Cuentos íntimos: Bella Durmiente (II)

- Mi Señor... le rogaría que me permitiese intentarlo - se ofreció Percival, dirigiéndole a la mujer una mirada cargada de intenciones. Ella apartó la vista, estremeciéndose y se mordió el labio, tiñéndolo de un rojo intenso. - No pongo en duda su método, mi buen Príncipe, pero torturar a esta mujer no nos ayudará a encontrar la situación exacta de la Princesa. Permítame - el escudero alargó la mano hacia su señor, el cual resoplaba por la nariz con una expresión en el rostro mezcla de furia, frustración y agotamiento con la vista clavada en la espalda de la cautiva. Estaba desnuda y con las manos atadas alrededor de una columna natural de roca; lanzaba miradas de odio y recelo por encima del hombro, dirigidas por igual hacia los dos hombres. Tenía los riñones enrojecidos por los azotes y la piel brillante por la transpiración. - Príncipe - insistió Percival. Fue como la voz del sentido común, ya que el soberano sin reino sacudió la cabeza y le tendió la vara a su sirviente.

- No tengas piedad - masculló alejándose airadamente de ellos. Se adentró por uno de los túneles, hacia la covachuela dónde habían encendido un fuego y sus ropas andaban secándose. 

- Al fin solos - suspiró el joven sirviente dejando caer los hombros.

Con la vara en la mano, la calibró pasándola de una mano a otra. Luego la hizo silbar en el aire para comprobar su flexibilidad. Él también estaba enfadado, por supuesto, aunque no tanto como su Señor. Pero no podía permitirse el lujo de perder el control como acababa de hacerlo el Príncipe o su empresa acabaría antes de haber comenzado. La tarea de Percival, además de servir, consistía en evitar que perdiera la cabeza y enloqueciera; eso sucedía de vez en cuando y muchas veces había tenido que hacer entrar en razón al muchacho incluso por la fuerza. Por un momento, creyó que tendría que volver a golpearle para evitar que cometiese un error imperdonable.

La chica volvió a estremecerse. Percival repasó por quinta vez su cuerpo desnudo, deleitándose en su pálida y sinuosa espalda enrojecida por los golpes. Ella se había abrazado a la piedra, apretando los dientes cada vez que el Príncipe descargaba un golpe en sus riñones para hacerla hablar. Su cuerpo se había estremecido con cada azote, su pecho desnudo se apretaba a la fría y lisa roca y reprimía los quejidos de dolor por puro orgullo apretando los labios. No había respondido a ninguna de las preguntas de su señor y Percival estaba seguro de que nunca hablaría bajo tortura. El Príncipe la había castigado severamente, sin piedad, imprimiendo en cada azote una muestra de su furia. Estaba muy enfadado, una reacción muy lógica al trato recibido por parte de ella: apenas unas horas antes había estado a punto de asesinarles. Sin embargo, Percival no la había visto como una amenaza, después de todo esa mujer estaba igual de maldita que la Princesa y estaba en su naturaleza detener a cualquier intruso. Había convencido a su señor para convertir a esa chica en una fuente de información, una guía a través del reino maldito y ahora, necesitaban saber todo lo que ella sabía. Pero la joven se negaba a confesar. Ante tal desplante, el Príncipe la había atado y con una rama larga y fina, se había pasado la última media hora azotándola incansablemente. Y aún así, ella no había abierto la boca. Percival se había visto en la tesitura de intervenir para evitar que uno de los golpes estuviese mal dado y tirase por tierra la gran oportunidad que representaba.

- No hables - ordenó Percival. Ella no hablaría de todos modos, pero le gustaba tenerla bajo su control. Las cuerdas que la ataban a la columna se marcaban sobre la piel de sus muslos, sus tobillos y sus delicados brazos. El roce había enrojecido aquellas zonas, dejando unas marcas que a Percival le parecían muy hermosas. Acarició la cicatrices de la vara sobre su piel con suavidad, provocando una convulsión en el cuerpo de la muchacha. Otro de esos gemidos, que a él le habían parecido terriblemente deliciosos, brotó de los labios de la chica. Percival cerró los ojos para contenerse y apartó la mano de su cuerpo. Desde el principio se había sentido fascinado y, no podía engañarse, no solo estaba interesado en descubrir los secretos que poseía sobre estas tierras. También quería poseerla a ella. - No hables, a menos que yo te lo pida. Comprendo cual es tu situación y, por favor, disculpa a mi Señor. Suele enfadarse cuando alguien intenta matarle. Estamos aquí para encontrar a la Princesa, llevamos perdidos en este reino dos días y no hallamos la forma de llegar hasta el castillo, así que espero que entiendas que ha estado un poco tenso ultimamente. Yo también. No ha parado de llover, hemos estado al borde de la muerte en tres ocasiones y todo lo que nos rodea ha tratado de matarnos. Preciosa doncella, voy a hacerte hablar. Soy consciente de tu situación, sé que va a ser muy dificil que reveles todos los secretos de este lugar ya que seguramente formas parte de la maldición. Pero, al igual que tú tienes tus métodos para neutralizar a los intrusos, yo tengo los míos para hacer que me obedezcas. Y antes de que te des cuenta, me lo habrás contado todo...

El camino por los suelos embarrados había dificultado mucho el avance. La densa cortina de lluvia no permitía ver más que un palmo de distancia y el techo de nubes negras ensombrecía la tierra. El bosque de zarzas no parecía tan frondoso desde la distancia, pero ya en el interior, era tan tupido que tuvieron que abrirse paso entre las ramas a espadazos. Las puntiagudas ramas se enganchaban en las capas y arañaban sus rostros. Lo que en un principio prometía ser algo sencillo, se había convertido en una maldita pesadilla.

Se habían visto obligado a descabalgar y seguir el camino a pie, lo que había ralentizado mucho la marcha. Tres horas después de haber penetrado en aquel reino infernal, el Príncipe había perdido toda esperanza y había mandado regresar. De los dos, le tocaba a Percival mantener la cabeza frí por lo que tuvo que convencerle de que no tenían nada mejor que hacer que seguir hacia delante. Después de todo, el Príncipe no tenía ninguna ocupación más que permanecer ocioso el resto de sus días. Eso había servido para calentar el ánimo del soberano y la marcha se reanudó tras un breve descanso cobijados bajo un recodo.

Las ropas mojadas les pesaban sobre los hombros, las monturas se asustaban con más facilidad y apenas sabían por dónde caminaban porque tampoco podían encender antorchas. Era la luminosidad del sol reflejada en las nubes y los rayos de la tormenta lo único que iluminaba el trayecto. El paisaje era siempre el mismo: arbustos y espinas, madera y raíces que surgían del barro, piedras afiladas en mitad del camino y agua, un mar de agua de lluvia que ponía a prueba su cordura. Unos metros más adelante el bosque de zarzas ya no era tan frondoso, los árboles eran más altos y el techo que formaban las ramas por encima de sus cabezas filtraba parte del agua. Escurrieron sus capas, sus camisas y sus calzones y durmieron al raso entre unas rocas. Al día siguiente, reemprendieron la marcha.

Escucharon un aullido en la lejanía, el primer atisbo de vida en todo el tiempo que llevaban allí. Seguramente era alguna bestia salvaje, un lobo o algo por el estilo; eso les tranquilizó porque si había animales, significaba que podrían cazar y alimentarse de ellos. Avanzaron con paso ligero a través del bosque tenebroso, siguiendo siempre la misma dirección, tarea complicada porque no tenían ninguna referencia en el firmamento que les guiase. Pero Percival sabía orientarse por medio de la naturaleza y tal vez eso fue lo que evitó que se pasaran semanas caminando en círculos.

De pronto, se levantó niebla y paró de llover. La temperatura descendió y la oscuridad creció. Los aullidos se habían venido escuchando en las últimas horas y ahora parecía que estuviesen más cerca. No habían visto ninguna edificación, ni siquiera habían alcanzado la muralla del poblado que habían visto a lo lejos y eso era señal inequívoca de que para llegar al castillo aún quedaba mucho. El Príncipe no pudo soportar la tensión, nervioso, se ajustó el escudo al brazo y desenganchó la trabilla que sujetaba la espada a la funda. Solo por si acaso. Percival decidió que era buen momento para tensar la cuerda de su arco y dejó a mano unas cuantas flechas. Quizá fue la precaución lo que les salvó la vida cuando, una hora más tarde, un enorme lobo apareció entre las ramas y se abalanzó sobre el Príncipe con las garras por delante. Percival era el mejor tirador del reino (o había sido el mejor tirador del que había sido el reino de su amo) y uno de los más rápidos; cuando la bestia golpeó el escudo de su señor ya había recibido dos flechazos en el cuello. El Príncipe era un gran guerrero y poseía mucha fuerza, el envite del animal no le hizo retroceder ni un paso y la espada emitió un silbido cuando salió de la funda y se clavó en el costado del lobo, atravesándolo de lado a lado. Percival supo que su señor lo tenía controlado, tensó una flecha y apuntó con ella hacia el bosque, buscando un nuevo blanco. Este apareció de entre las sombras como el primero y Percival tiró hasta tres flechas antes de que el animal cayese definitivamente muerto a sus pies. Una tercera y una cuarta bestia aparecieron con más precaución que las dos primeras y empezaron a correr en círculos alrededor de los combatientes, que se situaron espalda contra espalda. Estaban demasiado cerca, Percival tenía una nueva flecha en la cuerda pero sabía que no tendría tiempo de tirar una segunda antes de que uno de los lobos recortase la distancia y le clavara los dientes en alguna parte del cuerpo. No tenía más remedio que entrar en combate cuerpo a cuerpo. Evitó alargar más la agonia y disparó. La flecha se clavó en la tierra cuando la bestia saltó hacia él, Percival se lanzó al suelo y el lobo se empaló contra la espada del Príncipe. La última de las bestias saltó sobre el soberano, pero Percival ya estaba de nuevo de pie y disparó dos flechas con precisión, acabando con la amenaza. Ninguno de los dos bajó la guardia durante los siguientes veinte minutos.

5 intimidades:

  1. Me ha costado, pero lo he conseguido. Espero que no sea una entrada muy confusa, yo lo estoy >.<

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  2. ¡Capítulo nuevo!, yujuuu!!. K ganicas tenía d seguir leyendo esta historia!!!. Me ha impactado mucho y me ha dejado con ganas d saber kien es esa desconocida que aparece primero seduciendo al príncipe y luego acaba siendo golpeada por él... ¿que habrá pasado en ese lapsus d tiempo?. Habrá que esperar a que vuelvas a publicar para saberlo...

    Mis más sinceras felicitaciones Paty, eres una gran escritora. Un beso gupa y hasta otra!, muak!!!

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  3. Wuau... Se me ha olvidado respirar mientras leia (si, casi me ahogo tontamente XDDD). No esta lioso ni mucho menos :P Bueno, al principio me he liado porque no sabia que hacian esos tres ahi pero luego he ido entendiendo ^^

    Para cuando el siguiente? 0:)

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  4. Oh dios *-*
    Me encanta, lo encontré super divertido y concuerdo con Dulce, ¿Que habrá sucedido en aquel lapsus de tiempo? fufufu, me hago una idea.
    Espero el próximo C:
    Besos y abrazos.

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  5. Pues de inicio me pasó: "joder, no leí bien la primera parte? de dónde salió la muchacha?" jajaja.
    Genial forma de introducirla al cuento.
    Bueno.. genial todo lo que escribes.

    Ya quiero saber aquello de los métodos para "contar todo" (aunque shhhhh, que Mart no se entere nunca XDDDDD!!!!)

    Vamos por más :)

    Abrazo cariñoso, preciosa!

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