Un suspiro irresistible

Hola a todos. Esta entrada que hoy os traigo es especial; había preparado otra cosa para hoy, pero se  me ha venido el tiempo encima y no he podido dejarla terminada. La veréis en un futuro próximo. Esta entrada es especial, en primer lugar, porque el relato que aquí os presento es una autentica reliquia. El texto aquí presentado quedó finalista en un concurso de cuentos, uno de los primeros a los que me presentaba, y no resultó ganador por su contenido. Por lo visto, según me explicaron más tarde, off the record, los miembros del jurado vieron que mi relato era sobresaliente, el mejor que había entre los presentados; habría sido elegido ganador, pero el texto era demasiado adulto para ser incluido dentro de la recopilación de cuentos que formaba parte del premio y por eso tuvieron que "rebajarlo" a finalista para evitarse publicarlo. Lo cual me cabreó, pero oye, que por aquel entonces era joven, me debatía entre la vergüenza y el enfado por haber escrito algo como esto y tener el valor de presentarlo. 

En fin, el relato que presenté lo titulé Un suspiro irresistible. En realidad, el cuento es el fragmento de una historia más larga. Pertenecía a una serie de cuentos de fantasía que me dio por escribir cuando estaba en el instituto; extraje unos personajes secundarios que apenas tenían importancia y realicé un capítulo extra para mi misma, porque me gustaban esos personajes. A medida que ese cuento extra iba tomando forma y terminando, mi cabeza debió sufrir un fuerte cortocircuito porque de repente, contemplé el desenlace del mismo con una claridad meridiana. En un arrebato de locura transitoria, se me cruzaron los cables y terminé el cuento de la forma que vais a leer. Por eso el texto que aquí os presento es una reliquia: es el primer relato erótico que escribí. Sí, tuve un arrebato de locura porque, ¿a quién sino a mi se le puede ocurrir presentar un relato erótico a un certámen juvenil de narrativa? Pensé que a nadie se le habría ocurrido presentar algo así, y tuve razón, porque los impresioné a todos xD (y en las bases no ponía lo contrario...)

Bueno, me voy por las ramas. Este es el texto. No he corregido nada de lo que escribí, ni lo voy a maquetar ni nada; ciertamente me da un poco de vergüenza... Ja, bueno, aquí lo dejo. Espero que os guste :)

***

Era un hombre alto, delgado y fibroso. Una larga cabellera plateada y unos ojos grises como el cristal puro era lo único que podía verse, pues medio rostro quedaba oculto bajo el embozo de una inmaculada capa blanca. Su piel era morena como la tierra de la que brotaban las plantas. Y su mirada, su mirada parecía conocerlo todo. Sus ojos parecían capaces de atravesar la carne y leer en los pensamientos más ocultos de sus presas. Era terriblemente difícil soportar una simple mirada de esos ojos. La sola presencia de aquel hombre, era suficiente para morir de miedo. Sostenía con las dos manos un sable de acero de una sola hoja, blanca como el alabastro, cuya cazoleta decorada con runas mágicas, estaba diseñada de forma que le cubría toda la mano.

- Roziel... – quiso pronunciar Yliena, pero fue un murmullo de asombro lo que salió de sus labios. No podía ser cierto. Ante ellos se alzaba el fascinante, el misterioso y el inquietante asesino en la sombra del Imperio. Su planta era formidable y su presencia aterrorizaba a cualquiera que estuviese cerca. Nadie se atrevía a contradecirle, pues si desenvainaba, ya podía darse por muerto. Nunca amenaza, solo mata. Era temido y odiado, y él disfrutaba con eso. Disfrutaba viendo a los demás temiéndole y odiándole. El miedo y el odio fortalecían su soberbia. Jamás aquel que había visto su rostro había vivido lo suficiente para contarlo. Nadie conocía su identidad, tan solo su nombre. Él solo recibía órdenes del Emperador, de nadie más. En ese caso...

- ¿Qué estas haciendo aquí, miserable? – gritó encolerizado Roderik, todavía estupefacto ante la actuación del asesino.

- De que te servirá saberlo una vez hayas muerto – dijo Roziel. Su voz era tan serena, tan tranquila, tan suave, tan cautivadora, que producía una perturbación angustiosa en el alma imposible de olvidar hasta el fin de los días. Roderik vaciló en el momento en que la voz de Roziel vibró en sus oídos, y antes de asimilar lo que el asesino le había dicho, ya había sido atravesado por su espada.

Yliena se arrebujó en la capa tratando de aliviar la evidencia de su desgracia. Solo tenía ojos para Roziel y su sable. Ni una sola gota de sangre había salpicado su inmaculada capa blanca. El filo del sable era tan liso, que la sangre resbalaba huyendo de ella. Yliena se quedó sin habla. Estaba descompuesta, aterrada, sin habla. De nuevo la oscuridad se apoderó del lugar, y un silencio tan estremecedor que partía el corazón. Yliena solo veía el blanco de esos siniestros ojos, nada más.

Iba a morir a manos de un siervo del Imperio, el asesino más despiadado del mundo entero. Pero para su sorpresa, Roziel envainó y se agachó junto a ella, mirándola a los ojos. Era imposible sostener esa mirada fría como el hielo, pero a la vez mágica. No reaccionó a ningún estímulo externo hasta que Roziel la ayudó a incorporarse. No apartaba la mirada de aquel hombre. Empezó a distinguir su silueta recortada en la oscuridad. De repente, un extraño sentimiento se hizo un hueco en su alma. El miedo que sentía en ese momento no se podía describir con palabras.

- Realmente, la actitud de mi compañero ha sido verdaderamente desagradable. Hasta a mí me ha parecido... como decirlo... excesiva – dijo arrastrando las palabras. Su voz parecía conjurar en vez de hablar. Y Yliena se fascinó ante la presencia del asesino. Nunca antes lo había visto en persona, pero conocía sus crímenes. Acababa de presenciar la cruel carnicería que el sicario había ejecutado con maestría. Era veloz. Era cruel, frío, calculador, siniestro, sanguinario, despiadado, brutal, irracional y por si eso fuera poco, era admirable. Trató de pensar que lo que contaban en la corte era tan solo la versión exagerada de sus acciones y que solo lo hacían para infundir temor en los súbditos. Pero había presenciado con sus propios ojos la matanza más limpia y perfecta que jamás viera antes. Pero eso no le importaba. La sola esencia del cruel asesino de la corte era ya de por sí, deslumbrante. Y la apariencia física de la leyenda no quedaba lejos de ser, cuanto menos, seductora y atrayente.

- ¿Qué...? – trató de pronunciar, pero no le salían las palabras. ¿Qué hacía allí?, era lo que quería preguntar. ¿Cómo es que un asesino que trabaja para el Imperio, asesina a los soldados que sirven a su reino? ¿Por qué lo había hecho? ¿Acaso Roziel era un traidor? ¿Acaso el reino más poderoso, había dejado escapar a su mejor asesino del mundo? ¿Era Roziel amigo o enemigo? ¿A que bando pertenecía? ¡¿Qué estaba haciendo allí?!

Roziel volvió a mirarla a los ojos y cuando apartó la vista, Yliena sintió dolor en las manos. Roziel observaba cuidadosamente las heridas de la chica.

- Mmm, has tenido suerte, muchacha, el cuchillo no te ha cortado ningún tendón de la mano. Podrás volver a empuñar un arma en cuanto se cure – dijo sonriendo. O eso es lo que pareció que estaba haciendo bajo la máscara cuando una especie de guiño apareció en sus ojos. Ese guiño era enternecedor. Se estaba volviendo loca. Roziel dejó de mirar las manos y se fue derecho al tobillo, pero Yliena le detuvo con una suplicante mirada y cogiéndolo de los brazos. De nuevo ese guiño en sus ojos. Yliena estaba hechizada, su corazón latía con violencia, no veía otra cosa que al asesino. Se había olvidado por completo de donde estaba, del macabro cuadro que se había pintado a su alrededor. De los compañeros a los que acababa de asesinar ante sus propios ojos. De la persona que tenía delante. El riesgo de estar tan cerca de él le encendía el corazón.

Roziel fue muy cuidadoso, y le quitó la bota sin apenas hacerle daño. Tocó con mucha suavidad el tobillo hinchado para apreciar la gravedad de la rotura. – Vaya, te lo ha torcido con saña. Aquí se ha pasado. Bueno, y lo que te ha hecho en las manos también es algo en lo que no estoy de acuerdo – le hablaba como si la conociera de toda la vida, como si fueran dos amigos tomando una cerveza en una taberna, hablando sobre la jornada que habían tenido.


Aquel no podía ser el despiadado asesino de la corte. Era demasiado caballeroso como para cometer las atrocidades que contaban de él. Pero los hechos eran evidentes. La sangre le hervía en las entrañas. Roziel volvió a mirarla a la cara. La emoción ya le nublaba el juicio.

El asesino leyó en la mirada de la muchacha algo que conocía bien. Algo que ya le había ocurrido otras veces. Estaba acostumbrado a eso. Pero ella era diferente. Sí, ella era algo más que diferente. Por casualidad había ido a parar allí, tal vez si aprovechaba la ocasión... En realidad, esa posibilidad no se le había pasado nunca por su astuta cabeza. No esperaba encontrarse con ella. Y de repente una idea le cruzó la mente. Era una idea brillante. Y ella parecía desearlo con toda su alma. Roziel sintió un pinchazo en el corazón, algo que jamás había sentido antes. Los ojos, la mirada verde como el mar en un amanecer de aquella joven era arrebatadora. ¿Y si él también estaba siendo hechizado por aquella chica? El brillo de sus ojos era irresistible. Lentamente, estrechó la distancia que separaba sus rostros. Pero el embozo de la capa lo impedía. Supo en ese momento que no debía hacerlo. Si lo hacía, estaba perdido. Si ella veía su rostro, debía matarla. Hizo ademán de apartar la capa para descubrirse, y ella cerró los ojos.

- ¿Por qué cierras los ojos? – susurró irónico muy cerca de ella. Sonrió para sus adentros. La muchacha parecía saber lo que quería.

- Por que me matarías si te veo la cara – dijo ella de repente recuperando el habla. Pero el riesgo le robaba el entendimiento y el deseo la impulsaba a acercarse a él. Ya no era consciente de lo que hacía.

- Abre los ojos – susurró él a sus labios. Era cierto que si ella le veía la cara, debía matarla, pero era de noche, estaba oscuro y apenas si se podía distinguir nada. Solo él podía distinguir toda la silueta de Yliena como si la viera de día. Pero ni siquiera hizo amago de querer mirarle. Era muy precavida.

La boca de aquella muchacha se entreabrió cuando sintió el roce de unos labios y Roziel no pudo resistirse. La cogió del cuello para que no pudiera escapar. Fueron cinco irracionales, interminables, irremediables e intoxicantes minutos los que estuvo unido a la boca de aquella muchacha. Aquel beso era hechizante. No podía resistirse. Siguió besándola sin darse cuenta de lo que hacía. No tenía que haberlo hecho. Ni siquiera tenía que haberle perdonado la vida. Tendría que haberla matado en cuanto pudo. ¿Qué fue lo que se lo impidió? Ella se agarró a sus brazos haciendo caso omiso del dolor que sentía en las manos. Él siguió besándola sin pensar en las consecuencias. ¿Pero que estaba haciendo? Jamás se había dejado vencer tan fácilmente por la tentación. Pero ella parecía dispuesta a darlo todo. Se abrazaba a él como si le fuera la vida en ello, como tratando de evitar que se separara de ella.

Lentamente, Roziel fue depositándola en el suelo sin despegarse de sus labios. Soltó la garganta de Yliena, y se fue derecho a retirar la capa que la protegía del frío. La deseaba, deseaba verla, deseaba tocarla, deseaba su cuerpo y su mente. Separó sus labios y ella suplicó que volviera con un leve susurro. Con las dos manos, Roziel abrió la capa y la extendió por el suelo. Ella se estiró sobre el improvisado lecho, sumisa, ofreciéndose entera. La miró con ardor. No podía creerlo, no se lo creía, no le cabía en la cabeza que ella estuviera dispuesta, y menos en medio de semejante lugar. No es que estuviera en su mejor momento. Aún tenía los ojos cerrados, las mejillas cortadas de tanto llorar, el pelo sucio de barro y estaba calada hasta los huesos. Se arrodilló encima de ella apoyando las manos en el suelo y volvió a besarla, y esta vez con más pasión. La besó con tanto ímpetu que ella estuvo a punto de desmayarse de placer. Roziel terminó de quitarse el manto que le cubría el rostro y lo tiró lejos. Ella arrastró las manos hacia abajo y con la poca fuerza que tenía en las manos intentó quitarle la ropa de cintura para arriba. Pero no podía. Así que fue él quien lo hizo para satisfacerla y volvió a pegarse a su boca. Ella le acarició los músculos del abdomen y del pecho, siguió deslizando los dedos por el cuello hasta que llegó a la boca. Y mientras lo besaba le acarició los labios. Roziel saboreó sus dedos y su boca, ya sin un atisbo de cordura en su mente. Estaba loco, loco por ella. Yliena se agitó debajo de él y le rodeó el cuello con los brazos para estrechar la distancia de su cuerpo. Roziel sintió el roce de la empapada camisa y un escalofrío le recorrió la espalda. Aún no había terminado de deleitarse con aquella sensación y sin pensarlo, descubrió de un tirón el torso de Yliena. Se apartó para contemplarla. Era perfecto, maravilloso. De nuevo su pecho ascendía y descendía con violencia, pero esta vez no se ahogaba de terror sino de placer. Ella se revolvió con lentitud lanzando un pequeño suspiro y se expuso a él con los brazos abiertos. El asesino saboreó aquel momento como si no fuera a repetirse nunca más. La observó bien, esperando el mejor momento, hipnotizado con cada textura, con cada línea que se dibujaba en su torso. Le gustaba aquel cuerpo, musculoso y blando a la vez. Ella seguía retorciéndose, pidiendo el calor de su cuerpo. Sin poder resistirlo más, Roziel se fundió con ella en un tremendo abrazo hasta sentir los latidos de la chica en su propio pecho. Sentía sobre su piel el ardiente cuerpo de aquella joven. Llevó las manos a sus hombros apretando con los dedos para tratar de controlar su arrebato, pero poco a poco fue retirándole los restos de la camisa y las vendas de los brazos. Volvió a besarla, tocándola por todas partes. Su piel morena contrastaba deliciosamente con la blancura de su cuerpo. Ahora todo iba más rápido. Mordisqueó el cuello de la muchacha mientras ella lanzaba leves gemidos estremeciéndose de placer. Él deslizó las manos por su cintura hasta que llegó a las caderas, que estrechó entre sus dedos nuevamente para tratar de contenerse. No quería hacerlo, pero no podía parar.

Lentamente fue bajando las manos llevándose detrás el pantalón. Seguía pegado al cuerpo de Yliena, mientras ella parecía apremiarlo para que siguiera. Y tras unos forcejeos que le parecieron interminables, por fin la desnudó por completo. Ahora ya no podía parar. No podía resistir aquello. Posó las manos en sus rodillas y la ayudó a abrir las piernas, sabiendo que ella no era capaz de hacerlo sola. Con cuidado, sujetó la pierna que tenía el tobillo hinchado y estiró la otra en el suelo. Acari-ció sus muslos, tensos y calientes, hundiendo los dedos en la carne para tratar de parar. Se acercó más. Ni siquiera se había enterado en que momento se quitó él mismo sus pantalones, no lo recordaba. Solo sabía una cosa. Quería llegar allí. Yliena lanzó un pequeño quejido y él no paró hasta que sus cuerpos volvieron a fundirse. Tenía que hacerlo ya, o estallaría. La besó de nuevo y lo hizo. Una y otra vez, mientras ella se deshacía en pequeños suspiros respirando hondo, tratando de contener sus gemidos por miedo a romper el silencio del campo de batalla, ahora tranquilo. Gozaron los dos en silencio y con pasión, hasta que ella se desvaneció incapaz de soportar más tiempo el éxtasis del que era presa.

Cuando asimiló lo que acababa de hacer se echó las manos a la cabeza. Yliena reposaba tranquilamente a su lado, dormida. Roziel miró a su alrededor y se preguntó que clase de perturbado era capaz de hacer el amor en medio de semejante sitio. Pero la respuesta era bastante obvia. No llegaba a comprender que fue lo que pasó en el momento en que ella perdió la razón. No lo entendía. Repasó los hechos: había luchado en una batalla en la que casi se desangra, habían estado a punto de matarla, y encima había presenciado la muerte de todos sus compañeros a sangre fría, sin poder evitarlo. No lo entendía. O tal vez sí. Había llegado al extremo de vivir por el instinto más básico de la naturaleza. Tal vez el hecho de haber estado a punto de morir y haberse salvado, la habían llevado instintivamente a amar a alguien, a quien fuera, para aferrarse al último resquicio de vida sobre el que apoyarse. Roziel comprendía a la muchacha. No era la primera vez que una mujer se rendía a sus brazos de aquella manera. Su ego reconocía que a todas las volvía locas. Era comprensible que un personaje tan atractivo como él, resultara irresistible a los ojos de una mujer indefensa que deseaba la protección de un hombre cuando estaba en peligro. Pero no de aquella manera. No en medio de aquel sitio. Era absurdo y bastante macabro hasta para él. Pero lo hecho, hecho estaba. Sí que había disfrutado con ella, pero el sabor del después lo dejó helado en cuanto recobró en entendimiento. Aquello era espeluznante. Dantesco. Agitó la cabeza. Dantesco, pero excitante. Tendría que probarlo otra vez. No, mejor no. Seguía siendo amante de lo clásico y prefería un lecho caliente a un helado campo de batalla rodeado de cadáveres. Suspiró. No era normal. Era una sensación rara. Se estaba volviendo loco. Y eso no era lo peor. Lo que realmente le tenía preocupado, era el hecho de no haber podido resistirse a hacerlo. ¿Pero como había sido capaz de continuar? Ella era fogosa, vaya si lo era. Y estaba loca, como él de loca. Dos locos en medio de un cementerio fresco.

Desvariaba. Pensamientos, pensamientos oscuros se aparecían en su cabeza. Mierda. El demonio. Se lo habían cargado. Joder. ¿Y ahora que? Estaba solo. Solo. ¿Cuál era en realidad su propósito? Ahora los cuarenta y nueve corazones no servían de nada. Vaya. Cuarenta y nueve corazones desperdiciados. Una batalla en vano. Hace dos meses no consiguió su propósito. Y hoy tampoco. Pues mejor cambiar de planes. Nada de corazones ni de rituales de invocación. Eso solo eran chorradas. Tonterías. Estaba claro que si uno quería un trabajo bien hecho, debía hacerlo uno mismo. Si quieres que algo se haga, hazlo tu mismo. Vale. Entonces ya estaba. Ahora estaba solo. No. No lo estaba. Recordó la idea que había tenido antes de que el deseo le nublara los sentidos. Antes de besarla. Besarla. Ese sabor.

Roziel se consumía en locas reflexiones. Recordó el sabor de la joven y se relamió los labios de gusto. La miró detenidamente. Miró la curva de sus caderas, la parábola de su cintura, el arqueo de su espalda, la sinuosidad de sus pechos. Era irresistible. Se acercó a ella y la incorporó, sentándola en su regazo. Le apoyó la cabeza en su hombro. Ella gimió un poco, como criticándole haber intentado despertarla. Pero siguió dormitando. Estaba agotada. Estaba templada. Ni helada, ni ardiente. La temperatura ideal. La miró, como si el hecho de observarla fijamente, pudiera esclarecerle el porqué de esa excitación nerviosa que lo tenía acobardado. A él, acobardado. A él, que nunca había sentido miedo. Ni miedo, ni esa pasión que lo consumía por dentro. Le acarició el rostro, las mejillas que ahora habían recobrado su color natural. Le acarició los labios, esos labios que lo habían apresado como una soga al cuello. El mentón, el cuello, la clavícula, entre los senos. El vientre. Apoyó la mano en el vientre como tratando de comprobar que el trabajo estaba hecho. La miró a la cara. – Y gracias a ti, mi estirpe no desaparecerá de este mundo. Y tú ocuparás tu lugar en el trono. Yo estaré a tu lado, y reinaremos juntos. Y en este reino colocaré un heredero. Un heredero que no será humano. Por primera vez el Imperio, y fíjate bien como juega el destino, tendrá un Emperador que no pertenece a su preciada raza. Que caprichoso juega el destino sobre los ambiciosos – pero ella no le escuchaba. Pero a él no le importaba. Ahora hablaba solo. Otro síntoma de locura. Trató de justificarse, quería dejar bien clara su postura. – Es cierto que yo sirvo al Imperio. Pero el Imperio me destruirá en cuanto no sea necesario. Esa es la recompensa por mis esfuerzos. Así que, dado que todo lo que el Imperio hace es destruir, él mismo será destruido por sus siervos. Se consumirá en los fuegos de la venganza. Caerá en el abismo del mal. En le vorágine de su locura. Todos sus siervos están locos. Y los ángeles miran como si de una historia que se cuenta en el fuego de una posada se tratase. Y los demonios esperan el mejor momento. Y Dios descansa mientras que el Príncipe de las Tinieblas se consume en su propia perdición. Este mundo nos vuelve locos a todos. Odio es lo único que siento en este momento – poco a poco la serenidad de Roziel se fue despedazando. Su voz fue aumentando con cada frase. Cuando sintió como Yliena se agitaba incómoda, se calló.

Respiró muy hondo y trató de volver a su estado de serenidad, calma y control de la situación. Lo hizo. Un brillo de determinación cruel y despiadada se vislumbró en sus ojos. Todo lo que antes había dicho se lo llevó el viento. Sonrió en la oscuridad. Una sonrisa espeluznante. Su locura serena era mucho peor que su locura exacerbada. Su sueño se cumpliría. Y su venganza se completaría. Ya no necesitaba depender del Imperio para sobrevivir. Ahora él solo se bastaba. Él junto a su nueva compañera, su reina. Sintió que algo le rozaba los labios. Yliena estaba medio despierta, aún con los ojos cerrados. Había alzado su ensangrentada mano y acariciaba lentamente la boca y los dientes de Roziel. Abrió un poco la boca y un suspiro salió de ella. Un suspiro irresistible. Parecía desear más. Él volvió a saborear sus dedos y la estrechó entre sus brazos. De nuevo aquella sensación. La misma que lo llevó al abismo de la incongruente locura de la pasión. Pero esta vez, fue más precavido. No se dejó llevar. Cuando uno se deja llevar por la pasión, nunca suele recordar lo que hace hasta que acaba y lo olvida por completo. Y él no quería olvidarlo.
Arrastró con grata lentitud la mano del vientre hacía abajo, y metió los dedos entre las piernas. Ella se estremeció, y cuando abrió la boca para gemir, él volvió a besarla. En su sano juicio, y sin importarle nada de lo que sucedía a su alrededor y lo que había, tumbó a Yliena en el suelo aún con la mano metida en aquel rincón caliente. La cogió por detrás de las rodillas y volvió a abrirle las piernas. Ella seguía en una especie de placentero duermevela, un plácido letargo. Con cada mano sostuvo los pechos de Yliena y los besó una y otra vez. Unas leves risas se escucharon en medio de aquel grotesco escenario. Se acercó a ella y la cogió con las dos manos de la cadera, hundiendo los pulgares en la carne para agarrarla bien. Se unió a ella suavemente y una sacudida seguida de un escalofrío recorrió el cuerpo de Yliena. Se encendía por momentos. Ella sola se retorcía de éxtasis estando medio consciente. Cuando ella era ya presa de nuevo de la euforia, Roziel se inclinó hacía ella sin separarse y apoyando las manos en el suelo, se pegó a su cuerpo y volvió a besarla hasta que los dos estuvieron a punto de ahogarse. Volvió a gozar con ella. Y esta vez, fue mejor que la anterior. Mejor.
***

Cómo veis es una ida de olla total :D Un beso a todos y Feliz San Valentín ;)

4 intimidades:

  1. Me encanta tu historia!
    Si estoy de acuerdo en que es un poco subida de tono para un concurso juvenil pero es buenísima! Quede atrapada con la trama, ¿que pasa con los demonios, los ángeles, Dios y etc?
    ¿Porque la convertirá en emperatriz, tiene un reino, es de la realeza, va a derrocar a los en ese momento reinantes?
    Muy buena historia.
    Besos.

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  2. Ufff ya escribías así en el insti? Un relato absolutamente genial, sin palabras me has dejado! Te felicito y te digo que debieron darte el premio... es más, nombro este relato como ganador del certamen por excelencia, qué te parece?
    Ainsss es que no puedo evitarlo, me encanta como escribes y lo que creas!
    Un besazo enorme!!!

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  3. Hola Paty!! ^^
    Te aviso que ya he colgado tu relato para el concurso, te dejo el enlace para que lo cheques ^^
    Mil gracias por participar y ser parte de este proyecto ^^

    http://hentopan-publicaciones.blogspot.com/2012/02/doceavo-relato.html

    Besitos!!

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  4. Pues será que soy muy tolerante o lo que sea pero a mi me ha encantado. Recuerdo que en su día presente una historia a un concurso del insto, omito tema de sexo per si había deseo y una buenísima reflexión sobre el mundo y lo que el ser humano hacía, eran la muerta y la chica era muy bueno pero...

    Hay quién no acepta verdades, ni admite en voz algo que algo hermoso como ese relato que escribiste ni las dirá en voz alta aunque las haya gozado ;)

    Besos

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