Ya no era un extraño para ella. Suspiró al recordar aquel fogoso encuentro, cómo la había abordado en la puerta de su casa y cómo la había acariciado, cómo la había seducido con sus besos y cómo la había hecho suspirar de placer. Se sintió un poco avergonzada por haberse dejado llevar de esa manera, sin medida, entregándose al desconocido atractivo como un animal hambriento. Él había experimentado algo parecido, había recogido sus cosas y se había marchado apresuradamente mientras ella dormía en el sofá en el que habían estado abrazados toda la noche. Al despertar, sola otra vez, encontró su tarjeta de identificación tirada en un rincón, junto al teléfono volcado y descolgado.
El extraño se llamaba Leo.
Al día siguiente a su encuentro, ella se quedó en casa. También el segundo día, y el tercero. Todo con tal de no verle de nuevo en el metro. Al cuarto, se armó de valor. Y allí estaba ahora, ante la puerta del director del departamento de Física Teórica y Experimental. El extraño no era un alumno como había supuesto, sino que se trataba de un profesor con un doctorado en Física. No pudo evitar sentirse una ignorante, según su identificación, el extraño Leo tenía solo veintisiete años. Apenas unos más que ella.
Llamó a la puerta. Escuchó como la invitaba a entrar y sufrió un intenso flashback al recordar su voz. Le temblaron las piernas, quiso marcharse, pero finalmente se atrevió a entrar. El despacho resultó ser un espacio oscuro y agobiante repleto de estanterías con libros. A él lo encontró al otro lado tras una mesa cubierta de gruesos volúmenes y hojas de papel, con la única luz de una lámpara sobre lo que estaba escribiendo.
- Hola - dijo tímidamente. Él la miró confundido, no esperaba encontrarse con ella y se puso apresuradamente en pie.
- Hola... - saludó.
Se produjo un silencio incómodo entre los dos. Ella hizo un esfuerzo y se acercó un paso hacia el extraño, tendiéndole la tarjeta. No se atrevió a mirarle a los ojos, seguramente él pensaba que ella era una de esas chicas que se obsesionaba con un chico cuando solo habían tenido un encuentro fortuito. En realidad no había podido olvidarle, pero quizás él si la había olvidado y no quería agobiarle ni parecer desesperada.
- Te he traído esto... - murmuró con un hilo de voz. - Se te debió caer cuando te fuiste...
- Oh... - el extraño miró la tarjeta, a ella, otra vez la tarjeta y tras unos eternos segundos alargó la mano para coger su identificación. - Gracias... la había buscado por todas partes...
De nuevo, un pesado silencio se instaló en el lóbrego despacho. Deseaba decirle que le gustaría volver a verle, que le gustaría volver a besarle, que le gustaría volver a abrazarle, que no había podido quitarse de la cabeza lo que había pasado y que se sentía muy triste porque él se hubiera marchado. En el fondo se sentía terriblemente atraída por él.
- Bueno... me voy... - susurró por fin, al darse cuenta de que no había más que decir.
- E-espera... - dijo él cuando ella puso la mano sobre el picaporte.
- ¿Sí...? - preguntó desde la puerta, sin girarse. El corazón se le iba a salir del pecho. Lo oyó salir de detrás de la mesa y en dos pasos ya estaba a su espalda. Se bloqueó, la cercanía del extraño la ponía nerviosa.
- No he podido dejar de pensar en tí... - dijo atropelladamente. Ella abrió los ojos y, despacio, levantó la mirada hacia él. Tenía el rostro encendido, parecía frustrado y profundamente angustiado. Estaba nervioso. - Perdóname...
- Pero...
No tuvo tiempo de hablar. El extraño estrechó la distancia que los separaba y la besó con desesperación. Ella se sintió profundamente emocionada.
- Yo tampoco... he podido olvidarte... - murmuró sin pensar.
- Siento haberme marchado así... - replicó arrepentido, sin dejar de besarla de forma apasionada. - No tengo excusa, perdóname...
- No importa... - respondió ella, aferrándose a su espalda, estrechándose a él con ansiedad. - Bésame - suplicó ansiosa. - No dejes de besarme...
El extraño Leo la agarró de la cintura y la arrastró al interior de su despacho, complaciéndola con sus mejores besos. Ella acarició su espalda, su cuello y su pelo, saboreando su lengua. Con decisión, el doctor en Física le quitó el abrigo, bordeó con los dedos su jersey y tocó la piel de su cintura, subiendo por el interior de la prenda hasta alcanzar sus pechos. Le provocó un suspiro ahogado, no se separó de sus labios mientras él frotaba con delicadeza sus puntas erizadas. Fue brusco de improviso, pellizcó con rudeza uno de sus pezones y subrepticiamente su boca abandonó los labios de la chica para aliviar el dolor que había provocado. Ella le acarició el pelo corto, estrechándole a su pecho mientras su lengua y sus dientes lo devoraban con avidez.
La acción parecía repetirse, con un brazo el extraño barrió de encima del escritorio todos los libros y todas sus notas, ayudando a la chica a subir. Ella acomodó la espalda, las manos del joven profesor levantaron su jersey para dejar su pecho al descubierto, para después luchar contra el vaquero y bajar su ropa por las piernas. Ella se lamentó con una honda inspiración, hinchando sus pulmonesy en consecuencia, haciendo estremecer sus pechos. Los ojos del muchacho brillaron con ardor, la luz de la lámpara arrojaba un círculo de luz sobre el torso de la chica, con admiración recorrió la línea de sus caderas con el índice y el corazón, siguiendo el camino de su pélvis hasta el interior de sus muslos. Un solo roce provocó un espasmo en ella, un pequeño grito ahogado surgió de su garganta. Contempló con devoción como separaba las piernas, todo lo que sus pantalones se lo podían permitir y al descubrir ese brillo que cubría sus voluptuosos muslos no pudo evitar la tentación de tocar. Ella arqueó la espalda.
No había prisa. No había ansiedad en sus caricias. No era como la primera vez. La muchacha se removió ahogandose con sus propios suspiros mientras el extraño, su extraño, la complacía con pentrantes caricias. Podía sentir sus dedos acariciar de un lado a otro, la yema de sus dedos presionar su tierna semilla haciendo brotar un jugoso néctar que luego recogía con la palma de su mano; su boca se deleitaba con sus pechos, su lengua no dejaba de humedecer su piel, sus dientes mordían sus pezones. Él no tenía prisa, se había propuesto compensar su precipitada huída con una gratificante recompensa. Ella no tenía voz para seguir gimiendo, tenía la sensación de que la humedad resbalaba por sus muslos, reponiéndose de las abrumadoras sensaciones de placer sus manos buscaron el cuerpo del joven. Aferrándose a su pelo lo separó de sus pechos y lo obligó a fundirse con sus labios.
Sintió la mano húmeda del extraño aferrarse a su pierna, ella le acarició la boca con la lengua y apretó su pelo entre los dedos. La postura era extraña, los pantalones se le habían enredado en los pies, pero el muchacho pudo meterse entre sus muslos después de tirar de su cuerpo hasta situarlo en el borde de la mesa. En cuanto sintió su roce, movió la cadera para buscarle. Sus sexos se tocaron y los dos suspiraron a la vez por la impresión. El extraño buscó envolverse con la ardiente humedad de ella, ella sintió la exquisita dureza de su sexo abriéndose paso a través de sus últimas defensas. Como un hierro al rojo vivo le quemó las entrañas, fue fácil, más fácil que la última vez, descubrir la forma en que él encajaba a la perfección dentro de ella. Fue todo más intenso, sublime, inolvidable, unas sensaciones tan brutales como celestiales.
Su extraño amante se alejó lentamente, deleitándola con una profunda caricia, para buscarla después con un decidido envite. El cuerpo de ella se convulsionó, el extraño se aferró a sus brazos y abordó de nuevo el cuerpo de la muchacha, esta vez sin intención de detenerse. El silencio del oscuro despacho se vio roto por la sublime armonía de sus cuerpos luchando el uno contra el otro, mezcladose con profundos suspiros y lamentos, con palabras ahogadas y súplicas rotas por la voz del placer. Ella se rindió rápido, ya estaba demasiado agotada para soportar otra oleada. El extraño no cesó su hipnótico ritmo, alargando el placer de ella hasta que la vio tocar el cielo y para cuando la muchacha perdía la noción de la realidad, se zambulló en ese cálido océano de sus muslos.
Se abrazaron sonrientes relajando sus cuerpos sobre la mesa. Se cubrieron de besos y abrazos, se confesaron oscuros anhelos y aún no se habían recuperado del esfuerzo cuando se despojaron por completo de sus ropas y se escondieron detras de la mesa. Antes, cerraron la puerta para evitar imprevistos.
Un océano de niebla de Elizabeth Bowman - Narrado por Arancha Del Toro
-
Sinopsis:
El mundo se ha terminado para Gillian ahora que él la ha abandonado. Es
cierto que una niña ha nacido de los dos. Pese a eso, ella no puede co...
Hace 2 días
Ouah ! Esta tan bien escrito !!
ResponderEliminarhttp://electrical-columbia.blogspot.com/
De lo que he leido en tu blog, este relato es el que más me ha gustado. Quizás porque no tiene la atmósfera de sumisión de otros como El Cliente (qué se le va a hacer, la sumisión no es parte de mis fantasías)
ResponderEliminarHola José, bienvenido ^^
ResponderEliminarProcuro crear diferentes atmósferas en cada relato, o al menos lo intento, casi todo depende de como me pille el día (vaya cosas xD). Este pretendía ser más ligero y tierno, en realidad es una segunda parte de la entrada titulada "El extraño" :)
Un saludete
También me gustó la primera parte, pero el final de ésta me subió la temperatura, al mencionar que la puerta había estado abierta todo el tiempo. Será el morbo del voyeur, que ése sí lo llevo a cuestas (como la mayoría de los hombres, supongo)
ResponderEliminarRChS, gracias por tu visita. Echaré un vistazo a tu blog, pasate por aquí cuando quieras :)
ResponderEliminarJosé, pues he empezado a crear una serie de relatos con toquecitos voyeur que iré subiendo en breve, tienes un resumencillo en la pestaña "¿Quién es Verónica Harwood?" A disfrutar :3
Paty, acabo de descubrirte como escritora y... ¡¡¡mil aplausos de una admiradora!!! Hasta hoy pensaba que las mejores en erótica son las escritoras italianas (más de mi gusto) pero después de leer tres de tus cuentos íntimos estás en el lugar de honor entre mis autoras eróticas preferidas. Ojalá algún día pueda tener en mis manos obras tuyas en papel, porque las conservaré como un tesoro. Un beso.
ResponderEliminar