Esclavo de sangre

Al caer la noche, la noble Lucrecia Aria abandonó el refugio dónde dormía durante el día para protegerse de los rayos de sol. Entró en las estancias de sus esclavos y estos, ya despiertos y preparados, se afanaron por atender las necesidad de su señora rápidamente. Pero ella los mandó atender a los clientes de la casa, pues por esta noche no necesitaría más cuidados que los que Cicerón pudiera proporcionarle.

En los aposentos de su esclavo encontró a otra mujer, además de a Cicerón, desnudo y tumbado sobre el lecho. Ella parecía joven, la luz de la luna perfilaba la perfecta silueta de su espalda y sus bien torneadas caderas, la curva de su trasero y sus delicadas piernas; seguramente se tratase de una patricia, la esposa de un senador o quizás la hija de un cónsul. Rica, al fin y al cabo, pues no todas las selectas clientas tenían acceso al cuerpo de Cicerón. Lucrecia lo observó a él, llevaba todo el día soñando con él, deseando que el sol desapareciese por fin para alzarse y saciar su necesidad carnal. Estaba desnudo, su torso perfecto parecía estar esculpido en mármol, como esas estatuas de Júpiter o Marte que adornaban su casa. Antes de ser su esclavo, el hispano había pertenecido a la legión y años más tarde, sobrevivió a varios combates de la arena proclamándose como una leyenda entre algunos gladiadores. Pero la fama es efímera y jóvenes guerreros deseaban arrebatarle el título de campeón. Lucrecia le hizo una oferta que no pudo rechazar.
Se acercó a la cama dónde los amantes descansaban y se arrodilló cerca de Cicerón. Sus manos recorrieron el cuerpo del esclavo, sus labios besaron su cuello y después sus labios. El esclavo, sin embargo, ya estaba despierto y en cuanto sintió los labios de su dómina le acarició la espalda y el pelo.

- ¿Quién es ella? - preguntó Lucrecia en un susurro.

- No me dijo su nombre, solo que es hija del senador Quinto y esposa del cónsul Máximo... - respondió él lamiendo los labios de la mujer. - Pagó trescientas monedas por el mejor de tus hombres, venía por recomendación de Lucia Augusta... ¿hice mal en darle lo que buscaba? - preguntó, con tono provocador. Ella sonrió.

- ¿Qué le hiciste? - quiso saber ella, besando a Cicerón de forma apasionada acariciando su torso. La muchacha continuaba dormida al lado de ambos. Él deslizó las manos por el cuerpo de la dama, buscando el borde de su túnica para acariciar sus piernas.

- ¿Quieres que te lo cuente... o que te lo haga...? - sugirió llevando los dedos hacia arriba por dentro de sus muslos.

- Quiero que la eches de aquí... - pidió mordiéndole el labio inferior. Rodeó el rostro de su amante con las manos y besó su boca, su mandíbula y le mordió la oreja. Él rodeó la cintura de Lucrecia y la estrechó a su cuerpo, la fina tela de algodón romano que ella portaba apenas disimulaba sus pechos erizados de placer; ella suspiró por la dureza de su pecho y deslizó una mano traviesa por sus costados, siguiendo un camino descendente.

- Hazlo tú, Lucrecia - dijo él mirándola de forma intensa. - Podría echar a perder una clienta asidua si soy demasiado brusco... - susurró deslizando uno de los tirantes del vestido y rozando uno de sus pechos. Lucrecia subió sobre Cicerón para acercarse al rostro de la chica y el esclavo aprovechó para acariciar el firme trasero de la noble. Lucrecia despertó a la chica y antes de que ella supiera dónde estaba, la miró fijamente a los ojos, hipnotizándola bajo su influjo sobrenatural. 

- Márchate. Busca a un esclavo llamado Marco y dile que Venus necesita yacer con Marte... - su voz, cargada de sugerentes matices, entró en la mente de la mujer y sin más, ella se levantó y salió de la habitación. Lucrecia miró a su esclavo, que no dejaba de acariciar sus muslos, apretando sus carnes con sus fuertes manos, a lo que ella respondió con un fuerte apretón en su miembro, que se endureció ante el contacto de su mano. - Me perteneces, Cicerón... y tu pene también es mío...

- En ese caso, haz con él lo que quieras... - murmuró él con una sonrisa. La romana, ardiendo de deseo y provocación, llenó de besos el cuerpo de su esclavo y devoró su firme miembro. Cicerón la dejó hacer, disfrutando de sus ardientes labios y de su lengua, de la pasión que desbordaban sus besos. Después de todo, él era su esclavo, pero un esclavo con los suficientes privilegios como para dominar a su propia ama.

Cuando estaba a punto de perder el control sobre su cuerpo, Cicerón la separó de su miembro agarrándola del pelo. De un tirón le rompió la túnica y descubrió sus pechos erectos, que empezó a lamer con vehemencia. La tiró contra la cama cambiando su posición, sin dejar de sujetarla por el pelo, tiró de él para dejar su cuello al descubierto y empezó a besarle la garganta.

- He detectado cierto tono molesto... - murmuró en su oído, la otra mano de Cicerón se metió entre las piernas de la dama para tocarla de forma intensa. - ¿Celosa?

- Ni en tus sueños más imposibles... - respondió ella con un gemido, rodeando sus fornidos hombros para estrecharlo a su cuerpo. Sin dejar de acariciar la humedad de su sexo, Cicerón la besó de forma desenfrenada y agarrándola del muslo, la hizo girar sobre el lecho. Levantó la túnica rasgada para acariciar sus nalgas, le mordió la nuca y sus dedos, grandes y anchos, buscaron la entrada de su sexo por detrás.

- ¿Es que ese político con el que te ves no te da todo lo que necesitas? - preguntó el esclavo al oído, notando como la necesidad de Lucrecia se derramaba cuanto más dentro metía los dedos.

- ¿Celoso? - se burló ella con un suspiro, deseando más caricias. Cicerón retiró la mano y le entregó lo que buscaba. Aferrandose a las caderas de la mujer, el esclavo la penetró lentamente, notando su calor y su humedad. Lucrecia ahogó sus gemidos mordiendo las sábanas, notando la dureza y la firmeza de su amante, sintiendo como la llenaba a medida que entraba. - No hay punto de comparación - gimió rendida. El esclavo rodeó su cintura con un fornido brazo y con un movimiento violento la apretó a su cuerpo, empujando al mismo tiempo. Lucrecia era ligera, a diferencia de él y el contraste entre los dos cuerpos, uno robusto y surcado de cicatrices y el otro pálido cuya piel parecía alabastro pulido, resultaba deliciosa.

Cicerón empezó a buscarla, fundiéndola a su cuerpo, al principio despacio, pero a medida que ella dejaba de ahogar sus lamentos para dar paso a hondos suspiros fue aumentando su intensidad. El cuerpo de Lucrecia se retorcía de placer, su abrasador interior se volvía un océano salvaje cuyas aguas atrapaban al esclavo con cada envite. Por más que él luchase no había rendición posible, Lucrecia gozaba con Cicerón como con ningún otro amante y él era el único hombre que podía llegar a alcanzarla. Pidió más y él se lo entregó, ella deseaba ser atravesada y él ansiaba hundirse en sus cálidas aguas. Al final, sus violentos jadeos se entremezclaron.

Él la abrazó sintiendo que no había vuelta atrás. Con una mano rodeó su rostro y ofreció su brazo a la mujer con las últimas fuerzas que le quedaban. Lucrecia sabía lo que él quería y ella ansiaba la misma cosa. Se aferró a su mano y sus afilados colmillos erectaron como cuchillos, hundiéndose en la muñeca de su amante. El mordisco fue como un latigazo que subió por el brazo de Cicerón, provocándole un estallido de placer, al mismo tiempo que la sangre de la herida brotaba, él se derramaba dentro de ella con un orgasmo violento. Lucrecia se vio desbordaba, la sangre ardiente sobre sus labios, la ansiedad de Cicerón y su repentino estallido la obligó a seguir a su esclavo en la caída.

Los dos cuerpos fundidos sobre el lecho se removieron al cabo de unos instantes. La vampiresa lamió la herida abierta de Cicerón, degustando su ardiente sangre y sintiendo todavía su duro miembro clavado entre las piernas. El esclavo deslizó un dedo por su garganta. Bajó por su esternón y por su vientre hasta su entrepierna dónde tocó su nacimiento. Ella rebulló sin separar los labios de la muñeca, alimentándose despacio y sonrió. Se mordió el dorso de la mano y se giró para depositar un beso en los labios del hombre, acercando la herida abierta a su boca. Él aceptó su sangre, una sola gota sirvió para que todo su cansancio desapareciese.

9 intimidades:

  1. Me gusta como escribes, es más, me encanta. Cada parrafo parece estar cargado de una secreta pasión que cuando una la lee se siente abrumada por la fuerza de tus encantadoras y placenteras palabras.

    Tu eres la Diosa y yo tu aprendiza. Aún me palpita el corazón acelerado sin remedio, sin cansancio de tan maravillosos que son tus relatos. Este en particular, es excitante e increíble. Te has vuelto a superar, Reina.

    Sigo leyendo...

    Besos gélidos

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  2. Repampanos!Que pasada de relato :D me ha encantado. Ay!QUien pudiera tener un vampiro así xD

    Besos!

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  3. Insuperable,encantados y romántico. Me ha gustado mucho,lady Paty.

    Un beso!

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  4. Demonios!Me ha gustado,está muy elaborado y eso se aprecia en cada parte y rincón del relato. Cada vez que lea a Ann Rice,me acordaré de ti xD

    Un abrazo momificado por Cleopatra!

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  5. Mmmmm... esto va quedar delicioso :)

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  6. Oh, vaya, me recluyo unos días para estudiar y de pronto me encuentro con un montón de íntimos que se han pasado a leer.

    ¡Bienvenidos! Pasad, pasad, y disfrutad de vuestra estancia en este cajón desastre ^^

    Retomaré la actividad esta semana, necesito escribir algo, no soporto estar sin hacer nada.

    Un saludo a todos y gracias por vuestras palabras.

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  7. Los vampiros nunca fueron mi fuerte,pero conforme esta escrito este relato (tan increiblemente seductor) me haras cambiar de parecer.

    Bip!

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  8. Lady Paty, es un placer recorrer la Historia subjetivizada bajo el prisma de sus historias consagradas a Eros.

    Si me permite, volveré a visitarla a menudo.

    Beau Brummell

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  9. Soy una fiel seguidora de los relatos vampiricos, de echo me enajenan, hasta participo en un rol, he escrito algo sobre "mi historia" y tambien he leido otros relatos sobre hechos vampiricos muy sensuales, pero jamas y dijo jamas he leido algo como este relato y la carga de sexualidad que desprende. He de decirte que me tendras de fiel seguidora de todos los escritos con los que nos deleites. Gracias.

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