Un 15 de febrero... (1)

Le descubro entre la gente, entre los hombres de negocios y sus hermosas acompañantes, entre los ricos millonarios y sus jovenes esposas, entre todos los rostros fríos e inexpresivos de los invitados a la fiesta. Aparto los ojos fingiendo mirar distraidamente hacia otro lado, no sé si él me ha visto pero mis hombros empiezan a arder, mi espalda se sacude con un estremecimiento porque presiento que sus ojos están clavados en mi nuca y eso me incomoda y me emociona a partes iguales. Me siento confusa, abrumada y sabiendome incapaz de contener las emociones sin que nadie lo perciba, emprendo la huída.

Me deslizo entre las personas del concurrido salón como el agua entre las grietas de una cueva. Dejo mi copa sobre la bandeja de un camarero y empiezo a subir las escaleras, sujetándome la falda con ambas manos. Mi caminar es medido pero apresurado, en una situación así no debo perder la compostura, nadie debe darse cuenta de mi nerviosismo. Cuando alcanzo el primer rellano, no puedo evitar girarme para comprobar que nadie me ha seguido. A los pies de la escalera aparece él. Nuestras miradas se cruzan, mi corazón se acelera, haciendo un gran esfuerzo finjo que no me importa su presencia y sigo subiendo, despacio, sin denotar inquietud. Oigo sus pasos detrás de mi, cada escalón resuena en mi cabeza acompasado con los latidos de mi corazón, el vestido oprime mi pecho y me dificulta la respiración. Llego al primer piso, no me detengo, trato de aparentar naturalidad mientras avanzo por el pasillo, quiero que mi caminar resulte natural, que no parezca lo que es, una huída desesperada. Mi mente es un remolino de pensamientos, no puedo pensar con frialdad, sé que él me está siguiendo, sé que al final me dará alcance.


Entro en una habitación al azar, cierro la puerta con lentitud y busco un lugar dónde esconderme. La biblioteca está repleta de estanterías, puedo elegir cualquiera para ocultarme entre ellas. Me mantengo a la espera, los segundos pasan, convirtiéndose en minutos que se hacen eternos. Poco a poco empiezo a relajarme, me creo segura, él no sabe dónde he entrado, ya no me busca. Quizás no me estaba siguiendo, quizás me he precipitado, quizás he confudido su rostro, quizás solo es alguien que se le parece. Me sostengo en la estantería, empezando a recuperar aliento, mis piernas dejan de temblar. Solo un poco más, solo unos minutos más y habré reunido la suficiente entereza para abandonar mi refugio.

La puerta se abre. Se me acelera el corazón, mi respiración se entrecorta, me tiemblan las manos y los pies no me responden. Estoy al borde del colapso, cojo el primer libro que tengo a mano y lo abro por la mitad. Las letras son un torbellino ante mis ojos, no asimilo las frases, quiero concentrarme en la lectura para evitar pensar en mi perseguidor. En él. Mis latidos son ensordecedores, no oigo los pasos de la persona que ha entrado y eso me aterroriza. No quiero que me pille desprevenida.

Pero lo hace. Me descubre, oigo como se detiene detrás de mi, a dos metros de distancia. Un escalofrío recorre mi espalda y mi nuca, la piel de mis brazos se eriza y las piernas parecen a punto de fallar. Una amalgama de sentimientos me invade, una enorme alegría y una profunda angustia que me oprime el pecho. Mis manos sostienen el libro como si no existiera, como si no fuese real, como si fuese de humo. El silencio es desgarrador.

- ¿Cómo has entrado? - pregunto tras una larga y medida inspiración con toda la frialdad que puedo reunir en la voz. Paso una página del libro, un gesto que parece casual, debe parecer que estoy leyendo y que su presencia no me importa.

- Una amiga estaba invitada y la he acompañado - explica con un susurro. Su voz me hace temblar, su tonalidad siempre sensual ejerce un sobrenatural influjo en mi mente, disparando en mi cabeza recuerdos pasados. Algo se remueve en mis entrañas, me siento desnuda, su mirada clavada en mi espalda hace que arda por dentro. - Era la única forma de entrar y poder verte...

- ¿Y por qué querrías verme? - le cuestiono.

Se aproxima a mi decidido, apartando el libro. Le miro, me mira y me besa. Soy una mujer débil, lo sé. Soy la mujer más débil del mundo cuando él me besa. Mi mente rebulle, me siento culpable por desearle, mi cuerpo anhela sus caricias y mi cabeza no deja de repetir que no debo ni siquiera mirarle. Pero no puedo, no puedo dejar de amarle. Se separa de mis labios, siento sus manos acariciar mi cintura.

- ¿Desde cuando sabes leer ruso? - pregunta divertido. El libro está escrito en cirilico. Sonrío con las mejillas prendidas de vergüenza y lo dejo caer a su espalda, aprovechandome de la cercanía para volver a saborear sus suaves labios. Su boca me seduce como tantas otras veces, podría pasarme horas prendida de sus besos, olvidarme de todos los problemas que me atormentan, las angustias que me oprimen el corazón, las tristezas por estar lejos de él. - Te quiero - me dice.

- Yo más... - respondo. Nuestros cuerpos se funden en un abrazo desesperado. Así es como nos sentimos, desesperados. Yo le deseo, él me desea y sin embargo, no podemos estar juntos. Tan lejos y a la vez tan cerca. La historia de siempre. Todo tan fácil pero al mismo tiempo tan complicado...

- Feliz día de San Valentín - me susurra al oído.

- Fue ayer... - contesto. Siempre tengo que tener la última palabra.

- Lo sé. Pero ayer no pude verte, así que te lo digo ahora... - con dedos delicados, atrapó la cremallera de mi vestido y lento pero inexorable, empezó a bajarla.

4 intimidades:

  1. Ha sido una verdadera delicia leerte.
    Dejo un beso.

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  2. Bueno, bueno, esto se pone totalmente romántico!

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  3. Sempre bela, intensa, sensual, excitante!... Tuas palavras são doces caricias deslizando suavemente sobre a pele...

    Beijosss
    AL

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  4. Un placer leerte ;)

    Bs

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