El Lobo y la Cordera (cap.14)


Se sintió mejor después de confesar. Más ligera, más tranquila. También se sintió confundida.

No era necesario humillar a Robert ni ponerse en evidencia. Él no era estúpido, y Blanche no tenía por qué hacer que se sintiera así. Le había hecho una pregunta y ella consideró que tenía que ser honesta, porque si no empezaba a serlo en ese momento, volvería a verse envuelta en una discusión que no deseaba tener y le haría más daño a su marido.

Lo único que realmente le dolía era no sentirse totalmente preparada para afrontar aquella conversación. Quería haberlo meditado antes, pensar en las palabras adecuadas para expresar todo lo que sentía. Ahora no tenía más opciones que seguir hacia delante y ver a dónde les llevaba aquello.

Mientras Robert asimilaba su respuesta —se lo estaba tomando demasiado bien—, Blanche permaneció callada, hasta que el silencio se hizo tan espeso que no pudo seguir resistiéndolo.

—Lo siento, Robert.

Él se acercó, despacio.

Al contrario que el señor Wolf, que era alto, delgado, fibroso, Robert era de constitución amplia. La envergadura de sus hombros era el doble que la del señor Wolf; su torso, ancho y robusto. Recordó con cierta nostalgia el deseo que había sentido la primera vez que le vio desnudo, una noche en su habitación de estudiantes, tras una fiesta. La picazón de clavar las uñas sobre sus pectorales fue tan fuerte que no lo pudo resistir y le arañó al llegar al orgasmo, montada sobre él.

Para su asombro, volvió a sentir aquel aguijonazo al ver cómo la sudadera marcaba sus fuertes músculos.

Apartó la mirada, ruborizada. Debería sentirse culpable por haberle sido infiel. Debería sentirse avergonzada de desear a Robert cuando hacía apenas unas horas jadeaba y sudaba debajo de Wolf, imbuida por un frenesí que no podía controlar.

¿Por qué era todo tan difícil?

¿Por qué su vida era tan complicada?

—No lo sientas —dijo Robert en voz baja—. Ha sido culpa mía. Si te hubiera prestado la atención que esperabas de mí, no habrías tenido que buscarla fuera.

No supo qué decir. Se quedó allí, mirándolo, incapaz de hablar.

No podía dejar que él asumiera toda la culpa.

—Debí haber hablado contigo, antes de que esto sucediera.

—Y yo debería haberme mantenido más alerta. Lo siento, Blanche.

—Yo también lo siento. ¿Qué vamos a hacer ahora?

—Siéntate, por favor.

Blanche obedeció, sentándose en el borde del sofá, sin dejar de mirar a Robert. Él se acercó a la cocina para servir unas copas de vino y se sentó a su lado, acercándose tanto que sus rodillas se tocaron. ¿Por qué no estaba furioso? ¿Por qué no estaba rompiendo cosas? ¿Por qué no estaba insultándola? ¿Por qué estaba ahí, a escasos centímetros, tan tranquilo, exudando un atractivo irresistible que no había demostrado en los últimos años? Se estremeció, inquieta.

Robert le tendió una copa y ella la acunó con las dos manos, insegura sobre si beber o no. Él le dio vueltas al caldo antes de beberlo de un trago y dejar la copa encima de la mesita del salón. Luego la miró fijamente.

—¿Qué hiciste con Wolf?

Blanche parpadeó dos veces.

—¿Qué quieres decir?

Robert se acomodó en el sofá, girándose para quedar frente a ella. Estiró el brazo para colocarlo sobre el respaldo y sus dedos quedaron a escasos centímetros de su hombro. Blanche se mordió los labios sin entender muy bien lo que estaba pasando.

—Quiero que me cuentes todo lo que hiciste con él.

La vergüenza cubrió todo su cuerpo y le temblaron las manos con las que sostenía la copa. Robert permaneció en silencio, dejando que Blanche asimilara lo que acababa de decir, y a ella le ardieron las mejillas.

—¿P—porqué querrías saber una cosa así? —balbuceó.

Él se pasó una mano por el pelo, de un vivo color anaranjado que a Blanche le recordó al pelaje de un tigre, y luego colocó la mano bajo la copa de Blanche, acercándosela, instándola a beber.

—Tengo mis razones para querer saberlo.

—Pero... —Algo así sería doloroso para él. Lo último que quería era herir más su orgullo—. Robert, lo que haya hecho con ese hombre, no volverá a repetirse. —«¡Mentirosa!»—. No es necesario que sepas todo lo que sucedió.

—¿De qué te avergüenzas ahora? —preguntó él, apretando la mandíbula, el primer gesto de disgusto que le había visto en todo el tiempo que llevaban hablando. Blanche tragó saliva, no sabía qué prefería, si a un Robert comportándose de forma extraña o a un Robert enfadado siendo especialmente cruel con ella.

—Ya veo —respondió Blanche, sintiendo cierta amargura—. Quieres que te lo cuente todo, para que puedas echármelo en cara. ¿Te vas a sentir mejor así?

En los ojos de Robert prendió una llama de furia y lo vio tensar los músculos del cuello.

—Blanche, soy consciente de lo que hiciste y los motivos por los que te fuiste.

—Ah, ¿disculpa? ¿Conoces los motivos? —preguntó con ironía.

—Sí, a la perfección.

—Ahora resulta que me conoces. ¿Cómo es que durante todo este tiempo no te he importado en absoluto y ahora sí?

Un músculo de la mandíbula le vibró.

—Ahora te has follado a otro que no soy yo. Es una diferencia importante.

Se puso en pie, buscando poner distancia con Robert, y acabó apurando la copa de vino con sorbos ansiosos. Se atragantó con el último y comenzó a toser, sintiéndose torpe y estúpida, culpable y deprimida. Notó que Robert le daba una palmadita en la espalda y se apartó de él.

No tenía ni idea de cómo afrontar la situación. Un dolor insoportable amenazaba con romperle el corazón. Ella jamás había echo daño a otra persona a propósito y sabía que le había causado un profundo pesar a Robert. O quizá, no, pensó justo después. Quizá no le había causado ningún mal a su marido, quizá a él le daba igual que se hubiera fugado con Wolf y ahora la atacaba para hacer que se sintiera miserable.

—No te voy a contar nada —aseguró ella, apretando los labios.

Robert se rió, sin rastro de humor.

—Es interesante como me juzgas, Blanche. Crees que quiero saberlo para usarlo en tu contra, cuando lo que quiero es conocer cada una de las cosas que más placer te provocan.

Ella retrocedió hasta golpearse contra la encimera de la cocina. Se llevó una mano al pecho, intentando que con el masaje se le pasara el dolor de corazón, al tiempo que trataba de entender la lógica que estaba siguiendo Robert.

Aturdida, dijo lo primero que le pasó por la cabeza.

—Nos conocemos desde hace años. Sabes lo que me da placer y lo que no. Pero eso da igual, porque aunque lo sabes, ¡ni siquiera te molestas en mirarme! —le recriminó de repente—. ¿Cuanto hace que no me tocas? ¿Que no me prestas atención? Ni siquiera me tienes en cuenta para tu agenda, siempre estás con esas fiestas y trabajando y yo estoy aquí, sola, esperando y viendo pasar mi vida sin que ocurra nada emocionante...

Se dio cuenta de que estaba llorando y le dio la espalda. Se estaba exponiendo demasiado. Era la semana de exponerse demasiado, primero con Wolf, ahora con Robert. Era demasiado perturbador sacar a la luz sus miedos y sus anhelos cuando más débil y sensible se encontraba.

—¿Quieres cosas emocionantes? —preguntó él con un susurro—. Mírame.

El tono de su voz sonó grave y peligros, como el ronroneo de un depredador al acecho de su presa. Blanche se giró hacia él sintiendo que se le erizaba el vello de la nuca y se llevó las manos al vientre cuando un lacerante hormigueo la atravesó.

La luz del amanecer entraba a raudales por la ventana, impactando sobre el poderoso torso de su marido. Se había desprendido de la sudadera, dejando a la vista su amplio pecho y sus fuertes y atractivos brazos. Blanche se quedó impactada ante aquella imagen y un intenso rubor le cubrió la cara.

—¿Qué quieres que mire? —preguntó ella, molesta por el masculino aroma que comenzaba a cargar el ambiente.

Lo habría pasado por alto, en otras circunstancias no habría percibido la excitación de Robert. Pero el olor y el calor que llegó hasta sus sentidos se parecía demasiado al potente aroma que había respirado en la habitación de Wolf durante toda la noche, mientras sucumbían juntos a una instintiva lujuria.

—A mí, Blanche. Quieres cosas emocionantes, me parece justo. Yo quiero a mi mujer, a la hembra a la que llevo ligado durante una década.

—¿Hembra? —murmuró ella poniéndose a la defensiva, luchando contra la sensación de amenaza que envolvía a Robert.

—¿Conoces la historia de La Cordera? —preguntó él, dando un paso hacia ella.

—¿De qué hablas? —dijo ella, retrocediendo.

—De la Cordera. La Cazadora Sombría, el espíritu de la muerte. Y el Lobo.

Ella vaciló cuando la referencia al lobo despertó un fogoso recuerdo con el señor Wolf.

—No lo he oído en mi vida.

—El Lobo y la Cordera son dos espíritus que toda persona contempla cuando está a punto de morir. Si primero la ves a ella, a la Cordera, es que tu muerte será pacífica y justa, y partirás con la conciencia tranquila; si el Lobo te encuentra primero, tu muerte será violenta y aterradora.

Blanche tragó saliva, aquella tétrica historia le puso los pelos de punta. Pensar en la muerte en un momento como aquel provocó que se le revolviera el estómago y respiró de forma entrecortada.

—Cordera sabía mucho sobre el mundo, pero no tenía emociones; Lobo en cambio lo sentía todo y tenía una grave falta de conocimiento. Cada uno era la mitad de un todo, sus almas se complementaban.

Notó que le temblaban demasiado las piernas y cayó sentada sobre una silla. Robert se abalanzó sobre ella, cayendo de rodillas a sus pies. La cogió por la cintura para inmovilizarla y ella se removió, recelando del contacto directo de sus manos. Quemaban como si fueran tenazas de hierro al rojo vivo.

—El conocimiento de Cordera era inmenso y muchos fueron los insensatos que la buscaron. Ella era esquiva, etérea, danzando entre las brumas de la realidad, jamás la encontraerían. Lobo era su guardián, la parte más física de ambos, pues las emociones lo eran todo para él. Así que para atrapar a Cordera, dieron caza al Lobo. ¿Qué crees que sucede cuando el encargado de segar las vidas de los difuntos no se presenta a la hora señalada?

—¿Que no mueren...? —aventuró Blanche, temblando de pies a cabeza. Robert asintió, despacio.

—Robaron los conocimientos de Cordera y la asesinaron para evitar que cumpliera con su cometido.

—¿Cómo asesinaron a un espíritu?

—Blanche, querida, solo es una leyenda —se burló él.

Sin poder evitarlo, le dio una sonora bofetada a Robert. El contacto la devolvió a la realidad y trató de levantarse de la silla.

—¡Suéltame! No sé qué estás haciendo ni porque me cuentas esas cosas, me estás asustando.

Él la sujetó por los brazos y la miró a los ojos, que llameaban de rabia y tormento.

-El Lobo murió de pena, consumido por sus propias emociones, ante la pérdida de su otra mitad. Aulló a la luna llena, clamando venganza contra los que le habían arrebatado a su compañera. Muertos los Cazadores, pensaron que vivirían eternamente. Pero no se puede romper el equilibrio de la vida y la muerte. Cuando algo muere, otra cosa nace.

Robert acercó el rostro hacia los labios de Blanche. Ella luchó por separarse, por evitar que la besara, pero su cercanía era abrumadora. Era su marido, el hombre al que una vez había amado, y sus palabras, su cuento, sonaba perturbadoramente familiar para ella.

—Así nació una niña —susurró él sobre su boca, pero sin llegar a besarla—. Estaba lejos del Lobo, el poseedor de las emociones. Cuando Cordera se dio cuenta de que estaba sola, buscó lo que le faltaba: emociones. Buscó y buscó, hasta que el ciclo de su vida llegó a término y su espíritu nació en otro cuerpo. Durante décadas, durante siglos. Buscando al lobo. Buscando sentir.

—¿Y qué fue del lobo? —preguntó Blanche, con temor.

—Su espíritu se consumió por el paso del tiempo y solo quedaron sus huesos. Un hombre se los llevó de la tumba y, durante una luna llena, el Lobo resurgió para buscar a la Cordera, consumido por la sed de venganza, tomando prestado el cuerpo de aquel que había robado sus restos.

—¿Cuál es la finalidad de la historia, Robert? —susurró ella, con lágrimas en los ojos.

—Quieres emociones, Blanche. Quieres ser como la Cordera y buscaste a un Lobo. Yo deseaba ser ese Lobo para ti.

Cuando Robert se apartó, la sensación de pérdida fue abrumadora.

—No entiendo lo que quieres decirme. Robert, no te entiendo —murmuró, nerviosa.

—Solo es una leyenda —suspiró él—. Muchos son los que buscan a Cordera para acabar con ella y robar sus conocimientos. Pero hay otros que también la buscan para protegerla, para ayudarla a encontrarse con el Lobo.

—¿Y qué eres tú?

Ni siquiera supo por qué preguntó aquella estupidez, pero lo hizo.

—Yo soy un idiota —respondió Robert apoyando la cabeza sobre los muslos de Blanche—. Soy un idiota que ama a la Cordera, pero ella no tiene sentimientos y jamás me corresponderá. Yo no soy un Lobo.

Blanche sintió las manos de su esposo subir por sus muslos, hasta la cinturilla de los pantalones cortos. Tiró de la prenda para sacársela por las piernas y ella se sujetó a la silla, sintiendo que todo su cuerpo entraba en combustión.

—Yo solo aplaco su fuego cuando ella lo desea —dijo él, pero Blanche apenas entendió lo que decía. Los párpados le pesaban, sus brazos y sus piernas no respondían a sus órdenes. Sintió los labios masculinos en la sensible piel del interior de las rodillas y se estremeció, notando el aguijonazo del deseo atravesándole el estómago—. Solo soy un humilde siervo de la Cordera, la que busca emociones.

—Robert...

—Calla, no digas nada —murmuró él cubriéndole la boca con los dedos—. Déjate llevar, Blanche. Estoy aquí, siempre lo estaré. Pase lo que pase.

Continuará...

Nota: Si te ha gustado el relato, no dudes en compartirlo. Te invito a que dejes algún comentario, es importante para mí. ¿Cómo te gustaría que siguiera la historia?




Si te gusta el contenido general del blog, quizá te pueda interesar:

Pura raza, una novela erótica en seis actos al estilo Cuentos íntimos. Seis capítulos repletos de pasión y erotismo para narrar un tórrido romance entre una dama arrogante y un hombre de honor. Puedes leer un avance del primer capítulo aquí. Y si te gusta, puedes encontrarlo en Amazon por 2,99€



¿Quieres escribir una novela erótica? Ofrecemos servicios editoriales para darle a tu obra el toque íntimo que necesitas. Corrección gramática y de estilo, informes de lectura, redacción de contenido, artículos, recursos, consejos y mucho más en nuestra página web: Cuentos íntimos | Erótica servicios editoriales.

2 intimidades:

  1. Anónimo13:22

    Este capitulo me ha encantado como siempre. Esperando la continuación, besos!!

    ResponderEliminar
  2. Interesante....espero seguir leyendoye

    ResponderEliminar

¿Qué te ha parecido esta intimidad?