El extraño

Ella lo conocía de vista. Cuando subía al metro por las tardes para volver a casa del trabajo, allí estaba él. Daba igual el vagón en el que entrase, la casualidad hacía que la mayoría de las vecs coincidieran en el mismo. Al principio siempre le había pasado desapercibido. Diez veces después, se fijó en él. Casi un año después de verle por primera vez... bueno, en realidad, nunca supo cuando lo vio por primera vez y si hacia realmente un año de eso. Lo que sí sabía era que, los días en los que él no aparecía, se le hacían extraños.

Siempre era ella la que abandonaba primero el vagón. De este modo, él sabría dónde vivía y dónde trabajaba (al menos las paradas que utilizaba); pero ella no sabía nada de él, seguramente se tratase de un estudiante de la universidad. Nunca se habían hablado, ni siquiera saludado. Solo se habían cruzado las miradas. Para ella, él era el extraño del metro de mirada penetrante y aire intelectual, con aquellas gafas que tan atractivo le hacían el rostro. Al principio el juego era divertido, cruzaban los ojos sin querer, él sonreía y apartaba la mirada, ella se sonrojaba y miraba hacia otro lado. Pero ahora... ahora era diferente.

Aquel día una oportuna frenada del tren casi la tiró al suelo, y él, con gesto caballeroso, la ayudó a evitar la caída, ofreciéndole un apoyo durante el trayecto. Sus miradas se cruzaron como tantas otras veces, en completo silencio, sin decir una sola palabra. Pero esta vez, ninguno apartó la mirada de los ojos del otro. Pero el metro había llegado a su estación, así que tuvo que ser ella la primera en desviar la mirada al abandonar el vagón. Sus mejillas estaban encendidas, no miró atrás cuando se alejó, ni cuando escuchó como las puertas se cerraban tras ella, ni cuando el metro se puso en marcha y fue tragado por el túnel. Metió las manos en los bolsillos y caminó a su casa. Sin mirar atrás.

Llegó a su pequeño piso, abrió la puerta y entonces, él apareció por detrás. La arrastró al interior de la vivienda rodeándola con los brazos, una de sus manos cubrió su boca; cerró la puerta y esperó a que ella se calmase. Solo entonces apartó un poco los dedos de sus labios.

- ¿Me has seguido...? - preguntó ella, aunque parecía más una confirmación que una duda. El corazón le latía con violencia, la repentina aparición del extraño del tren la había pillado completamente desprevenida.

- Sí... - susurró él en su oído. Aflojó el abrazo para permitirle un poco de espacio; con la punta de los dedos acarició los labios de la chica, deslizándose por la barbilla, la garganta y el cuello.La habitación estaba a oscuras; sin vista, el tacto de aquellos dedos desconocidos se volvió más intenso, y la calidez se volvió más ardiente. Sus labios se humedecieron y sin darse cuenta, atrapó su índice con los dientes, sintiendo una creciente necesidad de saborearlo.

Él la hizo girar, y agradeció que estuviese todo a oscuras para que no pudiera distinguir la expresión de sorpresa de su cara; aún así, estaba segura de que él podía intuir que ella estaba confusa, asustada y sorprendida. No lo pensó dos veces, se lanzó sobre él y lo besó. Rápidamente, el extraño la correspondió, sus labios se tantearon al principio, después dejaron atrás toda reticencia y brotó la pasión. Su corazón se aceleró, sus brazos y sus piernas se pusieron tensas, un escalofrío le recorrió la espalda, desde la entrepierna hasta la nuca. Hoy había hecho frío, se había abrigado bien y ahora tenía demasiado calor. Retrocedió, o quizás fue él quien la empujó sin dejarla respirar. El extraño llevo las manos por su cintura, desabrochó su abrigo y se lo quitó; ella hizo lo mismo, deslizó la chaqueta de cuero por sus brazos acercándose mucho a él. Liberados, se abrazaron con fuerza, sin dejar de besarse.

Chocó contra algo, supuso que la cómoda que había en el salón. Después solo escuchó como él barría con el brazo todo lo que había encima y el teléfono hizo un ruido extraño al estrellarse contra el suelo. De pronto la levantó, aunque no lo suficiente y ella misma apoyó las manos para subirse encima. Ese instante lo aprovechó el extraño para meterse entre sus piernas, acariciarle los muslos por encima de los vaqueros, buscando a tientas el cierre para quitarse la ropa. Ella tiró de su jersey, consiguió sacárselo por la cabeza y seguir besándole. Él arrancó los pantalones de sus piernas, cuando sus ardientes manos tocaron su piel desnuda, ella no pudo reprimir un suspiro. Sus dedos subieron hasta el borde de la ropa interior, se alzó un poco para que el extraño pudiera tirar de ella y el frío que sintió en la humedad de su entrepierna cuando le quitó la prenda le provocó otro doloroso escalofrío, esta vez lo suficientemente intenso como para nublarle el juicio.

Susurró algo que luego no recordaría debido a la fogosidad del momento, y él la complació llevando esos dedos tan ardientes hacia el interior de sus muslos. Se estremeció cuando sintió el calor de su mano, la forma en que uno de sus dedos se abria camino, acariciando con vehemencia su lugar más sensible, para después tantear en busca de su profunda ensenada. Primero penetró un dedo, la espalda de ella se crispó, su cuerpo tembló de pasión y un hondo suspiro inundó la habitación. Él siguió entonces acariciando, esta vez con otro de sus dedos y empezó a mover la mano, tocando, presionando y frotando con todo descaro, arracando unos deliciosos lamentos de los labios de ella. Mientras el extraño la acariciaba, levantó su jersey con la mano libre, retiró la tela que cubría uno de sus pechos y lo besó con ardor. Ella se mordió los labios, ahogando sus jadeos, perdiéndose en la inmensidad del placer y cuando estaba a punto de desmayarse, de perder la cabeza, él retiró la mano.

Protestó, pero su queja quedó ahogada con un beso. El extraño la atrajo hacia él, ella pudo sentir la pasión que lo desbordaba y separó las piernas dispuesta a recibirle. Con un solo movimiento los dos quedaron unidos. Ella volvió a estremecerse, esta vez de forma más intensa, rodeó su cintura con las piernas, apretándose a él; rodeó su cuello con los brazos y suspiró en su oído otra cosa de que la que luego no se acordaría. El extraño besó su cuello, acarició su espalda y empezó a moverse dentro y fuera de ella, acariciándola profundamente, complaciéndola, buscándola, amándola intensamente. Cada vez más fuerte, pero más despacio, buscando entrar por completo en su interior, deseando encontrarla más allá, anhelando complacerla más de lo que otro pudiera hablerla complacido jamás. Sus cuerpos se movían a oscuras, luchando por ir más lejos, hasta que finalmente ella fue la primera en rendirse; él se vio obligado a seguirla apenas unos segundos después, derramando la cálida pasión en su interior.

...

11 intimidades:

  1. Increiblemente sexy. El amor desconocido es bastante atrayente.

    Besos gélidos

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  2. Asombroso. Lo que puede llegar a surgir en un par de desconocidos.

    Un abrazo momificado!

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  3. Me ha encantado tu relato, escrito con un estilo elegante y rico en matices, sensual, excitante y apasionado. Un coctel que me ha dejado muy buen sabor de boca, Paty, y algo más…
    Un beso desde mi Jardín.

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  4. La posible quimica que surge entre dos desconocidos aunque conocidos entre miradas y su desenlace me ha encantado. Muy bien escrito y descrito. Maravillosamente perfecto.

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  5. Diablos!No sabía que,entre miradas ardientes, pudiera surgir algo tan fogoso O.O

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  6. Trenes.

    Algunos se toman, otros se pierden…

    Espero que sea de su agrado.

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  7. Contigo me sonrojo de una forma inexplicable. Buen relato me ha encantado. Francamente, nunca había pensado en ello. Amores en trenes,guau -.-

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  8. Ardiente a mas no poder

    Besos!

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  9. Muy buena historia, mi querida amiga, estoy encantado de entrar a tu blog, me brinda cosas diferentes de otros espacios.
    Te dejo un beso.
    Humberto.

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  10. Anónimo20:26

    Un buen relato.¡Original!!

    Un placer

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  11. Sorpeeesa! :P Tengo algo que seguro que te gusta. Ya he escrito tu regalo ;D Disfrútalo, lady

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