[Baila para mí] Escenas inéditas (1)

Buenas tardes. En esta sección os traeré escenas que fueron eliminadas de la versión final de la novela. La gran mayoría de estas escenas se esparcieron a lo largo de la historia. Otras, simplemente, desaparecieron porque no aportaban nada a la trama. Las que os presento no ofrecen más información, solo es un vistazo al grado de intimidad que Eva y Tom llegaron a experimentar. Los textos que os voy a presentar se encuentran en dos capítulos seguidos, el segundo encuentro erótico que hay entre los protagonistas.

No hay spoilers de la trama, pero sí pequeños detallitos; casi todo lo que vais a leer fue eliminado del último borrador por motivos de espacio y porque, sinceramente, no aportaba nada nuevo a la relación. Quizá, para quién ha leído la novela, encuentre algunas citas o diálogos repetidos. Esto es así porque me gusta aprovechar al máximo todo lo escrito, espero que sepáis comprenderme. Lo que os ofrezco es algo que solo han leído mis lectores cero, así que es posible que haya errores o incoherencias. Mil disculpas. Este trocito de historia es algo muy importante para mí.

Sin más, os dejo con estos capítulos que nunca estarán en la novela de Baila para mí, pero que espero que podáis disfrutar en Cuentos íntimos.



Eva quería ser cómo las heroínas de las historias de amor de los ballets. Quería ser una mujer que amara apasionadamente para embriagarse de todas las intensas emociones que traían consigo los romances.
Nunca se había enamorado. No podía entender cómo funcionaba, su vida había girado en torno al arte, a la danza y a la disciplina. Sabía lo que era el amor, por supuesto; lo había visto en muchas de sus formas y lo envidiaba, porque nunca lo había experimentado. Pero tenía dudas de que alguna vez pudiera enamorarse de una persona. Ella amaba el ballet con sus virtudes y sus defectos y luchaba por él. Eva sabía que si alguna vez sentía lo mismo por una persona, entonces estaría segura de estar enamorada.
Hacer el amor con Tom había sido una experiencia enriquecedora y quería disfrutarla de nuevo. No tenía planeado que su primera vez fuese así, él no era el hombre perfecto ni la situación perfecta, pero encontraba cierto romanticismo en la relación.
Para empezar, había una enorme diferencia entre ambos, social y cultural, y eso hacía que aquella aventura fuera un poco más emocionante. Sabía que no estaba enamorada de él —nunca lo estaría—, y se repitió una y otra vez que si estaba teniendo una aventura sexual con Tom era solo para sentir cosas que nadie más iba a proporcionarle.
Igual que un maestro de ballet enseñaba a sus alumnos a colocar los pies y los brazos, Tom le enseñaría a perder la cabeza. Estaba convencida de que él era la solución; lo que tenían solo era sexo.
—¿Tienes hambre? —preguntó él cuando cruzaron el amplio vestíbulo privado del Victoria.
Negó. Tom le apretó la mano y subieron en silencio hasta la habitación. Le apetecía olvidar los sinsabores de la jornada concentrándose en las sensaciones que aquel chico despertaba en su cuerpo. Era el escape perfecto, nada de ballet, nada sobre errores de ejecución, nada sobre prometidos estúpidos que no sabían aceptar un no por respuesta.
El dormitorio estaba como la última vez. La cama de postes seguía en su lugar, los sillones tapizados a un lado, la puerta del baño abierta. La cama estaba destapada, el edredón doblado a los pies y las sábanas, que Eva recordaba blancas, ahora eran de color ojo, lo que le daba un toque más decadente. Tom había colocado dos lámparas junto al cabecero para iluminar con colores cálidos toda la esquina. Eva lo encontró muy sugerente y no pudo evitar fantasear con lo que pasaría dentro de unos minutos.
Se frotó las muñecas de forma inconsciente y Tom lo vio. Levantó el brazo para rodearle la nuca, la acercó hacia él y la muchacha separó los labios dejando salir un suspiro. Tom se inclinó sobre su boca profundizando un beso lento y cargado de intenciones y ella se sujetó a sus hombros cuando notó que se le doblaban las rodillas.
—Has respondido a mí con tanta dulzura que apenas puedo esperar a estar dentro de ti —murmuró él.
Eva notó su aliento sobre los labios mojados y se acaloró. Rodeándola con los brazos, Tom la apretó contra su cuerpo. Ella jadeó al sentir su erección presionando contra su vientre, de inmediato su imagen apareció en su cabeza y enrojeció de pudor. Lo había atisbado el día anterior, en mitad de una nebulosa de placer, mientras él se acariciaba con apasionado erotismo. Jadeó al recordar su caricia entre los muslos, aquella ardiente corona que había tocado sus partes más inflamadas y luego se había introducido entre sus carnes, abriéndola y haciéndola arder.
Sus pensamientos se dispersaron y formaron una maraña de confusión en su cabeza. No quería pensar en lo que iba a hacer, simplemente quería hacerlo. Quería desnudarse y tenerle dentro de ella. Cuando estaba con él se acababan las presiones, las responsabilidades, las obligaciones. Pero aparecían otro tipo de responsabilidades y presiones mucho más intensas y dolorosas, que culminaban en éxtasis.
—¿Quieres sentirme aquí y ahora? —preguntó Tom inclinándose un poco más sobre su boca.
No quiso responder, no podía. En cambio, hizo lo que llevaba deseando hacer todo el puñetero día. Lo cogió por la cara y le cubrió la boca con los labios. Él ladeó la cabeza para profundizar al beso y acarició la lengua de Eva iniciando un tórrido paso a dos. Tom sabía cómo moverse para que ella lo siguiera, sabía cómo mantener el ritmo y la presión justa. Eva podía saberlo porque había bailado con muchos hombres, y cuando un bailarín era diestro, ella lo notaba en el cuerpo. No todos sabían llevar a una pareja.
Tom sí lo sabía. Sabía cómo bailar. Sabía cómo llevarla.
Se apartó, dejándola exhausta y repleta de necesidad. A ella le resultó difícil mantenerle la mirada, era como mirar directamente al sol, sentía que se abrasaba. Pero igual que cuando se mira al sol, no podía dejar de hacerlo, fascinada por el ardor de sus ojos.
—Voy a hundirme en ti tan profundamente que no podrás olvidarme jamás.
Eva parpadeó, con las mejillas a punto de explotar. Su piel se erizó al imaginar su cuerpo frotándose desnudo contra el de Tom hasta que el roce los hiciera arder y el fuego los consumiera hasta que no quedaran más que cenizas. Su cuerpo lo sabía. Su sangre. Incluso su sexo sabía lo que iba a suceder. Su mente aún trataba de hacerse a la idea, pero ella no hacía más que temblar de anticipación.
Tom la besó con ardor y su corazón se saltó un latido. Eva deslizó las manos por su cabeza notando calambrazos en los dedos y en los pechos. Estaba palpitando y él ni siquiera había comenzado a desnudarla.
Tom acunó su cabeza y acarició su vientre con los dedos de la otra, bajando para meterse dentro de sus pantalones. Eva jadeó, estremeciéndose de puro deseo, cuando sus dedos rozaron la tela de sus bragas. No podía controlar sus reacciones, no se daba cuenta de que estaba temblando por él. Ahogó un grito al sentir sus dedos apartando la tela para abrirse paso por sus empapados pliegues, rodeando su clítoris trazó una tórrida y áspera caricia que le provocó un hondo suspiro.
—Oh, que gusto… —gimió ella.
Se cubrió la boca con la mano, abochornada por lo que acababa de decir. Tom se rio de forma cavernosa.
—Te daré todo el gusto que quieras, preciosa.
Sus muslos se empaparon de manera alarmante. No estaba preparada para sentir algo así, lo de la noche anterior no había sido tan excitante ni tan apremiante. ¿O sí?
Tom le bajó los pantalones recorriendo la curva de sus nalgas con unas palmas abrasadoras. Eva intentó controlar los nervios, notó sus dedos acariciarle las corvas y sus pechos se erizaron. Tom se agachó a sus pies, le quitó las deportivas.
—¿De qué color son tus bragas? —preguntó respirando sobre sus rodillas.
—Blancas. Tom… quizá… debería darme una ducha, estoy… uhm… sudada por el último ensayo.
Él no respondió de inmediato, depositó una línea de besos por la parte trasera de sus rodillas, subiendo hacia sus nalgas. Eva sintió un punzante dolor en los pezones y se cubrió los pechos con las manos para aliviar los calambres. Los besos se tornaron húmedos y calientes, le besó los muslos, los gemelos, bajando hacia los tobillos, que desnudó con lentitud deslizando los calcetines por su pierna. La acarició con las manos y la lengua, sin dejar un solo centímetro de piel sin humedecer.
—¿Tom? —preguntó. A lo mejor no había oído lo que le había dicho.
—¿Sabes lo excitante que es el sabor salado de tu piel? Voy a hacer que sudes más que en tus ensayos, hasta que estés muy, muy resbaladiza.
Metió una mano entre sus muslos para acariciar su sexo por encima de la tela. Ella se estremeció con una intensa sacudida y se apoyó sobre sus hombros, incapaz de mantener el equilibrio.
—No me quites los calcetines —logró decir.
—Tenemos que superar eso de los calcetines en algún momento, ¿lo sabes, verdad? —preguntó introduciendo los dedos por debajo de la empapada prenda para frotar sus pliegues.
El toque disparó una corriente eléctrica hacia sus sensibles pezones y se arqueó. Tom se puso de pie frente a ella y retiró los dedos para llevárselos a la boca. Eva parpadeó, con la mente pendiente de las sensaciones que estaban comenzando a tomar el control sobre su cuerpo.
—Tu cuerpo es puro arte, nena —murmuró él después de sacarle el jersey y el sujetador por la cabeza.
Eva se cubrió los pechos, estaban tan sensibles que incluso su propio tacto le causaba escozor. Él acarició sus brazos con las yemas dejando un rastro ardiente e insoportable.
Tom actuaba siempre demasiado deprisa, se abalanzaba sobre ella como una avalancha, imparable, dejándola aturdida con su agresiva masculinidad. Pero aquello era diferente, se estaba tomando las cosas con más calma que la primera vez. Por eso ahora le dolía más todo. Respiró una profunda bocanada de aire y lo miró a la cara.
Había fuego en sus ojos. Caos. Y una oscura y primitiva lujuria que le impactó directamente en el vientre. Tom la cogió por la cara y la besó introduciendo la lengua tan dentro de ella que comenzó a sentir el roce en otras partes de su cuerpo.
Supo que ese era el inicio de una nueva tortura sexual. La provocaría, la tentaría hasta que su deseo por él fuese tan inmenso que no deseara otra cosa que sus caricias. Nublaría su razón hasta que su parte física tomara el control, hasta que sus instintos salieran a la superficie y abriera su cuerpo a él.
Hasta que fuera incapaz de negarle nada y suplicara por más.
Le puso las manos en el pecho, su camiseta estaba caliente y Eva cerró los puños deseando arrancársela para sentir en las palmas el suave vello que le cubría el torso. Quería tocar, explorar; por primera vez en su vida sentía curiosidad por el cuerpo de un hombre. Oh, los había visto tantas veces, en la compañía había tantos hombres atractivos y musculosos que para ella era algo tan corriente que no se sentía ni un poco impresionada.
Pero Tom era distinto. Tom era un hombre, era sexo, era un cuerpo que desprendía pasión. Ella quería absorber esa vehemencia, esa anhelante lujuria, ese deseo extremo y acuciante.
Apenas podía respirar. Se estaba ahogando, todo iba demasiado deprisa. Ni siquiera sabía lo que tenía hacer, no le importaría pasarse horas perdida entre los labios de Tom, paladeando su sabor, recreándose en la rugosidad de su lengua, en la humedad de sus labios. Pero tenía que hacer algo más, eran una pareja de baile, uno solo no podía bailar un paso a dos.
Llevó las manos hacia abajo para tocar la piel dura de su abdomen. Tom se apartó de ella para inspirar con fuerza y la atravesó con una mirada que era puro pecado. Eva subió las manos por su torso, gimiendo al sentir como su vello le hacía cosquillas en los brazos; sus pechos se tensaron en respuesta. Subió hasta tocar los pectorales de Tom y buscó, con una mezcla de curiosidad y pudor, los pezones masculinos. Sintió que se moría de vergüenza cuando los encontró y Tom comenzó a reírse de un modo tan grave que su voz parecía salir desde el fondo de un pozo.
—¿Te gusta lo que estás tocando? —preguntó con una media sonrisa.
Ella apartó las manos, no se creía lo que acababa de hacer. Tom se sacó la camiseta, cogió la mano de Eva y se la colocó sobre el pecho. Ella sintió sus desbocados latidos en la palma.
—A mí también me gusta que me acaricien los pezones, preciosa. Y que me los succionen y los muerdan. ¿No te gustaría probar?
Se atragantó con su propia saliva. Estaba tan acalorada que apenas podía pensar, asimilar y ofrecer una respuesta coherente. Decidió cerrar la boca antes que ponerse a balbucear, apenas era capaz de juntar dos palabras sin que se le trabara la lengua. El corazón le retumbaba en los oídos, casi podía asegurar que sus latidos hacían eco en las paredes de la enorme habitación.
Tom le puso una mano en la parte baja de la espalda y la acompañó hasta la cama. Eva se esforzó por mantenerse erguida y no caminar a cuatro patas debido a la escasa fuerza que le quedaba en el cuerpo. Él le robaba toda la energía, con sus palabras y sus acciones.
Cuando llegaron, Tom sacó algo de debajo de la almohada y se lo mostró. Era una cuerda, blanca y de poco grosor, cuyos suaves nudos formaban un hipnótico dibujo. Se apretó las manos al vientre, al borde del desmayo. Tom acarició la cuerda con el pulgar, mientras le acariciaba la espalda con la otra mano. Eva alzó la cabeza para mirarle, luego miró la cuerda y volvió a mirarlo a él. Tom sonrió y acarició un brazo de Eva con la cuerda, dejando que notara la textura, rugosa y aterciopelada.
Eva se clavó las uñas en la piel del abdomen y apretó los labios, notando un temblor en los pechos. Su clítoris palpitó y notó que se le humedecían los muslos. Mucho.
«¿Cómo puedo sentir tanto deseo y tanto terror a la vez?».
—¿Te da miedo? —preguntó él inclinándose sobre su oreja—. Sé sincera.
Tenía demasiado calor y solo vestía unas bragas. Bueno, y los calcetines. Notó una gota de sudor resbalándole por el costado. Le temblaron los labios.
¿Le daba miedo una cuerda? No. ¿Le daba miedo lo que podría sentir si Tom usaba una cuerda? Sí. Mucho. Lo más probable es que atara sus manos a la cabecera de la cama y pasara un buen rato estimulándola. Sí, seguro que solo haría eso. Se tocó la piel de las muñecas. No quería pensar en lo que iba a pasar, no le gustaba pensar, solo quería sentir.
Estaba allí para experimentar, para sentir emociones. Para nada más.
—No —logró decir—. No me da miedo —aclaró.
Tom se sentó en la cama frente a ella.
—Dame la espalda. Ofréceme tus muñecas.
No había pensado en esa posibilidad y aquellas palabras hicieron hervir sus entrañas. Se dio la vuelta sin percatarse de que realizaba un elegante medio giro en relevé como cuando hacia los ejercicios en la barra, tensando los pies como si estuviera en clase. Colocó las manos a su espalda con movimientos armoniosos. Su propio cuerpo actuaba como si estuviera inmersa en una hermosa coreografía y no lo podía evitar, le encantaba moverse. Tom tardó una eternidad en tocarla de nuevo.
Acarició sus brazos con la cuerda. Su sexo se convulsionó, impresionado por la rugosidad de la cuerda. Cerró los puños, notando la respiración pesada, y Tom comenzó a rodearle las muñecas con la cuerda. No se limitó a hacer un nudo, empezó a atar sus brazos con una enrevesada trenza que la cubrió desde las muñecas hasta los codos.
—¿Te aprieta? —preguntó varias veces.
Ella negó. La suavidad de su voz hacía que todo aquello pareciera de lo más normal y eso asustaba demasiado. ¿Y si después de esto ya no podría hacer el amor con otra persona que no fuera él y de aquella manera concreta? ¿Y si no podría tener relaciones a menos que hubiera algo extravagante, inusual y ardiente de por medio?
Eva estaba cansada de la normalidad. Era bailarina de ballet, hacía cosas extraordinarias, bailaba cosas extraordinarias, sentía cosas extraordinarias. Quería hacer el amor de un modo distinto a cómo lo hacían los demás. ¿No era eso lo emocionante de estar con Tom?
—Si sientes molestias, quiero que me lo digas —dijo él cuando terminó de atar el nudo.
—No me molesta, Tom.
Sintió que apartaba las manos de ella y resopló, acalorada. Nada de presiones o preocupaciones, ahora solo estaban ellos solos, ella desnuda ante un hombre que irradiaba un asfixiante magnetismo.
Retorció las manos para comprobar que estaba muy bien atada y sus brazos estaban completamente inmovilizados. Apretaba, pero no hacía daño; era incómodo, pero soportable. Estaba acostumbrada a retorcer sus brazos y sus piernas de un modo imposible, el roce de la cuerda incluso le hacía cosquillas en la piel.
Tom le acarició la nuca y ella suspiró. Le quitó las horquillas y luego le deshizo el moño metiendo los dedos entre sus mechones para acariciarle la piel de la cabeza. Dejó caer su cabello por toda la espalda, colocando los mechones detrás de sus orejas para despejarle la cara. Deslizó los dedos por el contorno de sus orejas, pellizcando con suavidad los carnosos lóbulos. Eva tembló, sus caricias eran inocentes, no tocaba lugares especialmente sensibles, pero pasaba muy cerca de ellos y el placer era, extrañamente, mucho más intenso .
Descendió sobrevolando su piel y le acarició el contorno de los pechos. Sus pezones se tensaron de forma dolorosa, Tom le acarició las caderas y agarró la cinturilla de las bragas para bajarlas por sus piernas. Eva cerró los ojos mientras sentía la tela acariciarle los muslos, las rodillas y las pantorrillas. Cuando llegó a sus tobillos, levantó un pie y luego otro. Tom las lanzó ante ella y las dejó allí, tiradas sobre la alfombra. Se mordió los labios, luchando por contenerse, para no volverse loca. Tenía los nervios a flor de piel.
Tom acarició la línea de sus costillas haciéndole cosquillas. Eva se encogió deseando cubrirse con los brazos, pero la cuerda se lo impedía. Estaba indefensa.
—Estás muy tensa, nena. ¿No te gusta esto?
—Sí, sí me gusta…
Movió la punta de los dedos por su vientre hacia arriba, arañando su piel con suavidad. El leve dolor provocó un afilado placer que inundó sus muslos de forma alarmante.
Eva sintió que sus pies se despegaban del suelo cuando él la levantó, agarrándola por la cintura con sus fuertes manos. Quedó suspendida un momento en el aire, hasta que notó los poderosos muslos de Tom bajo el estómago cuando la tumbó sobre su regazo.
Una ardiente llamarada atravesó su cuerpo. La posición en la que se encontraba era muy embarazosa. Su dura erección, cubierta por los ásperos vaqueros, se le clavó en la cintura. Contuvo la respiración cuando Tom la inmovilizó colocando un antebrazo sobre su nuca, y otro en la parte posterior de los muslos.
Antes de que ella pudiera asimilar lo que pasaba —o tuviera tiempo de pensar en lo que iba a suceder—, Tom alzó una mano y la dejó caer sobre su trasero con una dura palmada. Eva gritó cuando una explosión de calor estalló en el centro de su nalga izquierda, haciendo que le ardiera la piel. Eva luchó contra la confusión y el dolor cuando un intenso ardor se extendió con rapidez por el resto de su trasero.
Su sexo se convulsionó y la humedad fluyó entre sus muslos.
«¡Oh, Dios mío!».
—Cuenta —susurró él con dulzura. Su tono provocó que sus pliegues se anegaran más.
—¿Qué haces? —preguntó jadeando.
Él respondió con otra palmada más caliente que la anterior.
—Cuenta, preciosa. Serán diez azotes. A menos que quieras más, en ese caso comenzaré de nuevo.
Ella se estremeció de pies a cabeza.
—Uno... Dos... Tom... —Tom le acarició la nalga recién azotada, levantándole la piel con el calor que desprendía. Eva siseó, notando un dulce escozor en el trasero. El hormigueo se disipó con rapidez—. ¿Por qué me estás pegando?
Le golpeó la parte más carnosa, justo donde la nalga se unía con el muslo. Eva se agitó sintiendo un angustioso placer atravesando sus sentidos, seguido por un ardiente sofoco. Sus pechos colgaban muy cerca de la pierna de Tom, sentía los pezones tirantes y el sexo caliente. Respiró hondo, una extraña sensación de anticipación ardió en su vientre cuando Tom volvió a ponerle la palma sobre el muslo.
—¿Por qué me estás pegando?
—¿Por qué no estás contando?
Tom alzó la mano y le zurró la parte inferior de la nalga izquierda. El hormigueo se extendió con rapidez por sus glúteos, después se desvaneció y Eva se removió intentando que la sensación se prolongara un poco más.
—Tres.
—Cuatro, preciosa. No estás centrada, creo que volveremos a empezar.
—¡No! —chilló revolviéndose. Tom la sujetó por la parte baja de los mulos y apoyó el antebrazo sobre la parte baja de su espalda, apretándola contra su cuerpo.
—Desde el principio. Cuenta. Sabes contar, ¿no? —se burló—. Adelante, preciosa.
—No me hagas esto —suplicó.
—Haz lo que te digo, Eva. Cuenta.
Tom le dio una palmada en la nalga derecha, tan fuerte que resonó por toda la habitación. Ella se agitó emitiendo un chillido. Estaba confundida, y empezaba a sentirse furiosa; pero le resultaba muy difícil concentrarse en otra cosa que no fuera la mano de Tom. Cuando le frotó la palma sobre la enrojecida zona de su glúteo, la fricción le provocó un chisporroteo en la piel que se extendió por sus piernas y lamió su sexo con suavidad.
Se tensó. Estaba expuesta a él, indefensa, bajo su entero control. En lugar de sentirse asustada a muerte, solo se sentía avergonzada por tener las nalgas palpitando y el sexo latiendo al mismo compás.
—Eva, cuenta —demandó Tom.
—Uno.
No lo dijo por que quisiera seguirle la corriente, sino porque el amenazador tono de su voz la intimidó demasiado. No quería volver a empezar la cuenta, así que obedeció. Tom alzó la mano y le propinó una serie de cuatro azotes, cada uno un poco más fuerte que el anterior, en lugares estratégicos, en partes cuya carne no había sido golpeada. Ella comenzó a arder a fuego lento cuando sintió toda su piel al rojo vivo. La sangre se agolpó en su sexo, lo sentía hinchado y palpitante. Inspiró temblorosamente y se preguntó cómo puñetas iba a contar hasta diez sin que le diera un ataque de nervios.
—Dos, tres, cuatro, cinco…
Con el sonido de los manotazos resonando en sus oídos y el cálido hormigueo extendiéndose por su piel, su voz se fue volviendo más aguda.
—Muy bien —alabó él, acariciándola.
Una quemazón se extendió por su piel. El calor de la palma masculina intensificó el crujiente ardor. Eva apretó los muslos cuando sintió que la humedad se desbordaba entre ellos y mojaba el pantalón.
Tom mantuvo la palma suspendida sobre sus nalgas. Eva sintió el calor que emitía mientras esperaba, ansiosa por sentir su brutal contacto. La azotó de nuevo, provocando que su respiración se volviera jadeante. El deseo se incrementó. Ardía desde la cintura hasta la parte posterior de las rodillas. Contuvo la respiración.
—Tres, cuatro, c-cinco.
—Ya has contado esos azotes, preciosa. ¡Concéntrate! ¿Quieres que vuelva a empezar?
—No, no, no —suplicó ella, negando con la cabeza.
Se le llenaron los ojos de lágrimas, no quería estar sobre su regazo mientras él le propinaba una azotaina tras otra. Era una idea aterradora, así que se esforzó en concentrarse. Imaginar que podía seguir zurrándola hasta quedar satisfecho la puso de los nervios, dada la sensibilidad de su piel, le dejaría marcas que durarían semanas. No podría ensayar sin sentir ese hormigueo; caminar o bailar le provocaría una molestia en la piel. Lo recordaría todo.
De repente, él introdujo la mano entre sus piernas y deslizó los dedos entre sus resbaladizos pliegues hasta rozar el empapado clítoris.
Fue imposible contener un gemido.
—Estás muy sensible —canturreó complacido.
Eva jadeó más fuerte cuando Tom trazó unos tórridos círculos alrededor de su sexo. El placer se avivó como si una bola de fuego crepitara sobre la yema de su dedo. Cerró los puños con fuerza, apretando los dedos hasta clavarse las uñas en las palmas. Notó las cuerdas hundidas en su carne. Su corazón bombeó con fuerza y todo su cuerpo se cargó de electricidad.
Instintivamente, alzó las caderas hacia la mano de Tom. Él se quedó quieto.
—Sigue contando. Hasta diez.
Una nueva palmada, justo entre sus dos nalgas, agitó todo su cuerpo de pies a cabeza. Emitió un grito de furia, de rabia, mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. El placer se agrandó, Eva intentó controlarse, pero apenas podía mantener la cabeza fría. Las punzadas de dolor se mezclaban con el placer, se sentía perdida en una amalgama de necesidad y confusión.
Él le zurró otras dos veces, con más fuerza aún, y ella se consumió en un charco de vergonzoso placer. El dolor fluyó por su trasero, por sus muslos, toda su piel zumbaba y vibraba. Su sexo latía en una ardiente demanda y las sensaciones la envolvían en llamas de necesidad. No entendía nada.
—Seis —jadeó de forma entrecortada—. Siete.
—Eso es. Sigue.
Los siguientes números salieron de manera automática. Su cuerpo estaba acelerado al máximo, la sangre hervía en sus entrañas y su mente se había quedado en blanco. Las lágrimas corrieron por sus mejillas. Debería estar enfadada, luchando y gritando por haber sido maltratada. En lugar de eso, rezaba en lo más hondo de su ser para que Tom no la dejara sola, sin ninguna barrera que protegiera sus emociones después de aquello. No quería que dejara de golpearla pues, si lo hacía, no podría soportar quedarse a solas con sus pensamientos.
—Diez… —murmuró.
Durante tres breves segundos, los que Tom tardó en levantarla y sentarla sobre sus piernas, Eva se sintió desolada. Cuando él la estrechó contra su pecho, se tranquilizó de un modo tan brusco que su llanto se intensificó.
El la abrazó con suavidad, pero ella no quería su consuelo. Sin embargo, lo necesitaba. No entendía por qué, pero tampoco importaba. Sollozó. Aquello era tan absurdo que no tenía ganas de pensarlo y se dejó hacer. Tom deslizó una mano por su nuca para introducir los dedos entre sus mechones y acunó su cabeza para acercarla a sus labios.
Aquel beso la envolvió en éxtasis. Eva abrió la boca para absorber el aliento de Tom, era el oxígeno que necesitaba para seguir respirando.
—Mírame.
Eva levantó la temblorosa mirada hacia él. La lujuria que vio en sus ojos añadió más leña al fuego. Tom recorrió sus muslos con los dedos, tocándole la rodilla para separar sus piernas. Eva se arqueó, indefensa, cuando él le pasó el pulgar lentamente por los resbaladizos pliegues, rozando su duro e hinchado clítoris.
—¿Quieres correrte? —preguntó.
Ay, ¿qué clase de chica anhelaba un orgasmo por tener el culo al rojo vivo? Se dio cuenta de que lo necesitaba con urgencia, le dolía todo el cuerpo, el fuego consumía todo su ser; si ahora la dejaba así, expectante y sin alivio, se moriría.
Asintió ansiosamente. Ni siquiera supo que lo estaba haciendo, movió la cabeza afirmando.
—Sí —añadió con la voz ronca.
Tom intensificó las caricias, pero no fue suficiente. Sollozó, ardiendo por entero, perdida en un mar de furiosa necesidad.
—Por favor...
—Dime que te pasa —exigió él.
Estar sobre sus rodillas mirándole de frente era todavía más perturbador que estar tumbada con el trasero levantado. Estaba haciendo lo que quería con ella, Eva se sentía enferma de deseo, ávida por llegar al final.
—Tus caricias son muy intensas y me queman... —confesó con un hilo de voz—. Tom, estoy muy mojada, por favor...
—Así te quiero a tener durante horas, Eva. Mojada, tan mojada que empapes mis sábanas y mi piel cuando me frote contra ti.
Encogió los dedos de los pies, asombrada por el devastador efecto de sus palabras.
—Pero no fuiste sincera conmigo —susurró él acercándose a su boca—. Eva, a este juego no solo juego yo, tú también has de poner de tu parte. Si vuelves a ocultarme algo importante, algo de lo que sientes, algo de lo que necesitas, no me limitaré a zurrarte. Te pondré el culo tan rojo que no podrás sentarte en una semana.
Tom rozó su dolorido botón y Eva gimió con fuerza.
—Eso no es justo —protestó con un sollozo.
—Estás muy sensible por todo lo que pasa a tu alrededor, lo sé, puedo verlo. Y te lo guardas todo, no dejas salir nada. No debes huir de mí, estoy aquí para hacerte gozar, cuanto más sincera seas, más disfrutaremos los dos. ¿Qué crees que pasaría si ahora hiciera esto?
Alejó la mano y ella se revolvió.
—¡No! Por favor... Tom.
—¿Volverás a ocultarme algo de ti?
—No.
Puso el pulgar sobre uno de sus pezones para trazar una caricia deliciosamente suave. El toque atravesó la erizada cresta haciendo que se pusiera más dura y más tensa. Eva cerró los ojos, gimiendo de dolor.
—¿Serás sincera conmigo?
—Sí.
Estaba dispuesta a decir lo que fuera para poner fin a aquella tortuosa experiencia.
—Mírame. —Cuando ella clavó los ojos en él, Tom la atravesó con una ardiente mirada—. Córrete.
El placer la recorrió como un maremoto, la sangre se espesó e inflamó su deseo. Le miró a los ojos con impotencia, suplicándole que pusiera fin a aquella locura, perdiéndose en el dominante fuego de sus pupilas. Necesitaba agarrarse a algo, físicamente, pero no podía, estaba suspendida sobre sus piernas, maniatada. Tom introdujo los dedos entre sus pliegues para rodear suavemente el clítoris y prolongar el crescendo que subió por su vientre, hasta que Eva ya no pudo pensar ni respirar ni hacer cualquier otra cosa, salvo dejarse llevar.
Echó la cabeza hacia atrás, sucumbiendo por fin al éxtasis absoluto. Explotó. Se estremeció y convulsionó. Tom deslizó un dedo hacia el interior de su sexo y la penetró con una ardiente fricción, empujándola hacia un profundo abismo de placer. Durante una eternidad, Eva solo fue un cuerpo tembloroso rebosante de gozo, atrapada en una red de lujuria de la que no podía escapar.
Recuperó la razón con un último suspiro. Tom estaba inclinado sobre ella, acunándole la cabeza con una mano sin dejar de acariciarla con la otra. Todavía sollozaba cuando la potencia de aquel momento se desvaneció.
Tom le había dado una zurra y, como consecuencia, ella había perdido la razón; se había visto envuelta por una sensación excitante y aterradora, había perdido los nervios y no había logrado refrenar su deseo. Percibió que él tenía el rostro tenso y ruborizado, su necesidad era patente y apremiante. Su dura erección se apretaba contra su muslo, bajo la cremallera, a punto de explotar. A pesar de estar envuelta todavía en la maravillosa sensación del éxtasis, la inundó el deseo de complacerle por completo. Por alguna razón sabía que no se quedaría tranquila hasta que él se quedara igual de satisfecho que ella.
Pero, ¿qué podía hacer estando atada, indefensa y tan sensible que hasta respirar le provocaba estremecimientos?
Se apretó contra el torso desnudo de Tom y hundió la cara en su cuello, removiéndose sobre sus piernas, arañándose la piel levantada de las nalgas con la abrasiva tela de sus vaqueros. Dolía, pero era una sensación viva, real. Estaba dispuesta a admitir que incluso aquel escozor resultaba dulce.
Escuchó que gemía cuando hizo presión sobre su erección. Se volvió loca de deseo, su voz le calentó otra vez la piel, la de su trasero crepitó con intensidad, extendiendo la sensación hacia el resto de su cuerpo. Alzó de nuevo la mirada hacia sus ojos. Ardían con una rugiente llamarada de deseo hacia ella. Un deseo primitivo, brutal y urgente. La luz de las lámparas se reflejaba formando un punto claro junto a la negrura de sus pupilas. Era tan excitante que no podía soportar mirarle sin sentirse abrasada.
No supo qué decir. ¿Estaba allí para él? ¿Debía decirle que podía usar su cuerpo para aliviarse? No le importaría si así fuera, no le importaba nada ya. Él se movió un poco para acomodarla mejor sobre su regazo y apretó el puño para agarrarla por el pelo. El tirón descendió por su columna y se estrelló en sus nalgas. Su piel enrojecida chisporroteó y ella ahogó un jadeo.
—Voy a demostrarte cómo confiar en mí —susurró con la voz tan áspera que le puso los pezones tirantes.
Deslizó los dedos por su pantorrilla, un interminable recorrido lento como un adagio. Eva se derritió, el hormigueo se extendió hasta burbujear en su sexo, que latió con una prolongada pulsación.
—Me encantan tus muslos —comentó él como si hablara del tiempo que hacía. Hundió los dedos en la carne de su muslo y bajó hacia las rodillas, dejando unas marcas rojas en su piel—. Son suaves y firmes, tienes los músculos tan desarrollados que me ahogo cuando me aprietas entre ellos. Y me encanta esa sensación, sentirme oprimido por todos y cada uno de tus músculos es la sensación más fabulosa que he experimentado nunca. Eres tan prieta que tengo que controlarme para no correrme en cuanto me hundo en ti.
Eva apretó los dientes y comenzó a jadear, notando que volvía a empaparse. Tom le sujetó la cabeza para que no hiciera otra cosa que mantenerle la mirada, dejó atrás la rodilla y bajó por su pantorrilla. Tenía el cuerpo tan sensible que su tacto le provocó unas dolorosas cosquillas. Gimió con los nervios a flor de piel. Cuando las yemas alcanzaron el borde del calcetín, se puso tensa. Sin darle tiempo para pensar, Tom introdujo los dedos bajo la tela hasta alcanzar el talón. Sostuvo su mirada mientras retiraba el calcetín de su pie, acariciando su planta con la ardiente palma, hasta rozar sus dedos.
Nunca pensó que desnudarse los pies pudiera asustarla más que recibir una zurra. Tom lanzó el calcetín al suelo, junto a sus bragas y, sin dejar de mirarla, hizo lo mismo con el otro. Luego la tumbó sobre la cama, sin apartar la mirada de sus ojos.

Continuará...




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2 intimidades:

  1. Me apunto esta entrada para leerla una vez lea el libro... qué ganas!!!

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  2. ¿ayer puse un comentario y no aparece? ¿o no lo hice?

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