¿A dónde vamos? - [#laintimidaddelosviernes]


—¿A dónde vamos? —preguntó Marlenne en voz muy baja.

—Al club —respondió él.

Se removió inquieta en el asiento del coche, bajándose un poco la falda del corto vestido de noche para que no se le vieran demasiado los muslos cubiertos por unas medias de red. En realidad, lo que más temía era que la falda se le subiera y acabara sentada directamente sobre la piel del asiento, porque esa noche no llevaba ropa interior.

Colin apartó una mano del volante y la depositó suavemente, pero con firmeza, sobre la rodilla de Marlenne. Ella sufrió una convulsión y el contacto le erizó la piel, enviando un ligero calambre hacia su estómago. Colin llevaba unos guantes de cuero de color tabaco para conducir, un hormigueo le ronroneó en el vientre al imaginar el uso que él podría darle a esos guantes una vez llegarán al club y una vez estuvieran solos. Por lo pronto, contemplar su mano poderosa enfundada en aquella capa de piel marrón oscuro era fascinante. Sintió una corriente eléctrica subirle por la pierna hasta las entrañas, dando suaves lametazos a su desnudo y dolorido sexo.

—No te bajes la falda —pidió Colin, subiendo la mano por su muslo, descubriendo cada vez más carne.

—Pero… —quiso protestar.

—No te bajes la falda —repitió él con calma.

Marlenne se mordió el labio y dejó caer las manos sobre el asiento. Él puso las dos manos sobre el volante y apretó los dedos, haciendo crujir el cuero. Ella se estremeció, sintiendo como se le erizaba toda la piel.
Todavía sentía dolor entre las piernas y estaba muy inquieta. Aquella noche habían acordado salir a cenar juntos. Los dos tenían compromisos y no habían podido coincidir ni un momento durante todo el día. Marlenne le había echado tanto de menos que pensó en proponerle un plan más relajado: prepararía su comida favorita y cenarían en casa, con calma, un buen vino y algo de música. Sin embargo, Colin se presentó cuarenta minutos antes de lo previsto y Marlenne acababa de salir de la ducha. 

Entró hasta el baño, sorprendiendo tanto a Marlenne que ella no tuvo tiempo ni de decirle “hola”. Cubriendole la cara con las dos manos, se inclinó sobre ella y empezó a besarla con tanta pasión que la asfixió en cuestión de segundos. Marlenne intentó seguirle el ritmo, aturdida por su ímpetu y por su inesperada presencia, pero no pudo hacer nada contra su lengua implacable y sus manos calientes. Le temblaban tanto las rodillas que tuvo que sostenerse sobre el lavabo para no caer echa un manojo de nervios a sus pies.

—Tenía tantas ganas de verte —susurró Colin sobre sus labios palpitantes, derramando su cálido aliento entre los dientes de Marlenne.

—Yo también —tartamudeó ella con un gimoteo.

—Hueles a vainilla.

Colin la contempló como si fuese la primera vez que la viera, maravillado por tenerla entre sus brazos cubierta únicamente por una algodonosa bata, la piel caliente por el agua y un olor a vainilla que impregnaba todo el cuarto de baño lleno de vapor. 

 —Date la vuelta —dijo con su voz seria. 

Marlenne tembló ante el cambio que se provocó en su mirada, antes amorosa, ahora hambrienta y se giró para darle la espalda a Colin. El corazón empezó a latirle tan fuerte que se quedó sorda, sintió las manos del hombre bajar por las caderas y las nalgas para después subir por debajo de la bata, dejando un rastro abrasador sobre su piel limpia. Apretó los labios y se agarró al lavabo, demasiado impresionada para protestar. Con calma, Colin enrrolló la falda de la bata en su cintura dejando al aire su trasero, cuya piel se enfrió por el ambiente. Nublada por el vapor del baño y por la corriente eléctrica que emanaba la cercanía de Colin, sin que él le pidiese nada separó las piernas tal y como le había enseñado que debía hacer, inclinándose hacia delante para ofrecerle su trasero desnudo. Se estremeció nerviosa, con la expectación crepitando en sus entrañas, sintiendo en la piel el calor del cuerpo de Colin y el roce de la tela de sus pantalones.

—Ibamos a salir esta noche —susurró Colin, con un tono tan oscuro que Marlenne sintió un ramalazo de terror subirle por la espalda—. Y todavía no estás lista. ¿Por qué? 

Todas las alarmas de Marlenne saltaron de inmediato. De pronto, la idea de proponerle un plan tranquilo ya no le parecía tan buena y vaciló; ante su silencio, recibió una palmada en una de las nalgas. El sonoro ¡plaf! que se propagó por todo el baño repicando contra los azulejos la impresionó más que lo inesperado de aquel doloroso azote. Se sonrojó notando como la piel empezaba a picarle, sintiéndose avergonzada por el sonido de la mano chocando contra su carne. Odiaba ese sonido, le causaba un rechazo absoluto, le parecía tan escandaloso y se lo había dicho tantas veces a Colin que ya se había cansado de repetirselo. Colin acaricio sus nalgas frotando suavemente la palma de su mano contra la piel caliente. Marlenne apretó los labios sintiendo un hormigueo bajarle por entre las piernas y contuvo un gemido cuando recibió una nueva palmada. No terminaba de acostumbrarse a eso.

—No me castigues —suplicó Marlenne, no podía soportar sus rondas de azotes, acababa humedeciéndose de forma tan vergonzosa que, más tarde, cuando lo pensaba con frialdad, deseaba arrancarse la sensación de la piel—. No he hecho nada malo.

—Tienes razón, no has hecho nada malo —susurró Colin en su oreja, frotando vigorosamente la zona recién golpeada—. Pero, como te he dicho ya varias veces, no necesito un motivo para castigarte. Además, te quiero mojada y por lo que sé, está es la forma más rápida de conseguirlo. Sé cuanto te gusta que te azote el trasero. 

Marlenne se levantó dispuesta a salir corriendo del baño, pero Colin la agarró por las muñecas y la empujó sobre el lavabo, recostándola contra la encimera de mármol. Se movía con medida precisión, sabía dónde y cómo situarse sobre Marlenne, como manejarle los brazos para inmovilizarla con una sola mano. Con la que le quedó libre comenzó a dar sonoras palmadas en cada una de sus nalgas, un sonido tan estridente que le encrespó los nervios. Apenas llevaba una docena de azotes cuando escuchó como Colin se quitaba el cinturón y se pegó a la superficie de mármol intentando fundirse con ella, tan asustada que la sensación de temor se sumó a la excitación que le bullía entre las piernas. 

—El cinturón no —gimió. Nunca la había castigado con el cinturón, hasta la fecha solo había utilizado sus manos, ya le costaba superar la humillación de ser azotada en el trasero como para encima, que la castigara con el cinturón. Colin apoyó la mano sobre la encimera frente a sus ojos, con el citurón enrrollado alrededor de sus gruesos nudillos. Marlenne contuvo el aliento sin poder apartar la vista de aquella gloriosa imagen, que le causaba rechazo, excitación y mucho interés. 

—No cierres los ojos —le ordenó.

Le soltó las muñecas y apoyó la mano al otro lado de la cabeza de Marlenne. Ella, a pesar de estar libre, mantuvo los brazos cruzados detrás de la espalda. Encogió los dedos de los pies cuando Colin la penetró y trató por todos los medios no cerrar los ojos, pero se le entrecerraban solos al sentir el doloroso placer de su invasión.  

—¿Estás pensando en lo que ha ocurrido antes? —preguntó Colin, arrancándola de la nebulosa de sus recuerdos. Marlenne regresó al presente con brusquedad y se removió, provocando que la falda se le subiera por las piernas y mostrara el encaje que había al final de las medias. 

—Sí —contestó sin mirarle. Se habían detenido frente a un semáforo. Colin soltó el volante y puso otra vez su mano enguantada sobre el muslo del Marlenne. Ella gimió tratando de resistirse, pero al final separó las rodillas y sintió el frío cuero de su dedo índice recorrer el estrecho camino de piel desnuda que faltaba para tocar sus partes íntimas. Ahogó un suspiro y clavó las uñas en la tapicería del coche. 

—¿Te duele todavía? —quiso saber Colin. Ella asintió en silencio, mordiéndose el labio inferior—. Lo siento. 

Marlenne le miró sorprendida, él no habituaba a disculpar sus arrebatos. En el baño la había follado con tanta fuerza que después le costó acomodarse en el coche, pero eran cosas a las que se había acostumbrado a hacer con él. A ella le gustaba todo lo que le hacía, tanto el dolor como el placer que le causaba e incluso le gustaba que fuese duro con ella, algo que en el fondo le costaba reconocer, igual que le disgustaba reconocer que le encantaba que la azotara. Colin acarició su sexo con el extremo del guante enviando lenguetazos de dulce placer a sus entrañas, pero estaba pendiente del semáforo. Marlenne observó la severa expresión de su rostro y se sintió idiota por no haberse dado cuenta de que él estaba tenso. Lo que habían hecho en el baño no había calmado la ansiedad de Colin. 

Se quitó el cinturón de seguridad y se subió al asiento del piloto encima de él. Acalló su protesta con un suave beso en sus labios y sin perder el tiempo le desabrochó los pantalones y agarró su miembro con las dos manos. Colin se removió en el asiento pillado por sorpresa, pero su ceño arrugado se aligeró un poco y una sonrisa le aleteó en los labios. Marlenne comenzó a acariciarlo como sabía que a él le gustaba, como él le había enseñado a hacer. El semáforo se puso en verde, pero Colin apagó el coche y puso el freno de mano, dejándose querer. Echó la cabeza hacia atrás para dejar escapar un gemido y Marlenne se humedeció los labios, disfrutando de la visión de su cuello tenso y el movimiento de su garganta al tragar saliva. 

—No pares —le pidió con un jadeo. 

Ella se subió la falda del vestido y subió a la cima de su miembro para deslizarlo suavemente en su interior. Colin se agarró al asiento, tenía la respiración agitada y su cuerpo parecía a punto de explotar. Hoy era uno de esos días en los que Marlenne podía ver su lado más vulnerable. Estaba dolido por algo, quizá estaba triste, quizá se había enfadado en el trabajo. Sea como fuere, Colin necesitaba ahora otro tipo de atenciones en ese momento y una visita al club no solucionaría sus problemas. Le quitó el cinturón de seguridad y se lo pasó por la espalda, sujetándolos a los dos al asiento. Movió las caderas con más ritmo cada vez, animándolo a que la siguiera. Cogió su cara entre las manos para besarlo, siempre como a él le gustaba que lo hiciera. Colin tenía los ojos cerrados y se sujetaba al asiento, pero se dejaba querer por Marlenne y ella lo alentó cada vez más deprisa para que no contuviera su placer. Ella aguantó y puso todo su empeño en contener su orgasmo cuando Colin palpitó con violencia, descargando su semen caliente dentro de ella con un largo suspiro de alivio. Estremeciéndose de ansiedad, Marlenne intentó desabrochar el cinturón, pero Colin no lo permitió. 

Sin quitársela de encima, puso en marcha el coche y dio la vuelta en mitad de la avenida, saltándose todas las normas de tráfico posible.     

—¿A dónde vamos? —preguntó Marlenne con la voz entrecortada y la piel húmeda de sudor. Colin mantuvo la mirada fija en la carretera mientras aceleraba. 

—A casa.

Ella se acurrucó sobre su pecho, apretadísima a su cuerpo por culpa del cinturón de seguridad. Anhelaba el alivio más que nada en el mundo en este momento, pero se sacrificó por él. 

—¿Vas a castigarme por esto? —dijo en voz baja. 

—No —respondió Colin con la respiración agitada. Ella notó que volvía a ponerse duro y tuvo que aguantar las ganas de correrse apasionadamente sobre él. 

—Date prisa —gimió. 

—Aguanta, mi niña. Aguanta.

Y pisó de nuevo el acelerador.

3 intimidades:

  1. Ayyyyy mamasita, que me gustan estas cositas :). Esas dudas y vergüenza de ella, de lo que le provoca que tanto cuesta a algun@s de aceptar. Y algo que me encanta (como no), él, con ese carácter dominante que a veces deja que se relaje y disfrute.

    Me ha encantao!!!

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  2. Como te he echado de menos O.o

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  3. SWEEET5:53

    HACE POCO QUE LEO ESTE TIPO DE LECTURA Y DEBO CONFESAR QUE ME TIENE FASCINADA

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