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- ¿Tengo que ser yo? - le preguntó Erik sin mirarla. Estaba más atento a la figura que se distinguía al otro lado de las vaporosas cortinas de seda roja, una pequeña figura sentada en una esquina del lecho. Se trataba de una mujer, una noble de alta cuna y parecía nerviosa, inquieta; se frotaba las manos y mantenía el rostro oculto bajo una capucha.
- Para eso te he mandado llamar. Eres el hombre perfecto para ella...
- ¿Cómo estás tan segura? - preguntó de forma cortante.
Lucrecia dejó pasar su impertinencia. Erik era un guerrero germano y su naturaleza belicosa todavía le impedía aceptar su nueva condición de esclavo. Ella se consideraba mujer paciente y nada le gustaba más que doblegar una naturaleza indómita empleando los métodos más efectivos. La joven al otro lado de las cortinas era parte del adiestramiento de Erik en el arte del amor. Lucrecia había invertido ciertas monedas de más en el exótico extranjero de cabellos amarillos y esperaba de él que contribuyese al negocio cómo todos sus demás esclavos. Lucrecia estaba segura de que, con el tiempo, a Erik también le gustaría trabajar allí. Esta era su última prueba, pues iba a ser la primera vez que estuviese a solas con una mujer, sin la vigilante mirada de Lucrecia encima controlando sus acciondes.
- Lo estoy - afirmó la dómina sin dudar, pues Lucrecia Aria conocía perfectamente las debilidades humanas y sabía que Erik estaba a un paso de ceder. - Claudia es sumisa, aunque todavía no lo sabe; es una mujer que necesita un hombre y por eso ha venido a nuestra casa a pedir mi ayuda. De entre todos mis muchachos, tú eres el que mejor va a tratarla.
- ¿Y cómo estás tan segura? - insistió Erik.
Ella no respondió inmediatamente. Observó la espalda del esclavo curtido en combate; la piel estaba llena de bellas cicatrices y músculos esculpidos el mármol. No veía su cara, pero podía adivinar que tenía el ceño arrugado, con las pobladas cejas formando una línea sobre sus ojos azules. Tenía el cabello dorado cubriéndole la nuca y sus mejillas tenían un asomo de barba castaña muy rara de ver por estas regiones. Era una miembro de su rebaño muy preciado, un ejemplar más éxotico incluso que la pareja de piel negra de la provincia de Cartago.
Delicada como el aleteo de una mariposa, las manos de la mujer se posaron sobre los fornidos hombros del germano. El contacto de su piel aún no se había afirmado cuando él se puso completamente en tensión. Ella sonrió, sintiendo los latidos de su corazón en las palpitaciones de sus músculos. Deliberadamente fundió el cuerpo a la espalda del hombre, permitiéndole sentir todas las curvas y depresiones de su cuerpo. Bajo sus manos, bajo su cuerpo, los músculos de Erik se convirtieron en rocas y eso era algo que a Lucrecia le encantaba. Tener a un hombre duro entre sus brazos.
- Ya hemos hablado de esto, mi pequeño - murmuró con dulzura en su oído. Se había puesto de puntillas para poder llegar a su oreja, el germano le sacaba tres palmos de alto. Su envergadura era del tamaño de un oso, sus brazos anchos como troncos y sus manos podrían destrozar piedras. De hecho, Erik podría romperle los huesos a Lucrecia si se lo proponía, ella era delgada y diminuta en comparación. - ¿Recuerdas nuestra conversación? ¿Recuerdas cómo me sometiste? ¿Recuerdas cual fue la sensación que te recorrió cuando me tuviste bajo tu dominio? - sus atercipeladas palabras penetraron en la conciencia del germano una vez más.
Las manos de Lucrecia no se habían quedado quietas, con suavidad, como si sus dedos fuesen plumas, recorrió la línea de sus hombros y descendió por las dunas de su espalda. Cuando alcanzó sus caderas, bordeó la cintura y posó las manos sobre los duros músculos de su torso. Erik se contuvo, cualquier otro pensamiento racional quedó sofocado, Lucrecia tenía la habilidad de volverse deseable y apetecible con la misma facilidad que podía ser profundamente odiosa. Él seguía empeñado en desafiar la autoridad la mujer, que por la ley romana, tenía sobre él; pero por más que quisiera negarlo, y Lucrecia lo sabía, el salvaje germano la deseaba con las mimas ganas con las que quería matarla. Todavía tenía grabada en la piel la sensación de estar hundido entre sus piernas la noche que fue vendido a la casa del placer y Lucrecia todavía se acordaba de la furiosa sensación de tenerlo atravesado entre los muslos.
- Eres un hombre con necesidades y Claudia es una mujer con necesidades. Mírala. Tiene el pelo dorado, la piel blanca, los muslos todavía le tiemblan cuando alguien la acaricia y sus pechos son blandos y suaves. ¿No te gustaría descansar entre ellos?
Quería obligarle a entrar ahí. Él lo sabía y ella lo sabía. Con palabras precisas y caricias bien dirigidas hacia sus caderas, Lucrecia pudo escuchar como el corazón del guerrero se aceleraba. El atronador torrente de sangre que recorrió las venas del hombre y provocó un ramalazo de placer en ella. Sus colmillos erectaron de su boca como dos cuchillos de nácar. Depositó un beso sobre uno de sus hombros, conteniéndose por no hundir los dientes en su piel y probar esa sangre tan salvaje, tan potente, tan deliciosa.
- Es una mujer romana... - rezongó Erik con la voz cargada de rencor mezclada con una nota de deseo. Era su último argumento, el deseo lo estaba consumiendo lentamente. Lucrecia los sabía.
- Es una mujer. Una jovencita pura, cuya mente está tan sedienta como su sexo. Tú eres un hombre, un hombre que necesita darle de beber, saciarás su sed y aplacarás su deseo, porque tú también necesitas beber, beber de ella...
- Preferiría saciarte a tí - confesó apretando los puños. Lucrecia se apretó más al cuerpo del germano, aumentando la tensión que se respiraba en el ambiente.
- No, Erik, no quieres saciarme a mi. Quieres saciar a esa chica, quieres quitarle la túnica y morderle los pezones, los labios, la lengua, los muslos. Quieres ponerla de rodillas a tus pies, quieres meterte en su boca, en su sexo, en su trasero; quieres dejar tu marca en toda ella. Eso es lo que quieres, y eso es lo que ella quiere...
Se alejó un paso del germano. El olor a metal y a sangre inundó los sentidos del esclavo que se giró alertado solo para observar como Lucrecia sostenía un cuchillo en la mano. Acababa de abrirse una herida en la muñeca izquierda por la que brotaba sangre, una sangre roja, brillante, fluida, con un aspecto más apetecible que su cuerpo. La cara de Erik fue pura confusión.
- Pruébala - ordenó ella, ofreciéndole la sangre. El esclavo no lo pensó dos veces, el deseo de complacerla fue más fuerte que sus continuas protestas para negarse a obedecer. Sostuvo la delicada muñeca de Lucrecia entre sus manos y deslizó la lengua por la herida, una herida que era imposible de contener. - Ya basta. Ahora entra ahí y sáciala... confío en tí, Erik. Si haces que ella se corra sin que yo te diga como hacerlo, te permitiré entrar aquí tantas veces como orgasmos le provoques - y metió la mano entre sus muslos.
El esclavo se pasó la mano por la boca para limpiarse la sangre de los labios observando con mirada febril el lugar dónde ella señalaba y cruzó las cortinas con decisión. Lucrecia sonrió dejando el cuchillo sobre la mesa, su herida se cerró y su piel volvió a lucir brillante. La sangre que la vampiresa entregaba a sus esclavos contenía un poderoso estimulante, no solo mantenía jóvenes a los hombres de su rebaño, también los llenaba de deseo y pasión. Se acomodó sobre el diván y, observando a través de la cortina la actuación de su perverso y dominante germano, empezó a acariciarse. Por un momento pensó en llamar a Cicerón para saciar su lujuria, enferma como estaba por buscar alivio; pero él estaba ocupado. Por el momento, sería ella quién se diera placer.
Como ya te dije querida por vía email, este relato ha sido fantástico!. Gracias por participar en el reto!, muak!
ResponderEliminarP.d: ¡Que tengas un feliz fin de semana!
OMG! me ha encantado, me quede enganchada con la primera línea, me encanta tu estilo. Felicidades en serio!
ResponderEliminar¡¡Uff!! ¡Qué calores!
ResponderEliminarDe verdad, chica, tienes un talento increíble para este género. Si escribes así un micro relato, ni te digo el lujo que será leer de tí un libro completo.
Enhorabuena.
Uf... Me encantan los machorros que salen en tus historias. Pura lujuria y testosterona en cada centímetro cúbico, y aquí una derritiéndose delante de la pantalla del ordenador.
ResponderEliminarLo único que no me gusta es que sea tan corto XD ¡quiero más!
Me gusta. Sabes de quien me he acordado? un rubio con colmillos...Eric Northman, true blood, ummmmm, jeje.
ResponderEliminarLas vas a continuar?
Un besaso guapa.
@Dulce: Espero que guste a las demas socias y que el reto quede genial ^_^
ResponderEliminar@Nikta: un placer verte, gracias por leertelo ;)
@Kelly: ya conoces mi problema, muchas ideas, absoluta indecisión... De momento estoy en proceso de documentación leyendo novelas de género :)
@Seishi: A mi también me gustan los machorros de mis historias xDD Siento la brevedad, el relato no daba para más xD
@Princesa: Pues... tienes razón! xDD Creo que mis subconsciente pensó en colmillos y tio rubio y pensó en Erik "que buenorro que estás" Northman. Aunque en este caso los papeles están cambiados, los colmillos son de ella :D
La historia supongo que continuará, pertenece a la mini-serie La casa del placer, dónde hay mucho por escribir aún ;)
Un saludo a todas, besos!
No si esto va sonar extraño, pero hecho de menos rolear en la partida de Requiem. Actualmente, hecho menos rolear con una pandilla de villanos como pjs, esa siempre son las mejores partidas.
ResponderEliminarEsta historia es genial, está muy bien pensada. Recuerdo que ya me atrayó cuando me la comentaste en la quedada, y cuando la leí aún más. Si la continúas, desde luego yo la leeré, y estoy segura que muchos más tb. La narras de una forma flipante. Y me encantaría leer a Erik en acción con esa romana. Un beso guapa!!
ResponderEliminar¿No hay más de la casa del placer? he leído los anteriores también y me he quedado con muuuchas muchas ganas de leer más.
ResponderEliminarUn saludo
Ay, lo lamento, pero no he seguido escribiendo sobre La casa del placer, ya que no parecía una historia que interesase a los lectores. Aún así, ya que has leído Reincidencia, te invito que sigas leyendo Rendición y Renacimiento, que son las continuaciones ;)
EliminarBesos!