Estaba nerviosa. Intentó controlar las emociones por su propio bien porque era su noche de bodas y la vida de su familia y de su gente dependía de ella y de lo bien que lo hiciera. Al otro lado de las enormes puertas de madera, dos bastas hojas de reforzadas con acero, se encontraba el Amo y Señor de Valinor, el hombre con el que acababa de casarse. Nindra contempló con recelo los grabados en la pulida superficie, tallas que representaban toda la historia de conquistas de la familia real y sintió que se mareaba, pues no conocía nada sobre las antiguas guerras. Durante las lecciones de historia acostumbraba a dejar volar la imaginación y jamás había prestado atención a lo que sus maestros trataban de enseñarle.
Nindra nunca fue una buena princesa, era rebelde, acostumbraba a desobedecer las órdenes de sus tutores, a sacar de quicio a sus padres, a sus hermanos mayores y pequeños, a vagar por el palacio y a salir a cabalgar por los verdes campos. Le gustaba nadar desnuda en los lagos, besarse furtivamente con los jóvenes granjeros bajo la sombra de los melocotoneros, hacer preciosos ramilletes de flores silvestres y pescar truchas con las manos. No le gustaba coser ni le gustaba cantar, no sabía tocar ningún instrumento ni sabía bailar. Sin embargo tenía talento para el tiro con el arco, le gustaba salir a cazar y de vez en cuando retaba a un duelo de espadas a alguno de los caballeros de su padre. ¡Ni siquiera sabía combinar vestidos! Su hermano mayor, aficionado a juntarse con hombres, tenía mucho más talento para elegir la ropa que ella. Nindra, la que jamás fantaseó con la idea de casarse con un hermoso príncipe, fue prometida con el rey antes de que naciera. Un rey que llevaba años preparándose para entrar en guerra contra su pueblo.
Nindra no poseía talento para la diplomacia, no entendía las cosas de política, no sabía historia ni filosofía. Pero sabía que por el bien de su país tenía que casarse con ese hombre. No tenía idea de lo que una mujer debía hacerle a un hombre para tenerlo contento, o para que olvidara sus ansias de conquista. Pero ahora estaba casada con el Amo y Señor de Valinor, el hombre más poderoso y peligroso sobre la faz de la tierra, con la abrumadora responsabilidad de hacerle cambiar de parecer con respecto a pasar por la espada a toda su gente.
La gigantesca puerta de la antecámara se abrió apenas una rendija y Nindra contuvo la respiración. Uno de los sirvientes reales le hizo gestos para que entrara y ella, con las piernas temblando, por primera vez en su vida, obedeció. Estaba en un reino enemigo, sola, sin nadie que pudiera ayudarla o rescatarla y lo único que tenía hacer era obedecer; algo que, por otro lado, se le daba muy mal. Pero una cosa era irritar a tus parientes y otra soliviantar a tus enemigos. Tenía que demostrarle a esta gente que era una mujer valiente, respetuosa y orgullosa. No temía por su vida, lo poco que sabía es que los valinorienses necesitaban a una reina que engendrara al primogénito del rey, un heredero que perpetuara la estirpe. No iban a matarla de buenas a primeras.
Accedió a la antecámara del rey ataviada con un colorido vestido dorado y rojo que mostraba un indecente escote. Las vestimentas de su reino eran trajes sobrios y adustos, siempre cerrados hasta el cuello y no había mujer que mostrarse algo de piel más abajo de la barbilla. Cuando la vistieron con las telas de aquella región, tan vistosas y pomposas, siguiendo los dictados de la moda, a Nindra le pareció maravilloso. A pesar de que tenía la sensación de que sus pechos se desbordarían del corpiño de un momento a otro se sintió por primera vez hermosa y agradecida por estos regalos tan fabulosos.Los sirvientes entraron tras ella para abrir la siguiente puerta. Después, se retiraron cerrando la que tenía las tallas y Nindra se secó las manos sudorosas en la falda del vestido sintiendo cada vez más la presión del momento. Avanzó hacia la siguiente puerta, dónde esta vez sí, estaban los aposentos reales.
A pesar de estar formalmente casado con el rey, jamás había visto al Amo y Señor en persona. Los rumores que llegaban a su país hablaban de un poderoso hechicero que devoraba almas de niños para sobrevivir al paso del tiempo y que por esa razón nadie había logrado conquistar Valinor hasta ahora. Otras leyendas decían que era un monstruo que mascaba los huesos de las manos de sus esclavas y después de bebía su sangre para realizar una magia oscura que las transformaba en letales guerreras. Estas y un sinfín de historias más, a cada cual más variopinta, circulaban por todo Valinor y se extendían más allá de las tierras de los lagos. Lo único que Nindra sabía a ciencia cierta es que el Amo y Señor llevaba en el trono más de cincuenta años, por lo que la teoría de que era un simple hombre viejo le parecía la más creíble de todas. Mejor pensar que estaba casada con un hombre treinta años mayor que ella que no con alguien que bebía sangre de vírgenes. Porque ella todavía tenía la honradez intacta.
Se aclaró la garganta y abrió la puerta.
La habitación estaba casi a oscuras, iluminada solo por la luz de unas velas al fondo de la estancia, tan lejos que Nindra tuvo la sensación de que aquella habitación era tan grande como el salón del trono de su padre. Cerca de las velas había un sillón y sentado en él se encontraba el Amo y Señor de Valinor, envuelto en sombras. Lo único que Nindra podía ver era menos de la mitad de su rostro y sus ojos oscuros brillando como ascuas en mitad de la oscuridad. Se estremeció. Toda la habitación era de color negro. El suelo, las paredes, aquella cama pegada a la pared cubierta con un enrevesado dosel. Tragó saliva y avanzó un paso.
Tenía instrucciones sencillas. Una vez dentro de la habitación tenía que desnudarse y esperar a que el Amo y Señor le dijera lo que tenía que hacer. No podía hablar directamente con él, no podría tocarle ni hacer nada y bajo ninguna circunstancia debía mirarle a los ojos. Sólo obedecer. Algo que no se le daba nada bien.
Se tomó unos segundos para hacerse a la idea de que aquella noche perdería su virginidad, toda su vergüenza y que su rebeldía sería aplastada por el poderoso rey de Valinor. Pero lo haría por el bien de su familia y de su gente. Obedecería únicamente porque en el fondo era una mujer responsable y en su mano estaba detener esta guerra.
Empezó a desabrocharse las cintas del vestido con lentitud.
—Acércate.
La voz del Amo y Señor cortó el silencio como un cuchillo y a Nindra se le doblaron las rodillas. Sonaba profunda, cavernosa. Sacudió la cabeza porque en el fondo, aquella voz tenía un tono seductor. Avanzó unos pasos.
—Acércate más.
Volvió a avanzar hasta que algo le rozó la nariz y retrocedió pillada por sorpresa.
—Detente.
Frenó sintiendo que algo se movía en la habitación y le rozaba los brazos y el rostro. Sus ojos habían empezado ya a acostumbrarse a la oscuridad y vio que la ventana estaba abierta. Las nubes destaparon la luna y un brillo plateado se derramó por la habitación. Pero no llegó a tocar la zona dónde estaba sentado el Amo y Señor y este continuó siendo un misterio para Nindra. Lo que le rozaba los brazos y el rostro eran unas cortinas de fina seda blanca que dividían la estancia en dos zonas: dónde ella estaba y dónde estaba el Amo y Señor. Un diseño estúpido, pensó. Su esposo no dijo nada más así que volvió a su tarea de desabrocharse el vestido. Poco a poco, viendo que no recibía más instrucciones, empezó a soltar los lazos y las cintas hasta que pudo respirar mejor. Volvió a darse unos minutos para hacerse a la idea y tironeó de las mangas hasta que el vestido empezó a deslizarse por su cuerpo y quedó desparramado a sus pies. Ahora estaba en ropa interior, vestida únicamente con una camisa blanca y unos calzones de algodón. Se quitó primero los calzones, tragando saliva y luego, más despacio, se quitó la camisa y la dejó en el suelo. Agachó la cabeza y esperó.
Estaba desnuda. Tenía un tono de piel más dorado que el resto de su familia porque le gustaba sentir los rayos de sol directamente sobre su cuerpo. Cuando salía a cabalgar llegaba hasta los profundos lagos para darse un baño y después se tumbaba desnuda sobre la hierba a esperar a que su piel se secase y se pusiera suave gracias a las sales del agua y las caricias del sol. Luego se vestía con esos trajes cerrados hasta la barbilla y se sentía traviesa por ser la única chica que le gustaba corretear desnuda por el campo. Pero esto era distinto porque en los prados estaba sola y ahora estaba delante del rey, de un hombre viejo, de un hechicero que bebería su sangre virgen para después hacerle un hijo que sería igual de monstruoso. Combatió contra el pánico cuando el Amo y Señor de Valinor se puso lentamente en pie. El deseo de salir corriendo o de lanzarse por la ventana fue muy fuerte.
Pero a pesar de la distancia que la separaba del rey, Nindra sintió el inmenso poder que emanó de él. Aunque no poseía el Don, sí pudo sentir la magia que fluyó entre ellos y se le formó un nudo en el vientre que nada tenía que ver con el miedo. A medida que él se acercaba, la tensión creció y tuvo que esforzarse por no caer de rodillas abrumada por las chispas que empezaban a cargar el ambiente. Se le erizó la piel y sus pezones se endurecieron. Nindra no había estado con un hombre de forma completa pero sí había retozado con jóvenes muchachos allá en su tierra, el más osado incluso había llegado a cubrir sus tiernos brotes con los labios para succionarlos sin delicadeza. Por eso, cuando su cuerpo reaccionó de aquella manera a la presencia del rey, se puso tensa y se horrorizó al comprobar que la humedad comenzaba a agolparse entre sus muslos desnudos.
La luz de las velas de derramó por toda la habitación. El color negro empezó a dar paso al blanco, como si estuviera decolorándose, como cuando el agua esparce la tinta sobre el papel. Lo oscuro se convirtió en claridad y el blanco empezó a refractarse en los siete colores del arco iris, como un rayo de luz cuando pasa a través de un prisma. Nindra ahogó un jadeo de asombro al contemplar aquella muestra de poder, un talento innato que todo mago de Valinor poseía. Eran capaces de amplificar los colores, de transformar un rojo en verde o un dorado en plata con un solo gesto de la mano. A Nindra no le parecía la magia más útil del mundo pero ningún hechicero conseguía transformar la oscuridad en luz o hacer que la luz se volviese oscuridad. Pero el Amo y Señor era un hechicero diez veces mayor que cualquier otro: podía convertir el negro en blanco.
Invadida por una irrefrenable curiosidad cometió la mayor osadía de todas. Imprudente como era Nindra, la muchacha levantó la vista hacia su esposo y le miró directamente a los ojos. El Amo y Señor estaba a un palmo de distancia, justo frente a ella envuelto en luz brillante blanca y millones de colores reflejándose en todos las superficies. Era joven, muy joven. La confusión se apoderó de Nindra porque no esperaba encontrarse con un precioso muchacho de su edad, alto y robusto como un campesino. Fue consciente de que le estaba mirando a la cara pero no podía apartar los ojos de aquel chico de facciones perfectas; iris dorados, cabello negro y labios carnosos, con un hoyuelo en la enorme barbilla. Vestía una túnica sin camisa y su musculado y torneado cuerpo tenía un brillo moreno. Aquel muchacho con cuerpo de dios no podía ser el hombre más peligroso del mundo.
El Amo y Señor hizo un gesto con la mano y pronunció unas palabras en valinorí. Las sedosas cortinas que los separaban se movieron y envolvieron a Nindra con suavidad para empujarla hacia su esposo. El tacto fue como el de una caricia y se estremeció, se dejó llevar estupefacta y asombrada por el poderoso atractivo del Amo y Señor. Cuando su cuerpo entró en contacto con el del joven todas sus terminaciones nerviosas se crisparon y sintió cómo la humedad le inundaba los muslos. Temió, por un momento, que su menstruación hubiese llegado de improviso y se sonrojó de pies a cabeza. El Amo y Señor la envolvió en sus brazos y la cegadora claridad se fue oscureciendo hasta que todo volvió a ser otra vez negro. Ella gimió involuntariamente cuando su desprotegido cuerpo se rozó contra la piel tersa y dura del rey.
—Mis disculpas si he causado algún malestar a tus ojos, princesa Nindra, pero deseaba verte desnuda. Me resultaba fascinante el tono rojizo que ha adquirido tu piel.
Era dos palmos más alto que Nindra pero se inclinó sobre ella y apoyó su frente contra la de la muchacha. Nindra aspiró el aroma de su piel y estuvo a punto de desmayarse de excitación, desprendía una fragancia cautivadora. Era tentadora como un bollo recién horneado y a la vez, seductora como cuando la lluvia se derramaba entre las ramas de los pinos. Nindra se quedó quieta sintiendo como sus pezones se apretaban contra el torso del rey, repleto de firmes y duros músculos. Él no hizo ni dijo nada, solo se quedó allí, abrazándola y respirando con ella, con sus cuerpos desnudos pegados piel contra piel. Nindra no podía tocarle ni hablarle, así que tampoco hizo nada; evitó pensar en eso duro que se le clavaba en la cadera porque sabía que tarde o temprano él la cubriría con ese cuerpo tan magnífico y enfundaría su espada en la vaina que ella tenía entre los muslos.
Durante un alocado instante, aquella fantasía la abrumó. Las manos le temblaron cuando quiso posar las palmas sobre la piel del rey, la garganta se le secó y su cuerpo empezó a experimentar unas irrefrenables ganas de frotarse contra el cuerpo del rey. Estuvieron así tanto rato que a Nindra empezaron a dolerle los pies, las rodillas y todo el cuerpo y sintió como una gota de humedad se le deslizaba muslo abajo. Tragó saliva. No podía hablar, no podía tocar. Pero tampoco podía mirar y lo había hecho y él no la había castigado. Incapaz de soportarlo, levantó las manos y rodeó la cintura de su esposo para posar las manos sobre su espalda. Se derritió con la sensación y se apretó contra su pecho para apoyar la mejilla en uno de sus mullidos pero firmes pectorales. Resolló contra su piel caliente.
—Perdonadme, mi señor. Sé que no debo tocaros, ni hablaros, pero me resultáis tan fascinante que no puedo evitarlo.
Él colocó las calientes palmas de sus manos sobre los hombros de Nindra y le dio un beso en el pelo.
—No tienes que disculparte. Me gusta la sensación que tu cuerpo deja en el mío. Tienes la piel caliente, ¿acaso estás enferma? Podemos engendrar a nuestros hijos cuando te encuentres mejor, si lo prefieres.
Nindra levantó la mirada hacia el rostro del rey. ¿Engendrar un hijo cuando se encontrase mejor? Estaba deseando engendrar un hijo ahora. Ya. ¿Por qué quería posponer su noche de bodas? Ya estaban desnudos. Ahora debían... tener relaciones.
—Me encuentro bien, mi rey. Solo abrumada por su magnificencia... —susurró ella. Se puso de puntillas incapaz de esperar y depositó un beso en ese atractivo hoyuelo. A él le hizo gracia y la risa que emitió humedeció aún más a Nindra—. Tengamos un hijo, mi rey.
El muchacho cogió de la mano a Nindra y caminaron juntos hacia la cama. Ella, ansiosa, se pegó a la espalda de su esposo deseosa de frotarse a su piel ardiente y poderosa. Cuando se detuvieron al borde de la cama, el Amo y Señor de Valinor miró a su esposa con curiosidad.
—Perdona que te lo pregunte, princesa Nindra, pero mis sacerdotes no han querido explicármelo. ¿Cómo se tiene un hijo?
O.O ¡¿en serio que no sabe?! .......... bien .... a ver como le explico e.e .........
ResponderEliminarMUY BUENO EL RELATO!! esperando ansiosamente más!!!
Gracias por el relato XD feliz noche!
omg los dos son ingenuos xD, ahgdhagsdah quiero leer lo que sigue twt, espero con impaciencia lo que sigue +.+!
ResponderEliminarDiioooos mio!!!! Me encanto espero que lo continúen quede muy enganchada, me dejo completamente ansiosa, muchas gracias.....:3
ResponderEliminarwow! sutil experiencia me encantaría leer la continuación...igual me gustaría dejarles humildemente algo que también he comenzado a realizar es una historia, soy nueva en esto pero me atrevía a empezar espero me visiten. http://lakajiravzla.blogspot.com/2014/07/el-comienzo.html
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