Reincidencia (V)

Un silencio incómodo sobrecogió a lady Kirbridge mientras caminaba a tientas guiada por el chófer hacia el interior de aquella habitación desconocida dónde, sin duda alguna, se hallaba el hombre que la estaba esperando: el infame lord Crawford. No encontraba calificativo mejor que lo definiera, era un hombre de modales impecables y soberbia elegancia masculina. Como contraste estaban aquellos gustos sexuales demasiado oscuros para la mente inocente de una dama como ella. Había vivido de primera mano un casual encuentro con él, algo tan pecaminoso que prefería borrarlo de su memoria y ahora regresaba libremente a sus brazos incapaz de reprimir el hambre que la devoraba por dentro todas las noches desde que se encontrasen por primera vez.


- Bienvenida, corazón - saludó lord Crawford con esa voz tan grave y profunda que se metía por todos los rincones del cuerpo. A lady Kirbridge se le erizó la piel con solo escuchar el timbre de su voz y se sintió ridícula por ello. Podía imaginar la sonrisa demoníaca dibujada en los perfectos labios de lord Crawford, esos labios tan ardientes y deliciosos.

- Lady Valeria Kirbridge - la anunció Ford, como si eso fuese una pura formalidad más. Resultaba tan extraño, estar ahí, desnuda, ciega y maniatada y ser anunciada como una habitual visitante de la mansión Crawford.

- Señor Ford, ¿milady ha cumplido con todo lo que dejé ordenado que hiciera...?

- Así es, mi señor- contestó el sirviente; tan cerca debía estar de lord Crawford que lady Kirbridge no fue capaz de distinguir sus voces.

- Excelente. Retírate.

Otro largo silencio, roto únicamente por una agitada respiración que lady Kirbridge trataba de mantener estable. A medida que se acercaba el momento, a medida que los segundos avanzaban, a medida que... se moría de miedo y ganas, de anticipación y de terror, de arrepentimiento y deseo... cada vez le temblaban más las piernas. Escuchó de pronto como la puerta se cerraba y dio un respingo tan brusco que provocó la risa de lord Crawford. Un escalofrio le recorrió la nuca.

- Por fin solos, corazón - susurró, justo detrás de ella, ¿no estaba delante hacía solo un momento? Los brazos del hombre rodearon la cintura de lady Kirbridge y la estrechó contra su pecho con firmeza. - Admito que me sorprende verte en esta situación; hace tan solo dos horas no deseabas que me acercase, ni que te hablase, ni que te besara... - hizo una angustiosa pausa. - Y de pronto, aquí te encuentras, tan deliciosa, tan desnuda, tan húmeda, tan sumisa, firmemente atada...

- Tu sirviente me ha tocado... - murmuró lady Kirbridge en tono molesto. Recibió un manotazo en el trasero y se convulsionó pillada por sorpresa.

- No te he dado permiso para hablar, corazón - reprendió.

¿Cómo? ¿Qué no le había dado permiso para hablar? ¿Pero de qué iba todo esto? Se sintió profundamente indignada.

- Pero...

- Calla - los dedos de lord Crawford cubrieron con suavidad los labios de lady Kirbridge, la cual se estremeció al sentirlos tan calientes sobre la boca; al mismo tiempo su orgullo ofendido se le inflamaba en el pecho con la misma intensidad. Crawford siguió como si nada. - Sólo hablarás si yo te doy permiso. El primer día fui suave contigo. Muy suave... - remarcó con un susurro lascivo. La punta de su dedo corazón comenzó a acariciar el labio inferior de la dama, despacio. Ella deseó metérselo en la boca. - Tal vez demasiado suave y ahora me arrepiento de ello. Debes saber que estás en mi casa, por esa razón te encuentras bajo mi completo dominio. A partir de ahora, harás todo lo que yo te diga, cumplirás con todo lo que te pida y no harás nada que yo no quiera que hagas. El viaje en coche solo ha sido un pequeño... calentamiento - su voz se transformó en dulce veneno, letal y placentera. Como acompañamiento a sus palabras, lord Crawford cumplió la fantasía de lady Kirbridge y acarició sus dientes y su lengua. Ella no reprochó la caricia, recibió su dedo en la boca con mucho gusto. En cuanto apretó los labios en torno a él, lord Crawford retiró el dedo sin dejar de taparle la boca con los otros. - No tan rápido, corazón. Tenemos mucho tiempo por delante.

- Lord... - la mano se cerró con más firmeza en su boca.

- No hablarás, a menos que yo te permita hablar - repitió con suavidad con un beso en su oreja. Lady Kirbridge se estremeció con un jadeo. Cerrar la boca en ese momento parecía la opción más acertada. Como recompensa, lord Crawford retiró la mano de su rostro y suaves caricias se trasladaron por sus brazos atados hasta alcanzar la temblorosa cintura de ella. Siguió la línea de las ondeantes caderas y recorrió sus nalgas desnudas. Volvió a sentir aquel dolor en los riñones, tan desesperado. Lord Crawford emitió un largo suspiro, apretando las naglas de lady Kirbridge con demasiada fuerza. - Ay, corazón, me siento tan emocionado de que estés aquí, que no puedo reprimir las ganas de penetrarte sin compasión justo por aquí - el dedo húmedo por la saliva de ella se metió por el canal que separaba sus nalgas hasta tocar esa parte trasera. Ella se sobresaltó alarmada y él le dio otro cachete, suave pero firme. - He dicho que no hables. No hablar, implica no gritar, gemir o suspirar. No quiero tener que volver a repetirlo... Como iba diciendo, desearía penetrarte por aquí atrás. Sin embargo, no lo hice la primera vez, no lo haré ahora. No todavía. Antes, haría otro tipo de cosas, tan intensas, que serás tú la que me suplique que te lo haga por ahí. No dejaré ninguno de tus orificios sin explorar, corazón...

Lady Kirbridge quiso contestarle a eso, quiso replicarle que jamás una mujer como ella estando en su sano juicio le pediría nunca una cosa tan espantosa como esa. ¿De verdad podía hacer eso? ¿De verdad...? ¿Por ahí? Se mareó solo de pensarlo. Tenía toda la libertad del mundo para decirle que no, para salir corriendo y encerrarse en casa, para volver a sufrir el abandono del señor Kirbridge. O podía sufrir aquella tortura que podía resultar ser el más dulce de los suplicios hasta ahora vividos. Se le aceleró la respiración y sus pezones, tan duros como piedras preciosas, empezaron a enviar dolorosas señales a su cerebro. No podía reprimir el deseo de que lord Crawford los acariciase o los apretase como había hecho el señor Ford, un hombre al que por cierto, tenía que quitarse ya de la cabeza.

Abrió la boca para decir que no, para decirle que no quería seguir. Pero no le salieron las palabras, su garganta se apretaba contra el collar de cuero con firmeza, en un abrazo tan prieto que le causaba una desconocida satisfacción. La adrenalina la recorría en oleadas, haciendo palpitar su sexo y sus pechos. Él había dicho que no podía habar y quiso obedecer, se sintió tentada de obedecer y cerrar la boca. No tenía sentido protestar, no ahora, no en ese momento.

Recibió un tirón tan repentino que casi acabó en el suelo. El movimiento cortó su línea de pensamiento y cuando escuchó el tintineo de la cadena sujeta a su cuello se puso en tensión. A continuación escuchó el roce de la cadena deslizándose por algo metálico y otro tirón, esta vez hacia arriba, con lo que se vio obligada a levantar la cabeza, estirar la espalda y ponerse de puntillas. Se le agitó la respiración por la sorpresa y lo forzoso de la postura, colgada por la garganta. Sus pechos crecieron hacia delante, levantándose por tener los brazos atados a la espalda. Le costó mantener el equilibrio pero logró apoyar la punta de los pies, pero a costa de mantener las piernas juntas. Eso disgustó a lord Crawford, quién golpeó sus tobillos con los pies para separarle los muslos. No dijo nada, no le dio ninguna instrucción, pero lady Kirbridge comprendió que tenía que mantenerse abierta. Abierta para él. El lord volvió a suspirar, se puso a su lado y le besó la oreja.

- Estás preciosa. Estás tan preciosa que haces que me conmueva, me siento... Generoso. Tan generoso que me arrodillaria frente a tí. ¿Puedes creerlo? Yo de rodillas delante de ti. ¿Sabes lo que haría una vez arrodillado? Acariciar la piel desnuda de tu suave muslo, por encima del ligero; justo por la parte de dentro, esa parte de la piel que se une a tu pierna y que no dudo que estará rebosante del néctar que, oh, no puedes contener. Mm... tan delicioso será probarte... 

>> Sí, corazón, eso haría. Y besaría tu pequeño triangulo, tu Monte de Venus, despacio, sin prisa, dejando que sientas el calor de mis labios sobre tu piel mientras mi mano acaricia tu muslos. Te notaría temblorosa, ansiosa y tu sexo palpitaría de impaciencia, haciendo brotar más de tus dulces jugos, que bajarían por tu pierna hasta mis dedos. Entonces... ay, entonces, mi lengua recorrería esa pequeña gota que se desliza por ahí, traviesa, hasta rozarte levemente por fuera. Alabaré tu dulce sabor antes de separar tus labios con las dos manos, con un dedo de cada una y rozar la punta de tu sexo, justo dónde nace, justo dónde se encuentra ese tierno nudo lleno de nervios. El contacto te haría temblar las piernas, te doblaría las rodillas y estarías obligada a sostenerte por la cadena de tu cuello. No puedes evitarlo, es una sensación más fuerte que tu. Y, como no puedes hacer eso, como no puedes quedarte colgada por el cuello, te obligarías a ti misma a mantenerte firme, de puntillas, con las piernas separadas sobre mí, precisamente porque no puedes cerrar los muslos, estaré entre ellos impidiéndotelo. Entonces, gustoso, atraparía todo tu sexo con mi boca entera y mi lengua te lamería despacio, sin ninguna prisa. Ya he dicho que me siento generoso y querría que lo disfrutaras. Puede que imcumplas mi norma de no hablar para gritar o jadear o aullar o cualquier cosa parecida; es lógico, dudo mucho que otro hombre que no sea yo te haya metido la lengua por ahí. Pero en ese momento no te castigaré, lo haré después, me siento generoso, recuerda...

>> Como decía, te lameré despacio y una vez saciado, mis labios se concentrarían en tu clítoris. Lo chuparé, como si quisiera sorberte el alma por ahí. Conozco la sensación, te vendrás abajo en poco tiempo, más si nadie te ha hecho algo parecido alguna vez. Cuando me de cuenta de que estás a punto de rendirte, dejaré de hacerlo, dejaré de succionarte y simplemente te besaré despacio, para que te relajes. Cuando menos te lo esperes, comenzaré a acariciarte con los dedos también. Cogeré tu semillita con dos dedos y... volveré a chuparte. No, no lo haré deprisa, quiero saborearte bien. Te lameré una vez, dos veces, tres... quizá cuatro, sin dejar de apretarlo suavemente. Mi otra mano acariciará tu nalga izquierda y te buscaría por detrás. Alcanzaría la entrada de tu sexo, pero no te darías cuenta de que te he metido un dedo porque solo tendrás la cabeza para lo que te hace mi lengua, esas dulces pasadas de mi lengua que notarás rugosa. Te penetraré unas cuantas veces, con cuidado, porque no quiero que termines pronto, quiero que lo disfrutes; creo que para ti será más parecido una tortura, pero no importa. Cuando tenga los dedos bien húmedos, los llevaré atrás. Ah, para entonces habré soltado tu clítoris, porque haré lo siguiente: te meteré dos dedos por detrás y otros dos por delante. Creerás que es imposible, pero lo haré, haré esas tres cosas: darte por detrás, darte por delante y lamerte hasta hacerte perder la cabeza. Y la perderás, corazón, la perderás al cabo de un rato, porque llevaré cuidado en que tardes tu tiempo en correrte sobre mis labios... Eso es lo que haré, mm... sí...

>> Pero no ahora. Ahora respira, corazón. Respira hondo porque eso que acabas de tener sin que yo te haya tocado, es el primer orgasmo de la noche. Me sentía generoso y he decidido regalarte el primero. Y sí, corazón, existe una alta probabilidad de que en uno de esos orgamos que te voy a provocar, pierdas el conocimiento...

Las piernas de lady Kirbridge apenas podían sostener su cuerpo sacudido por espasmos. Había... había... se había... escuchando la voz enfermiza de lord Crawford, diciendo todas esas cosas. Sólo por imaginarlo, tras sentir como mordía su oreja, una sacudida había recorrido su sexo cayendo en picado hasta sus tobillos y sus pies. Le costaba respirar en esa postura con el apretado cuero al cuello, mantener el equilibrio y la cordura, por no hablar de la sensación de humedad que bajaba por sus muslos. Esto solo había sido el principio, como había dicho Crawford. ¡Dios! No podía ser verdad...

- ¿Más relajada? Bien. Comencemos... - invitó lord Crawford.

7 intimidades:

  1. Iba a decir...menudo preliminar!!!, pero dios mio, que ya van dos preliminares, el coche, ahora el recibimiento...como se detiene y se recrea en cada detalle, como me gusta.

    Un besote Paty. Ahhh, y lo del blog y las fotos animate y hazlo, a mi me chiflan.

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  2. Paty!!!!!!!!!!!!!!!!! Por qué haces estoooooooooooooooo!!!! Ainsssss!!! Y ahora hasta cuándo??? Uffffffffffff, qué manera de transportar al lugar, cielo, si parece que yo estaba ahí, oyendo todo, viendo todo y... esos orgasmos provenientes de palabras y sólo palabras... no sé si todas las personas los conozcan o siquiera los crean... pero, son de sueño. Ainsssssssssss...
    VOLVERÉ!!!!
    Muaksssssssssss!

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  3. Creo que tengo un nuevo amor platónico...

    Aysh quien tuviera un Lord Crawford de esos... (suspiros interminables)

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  4. Hola princesa, queda demostrado que a lord Crawford le gusta tomarse su tiempo y recrearse en su "víctima" :P

    Tendré en cuenta lo del blog, la verdad es que tengo muchas imagenes que no puedo aprovechar en todas las entradas...

    Hola Sweet!! Vuelve cuando quieras si todavía quieres saber cual es el futuro de la pobre protagonista, que no sabe todavía dónde se ha metido :3

    Bienvenida, Seishi. ¿Has abandonado ya al vampiro Alexander por este simple mortal? :D Bueno, que sepas que Crawford es un personaje que aparecerá en futuras entregas del Diario de Flor Muerta :)

    Un beso íntimo ;)

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  5. FAKE10:14

    A este ritmo, la pobre chica no va tener energias para cuando lord Crawford comience con ella. XD

    Esperemos que aguante y no se desmaye. Porque si no, nos vamos a quedar con ganas de ver como continua este fantastico relato. :)

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  6. Anónimo12:05

    Divina entrada en escena de Lord Crawford, de quien observo con satisfacción que coincide conmigo en algunos gustos. Especialmente en el Arte de cocinar a fuego lento los deseos para ir avivando la llama hasta la total consunción de la carne... en su propio jugo.

    Impecable prosa, señorita Patty, como siempre.

    Un saludo desde La Mansión de la Luz

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  7. Este me ha matado! Muy bueno!!

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