Fue un doloroso hormigueo de su mano adormecida lo que hizo despertar finalmente a lady Kirbridge. El cálido recuerdo de las caricias, los besos y la desenfrenada pasión de lord Kirbridge la obligaron a abrir los ojos cuando recordó que, al límite de sus fuerzas, había perdido el conocimiento por ser incapaz de aguantar más tiempo el descontrolado placer. Al incorporarse todo su cuerpo protestó de dolor y decidió que era mejor quedarse quieta; se sentía como si la hubiesen enterrado en arena.
Estaba desnuda, aunque lo correcto hubiera sido decir que continuaba desnuda; estaba en la misma habitación y en el mismo lugar dónde su hombre la había poseído con rabia. ¿Y él dónde estaba? Reunió energía suficiente para moverse y sentarse. Un calambre tensó los músculos de sus nalgas y gimió al notar aquella cosa todavía metida ahí. Un sudor frío le bajó por la frente y se le agitó la respiración. Entonces, se rozó los pechos con el brazo y descubrió que las pinzas seguían clavadas en sus pezones. Se le escaparon unas lágrimas por el dolor. Con una temblorosa mano, cogió con mucho cuidado el extremo de una de las pequeñas pinzas para evitar nuevos tirones y la abrió para liberar su carne.
- Oh, dios... - juró al sentir el alivio que suponía aquello. Repitió la misma operación con su otro pecho y pudo respirar más tranquila. Se secó las lágrimas de los ojos y se frotó los pechos para aliviar el escozor, con caricias lentas y suaves. Una mano se posó sobre su cabeza.
- ¿Me has oído decir que podías quitarte las pinzas? - la voz de lord Kirbridge surgió desde algún lugar a su espalda y la envolvió como un prieto abrazo, dejándola sin respiración. Se puso rígida. - No, no te gires, quédate dónde estás.
Lady Kirbridge dejó escapar el aire con una larga exhalación, su pulso se aceleró y la sangre de nuevo caliente recorrió todo su cuerpo. La mano presionó su cabeza hacia abajo, con exigencia pero sin violencia y ella, poco a poco, se fue inclinando hacia delante. Él no dijo nada más, pero ella sabía que si continuaba inclinándose, perdería el equilibrio; se arrodilló y se apoyó con las manos para evitar una caida. Finalmente, su frente tocó el suelo y su trasero se elevó, dejándola en una postura demasiado impúdica para su gusto. El deseo se había enfriado un poco y una lenta corriente de inseguridad y temor le bajó por el vientre. Se sintió terriblemente avergonzada por tener las nalgas al merced de lord Kirbridge. Aunque no era precisamente tener el culo expuesto de esa forma sino lo que había entre ambas nalgas, el juguete que sobresalía vergonzosamente por los dos montecitos.
- Repetiré la pregunta, ¿me has oído decir que podías quitarte las pinzas?
- No - dijo ella, con la voz atascada en la garganta. Un fuerte impacto contra su nalga la hizo morderse los labios. Un inesperado azote de su dura mano que le arrancó un grito. - No, mi Amo - se corrigió rápidamente. Un ardiente calor bañó la piel golpeada.
- Entonces, ¿por qué lo has hecho? - exigió. Buena pregunta.
- Porque... - realmente no sabía porque, pero se obligó a si misma a contestarle con la verdad. - Creí que... que ya habiamos... terminado.
- ¿Terminado? - lord Kirbridge emitió una risa tenebrosa. - Aunque hubieramos terminado, que no es el caso, no te he dado permiso para quitarte lo que te he puesto. Igual que tampoco te he dado permiso para desmayarte.
- ¡No puedo controlarlo! - se quejó ella, sintiendo que estaba siendo injusto con ella.
- ¿Cómo dices? - exigió con voz suave. Aquella pregunta la llenó de calor y apretó los labios. Se encogió un poco, sabiendo que había obrado mal de esa forma y se reprendió sobre ello. - Puedes controlarlo, y vas a controlarlo. Igual que cuando te pido que te corras para mi, igual que cuando te ordeno que no lo hagas; del mismo modo que puedes reprimir tu deseo cuando yo así lo exijo. No me digas que no puedes controlarlo cuando sabes que sí puedes. ¿Está claro?
- Sí... sí, mi Amo.
- Muy bien. Ahora quiero que metas las dos manos entre tus muslos y retires el juguete de tu trasero. Y levanta bien el culo, quiero ver cómo lo haces y tener una buena vista del proceso.
A lady Kirbridge se le vino el mundo encima ante tal petición. Cierto era que ya había pasado por eso antes, que lord Kirbridge había profundizado entre sus nalgas otras veces y que el placer que sentía ahí detrás superaba todas sus espectativas. Pero la vergüenza no se perdía con facilidad y su entrada trasera estaba abierta y palpitante y no sabía lo que pasaría si ahora se sacaba el juguete de ahí. Es que no quería ni penssar en ello, o correría a esconderse bajo la cama. Aún así, se encogió lo suficiente para que sus manos alcanzaran su sexo, una tarea complicada por la postura. Era un tanto humillante estar así, doblada y encogida, con las manos sobresaliendo por detrás de sus muslos y el enorme objeto dentro de su cuerpo. Respiró hondo una vez más y procedió a cumplir la orden. Pero alcanzarlo no era en absoluto algo sencillo, lo que provocó una terrible vergüenza en lady Kirbridge. Sentía sobre el dorso de sus manos la suave crema que manaba de su sexo, el tacto pegajoso de sus muslos, el sudor tras una frenética lucha y el aroma a sexo y a hombre que tenía pegado a la piel. En cierto modo esto le agradaba, pero lo consideraba tan sucio que la hacía sentirse violenta consigo misma.
Lo único que salvaba estos pensamientos era saber, tener la certeza, de que lord Kirbridge deseaba verla tal y como estaba ahora: exhuberante como una flor en primavera.
Sus dedos tocaron el juguete y estiró los brazos un poco más, aguantando el peso de su cuerpo con la parte superior de su cuerpo. Una vez afianzado entre los dedos, tiró del artilugio hacia fuera. El grosor, de proporciones desmedidas según su percepción, la forma, redonda y curva; todo eso pudo sentirlo mientras tiraba hacia afuera y la sensación de abandono la hizo gemir y retorcerse inquieta. Estaba a punto de escaparsele de las manos y eso la hizo sentirse aún más avergonzada por las sensaciones que provocaban en su cuerpo. Apretó los labios aguantandose las ganas de llorar de frustración y sacó por completo el juguete dejándolo caer al suelo. Se lamentó, profundamente avergonzada.
- Maravilloso. No te muevas.
Lord Kirbridge no se andó con juegos ni quiso recrearse en su denigrante postura, alabando su precioso cuerpo indecorosamente expuesto como habituaba a hacer. Ella supo entonces lo que vendría a continuación y el pudor que hasta ahora trataba de controlar sus emociones se esfumó de un plumazo, haciéndola sentir extrañamente especial: estaba a su completa disposición para lo que él deseara hacerle a su cuerpo.
Sintió que se arrodillaba tras ella y le acariciaba la espalda, bajando por su columna, hasta presionar las dos manos contra sus ompólatos mientras acercaba las caderas a sus nalgas. Su pene, enhiesto y endurecido, se situó sobre el convenientemente dilatado orificio y presionó sobre él penetrando en las profundidades de su cuerpo. Lady Kibridge gimió con ansiedad durante la eternidad que duró aquella penetración, larga, sin pausa, traspasando todas las barreras; le dolía, porque él era más grande, más grueso, más largo y no se detuvo ni un momento, no la dejó respirar hasta que ya no quedaba más espacio y creyó que la inundaría por completo. Inclinándose hacia delante, lord Kibridge dejó caer todo el peso de su cuerpo sobre el de lady Kibrige, aumentando así la sensación de plenitud, llegando hasta dónde no había llegado antes, muy profundamente. Sus cuerpos quedaron completamente unidos. La mujer se deshizo en gemidos, sintiendo detalles especiales en aquella unión, como el resbaladizo pecho de lord Kibridge cubriendo su espalda, la dureza de sus muslos presionando contra sus nalgas o el delicioso grosor de su sexo colmándola. Podía sentir incluso su aliento en la oreja y, de una forma menos precisa, notaba en la punta de sus dedos los pesados testículos. Estos detalles reafirmaron el placer que sentía y empezó a respirar con agitación. El poco espacio que tenía, contra el suelo y con el enorme peso de lord Kiribridge encima, no le permitian abarcar todo el aire que necesitaba y eso la hizo jadear con más irregularidad. Entonces, él se retiró un poco, permitiéndole sentir como abandonaba su cavidad, como le dejaba espacio para respirar, para después empujar con tanto ahínco que le arrancó un grito y la aplastó contra el suelo. Lord Kirbridge permaneció unos segundos así, presionando contra ella, ahogándola, llenándola; se inclinó todavía más hasta tocar el suelo con los brazos y al empujar la obligó a doblarse en una postura imposible. La profundidad a la que él llegaba era inconmensurable.
- Me siento muy bien estando aquí... hundido en tu culo - siseó en su oreja. Su tono ronco, con un timbre calmado, en un intento de sonar impasible pero sin poder ocultar su ansiedad, llenaron a lady Kibridge de una irrefrenable impaciencia. Empujó hacia el hombre para tenerle, si eso era posible, todavía más dentro. Su movimiento arrancó un decadente suspiro masculino que vibró en sus entrañas, haciéndola enloquecer. - Eres una niña muy, muy mala. - La mano de lord Kirbridge rodeó su nuca y la obligó a hundir la cara en el suelo. Alzándose tras ella, descargó un doloroso manotazo en su trasero y con lentitud, fue abandonando el cálido refugio en el que se encontraba. - Y una niña impaciente, una niña insolente, una niñita muy sucia y lujuriosa... eres mi niña mala.
Lady Kirbridge se convulsionó de rabia sintiendo como él salía de su interior, con deliberada lentitud, recorriendola por todo el camino. ¿Cómo podía ella soportar aquellas palabras? ¿Cómo era él capaz de contenerse de esa forma? ¿Cómo podía desear ella ser penetrada por ahí detrás? Cuando parecía a punto de salir, volvió a hundirse profundamente, llenando la mirada de lady Kirbridge de luces de colores.
- Más... - se encontró ella pidiéndole. - Más, por favor, necesito más... haz eso otra vez - sollozó. Él se lo concedió, saliendo y entrando una y otra vez. Acarició sus nalgas y las separó para tener una mejor vista, deleitándose con los movimientos. Ella cambió pronto de opinión con ese tipo de atenciones, ahora necesitaba que él se detuviera para poder respirar. Pero él ya no iba a detenerse, ahora ya no había vuelta atrás. - Por favor... - ni siquiera sabía qué era lo que estaba pidiendo por favor. Sentía sus propios fluidos gotearle en las manos, ni siquiera estaba penetrando su sexo y este se contraía en busca de algo a lo que aferrarse. - ... favor...
Los gemidos de ambos se mezclaron y los cuerpos se cubrieron de una fina pátina de sudor. Sin permitirle ni un momento de pausa, lord Kirbridge encontró un ritmo profundo y decadente, llevando el absoluto control de la situación. Bajo él, el cuerpo de lady Kibridge se estremecía de lujuria y necesidad cada vez que lo penetraba y sus gemidos se entremezclaban con unos delicados sollozos. Sujetándola por la nuca y por la cadera, clavándole los dedos en la tierna carne de su cintura, observó el rojo resaltando sobre la blancura de sus nalgas, que se estremecían con cada dura embestida. La humedad de ella bañaba sus cuerpos en el lugar que se unían, las lágrimas le caían copiosas y las suaves yemas de los dedos de la mujer rozaban su sexo en increibles caricias. Se fundió en ella hasta frotar piel contra piel furiosamente, penetrandola por detrás sin cuidado, escuchando sus gritos de absoluta satisfacción.
- Metete los dedos y tócate para mi.
La frase irrumpió a través de la espesa bruma de placer en la que estaba envuelta. Rozó su sexo con los dedos y logró introducir dos con suavidad. La atención prestada a su otro lugar sirvió para excitarse más, a mayor velocidad, en una tormentosa pelea por alcanzar un clímax al que parecía imposible llegar. Lord Kirbridge la colmó de halagos ante su gesto, ante la forma en la que ella se acariciaba mientras él la penetraba y eso elevó su espíritu muchos metros más arriba. Los gemidos, desgarradores aullidos de placer, se perdían en la inmensidad de la habitación, igual que un sonido muy caracteristico que palpitaba en la conciencia de lady Kirbridge, el repiqueteo de sus cuerpos en movimiento.
Su cuerpo se tensó. Quiso evitarlo, frenar el orgasmo; sus músculos se marcaron contra su piel en un colosal intento por detener lo que iba a suceder, pero entonces lord Kirbridge presionó con mayor fuerza contra ella, aullando como una bestia infernal. Lady Kirbridge jadeó sintiendo que el mundo se ponía del revés de sopetón y se convulsionó febrilmente en brazos del hombre, que a su vez la inundaba con su ardiente semen de forma descontrolada. Siguió penetrándola, alargando el terrible orgasmo que le robaba el aliento y hacía estallar su corazón hasta sus últimas fuerzas. Y entonces se derrumbó sobre ella, los dos temblorosos y exhaustos, tratando de recuperar el sentido y el control de sus respiraciones.
No pasó mucho tiempo antes de que lord Kirbridge se apartara de ella, permitiéndole espacio para respirar. Ella no podía moverse, con todos los músculos adormecidos y los dedos dentro de su sexo. Cuidadosamente la tumbó de espaldas y estiró sus piernas, pasando un brazo por debajo de ella para sostenerla contra su pecho. Le apartó las manos de su entrepierna y sustituyó los dedos femeninos por los suyos propios, en una última caricia a modo de despedida mientras la besaba con dulzura.
- Correte sobre mi mano, pequeña - le susurró sobre los labios. Ella, casi inconsciente, se derramó sin contención, estremeciéndose y cerrando los ojos para aliviar la vergüenza y el éxtasis que sentía. - Mírame - pidió lord Kirbridge. Ella abrió los ojos, brillantes de admiración y felicidad, sumergiéndose en la mirada del hombre que era dueño de todo su ser y el centro de su existencia. - Te amo.
Ella también lo dijo, pero sin voz, justo un momento antes de echarse a llorar sin control. Para él fue suficiente, la rodeó en un tierno abrazo y la meció suavemente, consolándola. Se besaron y se acariciaron. Descansaron y recuperaron fuerzas. Lord Kirbridge bañó su cuerpo y cubrió sus heridas con bálsamos; le dio de comer con sus propias manos y luego la llevó a la habitación, dónde unas sábanas esperaban ser revueltas por otra noche de pasión. Ya no había lugar para dudas, lady Kirbridge era completa y exclusivamente de lord Kirbridge.
Un océano de niebla de Elizabeth Bowman - Narrado por Arancha Del Toro
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Sinopsis:
El mundo se ha terminado para Gillian ahora que él la ha abandonado. Es
cierto que una niña ha nacido de los dos. Pese a eso, ella no puede co...
Hace 1 hora
Me ha encantado esta continuación, y me trae un gusto a final de esta parte? O quizás no, en todo caso, me parece increíble la relación de lady y lord Kirbridge. Esa dominación cubierta por la ternura. Esa forma de complementarse. Besos guapa, y feliz finde
ResponderEliminarAy... Este Lord Kirbridge es un lobo con corazoncito... Eso sí, antes de dejarse acariciar da mucha batalla.
ResponderEliminarCómo estoy suspirando con esta serie... Cuando pienso que has alcanzado ya el límite de la excitación vuelves a sorprenderme. Simplemente, me encanta. Los personajes, las situaciones, todo... Aunque a la pobre Lady Kirbridge deberían darle un premio después de semejante experiencia intensa.
Nunca se con que quedarme...si en el fragor de la batalla, la lucha del dominante por someter a su esclava llevándola hasta el límite de su cordura o ese final, ainsssss. Sin duda sin un final así no sería lo mismo, yo no podría como sumisa de mi Amo pasar por todo eso y no tener un final así. Es tan necesario como el respirar.
ResponderEliminarBueno, que me enrollo, jaja. Genial como siempre y espero, esperamos que no tardes en continuarla.
Mil besos.
Yo sé de esas lágrimas y al parecer, tú sabes de esas lágrimas. Tu mente y tus dedos lo plasman perfectamente, en el exacto momento.
ResponderEliminarAhora sí te dejo un ssuuuuuuuuuuuper besote, jejejeje ;)
No hay esfuerzo y aguante sin recompensa. Aunque sea una caricia o un beso, aunque sea un "Te amo", todo merece la pena por aquel a quien te entregas!
ResponderEliminarDespués de leer los que me había perdido y leer este, me quedo con un buen sabor de boca ;)
Gracias por regalarnos tan preciosa historia!
Un besazo enorme =)
Creo que esta parte de la historia es la que más me ha gustado... No sé, ha estado sublime, espectacular... y el sexo anal ha sido brutal!.
ResponderEliminarSip, definitivamente, esta escena me ha encantado >.<
Gracias guapa por compartirla!.
Bueno mi niña linda, hasta otra!, muak!
Pd: Por cierto Paty querida... ¿que tal llevas la corrección de la historia "Hilo Rojo Del Destino"?. En cuanto lo tengas, Anna comenzará con la maquetación y en poco tiempo, tendremos el proyecto terminado! X.x
Xao!
Hola Paty;
ResponderEliminarBueno, pues solo puedo decir que no t3ngo palabras. Me he leído todo lo que me quedaba de esta historia, desde mi último comentario, sin parar. Ni siquiera he podido comentar en los otros capítulos.
Me ha encantado, te lo digo de verdad. Lord K es más despiadado que Lord C y sin embargo me gusta mås. En fin, no me enrrollo más. Mis felicitaciones por la historia.
Besos.
Hola hace muy poquito encontré tu blogs me ENCANTAN tus hidtorias. Estoy feliz de haber encontrado una escritora que me sorprenda!!! y los personajes son geniales tanto los masculinos como femeninos. en este releto en particular me quedan algunos baches por ejemplo por qué lord KIRBRIDGE llevo a su esposa a manos de lor Crawford? sería por temor de la reacción de su esposa...
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