porqué, la Pricesa separó los muslos, sabedora de que estaba al borde de sufrir un desmayo. Sin perder la calma, el intruso no dejó de mirarla, ni siquiera cuando besó la tierna semilla de su entrepierna. A ella se le nubló la vista y sus manos se crisparon cuando la acarició con la lengua; incapaz de aguantarlo, lo aferró por los cabellos para apartarlo.

Él no se separó, pero ella consiguió doblarse con destreza y tocar su boca con los labios. Sus lenguas se enredaron en un beso interminable, con movimientos decididos, la Pricesa se enroscó de nuevo a la cintura del hombre y rozó su sexo húmedo contra el ardiente y rígido sexo de su amante. Puesto que no había vuelta atrás, el intruso la estrechó fuertemente a su cuerpo y empujó con un único movimiento que lo dejó completamente clavado con tanta facilidad como si hubiese sido un cuchillo el que hubiese atravesado su carne. Rápidamente despejó el rostro de la Pricesa, apartandole los cabellos de la frente para contemplar su rostro. Ella lo miró fijamente, con amor, devoción y maravilla, apretando brazos y piernas en torno a él, aferrándose a su espesa melena negra con manos desesperadas.

Fue la desesperación lo que espoleó sus cuerpos. Aunque él no deseaba lanzarse como un animal desbocado, le costó controlar el ímpetu de la Princesa; pero al final, no fue capaz de negarle sus apetencias y cedió a los impulsos con descontrolada vehemencia. Sus cuerpos rodaron de un lado a otro enzarzados en otra pelea, esta vez más cruenta, buscando la forma de fundirse, de unirse con mayor precisión, buscándose y encontrándose, rozándose, acariciándose, hundiéndose, amándose. Enlazaron sus manos, bebieron de sus labios, ahogaron sus jadeos y mezclaron sus lamentos con suspiros y juramentos exaltados. Ella lo azuzó presa del delirio hasta que enloqueció de placer y con el cuerpo sacudido por incontrolables convulsiones confesó como tantas otras veces lo mucho que lo amaba. Por toda respuesta, recibió un beso profundo y un torrente de abundante calor abrasando sus entrañas. Pero apenas le dio respiro, solo le permitió recuperar aliento antes de volver a empezar...


2 intimidades:

  1. Hola vecina, te he dejado un pequeño cuestonario en mi blog, si te apetece, te estara esperando.
    Un beso cariñoso.

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  2. Dos entradas estupendas, un encuentro furtivo entre dos apasionados amantes. Me encanta. Un besazo

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