Las lágrimas le resbalaban por las mejillas, copiosas y sinceras. Los afilados bordes del placer al que estaba siendo sometida en ese preciso instante eran más afilados de los que podía soportar. Emitió unos sonoros gemidos, demasiado escandalosos para su decencia, con la intención de hacerle entender que necesitaba que se detuviese. Pero él no lo hizo y la furiosa necesidad de liberación y alivio fue carcomiéndola por dentro. Cada vuelta que los dedos de lord Kirbridge realizaban sobre su inflamado brote, la tensión crecía en su cuerpo. Los músculos de sus piernas estaban tan rígidos que empezaban a hormiguearle y los brazos le dolían de tenerlos sujetos en alto. El cuero le rozaba las muñecas y tenía la sensación de que se estaba desollando la piel de las articulaciones. También, a su pesar, era consciente del calor y del fuego que rugían en su interior con una voracidad letal. Mordió con más fuerza la cadena que tenía en la boca, tironeando sin querer de sus doloridos pechos y se agitó con su último aliento en un desesperado intento por apartarse de tan sensuales caricias. Pero no había manera humana posible de suplicar a Conrad Kirbridge que dejara de acariciarla como lo estaba haciendo.
- No te corras - ordenó el hombre con severidad.
Ella negó con la cabeza, lamentándose, estirando sin querer sus maltratados pezones. Estaba desesperada, cualquier movimiento que hiciera estaba condenado a ser un tormentoso placer. "Detendente, por favor..." pensaba sin parar. "No puedo más, no puedo más, por favor, detente". Se lo repetía una y otra vez. A punto estuvo de abrir la boca y pedir clemencia en voz alta; pero cuando su determinación ya flaqueaba, lord Kirbrdige lentificó sus caricias y deslizó los húmedos dedos por la piel de su vientre, poniendo fin a tan horrible tortura. Lady Kirbridge se desplomó, resoplando por la nariz y colgando de los brazos, mordiendo la cadena como si le fuera la vida en ello. Se estremecía de pies a cabeza, excitada hasta límites imposibles, y sollozaba quedamente, entre asustada e impresionada, con la certeza de que si él volvía a ponerle las manos encima, se desmayaría de placer. Crawford lo consiguió la primera vez y la castigó por eso. ¿De qué manera la castigaría su esposo si se rendía? Él sería severo, inflexible, se encargaría de que jamás lo olvidara. Pero no podía hacerle eso, no podía desmayarse así, de buenas a primeras, como una débil y frágil mujer. Era una dama, sí; decente, también. Pero era fuerte, no iba a decepcionar a su hombre cuando él estaba colmándola de atenciones.
- Espléndida.
La voz de Kirbridge la trajo de vuelta a la realidad. Volvió a poner los pies en el suelo y se irguió con orgullo cuan larga era, permitiendo que él pudiera ver su cuerpo a placer. No sentía vergüenza ni pudor, no había motivo para eso, si la había desnudado y maniatado era precisamente para poder contemplarla; ayudaba mucho que sus halagos le calentasen el corazón con la misma potencia que sus besos o sus caricias le calentaban la piel.
Lord Kirbridge le quitó la cadena de la boca y la dejó caer por su propio peso. Ella respiró algo aliviada, aunque seguían ardiéndole los pechos, especialmente en las cimas. Con una amorosa caricia del dorso de la mano le limpió de saliva la comisura de los labios y el mentón, algo que a ella le pareció terriblemente embarazoso. Pero su posterior beso, ardiente y posesivo, le hizo olvidar ese detalle. Trató de pegarse a su cuerpo mientras él tomaba el control de sus labios y de su lengua y se vio correspondida con un cálido abrazo. El contacto con el cuerpo masculino le arrancó un gemido de necesidad, sintió sobre su sensible pubis la excitación de lord Kirbridge y en la punta de sus pechos el roce de la camisa de él se volvía sensualmente doloroso. No lo pudo evitar, en cuanto las manos de su esposo comenzaron a acariciarle la espalda, ella se frotó a su cuerpo invadida por un ataque de lujuria. Él emitió una risa caversona que vibró por toda su piel, aumentando en lady Kirbridge la necesidad de alivio.
- ¿Qué deseas que te de, mi amor? - le preguntó sobre los labios calientes sin separarse ni un centímetro de su desnudo y tembloroso cuerpo.
- Todo - respondió sin pensar. Su respuesta volvió a provocar una risa, tan grave, que lady Kirbridge sintió que se corría sólo de escucharle reir. Gimió y se estremeció impaciente, incapaz de controlar el deseo y las ganas que tenía de tener a lord Kirbridge hundido entre sus piernas. Nunca imaginó que pudiera tener un pensamiento tan obsceno como ese; pero tampoco imaginaba antes que su sexo podía humedecerse sólo con unas pocas palabras bien dichas en el momento preciso.
- Te lo daré - dijo él, jadeando sobre su boca abierta, presionando su regazo hinchado bajo la ropa contra los sensibles muslos de la mujer. - Pero te lo daré cuando yo quiera, no cuando tu quieras. Tenemos un trato, mi húmeda esclava, y todavía no has recibido tu castigo.
Ella inspiró profundamente con la voz atascada en la garganta, pero se atrevió a decir lo que pasaba por su cabeza, escandalizándose a medida que las palabras salían de su boca.
- ¿No es ya suficiente castigo no tenerte dentro? - preguntó con las mejillas rojas por el rubor.
- No, no lo es - sentenció con la voz ronca.
Se alejó de ella y el frío la invadió, erizándole la piel brillante por el sudor; el esfuerzo de soportar sus caricias la estaba agotándo muy rápidamente. Gimió por su ausencia como un animal herido, sintiendo la copiosa humedad de su sexo resbalarle por las rodillas, una sensación tan dulce como indecente. Escuchó que él gruñía y el sonido ronco la humedeció más aún. ¿Era
posible morir deshidratada por algo así?, pensó al notar que su sexo
seguía licuándose como un trozo de hielo al sol. Un momento después, sintió el calor que desprendía el cuerpo del hombre en el lado derecho del cuerpo. Luego lo sintió en la espalda, después a la izquierda. Estaba dándo vueltas alrededor de ella. Podía notar su mirada en cada recóndito lugar de su cuerpo y eso le provocaba un hormigueo intenso en el vientre y una quemazón entre las nalgas; palpitaba de deseo por sus atenciones, se le contraían todos los músculos del sexo, ávidos, ansiosos. No podía controlarse.
- Necesito marcarte - murmuró entonces el hombre en voz baja. - Necesito hacerte mía, borrar las marcas de otro hombre, imponerte las mías; serán tan profundas que cada vez que las veas, cada vez que te las acaricies para aliviar el escozor, recordarás el profundo placer que sentiste cuando te las hice. ¿Estás de acuerdo?
Ella no pudo responder de inmediato porque sus palabras sonaban peligrosas y prometían dolor, mucho dolor, tal vez un dolor que ella no sería capaz de soportar. Él esperó su respuesta en silencio, sin presionarla; pero era ella quién se sentía presionada por la situación, por todo. Y, en lo más hondo, deseaba ese dolor que él prometía. No sabía si le gustaría, pero sí sabía que deseaba con toda su alma recordar este momento, el momento en que él volviera a hacerla suya de nuevo y esta vez de una manera definitiva.
- Sí, Amo, estoy de acuerdo - declaró con decisión. Él la recompensó con una caricia a sus pechos hinchados, jugueteando con las pinzas que apretaban dolorosamente sus pezones.
- Te quiero, mi amor. No puedes hacerte una idea de lo mucho que te quiero.
Su frase terminó y con ella vino un chasquido cortando el aire. Inmediatamente después, lady Kirbridge sintió el impacto contra la estremecida piel de sus muslos y una suave quemadura invadió sus piernas disipándose con un hormigueo; gimió, sin poder contenerse, debido a la sorpresa que le produjo la sensación y a la certeza de reconocer el arma que el hombre tenía en las manos. No se trataba de una firme y flexible vara como la que Crawford había usado, tampoco era su cinturón y no eran sus manos. Cerró los ojos debajo de la venda y visualizó la imagen de lord Kirbridge empuñando un látigo, derritiéndose al instante ante el intenso poder de su imaginación. Se humedeció un poco más, fantaseando con la asombrosa y elegante figura de su esposo sosteniendo aquel instrumento el alto con el puño cerrado, una imagen que debía causarle terror pero que solo le provocaba temblores de excitación. Cualquier atisbo de cordura se borró de un plumazo cuando el dolor se disolvió lentamente como una caricia y un ardiente hormigueo le sustituyó, bajándole por las rodillas hasta los pies. Encogió los dedos y se mordió el labio, con todas sus terminaciones nerviosas al borde de un precipicio. El hombre volvió a levantar el látigo haciendo gala de una impreisonante habilidad para golpear horizontalmente las dos nalgas a la vez con dolorosa ternura. Se sorprendió por la forma en que el largo cuero le envolvió la cadera para golpearle, rodeándola como una caricia.
- Oh - gimió por la sorpresa. Otro golpe, más fuerte que el anterior, le azotó el muslo derecho y le provocó un intenso y picante escozor. Ese había dolido de verdad, pero la sensación de calor que permanecía unos segundos después le gustó mucho. Demasiado. En lo más hondo de su ser deseó más, deseó envolverse todo el cuerpo con ese calor.
- Te gusta esto - susurró él, emocionado, como si no lo creyera.
- Sí - admitió lady Kirbridge, tirando por la borda toda vacilación. Ya no importaba lo que él pensara de ella, ya pensaría después en la atrocidad que acababa de confesar, ahora solo quería verse azotada sin piedad por todas partes. Se vio recompensada con un erótico latigazo vertical entre las piernas, restallando contra su pubis. Encogió el cuerpo, con un lamento cargado de excitación brotando de sus labios hinchados. El siguiente azote fue para sus pechos, lo más sensible y vulnerable de todo su cuerpo. Fue una picante caricia que la hizo gritar.
Algo hizo ese gritito para avivar el fuego en lord Kirbridge. Escuchó que se movía de nuevo, caminando en círculos alrededor de ella, descargando sin medida precisos golpes por todas partes. Por sus pechos, por su cintura, por sus brazos, por sus tobillos. Cada azote le provocaba una sacudida por todo el cuerpo y las cadenas tintineaban con mayor claridad en aquel silencio. Solo se escuchaban los jadeos y gemidos de ella al compás de los chasquidos del látigo. Aquello era tan depravado que empezaba a aterrorizarla, no podía creer que su esposo pudiera transformar el dolor en algo tan placentero.Todo su cuerpo se perló de sudor. Sintió que se le pegaba el pelo a la piel, que finas gotas resbalaban por su espalda y sus costados, bajo su pecho, y que el frío de la habitación le erizaba todo el vello. La piel le ardía con furia allí dónde el látigo la había mordido y su sexo no hacia más que palpitar y contraerse. Se sentía al borde del abismo, a punto de tener un orgasmo, con una mezcla de terror y deseo atenazándole las entrañas. No lo entendía, no podía entenderlo, no era racional nada de lo que estaba ocurriendo. Escuchó a lord Kirbridge resollar tras ella debido al esfuerzo. Levantó las nalgas ofreciéndole un blanco perfecto y él descargó con fuerza una serie de latigazos que la hicieron gritar hasta que volvió a caer rendida y agotada, sin energía para seguir sosteniéndose con las piernas, colgando de las muñecas.
Con rapidez, lord Kibridge la liberó de las cadenas del techo y la sostuvo entre sus brazos, apretándola a su pecho. La depositó amorosamente en el suelo sobre algo cálido y le quitó la venda de los ojos. Tenía la mirada enturbiada por las lágrimas, así que solo vio la sombra de la silueta de su marido inclinarse sobre ella para besarla con mucha dulzura. Sintió su mano, poderosa y áspera, sobre uno de sus pechos, acariciándo alrededor de su pezón apretado en la pinza. Luego su boca la abandonó. Su protesta fue sustitutida por un profundo gemido cuando el hombre rodeó la tiesa cima con los labios y deslizó la lengua alrededor, retorciendo la pinza en el proceso. Lady Kirbridge pensó que moriría de rabioso placer, que ya no podía seguir humedeciéndose más, que su cuerpo había llegado al límite de sus posibilidades. La sensación de rugiente pasión aumentó cuando el hombre liberó por fin su pecho de la pinza y el calor le explotó allí, expandiéndose por todo su cuerpo. Que besara su pezón justo después aliviaba en parte el dolor, pero no lo hacía desaparecer. Negó con la cabeza, porque sabía que cuando él hiciera lo mismo con el otro pecho, iba a desmayarse. Ni siquiera podía mover los brazos para apartar a lord Kibridge, los tenía dormidos, inútiles apéndices reposando a sus costados. Tras unos besos, tras una succión deliciosa, le llegó el turno a su otro pecho. Chilló y gimoteó, pero fue consciente de arquear la espalda para acercarse más a la exigente boca de su marido. Estaba loca de placer y no sobreviviría a aquella noche. Esa certeza era tan grande como las lágrimas que le caían por las mejillas.
- Eres deliciosa, sabes tan bien... - decia él hablándole a sus pezones, aunque ella no entendía ninguna de sus palabras; estaba perdida, sumergida en un mar de sensaciones. - No puedo más, mi amor, no puedo más... - murmuraba con la voz ronca.
Un rayo de luz atravesó la mente de lady Kirbridge al escuchar el tono en la voz del hombre. Otra vez estuvo a punto de correrse, pero, conscientemente, se esforzó por aguantar las ganas. Comprendió que lord Kirbridge estaba en la misma situación que ella, a punto de explotar. Sintió que se movía y desvió la mirada hacia Él, contemplándole con absoluta devoción. Tuvo que levantar la barbilla y echar la cabeza hacia atrás para seguir su movimiento y todo su mundo quedó del revés. Aún así, pudo ver que se situaba de rodillas sobre su cabeza y con una mano le rodeó la nunca, obligándola a estirar el cuello y echar la cabeza mucho más hacia atrás.
- Abre la boca - exigió con rudeza.
Obedeció sin pensar, temblando de deseo. Sí, sí y sí, decía su cabeza, aunque no sabía a qué era a lo que estaba diciendo sí. Cuando algo duro y cálido tocó sus los labios se volvió rabiosa de placer y estiró la cabeza para alcanzar lo que quería, atrapando entre los dientes la maravillosa erección de su amado esposo. Escuchó que gemía profundamente, que la mano con la que sostenía su cabeza se crispaba y que el fabuloso y ardiente miembro que tenía en la boca se hinchaba un poco más. Se removió excitada y gimió, transmitiendo aquella vibración al sexo de lord Kibridge, presionando su carne con la lengua. Sintió algo húmedo y salado brotar de él, lo chupó con delicia. Tenso como una cuerda recién afinada, jadeando pesadamente, lord Kirbridge se inclinó hacia delante. Lady Kirbridge movió de nuevo la cabeza para introducir más carne en su boca, quería saborearle, devorarle, tenerle dentro de la forma que fuese. Cuando tocó el fondo de la garganta se lo tragó, gratamente complacida, sin pensar en nada, escuchando el ronco gemido de lord Kirbridge. En su cabeza no hubo sitio para otra cosa, solo pudo pensar en devorarle, comerlo por entero, saborear su calor y su pasión, exprimir cada gota de esencia masculina que brotaba de su precioso sexo. El calor que sentía en la piel creció varios grados más hasta el punto de dejarla con la sensación de estar ardiendo, de estar a punto de prenderle fuego a las cortinas. Se sentía caliente por dentro, enloquecida y maravillada. Algo rozó su brazo y reconoció la mano de lord Kirbridge deslizándose por su piel hasta su mano. Se agarró a él mientras lo devoraba, entrelazandose a los dedos de su mano. Lo que pasó después fue violento y extraño, de pronto el hombre le desabrochó el collar y sujetándola con las dos manos, se introdujo lentamente dentro de su boca, tan despacio que sintió todos cada uno de los músculos que formaban aquella maravilla de la naturaleza en la punta de la lengua. Lady Kibridge se arqueó, pero él traspasó su garganta sin esfuerzo, invadiéndola; al momento siguiente algo caliente le inundó el pecho. Gimió con ardor escuchando con claridad el rugido que surgía desde lo más profundo del alma del hombre, con la garganta repleta. Apretó los labios y los dientes, estremeciéndose de intensa lujuria, llenándose las mejillas de con su tamaño. Lo sintió temblar en su boca, palpitar, derramarse en su interior durante lo que le parecieron largos minutos hasta que poco a poco, la intensidad del orgasmo fue remitiendo; sus gemidos fueron las notas musicales más deliciosas que hubiese escuchado antes.
Despacio, lord Kirbridge abandonó su boca, acariciándole el hueco de la garganta con los dedos. Ella se relamió los labios con una sonrisa de pura satisfacción.
- Te quiero - susurró lady Kirbridge con la voz preñada de emoción, como si acabara de confesar algo que llevase mucho tiempo escondiendo. Con la cabeza echada hacia trás, observó la brillante mirada de lord Kibrdige, que sonreía con el rostro relajado y sonrojado. Por una vez, tenía el pelo revuelto y un aspecto seductoramente desaliñado. Se inclinó para besarle los labios, tocándolos con ternura, esos labios que momentos antes rodeaban con avaricia su carne caliente. Después, alargó la mano para dar un toquecito entre los pétalos de lady Kirbridge.
- Córrete - le ordenó suavamente.
Sin poder creerselo, lady Kirbridge se vino abajo con la furia de una tormenta...
Fantástico como siempre! Te felicito y espero con ansias la continuación ;)
ResponderEliminarUn besazo muy grande!
Madre miaaaaaaaaaaaaaaaaaa, hasta yo creía que se iba a desmayar sin remedio, vamos yo casi lo hago.
ResponderEliminarQue momento más sublime, dolor convertido en placer, el mecanismo que consigue hacer eso va más allá de lo entendible.
Más, más, más, más.....jajaja
Un besazo Paty.
Estoy maravillada por la resistencia de esta mujer,cuantas sensaciones se han despertado dentro de mi .Mmmmm me ha gustado muchísimo leerte, dejo besitos ;)
ResponderEliminarLope terminó así un soneto:
ResponderEliminar"...troquemos el discurso o el vestido/toma mi seso y dame tu locura."
Llevo como media hora suspirando después de leer eso. No sé si de amor o de lujuria...
ResponderEliminarRespirad todas hondo un momento... que la historia continúa xD
ResponderEliminarMaravilloso... Como siempre... Encantada de leerte de nuevo ^.^ Muak!!!
ResponderEliminarQue atrasada iba yo con esta historia. Que intensidad ha tenido esta entrega, ese dolor mezclado con placer, o que se trasforma en placer, mejor dicho. Estupendo, como siempre. besos!!!
ResponderEliminarPensamientos tan obscenos son los que tengo yo ahorita mismo y no sólo en la cabeza :S
ResponderEliminarEs que yo no aprendo y siempre vuelvo por más, ni bien iniciado el día... y no puedo hacer nada para aliviarlooooo, Patyyyyyyyy!!!
Me inunda el pecho las muestras de amor durante el relato. Es algo que vivo y complementa a la perfección cada segundo.
Ahora no te dejo besitos ni na, que ando como loquita tratando de reponerme XD!!!