Eros íntimos: Dulce melocotón


Andrew era uno de esos chicos que sobrevivía a la pequeña sociedad del instituto oculto entre los demás alumnos. Había aprendido bien pronto que la mejor forma de pasar inadvertido era mezclarse con otras personas, fingir sus mismos intereses y actuar como se espera que actúe un adolescente moderno y rebelde. En el fondo, Andrew era una persona completamente distinta y había hecho tan bien su papel que incluso sacando buenas notas, nadie podía decir de él quera un listillo ya que todo el mundo pensaba que los profesores le ponían buenas notas porque era el capitán del equipo de baloncesto y hasta ahora no habían perdido ningún partido. Nadie en el instituto sabía que a Andrew le gustaba leer, estudiar y ampliar sus conocimientos, que estudiaba para forjarse un futuro, que practicaba deporte únicamente para mantenerse en forma y que su coeficiente intelectual estaba por encima de la media. De saber esto, seguramente sería un paria, como lo es cualquier persona que demuestra un poco de sensibilidad.

Andrew elegía bien a las personas con las que se juntaba y con las que salía. Tenía muchos amigos, pero ninguno de ellos era íntimo, a pesar de que todos aseguraban serlo. Era popular, pero muy reservado y corría el rumor de que se veía en secreto con la capitana de las animadoras, la bella y escultural Anitta; ella no hacía nada por desmentirlo considerando que el rumor elevaba su estatus social y tener una conquista como Andrew en su lista la ponía por encima de cualquier otra muchacha por salir con un atleta inteligente. A Andrew le daba igual lo que dijera la gente mientras Anitta se mantuviera lejos de él, porque no le interesaba en absoluto tener a una novia como ella. Iba a bares a tomar copas y cuando sus compañeros montaban bronca, él se hacía uno con las sombras y dejaba que todo siguiera su curso, manteniéndose al margen de la situación, contemplando lo que las nuevas generaciones podían dar de sí. En el fondo tenía la certeza de que eran las personas como él las que hacían que el mundo siguiera funcionando y el resto de las personas solo era el contrapuesto que equilibraba la balanza del universo. Su vida era ordenada y rutinaria, para Andrew el instituto era un camino intermedio que estaba obligado a transitar antes de entrar en una universidad y hacer definitivamente lo que le diera la real gana, pero siempre sin perder de vista su principal objetivo. 

Pero como toda persona humana, Andrew tenía debilidades. La tensión diaria, autoimpuesta por el personaje que debía interpretar para que lo dejaran en paz, empezaba a crear una costra de resentimiento contra el mundo. Había veces en las que necesitaba ser él mismo, dejar de fingir, pero se dio cuenta de que no había ningún lugar en el que pudiera hacerlo sin poner en entredicho su reputación y empezaba a sentirse absorbido por el Andrew perfecto y el temor a convertirse en esa otra persona ocupaba la mayor parte de sus noches. Decidió que tenía que cambiar, hacer algo, lo que fuera, para evitar verse abocado al desastre, a una vida estúpida que no deseaba en absoluto. 

Así que empezó a ir a lugares en los que no había estado nunca, en partes de la ciudad dónde nadie lo conocía y acabó por descubrir una biblioteca de aspecto antiguo e ignoto modesta, silenciosa y en la que había muchos libros, poca gente y espacio suficiente para hacer lo que quisiera. Aquel fue su lugar de reposo, una sala de estudio toda forrada de madera, con una mesa para él solo y todos los libros el catálogo a su entera disposición. Allí podía relajarse, leer, cultivarse, hacerse un hombre de provecho para el futuro sin tener que esconderse. 

Todo fue bien hasta que, un día, se cruzó con la mirada de Peach, la Pequeña Bibliotecaria. Andrew sabía que la biblioteca estaba bajo la supervisión de cuatro mujeres: la anciana dueña de la biblioteca y tres muchachas que tenían los graciosos nombres de Peach, Prunius y Pêche. Peach era la más joven de las tres empleadas y no se dejaba ver mucho entre las estanterías. De hecho, Andrew siempre pensó que Peach no existía, porque nunca la había visto, a pesar de que sus dos hermanas hablaban de ella a veces. Aquella tarde levantó la vista de sus apuntes para descandar los ojos y la vio pasar, llevando un buen número de libros en brazos para colocarlos en sus estantes. 

Supo que era ella por el ligero parecido con sus hermanas mayores, aunque definitivamente Peach era la más hermosa de las tres. Todo pareció ir más despacio, viéndola caminar con un trotecillo airoso, en ese breve instante Andrew experimento una serie de emociones tan intensas que casi se le para el corazón. Peach le miró un instante con gesto tímido y abrazó los libros con mayor fuerza contra su pecho, constriñiéndo todavía más los senos bajo su blusa violeta. Tan rápido como apareció, Peach desapareció por el pasillo adentrándose entre dos estanterías. Andrew se dio cuenta de que había estado aguantando la respiración y exhaló por la nariz, analizando lo que acababa de ocurrir. 

Igual que sus hermanas, Peach vestía de forma elegante, pero muy sobria e incluso podría decirse que tan anticuada como la biblioteca misma en la que estaba. La blusa estaba cerrada hasta el cuello, la falda era recta y gris y sus pequeños zapatitos no tenían un solo adorno. Su cabello rubio iba recogido en alto con un prieto moño y el flequillo pulcramente peinado a un lado. No tenía nada que ver con las estudiantes del instituto a las que él estaba acostumbrado, que mostraban sus cuerpos impunemente a todo el que quisera mirarlas con faldas cortas, blusas escotadas y colores imposibles. Nunca se había sentido atraído por ellas, por gente como Anitta, precisamente porque no dejaban nada a la imaginación. Pero Peach ocultaba bajo esa ropa un cuerpo que a Andrew se le antojo divino. Era buen fisonomista y tenía bien desarrollada la capacidad espacial. La falda colgaba de unas caderas voluptuosas y un trasero redondo; sin duda aunque ahora llevara zapatos planos, cuando llevara tacones su trasero se elevaría grandioso para coronar sus muslos prietos. Tenía la cintura inusualmente estrecha bajo la blusa, por lo que Andrew dedujo que debía utilizar algún tipo de corsé, ya que eso explicaba lo ceñido de su pecho y lo elevado que lo tenía. Debía tener los pechos muy redondos y pequeños para que tomaran esa forma circular al cerrar los brazos en torno a los libros. Tras esta profunda deducción , no pudo evitar imaginarla desnuda, en botas de tacón, corsé, el moño apretado y el gesto mandón, con la pequeña barbilla levantada con descaro y altanería. Sintió tal presión en los pantalones que a punto estuvo de gemir de dolor. 

Peach eligió ese momento para reaperecer, esta vez sin libros y Andrew supo que había tenido razón en su deducción al ver como la ropa rozaba su piel cuando caminaba, dibujando su silueta desnuda. Se le secó la boca cuando la vio humedecerse los labios con una lengua pequeña rosada. Un deseo crudo se apoderó de Andrew, que se sintió dolorosamente enfermo. 

Recogió sus cosas con presteza y abandonó la biblioteca confuso y excitado. Cuando ya abrazaba la fantasía de acariciarse pensando en Peach, uno de sus muchos amigos lo interceptó a medio camino y lo arrastró con el resto de sus colegas al pub. Andrew tuvo que ahogar su frustración entre varias cervezas, tratando de adormecer la bestia que la joven bibliotecaria acababa que remover en su interior. Con cada botella que vaciaba, la idea de hundirse entre sus pechos pequeños y redondos era cada vez más atractiva, pero también crecía la certeza de que si alguien lo veía con Peach, una chica del montón, sin personalidad, que vestía con ropa que podría ser de su abuela, acabaría llamando escandalosamente la atención y lo señalarían con el dedo, algo que había conseguido evitar hasta ahora. Peach era distinta a todas las chicas que él conocía, Peach ocultaba su cuerpo con elegancia y permitía imaginar sus formas, no las mostraba con descaro. Tentaba con el secreto de su cuerpo y Andrew deseaba desenvolverla como el que desenvuelve un regalo. Cada trago que daba lo hundía más y más en la amargura y acabó tan borracho que llegó a casa en brazos de dos de sus amigos. 

Fue incapaz de pegar ojo. El alcohol y la excitación provocaron sueños febriles en la mente de Andrew, eróticas pesadillas en las cuales Peach era la protagonista. Soñó que estaba en la biblioteca y Peach lo llevaba de la mano a una rincón más discreto, entre varias estanterías que formaban una habitación cerrada. Allí, la muchacha se abría lentamente la blusa para revelar ante la atónita mirada de Andrew un fabuloso corsé violeta con encajes negros, cruzado con cintas de seda de color rojo, tan apretado que sus pechos sobresalían por encima de los bordes. Cuando la falda se deslizó por sus muslos reveló unas largas botas de cuero con enormes tacones y un tanga como prenda interior, tan fina y transparente que revelaba que su monte de Venus era liso y suave. Peach también llevaba guantes de cuerpo y enarbolaba una fusta, golpeando a Andrew en el rostro para obligarlo a arrodillarse delante de ella. Andrew obedeció solícito, estaba desnudo y excitado y estaba a los pies de Peach, llenándole los tacones de besos y caricias, frotando las mejillas contra la fría textura mientras ella le acariaba la espalda con la punta de la fusta. Le dio un azote en el trasero y él comprendió lo que ella quería y hundió el rostro entre sus muslos dispuesto a complacerla, deleitándose con el sabor a melocotón que tenía su sexo, mientras ella le tiraba de la correa que llevaba al cuello...

Cuando Andrew se despertó de sopetón, la resaca y la impresión provocaron que se cayera de la cama y diera con sus huesos en el suelo. El dolor de cabeza y las náuseas lo redujeron a un cuerpo convulso que se arrastró hasta el baño para vómitar. Se arrancó la ropa del cuerpo, se metió en la ducha y abrió el grifo de agua fría para despejarse. Pero ni aún así, la erección que lo atormentaba remitía y la culpa de todo esto la tenía Peach. La dulce y suave Peach, de piel de melocotón, sabor a melocotón, olor a melocotón. Se rodeó el dolorido pene con una mano y se sostuvo en la pared del baño con la otra, frotando con tanta energía como rabia sentía por esta situación. Hundió la cara en el brazo cuando las lágrimas brotaron y el ritmo de sus caricias se incrementó, masturbándose con fuerza y determinación hasta lograr sacar de dentro toda la represión acumulada durante años. Se vació por entero, salpicando abundamente las baldosas del baño, resollando como si acabara de correr una maratón. El dolor de cabeza remitió enseguida, el agua lavó su desdicha y su semen, aclarándole un poco las ideas. 

Peach iba a ser su rincón secreto. Debía ser su lugar de reposo, aquel en el que no tuviera que fingir lo que no era. Ella debía convertirse en la persona que pudiera verle tal cual era, ver su naturaleza. Estaba seguro de que Peach era cómo él, todo fachada por fuera, escondiendo su verdadera forma en el interior para que nadie pudiera hacerle daño. 

Esa mañana decidió que no quería ir a clase. Vestido de calle, sin el uniforme del colegio, se acercó hasta la biblioteca y buscó a Peach. La encontró colocando libros entre dos estanterías, ropa diferente a la de ayer, conservando el mismo estilo: cintura estrecha encorsetada, botines de tacón, falda larga hasta las rodillas. Andrew ni siquiera lo pensó, puso una mano en el hombro femenino y la hizo girar para enfrentarla. Era una cabeza más alto que ella y tuvo que inclinarse para alcanzar sus labios, para asegurarse de que lograba su objetivo, puso una mano sobre su mejilla y la besó. Peach abrió los ojos por la sorpresa, pero separó los labios para dejar entrar a Andrew y cuando él se hubo sosegado, le mordió la lengua. Andrew se apartó sorprendido y Peach, con un certero movimiento, le cruzó la cara de un tortazo. 

La mejilla de Andrew hormigueó y el calor le bajó por el cuello hasta los testículos. Miró a Peach, confuso. Ella había cambiado su expresión tímida por una más dura, completamente inusual en un rostro tan inocente como el suyo. 

-No vuelvas a besarme sin permiso -dijo.

-Lo siento -balbuceó Andrew. Peach le dio una bofetada en la otra mejilla.

-Tienes que decir "Sí, señorita Peach"
 
-Sí, señorita Peach -contestó Andrew de inmediato, frotándose la mejilla dolorida. 

Peach suavizó el gesto, lo agarró de la camiseta y lo besó apasionadamente. Andrew quiso avanzar con la lengua entre sus labios, pero Peach se apartó en cuanto lo intentó. 

-No quieras obtener más de lo que te voy a dar -replicó ella.

-Sí, señorita Peach -gimió el muchacho, cómodo con la situación-. Lo siento...

De pronto la mano de Peach se metió bajo sus vaqueros y le rodeó la erección. 

-¿Qué es esto? -preguntó con una ceja levantada. Andrew resopló al notar el tacto suave de su mano contra la dureza de su miembro, sensible, hinchado, a punto de explotar. Le miró los labios, de color melocotón, y sus mejillas grandes y redondas y no pudo evitar imaginar su pene metido dentro de la boca de Peach.

-Tuyo... -gimió Andrew-. Es tuyo.

4 intimidades:

  1. Me encanto, muy muy bueno

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  2. Buenísimo!!

    Mira la tímida biblitecaria??

    Besos

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  3. Bueno Paty , bien el ritmo, descripciones etc , y la historia promete. Gracias.

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