Reincidencia (IV)

El señor Ford no se tomó la molestia en disimular una mirada por todo el cuerpo de lady Kirbridge, todavía a medio cubrir. Ella subió el vestido con torpeza, sintiéndose espiada y penetrada, igual que cuando Crawford la miraba. Era una sensación tan incómoda como gloriosa. Pero no era lo mismo tener delante a un hombre de aspecto recio todo buenos modales mirarla de arriba a abajo, que ser vigilada desde el espejo de un coche en marcha; la oscuridad y la atención a la carretera acaparaban casi toda la atención del conductor. Ahora no estaba oscuro y no había carretera que mirar, así que el hombre podía concentrarse en ella a placer. 

- Señora Kirbridge, quítese el vestido y los zapatos.

Miró fijamente al chófer sin creer lo que había escuchado, sus ojos color avellana ardían de deseo por ella, por verla desnuda otra vez. Al principio habían sido unos ojos formales, sin emocinón, todo profesionalidad cuando le daba las instrucciones. Ahora seguramente deseaba ver con atención sus pechos recién estimulados, los cuales todavía hormigueaban. ¿Formaría esto parte de las instrucciones de lord Crawford? Quizás la parte de las instrucciones sí, pero la parte de mirarla con hambre no.

- He hecho todo lo que me ha pedido, señor Ford - se excusó ella con voz susurrante. Deseaba negarse a retirarse el vestido con la misma vehemencia que desear que él se lo quitara por la fuerza si era necesario. Una lástima, era un Dior carísimo, y muy bonito, por cierto. - Ya puede llevarme ante lord Crawford - insistió con terquedad.

- Ha cumplido con las instrucciones, señora Kirbridge, pero mi cometido no se limitaba a un simple viaje en coche. Para entrar en la mansión de lord Crawford debe hacerlo vestida con las medias. Desnúdese ahora, o permítame ayudarla - su voz seguía cargada de formalismo, como si esto no fuese más que una de sus múltiples tareas; aún así, el tono era autoritario, igual de potente que el que empleaba lord Crawford. Y eso hacía que a lady Kirbridge le temblasen las rodillas. ¿Acaso eso significaba que le gustaba que le mandasen? Qué horribles gustos tenía; y qué poco decorosos para alguien de su posición. Sin embargo, no podía negar que el deseo estaba ahí y que cada vez que le mandaban hacer algo escandaloso, le ardía todo el cuerpo.  

- No voy a hacerlo - insistió. El corazón le latió con tanta intensidad que creyó que saldría volando de su pecho. Sublevarse también era emocionante. Ford no se inmutó, y tampoco pareció decepcionado o furioso y eso enfrió la llama de lady Kirbridge.

- Bien. Deme la mano, la guiaré hasta el señor Crawford.

Tiró de lady Kirbridge con firmeza pero sin brusquedad. Accedieron a un pequeño recibidor, seguramente aquella parte de la mansión pertenecía al servicio, pero no vio a nadie; todos debían estar durmiendo. Subieron unas escaleras, Ford siempre delante llevando a lady Kirbridge de la mano, hasta el hall principal de la casa, un espléndido espacio circular con una escalera central. Las paredes eran blancas, los muebles de color caoba y la decoración exquisita, destacando por encima de todo una estatua de piedra de una mujer. El suelo era de mármol pulido y el taconeo de lady Kirbridge sonó por todo el hall. Trató de curiosear para saber a dónde llevaban todas aquellas puertas que veía y aquellos enormes pasillos, pero Ford subió por la sublime escalinata de alabastro sin decir nada. El pasamanos era de madera barnizada y hierro forjado.

Cuando llegaron al primer piso se detuvo ante una puerta doble y tiró de la mano de lady Kirbridge para ponerla frente a la entrada. Luego se puso trás ella, colocando las dos manos en su cintura.

- Le ruego una vez más que se quite el vestido, lady Kirbridge. No tema por él, estará lavado y planchado, yo me encargaré de ello. Y cuidaré de sus zapatos también. Solo tiene que quitárselos y podrá cruzar esa puerta.

- ¿Está lord Crawford ahí? - preguntó ella, sintiendo un escalofrío por toda la espalda. Deseaba arrancarse el vestido y entrar.

- No. Esta puerta conduce a una antesala dónde el señor Crawford me ha encargado prepararla...

- ¿Prepararme? - interrumpió, súbitamente intranquila.

- Sí. Son órdenes del señor Crawford. Una vez lista, la llevaré ante él. Quítese el vestido y los zapatos. Si lo hago yo, el señor se sentirá decepcionado.

Eso sonó terriblemente mal. Antes de que lady Kirbridge pudiera reaccionar, Ford le bajó los tirantes y deslizó el vestido por sus caderas con decisión. Lady Kirbridge trató de frenarlo para ser ella quién se lo quitara, pero Ford le agarró una mano y retiró el traje dejando que cayese a los pies de la mujer.

- Quítese los tacones - el tono acerado del sirviente le provocó un escalofrío de miedo, mezclado con una suave adicción placentera y se prestó a obedecer. Apoyó la punta del zapato en el tacón y sacó el pie, para después hacer lo mismo con el otro. Ford le soltó la mano, cogió el vestido y los zapatos y abrió la puerta para que entrase.

Lady Kirbridge se mordió el labio inferior, aguantando la respiración de la emoción. La habitación era más pequeña de lo que pensaba, al otro lado estaba el umbral que la conduciría ante el demoníaco lord Crawford, el hombre al que detestaba por sus gustos pero al que precisamente deseaba por eso mismo, por ser un amante de sucias ideas. Eso provocó dudas acerca de lo que hasta ahora había experimentado. En realidad no había experimentado mucho, el señor Kirbridge no era aficionado a las artes amatorias; y si lo era, nunca las había compartido con lady Kirbridge. ¿Qué era realmente una idea sucia del sexo?, se preguntó lady Kirbridge cuando, tras ella, Ford cerró la puerta y depositó el vestido doblado sobre una cómoda.

- Esta pequeña formalidad nos llevará poco tiempo. No vuelva la cabeza, no deje de mirar a la puerta, no se mueva a menos que yo se lo diga. 

Se preguntó cuantas mujeres habrían esperado en esta antesala, obedeciendo las mismas órdenes. Puede que muchas, puede que ninguna, eso no lo sabía. Escuchó a Ford trajinar por la habitación y un dolor en la nuca se apoderó de lady Kirbridge, que deseaba girarse y ver lo que estaba tramando el chófer. Su espalda y su trasero estaban a la vista, perfectamente visibles y accesibles a las sedientas manos del hombre. De pronto él entró en su campo de visión, situándose delante de ella. Le pidió que extendiera las manos y le colocó unas muñequeras negras de cuero blando; en un extremo llevaban una anilla de plata. Sin mirarla más de lo necesario, llevó sus manos detrás y las unió. Cuando se alejó de lady Kirbridge, ella no pudo separar las muñecas, estaban atadas a su espalda. Ahogó un jadeo presa de una repentina ansiedad. Por un lado deseaba seguir, pero por otro quería arrepentirse y salir corriendo. Recordaba perfectamente lo que había hecho la última vez que había estado con lord Crawford. El viaje había sido solo un juego, pero esto iba muy en serio. Lo siguiente que hizo Ford fue cerrar unas ataduras a juego en sus tobillos que, por suerte, no ató entre sí. Como complemento cerró un ancho collar de cuero alrededor de su cuello, con una gran anilla plateada en la garganta; la cerró con tanta fuerza que no pudo tragar saliva.



- Me aprieta - se quejó con un gemido. Ford no dijo nada, no aflojó el collar y con gesto cruel enganchó una larga cadena plateada a la anilla de su garganta, que dejó colgando a sus pies.  - Señor Ford...

Pero se tragó su protesta cuando la mano enguantada de Ford aferró con entereza uno de sus pechos y tosió cuando se ahogó con sus propia saliva de la impresión que le causó que él la tocara. El collar la asfixiaba y estaba completamente vulnerable a la mano de Ford, no podía defenderse.

- Ya falta poco, lady Kirbridge. Ha cumplido con todo, pero el señor Crawford no puede sentirse decepcionado con usted. Su cuerpo está perfecto, salvo por una cosa: sus pezones no están duros, ni tienen el color apropiado.

- No puedo... hacer que estén más duros - murmuró ella con un prieto nudo en la garganta. Hablar de sus propias reacciones formó una hoguera sobre su vientre; nunca había expresado en voz alta esas cosas. Antes le sonaban vulgares, ahora deseaba volver a oirlas, que alguien hablase sobre el color de sus pezones era demencial. ¿De verdad podían ser de otro color? ¿Y de cual?

- Sí que puede. No ha puesto suficiente empeño. Permítame mostrarle de qué forma debe hacerlo - con un preciso movimiento, Ford atrapó la redondez entre dos dedos y apretó con tanta fuerza que lady Kirbridge no pudo reprimir un grito de protesta. Intentó zafarse de él, pero Ford mantuvo la mano firme y el dolor se volvió tan intenso que un nuevo ramalazo de placer pulsó entre sus piernas. Él continuó apretando, cada vez más fuerte y ella se revolvió, el lacerante dolor era perturbadoramente delicioso. - Así es como debe hacerse - sentenció, y entonces la liberó. Lady Kirbridge soltó el aire que había estado conteniendo, a duras penas podía tragar con aquel collar tan cerrado. Tanto su respiración como sus pulsaciones se habían acelerado, un extraño hormigueo viajó en línea recta desde su maltratado pezón hasta su humeda hendidura. Un momento, ¿estaba húmeda? No podía creerselo, tendría que estar muerta de miedo, tendría que gritarle a Ford que la soltara y la dejase volver a casa. - Falta el otro - dijo él sin darle más tiempo. Otra vez el mismo dolor agudo y picante, esta vez no reprimió un chillido y una lágrima le saltó del ojo. - Ahora están perfectos - reconoció Ford.

Lady Kirbridge se sorprendió al ver sus propios pechos, sus pezones rojos y enhiestos como dos cerezas. Estaba exhuberantes. Le dolían, le ardían, tenía la sensación de que estaban conectados por hilos invisibles con su sexo, el cual notaba húmedo; y percibió un hormigueo descendiendo por su muslo, lo que solo podía significar que una gota de su néctar se deslizaba por su piel. Era horripilante. Ford la miró una última vez antes de cubrir sus ojos con una venda. Se le cortó la respiración de puro terror.

- Vamos...

Y el tintineo de la cadena le confirmó sus peores temores. Ford tiró de la rienda con excesiva fuerza y la obligó a caminar. Con las manos atadas a la espalda le costaba mantener el equilibrio y trastabilló con torpeza. El chófer se detuvo, pero no la ayudó, esperó a que recuperara el paso antes de volver a tirar.

La puerta se abrió y el familiar aroma a lluvia y a madera inundó los muslos y los sentidos lady Kirbridge.

9 intimidades:

  1. Ufffffffff!!!!
    Esas sensaciones finales... las conozco, diossss, que deliciosa forma de describirlas, preciosa.
    Volveré por más... con seguridad!
    Besitos acalorados.

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  2. Hola guapa!, cada vez este relato se pone más caliente, más... mmmm, ¿donde está mi marido cuando lo necesito?, en fin, tendré k aguantarme, jejeje.

    Ya estoy deseando saber k hará el señor Crawford cuando la tenga en su poder, toda sumisa para él...

    Bueno reina, a lo que venía, ya t hice la ficha d socia, este es el link:

    http://elclubdelasescritoras.blogspot.com/2011/06/81-paty-c-marin.html

    Echale un vistazo y dime si está todo correcto. Por cierto, ahora k perteneces al club, k tal si haces la entrevista?. Sólo tienes que dejar un comentario (o los k hagan falta) en la misma entrada donde estan las preguntas, k es esta:

    http://elclubdelasescritoras.blogspot.com/2011/03/entrevista-para-todas-las-socias-del.html

    Lo dicho, bienvenida al club!, jejeje.

    Bueno reina, espero k finalmente t animes a participar en el concurso k tengo en danza y/o en el reto, tejiendo un cuento.

    Saludos y besos, muak!!!

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  3. FAKE16:33

    No se quien es peor, si el señor Ford, o el señor Crawford. Aunque si me preguntaran, yo diria que ambos. Jejeje.

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  4. Hola Sweet, creo que es preciso describir todas las sensaciones, sobre todo una tan intensa como el aroma, que despierta recuerdos más fácilmente que cualquier otro sentido ;)

    Saludos, Dulce. Gracias por la ficha, veo que está todo correcto y descuida, ya había visto esa entrevista y tenía pensado hacerla ^^ La historia continúa, claro; lord Crawford desea que su cautiva se rinda por completo.

    Hola Fake, creo que amo y sirviente son de la misma calaña... juju...

    Un beso íntimo a todos :3

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  5. Olá Marin,

    adorando ler essas reincidências, cada vez mais ardentes e intensas...como fogo crescendo.

    Beijos carinhosos,

    ÍsisdoJUN

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  6. Anónimo2:31

    La entrada Me ha complacido sumamente. No sólo por la historia en sí y la forma en la que evolucionan los personajes - que evidentemente entran de lleno en el campo de Mis preferencias - sino también por la manera en la que está narrada.
    Mis felicitaciones, señorita. tiene usted un estilo depurado e interesante.
    La seguiré de cerca.

    Un saludo desde La Luz

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  7. Saludos, JZ, espero que sigas visitando este lugar, la reincidencia va a ser larga ;)

    Bienvenido, Señor de la Mansión. Espero mantener la tensión y el ritmo lo que queda de relato. Si parece que decae en algún momengo, hagamelo saber rápidamente :)

    Un beso íntimo :3

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  8. Vamos a ver, yo no quiero ser aguafiestas pero...mmmmm...no sé no sé...Lord Crawford y Ford son demasiados parecidos...casi iguales...
    Seguiremos a ver que pasa. Estoy enganchadísima.

    Besos Paty.

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  9. Anónimo19:37

    "El hombre al que detestaba por esos gustos, pero que al mismo tiempo deseaba por eso mismo , por ser un amante de sucias ideas"... tan simples palabras...pero tan rotundas y veraces... cuanta fantasía de altísimo voltaje...es un relato...muy, muy estimulante...felicidades...
    Prometeo5...besos

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