Eros íntimos: Paradise


Eve contemplaba el cuadro con desasosiego. No era una pintura provocadora porque no mostraba nada indecente, pero a ella le transmitía esa sensación. La mujer de la figura la tentaba, ofreciéndole una manzana, a cometer los pecados más inimaginables. La gama de colores cálidos, rojos, castaños y amarillos armonizaban con el color principal, el verde, creando una sensación otoñal en fuerte contraste con las flores que cubrían el cuerpo de la mujer. El carmesí de la manzana en primer plano era el centro visual del cuadro en la misma medida que lo era la mirada de la mujer, cuyos penetrantes ojos eran capaces de leer la mente de los espectadores.

Eve no quiso apartar la mirada del cuadro. Clavar la vista en la pintura no le ofrecía la seguridad que necesitaba, pero fijar la mirada en un punto concreto, un punto de seguridad, le permitía mantenerse al margen del resto del mundo. De los demás hombres y mujeres de la habitación a los que podía escuchar moverse, conversar y gemir incluso por encima de la música ambiental.

—¿Te interesa lo que ella ofrece? —le preguntó una voz a su lado. Eve sintió que se le entumecía aquel lado del cuerpo y se esforzó por no girar la cabeza hacia el hombre. Si dejaba de mirar esa manzana roja, sabía que acabaría por cometer una locura.

—No me interesa la manzana, si es lo que preguntas —respondió a su interlocutor en un tono monocorde que evitaba dejar traslucir su inquietud.

—No me refería a la manzana —dijo él con tono divertido. El estómago de Eve dio un vuelco al escuchar su voz oscura derramándose en su oído. Tras un largo silencio, él volvió a tomar la palabra—. A mi sí me interesan las manzanas que ofreces.

Ella se volvió para mirarle con una ceja levantada, sin entender a lo que se refería. El desconocido era un hombre de rostro endurecido y piel oscura, con una frente amplia de amplias cejas y una nariz grande, pero exótica. Tenía las pestañas largas y frondosas y su cabello negro como la noche estaba peinado hacia atrás. Su exótica elegancia llamó la atención de Eve, pues hasta ese momento no había imaginado que un extranjero pudiera encontrarse por esos lugares. ¿Un embajador árabe? ¿Un diplomático hindú? No sabría definirlo, pero debía ser de alguno de esos lugares de oriente y la inquietud se transformó en incomodidad, pues no se atrevía a preguntarle por esas banalidades por si sonaba racista o algo por el estilo.

— ¿Manzanas? —fue lo único que acertó a preguntar mientras por su cabeza pasaban un montón de ideas, desde las más castas a las más obscenas, mientras intentaba descubrir las implicaciones de su frase.

El hombre esbozó una sonrisa relajada y sincera bajando la mirada por su rostro para detenerse en sus labios y después descender hacia sus pechos. El vestido tenía una curva en el escote que ofrecía una vista perfecta del nacimiento de sus pechos, redondos y amplios. Como dos manzanas rojas. Eve se ruborizó exageradamente.

—Tus manzanas son las más bonitas que he podido ver esta noche. ¿Qué digo? Son las manzanas más preciosas que he visto nunca y desde que he posado la vista en ellas no he podido dejar de pensar en lo mucho que me gustaría llevármelas a la boca y darles un mordisco. ¿Me permites? —preguntó mirándola de nuevo a los ojos con un brillo codicioso y anhelante en las pupilas.

Los músculos del vientre de Eve se contrajeron y le temblaron las rodillas. Era la primera proposición que le hacían y no pensó que pudiera impactarla tanto. En ese momento de silencio escuchó un profundo lamento que venía de algún punto de la habitación y un escalofrío le bajó por la columna al imaginar lo que ocurría. Se obligó a fijar la vista en los negros ojos del hombre para evitar mirar dónde no tenía que mirar y respiró hondo.

—¿Aquí?

—No veo por qué no.

Eve tragó saliva. Reflexionó un momento, pero los sonidos de la habitación empezaban a ser cada vez más claros y distinguibles y se mezclaban con la música de piano y contrabajo que sonaba por los altavoces. La proposición era muy seductora, a pesar de la poca calidez que había transmitido el corto intercambio de palabras. No podía echarse atrás justo ahora, marcharse sería un acto de cobardía. Se mordió el labio inferior y cerró los ojos, sintiendo que se le caldeaba la piel, tratando de hallar el valor para dar el paso que le faltaba. Al abrirlos de nuevo, los ojos negros seguían escrutándola, esperando pacientes a que ella tomase su decisión. Parecían decir: “Es tu primera vez, es comprensible, pero no tienes nada que temer, porque te prometo el paraíso”. Eve vacilaba demasiado y temió perder la oportunidad, así que lo miró con ojos desvalidos e inseguros y el hombre le dedicó una sonrisa tranquilizadora.

—Pareces un poco tensa y aturdida. Ven, voy a mostrarte cómo funciona este lugar.

Eve cogió la mano que él le ofrecía. Con un suave tirón la acercó a su cuerpo y le pasó la mano por la parte baja de la espalda, rodeándole la cintura para abrazarla con firmeza. Ella sintió el impacto de su aroma masculino y ahogó un jadeo al sentir su calor y su fuerza debajo del caro traje. Rompiendo el contacto visual, el hombre se dirigió hacia el centro del salón, guiando a Eve junto a él. Ella pudo ver cómo en apenas unos minutos todo había cambiado radicalmente. Los hombres y mujeres que habían estado allí con ella se habían transformado.

Se quedó sin aire.

—Mira —le dijo su acompañante, acariciándole la base de la espalda con dedos perezosos y señalando un diván ocupado—. No seas tímida. Puedes mirar si lo deseas —le susurró al oído.

Eve gimió quedamente cuando la voz penetró en su cuerpo y descendió por su piel hasta su vientre. La sangre le burbujeó en las venas como lava caliente y de pronto sintió que tenía demasiado calor y que le picaba la nuca.

—Mira —insistió el hombre de ojos negros como el carbón. Eve estaba mirando antes de que él insistiera por segunda vez, tratando de comprender lo que veía. Tratando de asimilar lo que veía.

Un hombre se retorcía desnudo bajo el implacable contoneo de caderas de una mujer, que se balanceaba sobre él hacia delante y hacia atrás. El hombre estaba tumbado sobre un extremo del diván, con los tobillos atados a los pies, los brazos extendidos hacia los lados y las muñecas sujetas con cuerdas a las patas delanteras. Una segunda mujer tiraba de un cinturón cerrado al cuello del hombre para que le prestara atención a ella mientras lo besaba y le mordía los labios, en tanto que la otra mujer le arañaba el pecho desnudo y continuaba moviéndose con lentos envites, cabalgando lenta y sensualmente.

A Eve se le secó la boca de repente.

Los miró con demasiado descaro, empapándose de aquella escena. Observó el cuerpo masculino tenso y a punto de estallar y escuchó las risas maliciosas de las mujeres que lo tentaba y reclamaban la misma atención para las dos a la vez, aún cuando cada una se dedicaba a poseer una parte de su cuerpo. ¿Cómo se sentiría ese hombre siendo dominado por dos mujeres? ¿Cómo se sentiría la mujer de encima poseyendo al hombre? ¿Cómo se sentiría su sexo en esa posición? ¿Cuán grande y duro sería? Eve se sintió consumida por el deseo de acercarse y acariciar el cuerpo de ese hombre, sentir su piel caliente y sudorosa en la yema de los dedos.

Inesperadamente, su acompañante desvió su atención de la escena posando un dedo bajo su barbilla y atrayendo su mirada.

—Aquí no hay límites. Si hay algo que desees hacer, este es el lugar adecuado para satisfacer todas tus necesidades. Sean cuales sean. ¿Hay algo especial que te gustaría experimentar? —señaló con la cabeza al hombre tendido, que se removía y gemía lastimeramente, como si sufriera. Eve arriesgo una mirada de nuevo a la escena, la mujer de encima cambió a un ritmo más lento cada vez hasta casi detenerse y el hombre se revolvió con tanta fuerza que a punto estuvo de tirarla de encima de él. La chica que tiraba del cinturón lo agarró del pelo y lo sujetó mientras pasaba una pierna por encima de él y se arrodillaba para dejarle la cabeza entre sus muslos. La chica que estaba encima volvió a moverse, muy despacio.

Eve miró a otro lado para evitar ver aquello y su mirada se topó con otra escena igual de escandalosa, aunque esta vez era una mujer la que estaba enredada entre dos cuerpos masculinos; los miraba atentamente un tercer hombre mientras una mujer arrodillada entre sus piernas satisfacía sus necesidades con la boca. Eve se sintió mareada, pues allá dónde pusiera la vista, la situación se repetía por igual.

—Si lo que deseas es intimidad, hay habitaciones más privadas —le comentó su acompañante, sin perder detalle de su mirada aterrorizada—. Dónde están mis modales, no me he presentado. Me llamo Visnú.

4 intimidades:

  1. Anónimo15:54

    Un apetitoso comienzo.

    ResponderEliminar
  2. Hola Paty!

    Mmmm la manzana, la tentación, todo lo que simboliza..Al morderla ya no hay vuelta atrás..Un mordisco y el submundo de Hades te abre las puertas.

    Interesante relato, me ha gustado.
    ;)

    ResponderEliminar
  3. Guau... un tentador comienzo, que incita, sin remedio, a leer más.
    Veo que Olivia no se equivocaba ;-)

    ResponderEliminar
  4. Chulisimo como siempre. Impregnas tus historias de una calidad que aunque escribieras sobre un saco de pan seria interesante. Estoy deseando verte publicada. Besoss

    ResponderEliminar

¿Qué te ha parecido esta intimidad?