Pequeños sacrificios - Relato ganador del Certamen Musas de la noche

Muy buenos días. El otro día recibí la fantástica noticia de que mi relato había sido uno de los ganadores del Certamen Musas de la Noche, que organizaban las compañeras Maga de Lioncourt y Patricia O. en sus respectivos blogs. ¡Fantástico! Lo más divertido es que todo el mundo esperaba que presentara un relato erótico al certamen, pero decidí que si lo hacía, todo el mundo sabría cual era mi relato y ya no sería una participación anónima. He ganado un fantástico lote de libros electrónicos que estoy añadiendo a mi ebook para leerlos cuanto antes. Aunque es la primera vez que tengo que hacerme una agenda de libros, ¡tengo tanto que leer y tan poco tiempo!

Bueno, y además también tengo un bonito diploma :)



Felicito a las organizadoras por este certamen, al jurado que se devanó los sesos, enhorabuena a las demás ganadoras y un saludo a las demás participantes.Os dejo el cuento que escribí, a partir de una idea que tuve sobre que el amor verdadero comporta sacrificios. Ya me conocéis, en el fondo soy una romanticona que se pone tonta con cosas como estas *-*

Pequeños sacrificios

Chicago, 1920.

Isabella había terminado de prepararlo todo y sólo faltaba una cosa para que todo estuviera perfecto, una cosa muy importante para cuando Brandon llegara de trabajar esa tarde. Hoy se cumplía un año desde que se fugaran juntos y se casaran, y para Isabella era un acontecimiento importante, porque amaba a Brandon con tanta intensidad como el primer día, porque quería lo mejor para él y porque habían luchado mucho por que su amor siguiera adelante; quería hacerle un regalo especial que le demostrara lo mucho que lo amaba y que no le importaba estar viviendo en una casa con vistas al cielo gris de las fábricas y la oscura dársena del puerto.

Brandon y ella se habían amado desde los diez años, y cuando se hicieron adultos y sus familias quisieron separarlos, resolvieron abandonar Nueva York y viajar tan lejos como pudieran. Aunque el amor sustentase su felicidad, no les daba de comer ni les ofrecía cobijo en noches de lluvia y la determinación del comienzo flaqueó cuando llegaron a Chicago, dónde decidieron asentarse. Brandon se arrepintió de haber arrastrado a Isabella en su locura juvenil, pero Isabella estaba muy feliz de estar con Brandon y no le importaba en absoluto pasar algo de hambre siempre que estuvieran juntos. Brandon había estudiado en la Universidad y eso le ayudó a encontrar un trabajo. No era gran cosa, pero con el dinero consiguieron una pequeña casa, la planta baja de un edificio de viviendas con un salón, una cocina, un baño y una habitación cuya ventana ofrecía vistas a un puerto gris plomizo, un cielo gris y unos barcos grises.

Había logrado convertir el anodino salón de su casa en un rincón acogedor, con sus manteles rojos, sus cortinas bordadas, muebles barnizados y unos cuadros con motivos florales que ella misma había dibujado. Isabella permanecía ociosa durante la jornada laboral de Brandon y eso era mucho tiempo libre. Pasaba el tiempo de tienda en tienda, caminando durante horas para comprar las cosas más baratas, pero de buena calidad. Había aprendido a encontrar pequeñas cosas a precios pequeños que nadie quería por el simple hecho de que estaban pasadas de moda o ya no tenían valor por tener pequeños defectos; incluso había recogido una mesa de té de la calle que había quedado perfecta tras un par de arreglos. Por supuesto, nunca le dijo nada de esto a Brandon, porque eso podría hacerle sentir culpable. Brandon ya tenía bastantes preocupaciones con su trabajo y con la idea de no tener dinero como para encimar herir su orgullo. Era su pequeño secreto, su pequeño sacrificio; Isabella estaba dispuesta a todo porque Brandon fuese también feliz. Él se esforzaba mucho por hacer que todo saliera adelante.

Ahora estaba angustiada, porque había llegado ese momento en el cual el dinero no era suficiente. Había sacado la caja dónde guardaba los ahorros y, después de contarlo varias veces, el número de monedas seguía siendo el mismo: disponía de dos dólares y tres centavos. No era mucho, pero tal vez pudiera encontrar en el mercado algo bonito para Brandon. O eso esperaba ella. Cogió la capa, su bolsa para el dinero que se ató a la muñeca y con los dos dólares y tres centavos salió a la calle. Isabella suspiró, hoy parecía que el día no acompañaría, las nubes amenazaban tormenta. Un gato escuálido y despeluchado se la quedó mirando sobre el cubo de basura; tenía una cicatriz muy fea en su cara gatuna y se le veían los colmillos incluso con la boca cerrada, lo que le daba el aspecto de estar riéndose burlonamente. Isabella odiaba aquel gato con toda su alma, porque por las noches maullaba y montaba jaleo entre la basura peleándose con otros gatos, arañaba sus cortinas y a veces se le colaba en la casa para comerse la poca comida que tenían. Pensó que era mala señal, pero lo ignoró y se lanzó a la búsqueda de un regalo para Brandon.

Tres horas después, no encontró nada que costase dos dólares que mereciera la pena comprar. Había visto algo muy bonito, una cadena de oro para el reloj de bolsillo que tenía Brandon; pero costaba más de quince dólares, dieciocho dólares y sólo tenía dos, le seguían faltando dieciséis y eso era imposible de conseguir en tan poco tiempo. Tendría que esperar un mes para poder comprarle aquello. Sentada en un banco en medio del puerto el cielo pareció empatizar con su estado de ánimo, porque las nubes se oscurecieron y empezó a llover. Isabella tuvo ganas de llorar y se le empañaron los ojos ante la decepción de no haber encontrado un regalo digno para su amado Brandon. Quería regalarle algo especial, pero no tenía dinero para comprárselo. Siempre la misma historia: no tendría que haber comprado tantos caprichos, la pintura para los cuadros no era importante, ni tampoco lo eran las cortinas, ni los jabones para su pelo… Su pelo.

Isabella se aproximó a un escaparate y se miró en el reflejo, tocándose el pelo. Había dos cosas que Brandon apreciaba especialmente, tres si se contaba a ella misma. Una era su reloj de oro, una joya familiar que había pertenecido a su tatarabuelo, después a su abuelo, luego a su padre y por último a él; ese reloj era lo único que había conservado de su familia cuando se fugaron y le tenía mucho cariño, siempre decía que se lo regalaría a su primer hijo o hija. Una vez quiso venderlo, pero Isabella logró convencerlo para que no lo hiciera, porque era un símbolo de distinción y él era un hombre distinguido. Lo segundo que apreciaba Brandon era el cabello de Isabella, una hermosa melena castaña que lo tenía fascinado y a veces, cuando estaba intranquilo, le cepillaba el pelo porque aquello lo sosegaba y lo ponía de buen humor. Brandon siempre le decía lo guapa que estaba cuando por las mañanas se levantaba con la cabeza enmarañada y cuando hacían el amor le enredaba los dedos entre los mechones. Por eso Isabella cuidaba mucho su cabello, porque era lo que más le gustaba a Brandon. Pero estaba decidida y tenía que tomar una decisión. Resuelta, se dirigió a la barbería que había al comienzo de la calle y entró apresuradamente.

- Disculpe, tengo una pregunta, ¿es cierto lo que dice el cartel de la puerta, que compran cabello? ¿Cuánto pagan?

- Antes tengo que verlo – le dijo el barbero. Isabella se quitó apresuradamente las horquillas del pelo y se soltó la melena. Una enorme mata ondulada de cabello castaño cayó en cascada por su espalda hasta rozarle la cintura. Estaba limpio y brillante, porque lo cuidaba muy bien y el barbero no lo dudó cuando le dijo el precio. – Veinte dólares.

- ¡Rápido! Corte todo lo que necesite.

Una hora más tarde, Isabella regresaba a casa feliz, con frío en las orejas y una cadena dorada entre las manos para el reloj de Brandon. Al mirarse en el espejito de la habitación observó su cabello. Su aspecto no era tan distinto al que tenía cuando se cogía un moño, pero ya no podía enredar los dedos en su pelo como antes y sintió una punzada en el corazón. Volvería a crecer, se decía. Sólo era cuestión de tiempo que volviera a lucir su perfecta melena salvaje. Isabella escuchó la puerta de la entrada, Brandon había llegado. De pronto le empezaron a temblar las manos y el corazón se le aceleró. ¿Qué reacción tendría Brandon cuando viera que se había cortado el pelo? Aquel había sido su pequeño sacrificio por él.

- Hola.

Entró en el salón, con las manos entrelazadas y miedo en sus ojos de ciervo. Brandon dejó el sombrero en la percha de la puerta, se quitó el abrigo, dejando escurrir el agua antes de volverse hacia Isabella. Al principio no lo notó, pero tras un segundo, cuando se acercó a ella para darle un beso, se fijó en su cabello y se quedó paralizado. Isabella aguantó la respiración.

- Tu pelo.

- Sí, lo he cortado – dijo tocándose la nuca despejada, las orejas y el escaso flequillo que ahora tenía.

- ¿Por qué? – preguntó. Había mudado su expresión, ponía esa cara desprovista de emociones cuando estaba enfadado o afligido, un gesto impenetrable. Isabella tuvo ganas de llorar, lo último que quería era que se pusiera triste o se enfureciera.

- ¡Volverá a crecer! – defendió. De pronto no pudo dejar de hablar y se mareó por culpa de un ataque de ansiedad. – Tenía que hacerlo, lo siento mucho, pero es que no tenía dinero para comprarte un regalo y he visto que en la tienda compraban cabello y he ido y me lo he cortado para poder conseguir dinero y… Por favor, dime algo, no te quedes callado, te quiero… - sollozó con un hilo de voz. – Lo he hecho porque te quiero… No me digas que ya no te gusto porque me he cortado el pelo…< Isabella sabía por experiencia familiar que cosas así habían ocurrido. Brandon reaccionó por fin a sus palabras y lanzó una risa breve y fresca, no con burla sino con diversión. Isabella se quedó aturdida, sin saber qué estaba pasando, muerta de miedo, preocupada, insegura. Brandon se acercó a ella y la abrazó, besándola con ternura y el terror desapareció. - ¿Cómo podría dejar de quererte por que te hayas cortado el pelo? – le dijo sin perder la sonrisa, acariciándole la cabeza. Le limpió las lágrimas y del bolsillo de su chaqueta sacó un pequeño paquete envuelto en papel. – Te amo con todo mi corazón, mi amor, no me importa tu pelo; había comprado esto para ti, feliz aniversario.

Isabella abrió el paquete y lanzó una exclamación de sorpresa antes de que las lágrimas volvieran a rodar copiosamente por sus mejillas. Entre las manos tenía el regalo de Brandon, dos pequeños broches dorados y ornamentados con piedras preciosas. Unos hermosos adornos para su hermoso pelo. Dos hermosos pasadores que debían haberle costado una fortuna.

- Volverá a crecer – gimió ella. – Volverá a crecerme el pelo y entonces me los pondré, te lo prometo.

- Estoy desando que vuelva crecer para verlos puestos – le aseguró él, acariciándole los cortos mechones, besándola con amor. Ella lo abrazó, feliz.

- ¡Tu reloj! – chilló Isabella de pronto. – Dame tu reloj, rápido, tengo tu regalo aquí mismo – se apartó de él y le mostró la cadena dorada. – Vamos, sácalo. Ahora parecerás un hombre más respetable que antes.

Pero él no hizo nada, solo mirarla con una sonrisa entrañable en el rostro.

- No tengo el reloj – le confesó. Ella no entendió lo que quería decir.

- ¿Cómo que no tienes el reloj? ¿Te lo han robado? – exclamó horrorizada. Pero él negó con la cabeza y siguió mirándola con aquel brillo amoroso en los ojos.

- No, mi amor, no me lo han robado. Lo he vendido.

- ¿Vendido? Pero, ¿por qué has hecho eso? Es tu reloj, es importante para ti, ¡no tendrías que haberlo vendido! – se horrorizó ella.

Brandon rodeó a Isabella entre sus brazos y la besó con ternura. Sobre sus labios, habló.

- He vendido el reloj para poder comparte tu regalo…

A ella se le llenaron los ojos con renovadas lágrimas de alegria.

- Te amo – sollozó.

- Pero yo más – respondió él.


8 intimidades:

  1. Felicidades Paty XD

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  2. ¡Es un relato precioso!, yo nada más leerlo, quedé prendada >.< Y eso k no sabía que era obra tuya!, jejeje Confieso que quedé asombrada cuando lo descubrí, pues no estoy acostumbrada a leer obras tuyas de este género, sin matices eróticos, jejeje.

    Y bueno, aunque ya te lo he dicho varias veces, aprovecho la ocasión para felicitarte de nuevo... ¡Enhorabuena reina! >.<

    Y también, ya que estoy, te deseo un feliz inicio de semana, muak!

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  3. Felicidades, Paty!!

    nos sorprendistes a todas, incluso a Paty y a mí que estábamos prevenidas, jaja.
    El relato es precioso!! Me alegra que participaras :-D

    Besos!!

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  4. Hola Paty, te escribí un correo donde te envío mi relato para el juego de primavera, ya soy seguidora tuya y ya tengo el banner en mi blog.
    http://romance-al-extremo.blogspot.com
    Un abrazo.

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  5. Hola linda!! con razón ganaste la verdad, te lo merecías.

    El relato es precioso y me hiciste llorar, las descripciones en el mismo me encantaron.

    Además siempre es bueno renovarse a uno mismo y demostrar que se es capaz de hacer más de lo que se piensa.

    Saludos linda!!!

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  6. Paty...Patydifusa me quedao, jajaja Jamás hubiese dicho que era tuyo, pero que pillina eres... Es precioso, romántico y muy real seguro que muchas en sus tiempos vendieron mucho ... Felicidades guapa.

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  7. Paty, yo también participé en el sorteo y ya veo por qué te lo ganaste, casi que lloro cuando Isabella abre el regalo y son adornos para su cabello... Lindo!

    Saludos y felicitaciones!

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  8. Felicitaciones!! Es un hermoso relato.
    Saludos :)

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