No podía tranquilizarse. La ansiedad lo devoraba por dentro, su bestia se removía sedienta, gruñendo, rabiando, mientras los recuerdos de Blanche lo asaltaban uno tras otro. Y la imagen de su cuerpo desnudo en aquella fotografía, amarrada a una cama, con la piel sonrosada y al borde de un orgasmo, acudía a su memoria cada vez que cerraba los ojos.
Se pasó una mano por el pelo, notando la piel pegajosa por el sudor. Se estiró sobre la cama, clavando la mirada en el techo acristalado de su apartamento, observando el infinito cielo oscuro y estrellado. La luna era una franja más estrecha que la de la noche en la que Blanche y él compartieron aquellas mismas sábanas para sudar y jadear juntos, descubriendo lo que era el placer y la lujuria compartida. La última vez que la besó, que la tocó, que la acarició.
No era normal que permaneciera impasible ante los acontecimientos, ese estado de inactividad solo provocaba más dolor y más anhelo. Se había ablandado con este asunto, en lugar de pelear por el favor de la hembra, estaba esperando a que ella tomara una decisión. La decisión de abandonar a su marido para estar con él. No era una decisión fácil de tomar, era incómoda, dolorosa y compleja, porque Blanche era demasiado bondadosa y sufría. Tenía un corazón tan generoso que pensaba en los demás antes que en su propia felicidad. Y Wolf había estado tan convencido de los sentimientos que Blanche buscaba en él, de su demostración de amor y pasión, que no había previsto la posibilidad de que ella quisiera marcharse para no volver.
¿Acaso no había manifestado varias veces que amaba su cuerpo, que la adoraba con sus atenciones, con sus palabras? Había cumplido con el aspecto físico, había satisfecho sus anhelos, la había respetado, la había saciado, ¿necesitaba también una demostración emocional de lo mucho que la deseaba? Porque no solo deseaba su cuerpo, deseaba su mirada, su atención, su voz. Su sexo, su lengua, sus manos. A ella.
Habían transcurrido tres noches desde que la tocara por última vez. No podía soportar la angustia, tenía que actuar, tenía que hacer algo, imponerse sobre el derecho legal del señor Douglas y llevarse a Blanche con él. Secuestrarla contra su voluntad si era necesario, traerla a su hogar para amarla a todas horas, para satisfacerla cada minuto, para abrazarla y no soltarla jamás. Era su única opción, su marido la había atado a la cama, no la dejaría marchar sin más. Ahora mismo, con toda probabilidad, mientras Wolf se consumía en la melancolía, ambos podían estar manteniendo intensas relaciones sexuales, susurrándose encendidas palabras de amor.
Lanzó un gruñido de frustración, sintiendo que se le formaba una bola de rabia en el estómago. No podía permitir una cosa así. No podía dejar que Blanche follara con su marido, Wolf sabía que no se sentiría tan satisfecha como con él. Tenía que demostrarle a Blanche lo mucho que la deseaba, tenía que convencerla de que ella era una mujer femenina que merecía tener todo lo que deseaba y no conformarse con un hombre tan déspota como el doctor Douglas. Ella tenía que saber que podía ser libre de elegir lo que anhelaba. Ser feliz.
Se levantó de un salto y se vistió de manera apresurada con un único objetivo en mente: presentarse en casa de Blanche y llevársela por la fuerza. Debía salvarla de las garras de su esposo, de esa vida que nadie le dejaba vivir tranquila. La rescataría y la protegería.
Salió al pasillo, pero no avanzó ni un paso. A los pies de la puerta de su apartamento encontró un paquete de color marrón. Lo habría ignorado si «Wolf» no hubiera estado escrito con letras negras y enormes, demasiado sospechoso para pasarlo por alto. Se agachó a recogerlo y en el aire flotó un aroma conocido que lo puso de muy mal humor.
No había remitente, pero sabía perfectamente quién se lo enviaba. Lo palpó y sintió un escalofrío, imaginando lo que contenía. De nuevo, en lugar de actuar como debería, en lugar de tirar aquel paquete y correr a casa de Blanche, regresó a su apartamento y abrió el sobre. Le temblaban las manos como a un idiota y eso solo sumó varios grados a su enfado. Volcó el contenido y un puñado de fotografías se esparcieron sobre la mesa. Apretó los dientes al notar la embestida de su bestia interior, ofendida ante aquella muestra de burla.
Todas las imágenes eran de Blanche, una docena de fotografías en las que aparecía desnuda. En una de las imágenes, ella estaba tumbada sobre la cama, con las muñecas atadas al cabecero y un antifaz negro cubriéndole los ojos. En otra, se mostraba solo la curva de sus caderas y sus nalgas. La que fotografía que más lo impactó fue aquella en la que Blanche, desmadejada entre sábanas blancas, con el cuerpo brillante de sudor, tenía las muñecas atadas a los tobillos y de entre sus muslos sobresalía lo que con toda probabilidad era un vibrador.
Wolf aplastó las imágenes sobre la mesa, gruñendo. Resopló por la nariz, furioso, temblando de pies a cabeza.
En aquellas fotografías se podía apreciar la satisfacción y el gozo en las facciones femeninas. A pesar del antifaz, los labios entre abiertos de Blanche eran prueba suficiente del profundo gemido de placer que brotaba de su garganta. La forma de su postura, las curvas de su cuerpo, la tensión de sus músculos, la piel brillante y el contraste de la imagen en blanco y negro, hacía que las sensaciones saltaran del papel hacia Wolf. Fue como verla ante él, pero sin poder tocarla, olerla, amarla.
Las tiró a un lado, pero enseguida las recogió, nervioso por maltratar un recuerdo de Blanche. Aunque no hubiese sido él el autor de las fotografías, ni había estado presente, las atesoraría por igual. Eran eróticas, excitantes, hermosas. Eran unas imágenes de las que podía sacar mucha información, en cuanto pudiera tomarse unos minutos para analizarlas sin que la furia limitara su parte racional.
Tenía que buscarla
Abandonó su refugio ignorando las advertencias de su instinto, espoleado por la sed de su bestia. Ni siquiera fue consciente de entrar en el edificio en el que vivía Blanche hasta que las puertas del ascensor se abrieron en el piso número veinte. Con gran revuelo se acercó hasta la puerta y llamó con enérgicos golpes, antes de darse cuenta de que eran las dos de la madrugada y todo el mundo estaba durmiendo. Cerró los puños y apretó los dientes, estremeciéndose. Se había jurado a si mismo ser discreto en este asunto y aparecer a esas horas en el piso de Blanche era la imbecilidad más grande que había hecho en su vida adulta. Parecía un cachorro en lugar de un adulto.
Sus sentidos captaron sonidos y olores en el interior de la vivienda. A través del denso silencio de la noche escuchó unos pasos suaves y el roce de la ropa. Y también captó el aroma de Blanche al otro lado de la puerta. Se estremeció, su bestia lanzó un rugido y su cuerpo se tensó para contener al depredador.
Estaba cometiendo un grave error. Era humillante presentarse así frente a la mujer a la que deseaba, arrastrándose y lamentándose como un animal herido. Él era Wolf, un hombre, un lobo, y podía tener todo lo que deseaba sin tener que suplicar. Si deseaba algo, lo obtenía. Si quería a Blanche, la tendría, pero no le suplicaría. Se la llevaría. Estaba allí para arrancarla de las garras de su marido, para llevarla con él lejos, a un lugar íntimo y secreto dónde el resto del mundo quedaría fuera y ellos estuvieran solos, sin preocupaciones, sin responsabilidades, sin necesidad de dar explicaciones de nada a nadie.
Cuando escuchó el cerrojo, el corazón de Wolf retumbó dentro de su cabeza. Un segundo después, la puerta se abrió un poco y el rostro somnoliento y cansado de Blanche apareció por el hueco bajo la cadena del pestillo.
Se quedó sin respiración. Ella agrandó los ojos por la sorpresa, sus pupilas se dilataron, su olor se volvió picante y sus mejillas se ruborizaron. Wolf se vio a si mismo embistiendo contra la puerta para entrar en casa de la mujer, cogerla en brazos y follarla contra la pared de un modo violento y apasionado. No le costaría nada meterse entre sus muslos y penetrarla con una firme acometida, ahogándola en un apretado abrazos de sensaciones. No la dejaría pensar, la asfixiaría con un ardiente abrazo hasta escuchar sus gemidos, sus gritos, sus súplicas.
Pero se contuvo. Con gran esfuerzo, dominó a su bestia interior, controlando el alocado impulso de enterrarse entre los pechos de Blanche y aspirar su suave aroma o lamer la aterciopelada piel de su cuerpo. Ella estaba en su casa, con su marido, Wolf no tenía ningún derecho a reclamar nada.
Justo en ese momento, se preguntó si estaba siendo un ingenuo. No pudo evitar un doloroso pensamiento. ¿Y si Blanche no sentía lo mismo que él? ¿Y si ella lo había engañado para tener una aventura y nada más? ¿Y si todo lo que se habían dicho en el teatro, antes de entregarse a la lujuria, era mentira?
¿Podía estar ella riéndose de él en ese momento, viéndole ante su puerta, a punto de suplicar patéticamente que volviera con él?
—Buenas noches, Blanche —dijo, con la voz tan ronca que sonó como un gruñido
La vio estremecerse y el temblor de sus labios la delató. No, ella no lo había engañado, era imposible. Blanche era inocencia, pureza, una mujer con sueños, con anhelos. Con necesidades que Wolf ansiaba cubrir en todos los aspectos. Había llegado a él llena de sinceridad, de dulzura, había abierto su alma, se había mostrado tal y como era, entregándose a una pasión desmedida y primitiva.
Blanche no lo había engañado. Y su noche de pasión no había sido una distracción, ni una infidelidad. Había sido un grito de auxilio.
—Señor Wolf…
Aquellas palabras consiguieron que su cuerpo se tensara todavía más. Se le erizó el vello de los brazos y notó una dolorosa pulsación entre las piernas. Agachó ligeramente la cabeza para mirar a Blanche de un modo penetrante, leyendo las reacciones femeninas de su cuerpo y de su rostro.
—¿Dónde está tu marido? —preguntó.
La vio estremecerse y tocarse la garganta. Wolf registró lo poco que veía de ella, su piel sonrosada, el batín de seda que se ceñía su voluptuoso cuerpo y sus pies descalzos. Inspiró hondo para impregnarse con el aroma que brotaba de ella, disfrutando de nuevo de aquel matiz picante que tanto había añorado.
—Ha salido. Una emergencia en el hospital.
—¿Estás sola?
—Sí.
Aquello lo cambiaba todo. Su bestia se agitó con violencia ante la posibilidad de yacer con Blanche en su hogar, a escondidas, mientras su marido estaba fuera. Wolf podría llenar de ardientes recuerdos su cuerpo y su mente, saciarla como la primera vez para después, largarse y dejarla temblando entre las sábanas de su cama. Sería una buena lección para Robert, sería demostrarle a ese imbécil que no estaba hablando con cualquier tipejo al que pudiera intimidar.
—¿Te satisface?
Ella estaba tensa y nerviosa.
—No entiendo…
—Tu marido. ¿Te satisface tanto como yo?
—Señor Wolf…
—Blanche —susurró con un tono tan áspero que ella se puso a temblar—, quiero saber si ese hombre con el que estás casada, te ofrece todo lo que necesitas. Dime si te satisface carnal y emocionalmente. Sabes que quiero respuestas sinceras, puedes confiar en mí.
—¿Por qué quieres saber eso? —murmuró ella.
—Porque quiero ofrecerte más de lo que él te da.
Ella lanzó un suspiro.
—¿Por qué has venido en realidad?
Wolf reprimió un gruñido al escuchar el tono sedoso de su voz. Había tristeza, otra vez ese tono nostálgico que lo ponía enfermo. Esa resignación en ella lo puso de muy mal humor, todos los avances que había logrado aquella noche en el ballet, se habían echado a perder. Blanche volvía a ser esa mujer abatida que él había conocido, la que buscaba aventuras, pero se sentía atrapada en un océano de responsabilidades.
—He venido para llevarte conmigo —confesó—. Para liberarte de la prisión a la que has regresado. No te das cuenta, pero eres infeliz. Conmigo te sentiste libre, deseada y amada. Aquí no. No disfrutas del sexo con tu marido con la misma intensidad con la que disfrutaste conmigo. Él no consigue que te ahogues y que empapes las sábanas, ni hace que tu cuerpo tiemble sin control. Tu marido no te satisface.
—¿Y tú sí? —exclamó ella.
—Yo sí. Yo te he besado tan fuerte que he probado el sabor de tus pecados. Te he abrazado con tanta firmeza que has sentido el ardor de mis propios demonios. No creas que te lo he dado todo, te he amado despacio, lo nuestro solo ha sido una pequeña dosis, una ínfima parte de todo lo que podemos hacer juntos. Porque yo te disfruto lentamente, porque para hacerlo deprisa, no te amaría. Y tú sabes que puedo tocarte sin usar las manos, hacerte arder de pasión y llevarte más allá de tu pensamiento sin ni siquiera rozar tu piel.
Si te gusta el contenido general del blog, quizá te pueda interesar:
El señor Wolf y la señorita Moon, la historia entre un hombre lobo y una mujer que anhela vivir aventuras. La primera parte de una serie de encuentros clandestinos, erótica sensual, ardiente y explosiva. Puedes leer un avance del primer capítulo aquí. Y si te gusta, puedes encontrarlo en Amazon por tan solo0,99€ y también, disponible en Kindle Unlimited,
Pura raza, una novela erótica en seis actos al estilo Cuentos íntimos. Seis capítulos repletos de pasión y erotismo para narrar un tórrido romance entre una dama arrogante y un hombre de honor. Puedes leer un avance del primer capítulo aquí. Y si te gusta, puedes encontrarlo en Amazonpor 2,99€ y también, disponible en Kindle Unlimited.
¿Quieres escribir una novela erótica? Ofrecemos servicios editoriales para darle a tu obra el toque íntimo que necesitas. Corrección gramática y de estilo, informes de lectura, redacción de contenido, artículos, recursos, consejos y mucho más en nuestra página web: Cuentos íntimos | Erótica servicios editoriales.
Sr. Wolf grrrrr que excitante esas palabras que dijo, si no lo quieres Blanche me lo quedo yo!
ResponderEliminarWow que palabras tan excitantes las del Señor Wolf, me encanta su forma de ser, lo elegiría a él, el marido es muy pedante, no me cae para nada, la historia es muy seductiva y atractiva, muchas gracias por el nuevo capítulo, se espera el siguiente!
ResponderEliminarPor fin has actualizado ya era hora!! El capitulo genial como siempre sigue pronto.
ResponderEliminarEs la primera vez que entro en tu blog. Lo he podido hallar rebuscando blog-novelas en varios afiliados de otros blogs y me gustaría decirte que estoy muy interesada en el tuyo. Estoy buscando blogs serios cuyo contenido sea literatura escrita por los propios autores de dichos blogs y cuyo diseño sea responsable, como por ejemplo el tuyo. ¿Conoces de más blogs así? Hace poco re-abrí el mío y me gustaría recomendar blogs del mismo estilo de temática. ¿Te importaría que te añadiera? Aquí te dejo una invitación a Los delirios de Pandora, espero que te guste y que decidas tomarte una taza de té conmigo. Un beso muy grande!
ResponderEliminar