Un nuevo comienzo - [#intimidaddelosviernes]


Levantó la vista para perderla entre los clientes de la terraza de la cafetería. Se detuvo a observar a un hombre más de lo habitual, su aspecto le recordaba al personaje de una serie de televisión, un tipo alto y rubio que pasaba más tiempo vestido que desnudo. Ahora estaba vestido, claro, pero no se trataba de ese personaje tan sexual que más de una vez la había hecho estremecer sin ella quererlo.
Dejó escapar un suspiro. Pensar en sexo hacía que recordara a Colin. Habían tenido que separarse, aunque Marlene no tenía muy clara la razón. Él le había dicho que necesitaba tiempo y ella, asustada, le había dicho que sí. ¡Vaya estupidez! ¿Tiempo para qué? ¿Para pensar en su relación? Ella lo tenía muy claro, habían vivido juntos durante un año, se habían mudado a una ciudad más grande y ahora… Ahora estaba sola y perdida sin él.
No quería ponerse triste. Volvió a mirar al tipo de antes, pero enseguida apartó la mirada. Le recordaba esas noches en las que se quedaban juntos viendo la tele, como una pareja, después de cenar y charlar sobre cómo había ido el día. Luego se acostaban en la misma cama y, a veces, Colin la despertaba en algún momento de la noche. Marlene recuperaba la consciencia dejando atrás sueños calientes cuando él le mordía el labio. Para entonces ya la había maniatado y había inflamado su boca mediante besos. Cuando ella abría los ojos y se acostumbraba a la luz —a él le gustaba verla siempre que hacían el amor—, Colin la penetraba siempre de forma inesperada y se le encogía el estómago por la impresión. No se explicaba cómo podía estar tan mojada y tan sensible si había estado durmiendo. Se lo preguntó muchas veces y al final llegó a la conclusión de que él la estimulaba mientras dormía y después la despertaba para llevarla al clímax.
Se lo tomaba con calma. Siempre se lo tomaba con calma, aunque pareciese apresurado, su capacidad para medir el tiempo todavía la asombraba. Sabía cuantos minutos tenía que estimularla, cuantos segundos torturarla y cuanto alargar su placer según la situación. Era un maestro en el arte de la improvisación sexual.
Marlene siempre suplicaba. Tampoco sabía cómo lo hacía él para conseguirlo, pero siempre obtenía de ella lo que quería, porque ella era incapaz de negárselo. Lo deseaba tanto como se avergonzaba de ello. Buscaban mutua complacencia, cada uno a su modo, y todo era perfecto. Incluso cuando él la hostigaba con ardientes comentarios, señalándole lo enrojecida que tenía las mejillas, alabando el rubor de su rostro mientras se sumergía en ella con fieros y calculados movimientos.
Siempre conseguía que ella se corriese primero. Una o dos veces, antes de dejarse llevar. Marlene siempre se decía que tenía que aguantar más, que tenía que esperarle, pero él demandaba un orgasmo y ella no podía rebelarse contra sus órdenes. En verdad podía, pero su cuerpo estaba demasiado acostumbrado a obedecer sus exigencias. En una ocasión, acalorada y casi sin respiración, le pidió compartir el momento. Fue intenso y abrumador, saltaron incluso chispas. Hasta lágrimas. Al día siguiente, él le dio unos azotes como castigo y ella sufrió y disfrutó a partes iguales.
Se acostumbró a las zurras. Al principio le daban pánico —a quién no le daban—, pero él conseguía que fueran ardientes. Algo que le parecía horrible se transformó en excitante y ese dolor, ese escozor en la piel, acababa encendiéndola más deprisa que cualquier caricia.
Pero el sexo no era lo único que le gustaba de él. Era una parte muy importante de su relación, pero también estaba su manera de ser. Por ejemplo, su seriedad. Colin se enfurruñaba con facilidad cuando algo lo indignaba —habitualmente eran cosas que para Marlene no tenían importancia —y a ella le encantaba tomarle el pelo. Le gustaba su risa, su olor después de una ducha, la manera en que se ajustaba la corbata, el sonido que hacía cuando tragaba algo de su agrado. Le gustaba cuando él le buscaba las cosquillas y acababan tirados en el sofá mirando al techo, le encantaba que le diera un abrazo junto a la ventana de su apartamento. Adoraba cuando le ponía una mano en la cintura y toda la oscuridad se desvanecía.
¿Y si ella no le ofrecía todo eso? ¿Y si Colin se había marchado porque no había nada que le gustara de Marlene? ¿Y si solo le agradaba el sexo y quería algo más y en ella no podía encontrarlo?
Joder, ¿por qué no habían hablado sobre eso? Ella nunca le había dicho todo lo que le gustaba de él porque Colin lo daba por sentado. A veces podía ser insufrible y arrogante, lo sabía todo y nunca dudaba de nada. Eso le gustaba, pero hacía que a veces sintiera que no estaba a la altura.
Se levantó y abandonó la terraza antes de ponerse a llorar. Habían pasado tres semanas y dudaba que pudiera separar la ruptura. Porque parecía una ruptura, él no lo había mencionado, pero si le había pedido estar un tiempo separados, era porque estaba planteándolo.
Pues vaya forma de hacerla sufrir. Si quería cortar con ella que lo hiciera, pero así la dejaba con esperanzas y era peor, porque cuando volviera para romper definitivamente, ella no sería capaz de aguantarlo.
Solo de pensarlo le dolía todo. El corazón, el cuerpo y el alma.
Cruzó la calle y comenzó a llover. Eso también le recordaba a él. Puñetas, todo le recordaba a Colin, cualquier cosa, por insignificante que fuera. Y se debía a él, porque se había encargado de hacer que cualquier detalle evocara su relación, su manera de tener sexo, sus provocaciones y sus extravagancias se le habían metido bajo la piel. Dentro y fuera de la intimidad, Colin estaba en todas partes, hasta en el aire que respiraba.
A lo mejor ella también necesitaba tiempo. Perspectiva. Espacio para no verse ahogada bajo la sombra de su presencia. A decir verdad, desde su ausencia había tenido tiempo de hacer cosas. Al principio había ocupado el tiempo libre en hacer cosas que la distrajeran, pero había acabado aburriéndose. Había hecho amigas, con las que había salido y había compartido risas y secretos. Había conocido a gente nueva. Sí, había podido hacer otras cosas.
Pero siempre faltaba él. En todos los aspectos. En lo más cotidiano, como despertar por la mañana o acostarse por la noche. En preparar un café a media tarde y que él apareciera por detrás con ganas de jugar, le subiera la falda y, sin mediar palabra, se agachara a sus pies para acariciarle el trasero con la nariz.
Otra vez pensando en sexo. Furiosa, Marlene cruzó la carretera con prisas por llegar y refugiarse. Había pasado una tarde estupenda con una amiga, pero cuando ella se había marchado, la soledad había hecho que su cabeza pensara en cosas que no tenía que pensar. Divisó su edificio enseguida.
Y también a él
Estaba junto a la acerca, cerca de la entrada, y miraba en su dirección. Marlene frenó en seco sin saber muy bien si lo que estaba viendo era real o no. Quizá eran imaginaciones suyas, quizá estaba tan desesperada que veía en un desconocido la cara de Colin. Dio un paso, luego otro y otro, y a medida que se acercaba, la figura masculina se hacía cada vez más nítida. Él no se movió, no hizo ningún gesto para llamarla, absolutamente nada excepto mirarla. Desde aquella distancia adivinó su expresión impenetrable, la que ponía cuando quería ser implacable, y Marlene notó un tirón en el estómago.
La abstinencia de las tres últimas semanas hizo que le temblaran las rodillas. La melancolía y el deseo se mezclaron con el anhelo, con la pena y también con la indignación. Colin pretendía tener sexo con ella, su manera de esperarla al otro lado de la calle así lo indicaban. Y aunque le encantaba aquel juego, no pensaba someterse a menos que él le explicara que coño había estado haciendo esas semanas que no podía contar con ella.
Apenas faltaban diez metros para alcanzarle cuando él echó a correr en su dirección. Marlene se sobresaltó cuando lo vio venir hacia ella, su energía envolviéndolo como un aura de fuego, su ropa cara mojada por la lluvia, el pelo agitado, la barba más crecida, los guantes con agujeros en los nudillos. Su entereza se fue viniendo abajo y a dos metros de distancia se lanzó a sus brazos.
Él la agarró al vuelo cuando saltó y la estrechó con fuerza contra su pecho. Marlene no pudo evitar las lágrimas cuando su cuerpo entró en contacto con el de él. Colin cerró los brazos en torno a su cintura hasta que casi la ahogó y hundió la cara en su cuello. Inspiró hondo.
Marlene comprendió que la estaba oliendo, porque ella hizo lo mismo. Su aroma le trajo a la memoria los buenos tiempos, aquellos en los que aprendieron juntos un camino nuevo en sus vidas. Permanecieron bajo la lluvia durante al menos diez minutos, abrazándose y tomando conciencia del cuerpo del uno y del otro.
—Tengo que explicarte muchas cosas, Marlene.
Pero ella no lo dejó hablar, lo cogió por la cara y lo besó, encendiéndose en cuestión de segundos. Lo había visto, tocado, escuchado y olido. Ahora necesitaba probarlo, necesitaba su sabor, llenarse la boca con todo él, con sus dedos, con su piel, con su cuerpo, con su sexo.
—Solo dime que vuelves para estar conmigo. Con eso me basta.
—He vuelto para estar contigo —respondió sobre sus labios mojados de lluvia y saliva.
—Con eso me basta. Ahora necesito que quites esta ansía por ti que tengo.







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6 intimidades:

  1. Está muy bien Paty. Pero creo que es más complicado con todas las fotos, por lo menos a mí me lo parece.
    ¡Venga ya espero el próximo relato!

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    1. ¡Gracias por leer! La próxima semana elegiré solo una fotografía, lo prefiero así :)

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  2. Woooo!!! Felicidades, todas las fotos metidas y bien compaginadas✌✌✌
    Me alegra mucho, muchísimo que hayan vuelto las Intimidades de los viernes😍
    Deseando leer la próxima, un saludo😘

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    1. Gracias por leer 😍
      A ver si puedo mantener el ritmo, la próxima semana una foto nada más 😄

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  3. OOOOHHHH me encantaaaa, que bonico y que chulo te ha quedadooooooo

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  4. Por fín me puedo pasar, me ha gustado mucho, que angustia coñe! Me cago en Colin, jajaja.

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