Caín (I)

La mujer de cabellos dorados dormía a su lado. Caín acarició su vientre y se estrechó a la muchacha, hundiendo el rostro entre los rizos de su melena. Ella se removió, complacida, y arqueó el cuerpo para que el abrazo fuese más ceñido. El asesino aspiró el aroma de su amante, perdiéndose en un mar de sueños. Aún podía permitirse el lujo de soñar.

Ella se giró y cambió de postura para mirarlo de frente. Él rodeó su cintura con un fuerte brazo y la atrajo contra su pecho. La mujer miró al asesino sonriente, con las mejillas algo ruborizadas y depositó un suave beso en sus labios. Ambos se abrazaron y se besaron. Aunque habían estado juntos toda la noche, no eran capaces de separarse. No aún.

Caín se acomodó sobre la cama, mientras que la mujer se tumbaba sobre él. El asesino acarició sus hombros y su espalda, mientras la apretaba contra su cuerpo. La mujer lo besaba despacio, deslizando los labios por su mentón y su cuello. El hombre arrastraba los dedos por su espalda hasta posar las manos en su trasero, donde empezó a manosearlo con delicadeza. Ella se rió por lo bajo y accedió a las intenciones del hombre.

Hicieron el amor despacio y sin prisa, retrasando el momento de la separación que no tardaría en llegar. Jadeantes, se miraron el uno al otro, deseando permanecer unidos por toda la eternidad. Pero con los primeros rayos de sol, la noche que se habían concedido, tocaba a su fin.

Tumbando a su amante entre los pliegues de las sábanas de seda, acarició por última vez la cicatriz que él mismo le había hecho en el muslo, cerca de su entrepierna. Ella sonrió, tratando de esconder la tristeza que le provocaba su marcha y le dio un último beso antes de que él abandonara su lecho.

Caín desapareció tras las cortinas del dosel de la cama, y la mujer se asomó para verlo, quizás, por última vez. Ambos se habían prometido no verse más, pero era una promesa que se negaban a cumplir. Al menos mientras ella fuese la princesa y él un mercenario de la cofradía de más importancia de la ciudad. Observó como se vestía y como recogía sus armas. Deseó abrazarlo y saltó de la cama para hacerlo. Él la tomó en brazos y la besó; cuando llamaron a la puerta.

Ambos miraron en la misma dirección, sorprendidos. Los golpes anunciaban la llegada del rey. Ella se deshizo del abrazo y corrió a abrir la puerta, pero él la agarró y tiró hacia si para regalarle un último beso. Cuando sus labios se separaron, la voz del monarca pedía ver a su esposa. Ninguno de los dos imaginó que llegaría un día antes de lo previsto. Ella miró suplicante al asesino, tratando de retenerlo con el brillo de sus verdes ojos. Él la miraba a través de sus ojos grises; unos ojos que nadie, salvo ella, habían visto brillar de emoción nunca.

- Olvida que me has conocido – insistió él. Siempre lo decía.

Lo último que la reina vio fue una sombra deslizarse fuera de la habitación a través de la ventana.

1 intimidades:

  1. me gusta, sin duda... te van las infidelidades, parece... los dos primeros relatos van de eso... ajajajaja ambos relatos, muy buenos, y es increible la animala de ellos que llevas, suman 34 ya en total... eres buena ;)

    ResponderEliminar

¿Qué te ha parecido esta intimidad?