El cliente

Fuiste como una de esas típicas apariciones de película de terror, tan previsibles como impactantes. Me incliné sobre el lavabo del baño de señoras para refrescarme la cara y cuando me miré en el espejo, ahí estabas tú, mirándome desde el reflejo. No te había oído entrar, no te había oído acercarte sigilosamente y sobre todo no esperaba encontrar a un tío en un lugar de uso exclusivamente femenino; ni que decir tiene que tuviste mucho valor para atreverte a hacer esa incursión. Por que tú no eras precisamente un idiota que hace las cosas sin pensar.

No me dejaste hablar, de lo contrario hubiera gritado. Con un movimiento brusco me agarraste del brazo y me hiciste girar para plantarme un beso descarado y lascivo en la boca. Sí, en la boca, ni siquiera te molestaste en besar primero mis labios, fuiste directo a morder mi lengua. Pero tú eras así, en el fondo eras un maldito pervertido que no había dejado de pensar en mí en ningún momento; ni siquiera habías dejado de imaginarme desnuda mientras ofrecía mi conclusión al tribunal y exponía el alegato final que te condenaría o te declararía inocente. Desde el primer momento en que me ofrecí a representarte me deseabas. Y ahora te abalanzabas sobre mí en los baños de los juzgados, un lugar repleto de policía, fiscales, jueces y abogados; un simple grito bastaría para revocar la decisión del juez de dejarte libre.

Pero tú sabías que yo no quería chillar.

Te di un mordisco salvaje en el labio, estaba furiosa, por el ataque y por tu insolencia. Te limpiaste la sangre sin borrar la jodida sonrisa de suficiencia con la que siempre me mirabas, como si me perdonases la vida. Volviste a besarme. Te empujé. Con todas mis fuerzas debo decir. Quedó demostrado que no iba a poder contigo, ni siquiera un poco, porque no te moviste del sitio y me acorralaste contra la encimera de mármol de los lavabos.

Ya no te preocupó estar en un lugar público cuando me rompiste los botones de mi mejor blusa. Mis honorarios no era precisamente generosos, pero podía permitirme ropa cara y esta me había costado un dineral. Sin ninguna delicadeza tus manos se apretaron a mi espalda y a mi cintura, tus dientes mordieron mi cuello y mi hombro. Interpuse los brazos entre nuestros cuerpos para separarte y cuando te cansaste de mi resistencia me agarraste de las muñecas. Tu boca descendió peligrosamente por delante. Me soltaste una mano para poder apartar la tela que te estorbaba y me mordiste con rudeza la delicada cima. Tu lengua me arañó la piel sensible, tu saliva humedeció la cumbre y cuando quedaste saciado regresaste a mi boca para beber de ella los suspiros que me habías arrancado por la fuerza. 

Eras un tipo peligroso. De los peores. Tus ojos, tu aspecto, eras de esos tíos que con una mirada y un silencio podía hacer temblar al más valiente. Habías estado en la cárcel, un par de veces por delitos sin importancia. Te habían detenido en una veintena de ocasiones, siempre relacionado con alguna agresión, algún disturbio, algún robo violento. Puede que realmente no tuvieras nada que ver, que siempre estuvieras en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Hasta que me mandaron representarte por un caso de asesinato.

Me diste la vuelta, poniéndome frente al espejo. Podía verte, ver tu sonrisa, tan arrogante como siempre; y a mi, con el torso desnudo hasta la cintura y la piel brillante por allí dónde había pasado tu lengua y tus labios. Tus manos ásperas y curtidas acariciaron mi piel de melocotón, me marcaste el cuello con los dientes mientras tus dedos martirizaban mis erizados montículos. Luego, me sujetaste del pelo para que no escapara; ni putas ganas tenía de irme. Era una zorra insatisfecha que estaba deseando ser follada por un jodido cerdo como tú. En el fondo era así de simple, desde el principio me había gustado la forma irrespetuosa con la que me tratabas, el aspecto de tipo duro y las formas tan soberbias que te gastabas. Eras ese hombre que toda mujer desea follarse al menos una vez, ese chico malo que en el fondo todas deseamos. Te odiaba con el mismo fuego con la que te deseaba y te detestaba con la misma pasión con la que te admiraba. Eras once años más viejo que yo, lo que se traducía en once años de experiencia que estaba deseando que me metieras entre las piernas. Era todo tan freudiano...

Tu mano acarició mi muslo con tanto ímpetu que el roce provocó fuego en mi piel. Me mirabas desde el reflejo, con aquellos ojos grises tan sucios y penetrantes, saciando la curiosidad, observando mi cuerpo desnudo con el que habías fantaseado desde que nos vimos la primera vez. Yo te miraba con odio, con los dientes apretados, agitándome para intentar liberarme de tu presa. Te apretaste tanto a mi cuerpo que sentí como me clavaba el borde de lavabo en las caderas. En mi trasero pude sentir lo que tanto había anhelado a escondidas y lo que estaba deseando que me clavaras hasta hacerme sangrar. 

Pude ver en el espejo como me levantabas la falda con furiosos tirones. Mis bragas fueron las siguientes, descendiendo por mis piernas hasta las rodillas. Me obligaste a inclinarme, la posición me dejaba en clara desventaja, podías hacer conmigo lo que te diera la gana. Me asusté, lo confieso, cuando apretaste tu carne contra mi carne; yo era una puta pervertida, eras exactamente como había imaginado, ni más, ni menos. Eras justo lo que yo necesitaba. Fue fácil, no pude ofrecerte la digna resistencia que merecías, te abriste paso con lentitud y me tapaste la boca para que no gritara. No me dejaste recuperar aliento, empujaste con tanta vehemencia que nos estampamos los dos contra el maldito lavabo. Tuve que apoyar las manos en el espejo para ejercer una fuerza contraria a la tuya, asimilando la magnificencia que habías hundido en mis carnes. Fue deliciosamente delirante la forma en que empezaste a apuñalarme. Tus dedos encontraron un lugar en mi boca, los mordí para soportar la furia y la intensidad con la que me ultrajabas, tus movimientos era hipnóticos y salvajes. Me obligaste a levantarme, pegando tu pecho a mi espalda. La tela me resultó incómoda, deseaba sentir tu torso desnudo contra mi piel, pero la situación no permitía entrar en detalles sin importancia. Aceleraste de forma tan brusca que me hiciste daño, pero ese dolor fue el que terminó de matarme y ahogué un furioso y eterno orgasmo en tu boca, sin que tu hubieras dejado de moverte todavía. Hasta que no sentí tu calor derramarse en abundancia entre mis muslos no me di por vencida y por reflejo tuve otro orgasmo, más corto, pero igual de rabioso.

En cuanto te separaste, te crucé la cara con tanta fuerza que me hice daño en la mano. Mientras te recuperabas me recompuse la ropa, me temblaban las piernas y mi sexo palpitaba ansioso y hambriento, deseoso de comerte y engullirte otra vez. Me miraste sin borrar tu maldita sonrisa y te di otro bofetón con toda mi alma, con la misma pasión con la que te había entregado mi paraíso. Cogí mi maletín y salí del baño con paso resuelto. No creas que no me costó caminar de forma correcta sin que se me doblaran las rodillas.


- Te llamaré - oí que decías.

Fuiste el primer tío en la historia de la humanidad que llamó después de prometerlo. La verdad es que me sentí contenta. Que te hubiesen pillado a 200 en una carrera de coches ilegales y me llamases para pedirme ayuda fue lo más bonito que un hombre me había dicho nunca.

5 intimidades:

  1. O/////////////////O!!

    Creo que esa es una fantasía de casi toda mujer...lo bueno es que unes la obligación y el deseo perfectamente...

    Muy buena intimidad jijiji

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  2. Muy buena entrada.

    Saludos.

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  3. ¡Hola Liss! :** Me alegra que te haya justado, la verdad es que esta entrada la escribí de una sentada y resultó muy fluída. Cosas de las fantasías, imagino, jeje ^^

    Bienvenida a Cuentos Íntimos, Elma; espero que te guste esta entrada tanto como las que estoy por escribir.

    Un beso íntimo ;)

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  4. Jaja, me encanta lo de los 11 años de experiencia XD

    muy cálido todo

    besos

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  5. Joder Paty este es superior, me has dejado con la boca abierta, desde luego sí, alguna vez todas hemos querido eso jajaja ¡OMG!

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