Cuentos íntimos: Bella Durmiente (IV)

El primer azote provocó una convulsión el hermoso cuerpo de la cautiva, seguida por un ahogado lamento amortiguado por la mordaza. A Percival le hormiguearon la punta de los dedos y un ardor picante se concentró en la palma de su mano. Reprimió el anhelante deseo de azotarla con la mano, aún a sabiendas de que ahora mismo lo que más deseaba era sentir otra vez su trémula y tibia carne entre los dedos. La desconocida tenía los muslos anchos y prietos, las caderas tan voluptuosas que parecían imposibles de dominar, un trasero tan redondo que no podía dejar de mirar.

Percival observó con mucha antención como su piel blanca se transformaba en una línea roja y caliente allí dónde la vara había golpeado. El cambio era casi instantáneo y sabía que el fuego del dolor se extendía lentamente por toda su piel. No le gustaba demasiado el aspecto que tenía la pobre espalda de la cautiva, el Príncipe no tenía tanto autocontrol y solo quería castigarla severamente como a una vulgar esclava, hacerle pagar caro la humillación sufrida. La ofensa. Así era la nobleza, orgullosa hasta el final. Bien lo sabía él, que había sido siervo toda la vida.

Pero sus azotes no tenían el deje despiadado de su Señor; era cierto que quería castigarla, pero no hacerla sufrir sin necesidad. Se sentía demasiado conmovido por sus heridas, pero sabía que un atisbo de compasión en este preciso momento podría suponer una desventaja sobre ella. Podría aferrarse a esta compasión y no soltarla jamás. No, tenía que mostrarse severo e inflexible. Pero no inhumano. Percival descargó otro golpe, intentando pensar. Ella era salvaje, peligrosa, una asesina que atrapaba a los hombres en sus redes para luego matarles de placer. ¿A cuantos ignorantes habría desangrado con sus afilados dientes, similares a los colmillos de un lobo? ¿Cuantos habrían sobrevivido a sus mordiscos y habrían intentado matarla a ella? ¿Cuantos habrían herido, cortado o marcado tan suave y hermosa piel? ¿Cuantos hombres había tenido entre sus piernas sin sentir nada salvo tristeza? ¿Quién debió ser el primer hombre que la hirió tan profundamente para quedar maldita durante tanto tiempo?


Cada pregunta que Percival se hacía, se hundía un poco más en la desesperación y eso se reflejaba en su mano, pues sus azotes habían empezado a ser crueles. Justo lo que no quería. Ella lloraba. Percival se echó la mano a la cara lleno de repentina frustración. Respiró hondo, hasta tres veces, y se relajó, expulsando el aire por la nariz. Se acercó a ella, colocandose la vara en la parte trasera del cinturón. Las dos manos del criado se posaron sobre las caderas temblorosas de la mujer, que dio un respingo por el contacto. Aproximándose a una distancia tal que ella pudiera sentir el calor de su cuerpo, posó los labios sobre su hombro desnudo. Recorrió lentamente la distancia que lo separaba de su cuello y finalmente, besó su oreja. Pasando una mano por entre el cuerpo de la mujer y la columna de piedra, le retiró el pañuelo de la boca.

- Dime cual es tu nombre - ordenó.

- No - respondió ella. ¿Había sonado a terquedad su negativa?

- Dime cual es tu nombre - repitió con calma. Su demanda fue acompañada por una caricia a sus labios y a su delicado mentón. Tenía el rostro ovalado y el labio inferior voluminoso. Lo apretó delicadamente hasta teñirlo de un sabroso color cereza.

- No.

Percival mantuvo la calma y deslizó la mano por su cuello, apretando con dos dedos bajo la mandíbula, sintiendo el ritmo del corazón pulsando contra las yemas.

- ¿Solo sabes decir "no"? - se burló él. - Tienes el corazón desbocado y puedo notar como intentas mantener la respiración calmada a pesar de que apenas puedes contener el aliento - susurró suavemente en su oreja. Con ligereza su mano descendió hasta cubrirle un pecho, apreciando el peso y el volumen. Atrapó el tierno brote oscuro entre el pulgar y el índice, endureciéndolo al instante. Ella jadeó. - Tus palabras son una negativa a mis preguntas, pero tu cuerpo responde afirmativamente a mis caricias. Solo lamento que tus reacciones estén condicionadas por tu maldición. Seguramente se deba a años y años de atrapar a hombres bajo tu influjo, te excitas ante cualquier estímulo. Tienes una voluntad débil...

- No es verdad... - barboteó ella. Percival se sintió lleno de júbilo; la habría follado ahí mismo. ¡Un avance!. Le tapó la boca con la otra mano y apretó suavemente su tibio pezón entre los dedos hasta que ella se arqueó con un gemido.

- No me cuestiones. No te he dado permiso para decir otra cosa que no sea tu nombre. Los hechos hablan por ti, hermosa desconocida. Tienes unos labios de ensueño, unos pechos sublimes y un sexo cremoso y tierno como un pastel. Y lo sabes, y lo utilizas. Conmigo funcionó. Pero ahora yo estoy al mando y me entregarás lo que yo te diga, cuando yo te lo diga y cómo yo te lo diga. Sin reservas... Se te acabó el turno de respuestas.

Le volvió a poner la venda en la boca y apartó la mano de su pecho. Percival se miró los dedos con los que había tocado su pezón y los acercó a los labios. Cuanto ansiaba poseerla, cuanto ansiaba besar sus pechos, su sexo; se moría de impaciencia por entrar en su cuerpo y borrar el oscuro y horrible pasado del que ella era cautiva. Sentir sus muslos temblando, su nectar fluyendo libremente entre sus cuerpos, sus labios llenos de placer y sus pechos hinchados de deseo por él.

Se sacó la vara del cinturón y la azotó de nuevo. Despacio, sin prisa. Al principio ella se reprimía, se agarraba a la columna para soportar el dolor. Pero, después de unos cuantos varazos, gritaba y se revolvía, buscando la forma de evitar ser golpeada. Con satisfacción, Percival continuó azotándola. No eran golpes fuertes, no buscaba hacerle daño. Solo deseaba que ese hormigueo se extendiera por toda su piel. Aceleró la frecuencia de los azotes y los extendió por sus muslos, sus caderas y sus piernas. Se detuvo de golpe y ella se derrumbó contra la columna, resoplando por la nariz. Tenía el cuerpo húmedo de sudor y el culo de un rojo tan intenso que parecían dos manzanas. Por sus ojos resbalaban copiosas lágrimas.

En silencio, la abandonó y regresó a la cueva dónde estaba el Príncipe, cuyo ceño arrugado auguraba que estaría enfadado al menos durante unos cuantos días.

- ¿Y bien? - preguntó impaciente.

- Todo está bajo control, mi Señor - con calma, Percival cogió una cacerola de entre las pertenencias de las que disponían y se acercó a la entrada de la cueva. Seguía lloviendo, así que no le costó mucho llenar la cacerola con agua de lluvia y regresar.  Puso el agua junto al fuego.

- Espero que sepas lo que estás haciendo con esa desgraciada... - farfulló el soberano.

- Sí, mi Señor. Lo sé... - vaciló antes de volver a hablar. - Puede que me lleve más tiempo del que pensaba en un principio.

- ¿Más tiempo? - protestó el muchacho. - Deberíamos abandonarla aquí y seguir con la búsqueda nosotros solos.

- No, no vamos a hacer eso, mi Señor - su tono fue tajante y autoritario. El Príncipe se cruzó de brazos lanzando una maldición.

Cuando el agua se templó, Percival regresó con la cautiva. Sollozaba. Otra punzada de compasión aleteó en su pecho. Depositó el cazo cerca de ella y humedeció un trapo. Empapado en agua tibia, escurrió el agua caliente por sus hombros. Las gotas se deslizaron por su espalda y provocaron un escalofrío de placer en ella. Percival se mantuvo en silencio mientras cubría su piel de agua caliente y restañaba las heridas de su espalda, acariciándola con ternura. Luego limpió la tortuosa curva de sus nalgas y el sendero de su entrepierna, haciéndola entrar en calor. Ella se relajó a medida que la calentaba.

- Doy por hecho que las inclemencias del tiempo no suponen un inconveniente para tí. Habrías muerto de una pulmonía hace horas bajo la lluvia y sin embargo caminabas desnuda bajo ella. Por eso no te he cubierto con nada. Por eso y porque tienes un cuerpo hermoso y me gusta tenerte así - comentó un momento dado, mientras pasaba el paño por sus muslos. - Hay una cosa que quiero dejarte clara: a mi no me interesa esa Princesa. Me interesas tú. Me interesa conocer la razón que te lleva a actuar de esta forma, me interesa conocer tu cuerpo y tu mente y me interesa liberarte de esta tortuosa condena. Veo que estás asustada, que tienes miedo. Yo te doy miedo, lo que me lleva a preguntarme, cómo es que sufriendo semejante condena durante todos estos años años, temes lo que yo te estoy ofreciendo.  

Rodeó la columna para ponerse frente a ella. Al instante la cautiva agachó la cabeza para no mirarle a los ojos.

- Antes, me has mirado mientras otro hombre te besaba. Me has abrazado cuando otro hombre te daba placer. Supongo que querías tenernos a los dos atrapados para que ninguno pudiese escaparse. Pero me inclino a pensar que en realidad me deseabas y querías que fuese yo quién te diese placer - le puso un dedo bajo la barbilla para levantarle el rostro pero ella se resistió. Percival agarró su cabellera y tiró hacia abajo para alzar su cabeza y la penetró con la mirada. Los ojos de ella titilaron con la luz de los fuegos de la cueva. Le quitó la mordaza. 

- Tu nombre.

- Galatea...

- Cuando te dirijas a mi, debes hacerlo como corresponde. Ahora soy tu Amo. ¿Cual es tu nombre? - demandó con impaciencia, endureciendo la mirada.

- Galatea, mi Amo - tartamudeó con un temblor en sus labios tan tiernos. Percival estuvo a punto de perder la compostura.

Soltó su pelo y comenzó a desatar las cuerdas de sus muslos, su torso y finalmente, sus manos. Ella le miró con impaciencia. En cuanto Percival la soltó, Galatea retrocedió y echó a correr invadida por el pánico. Huyendo. No llegó muy lejos, cayó de bruces contra la piedra de la cueva y descubrió que tenía una cuerda atada al tobillo, cuyo extremo seguía atado a la columna. Sus mejillas se tiñeron de vergüenza y, despacio, levantó la mirada hacia Percival, quién la observaba con dureza desde su posición elevada. Sabía que ella intentaría huir y se sintió un poco dolido. Pero lo entendió. Le había tado el tobillo sin que ella se diera cuenta.

Le disgustaba que ella le tuviera miedo. Necesitaba borrar ese pánico de sus ojos asustados. No tenía sentido que ella fuese una asesina despiadada y luego lo mirase con esos ojos caoba tan llenos de terror como un animalillo indefenso.

Galatea trató de desatarse la cuerda apresuradamente. Percival no pudo resistirlo más y se cernió sobre ella. Le agarró una muñeca con brusquedad, le rodeó la nuca con la otra mano y la atrajo hacia él con fuerza, alzando su rostro para besarla. Ella abrió mucho los ojos cuando Percival le cubrió la boca con la suya. En esta ocasión ya no era un deseo irracional lo que impulsaba al hombre a besarla. Era una ardiente necesidad por desterrar la inseguridad que dominaba a esa mujer. Era contradictorio, su fogosidad anterior y su vacilación de ahora. Poco a poco sintió que ella cedía, que se relajaba y abria los labios. Con un gruñido ronco, Percival se introdujo en su boca deseoso de llegar hasta dónde ningún otro hombre hubiese llegado jamás. No quería limitarse a besarla, quería que sintiera lo que era ser besada de verdad, con pasión, con deseo y con ganas de complacerla absolutamente.

La boca de Galatea era lo que prometía, cálida, sabrosa, tímida. Huía de su lengua, como si de pronto se hubiese vuelto pudorosa. Percival apretó los dedos en torno a su nuca y sigió envolviéndole la boca hasta que le arrancó un lamento. Saboreó el sonido con gozo y recibió un nuevo gemido absolutamente delicioso. Ella se apretó a él buscando una profundidad mayor, ladeando la cabeza para que sus bocas se acoplaran mejor. Se agarró a él con la mano libre. Queria dominar. Percival le concedió una pequeña victoria, dejó que saboreara el momento, que se confiara. Antes de que ella pudiera arrebatarle el control, la cogió de las dos muñecas y le puso las manos en el suelo a los lados de su cabeza, obligándola a tumbarse. Se separó de sus labios a una distancia muy corta y la miró intensamente.

- No, pequeña Galatea, así no funcionan las cosas - murmuró roncamente en su boca. - Voy a castigarte por querer huir de mi. 

Ella arqueó la espalda para tratar de apretarse a su cuerpo. Percival se subió encima de ella a horcajadas y se sentó sobre sus muslos. Galatea se removió de impaciencia. Era dificil resistirse teniéndola tan cerca. Esos pechos que le ofrecía eran dos frutas exquisitas. Pero el hombre permaneció impasible ante sus tentadoras ofertas. Era dificil tomar el control en una situación así. 

- Llegado el momento, beberé de tus pechos, saborearé tu sexo y te tocaré hasta que te derritas en mis manos. Penetraré tu boca, tu entrepierna y tu trasero, en el orden que a mi me parezca, como a mi me parezca, tantas veces como a mi me parezca. Te haré permanecer de rodillas, tumbada o atada el tiempo que crea conveniente hasta que aprendas y, si quiero, te calentaré el culo con la mano hasta que te desolles la garganta de tanto gritar. Y me suplicarás que te deje correrte. Y yo te concederé ese deseo. Y tú me darás las gracias.

Percival se acomodó mejor sobre ella y metió una pierna entre los muslos, separándole las rodillas. Sujetándole una muñeca, con la otra mano acarició un pecho brevemente, luego su vientre y se introdujo indolente entre sus pétalos mojados. Ella gimió y se arqueó, echando la cabeza hacia atrás. Percival apreció sus dientes blancos detrás de los labios y los dos caninos afilados como cuchillos que habían estado a punto de matarles. Antes los había tocado con la lengua.

Metió un dedo en su interior y con el pulgar, apretó su inflamado botón, haciéndola gritar más fuerte.  

- Galatea, eres una salvaje y necesitas disciplina. Deseas complacer, siempre has deseado complacer pero nadie ha hecho caso de tus demandas y estás furiosa. Pero yo sí. Yo hago caso de tus demandas, yo presto atención a los latidos de tu sexo entre mis dedos.

La mujer se estremeció y levantó la cadera, ansiosa por recibir más caricias. Percival la atormentó frenando las caricias.

- De nuevo, me cuestionas. Acepta lo que te doy. No quiero más, ni quiero menos. Quiero lo que quiero. Quieta.

Galatea se detuvo y le miró compungida.

- Buena chica - alabó.

La penetró con más profundidad y ella gimió perdida entre brumas de placer. Sus pechos se elevaron ardorosamente, sus cimas eran como dos lucecitas en mitad de una noche oscura. Percival se inclinó y besó una de ellas. Luego mordió. Finalmente, devoró. Galatea se lamentó hondamente y volvió a buscar la cercanía de Percival. Él abandonó los besos a sus pezones. Con una protesta, Galatea se sometió, mordiéndose el labio con los colmillos. El hombre volvió a lamer sus tiesos brotes sin dejar de acariciar su anegado sexo. Los suspiros fueron en aumento. Percival aumento la intensidad de sus caricias, degustó sus coronas apretándolas entre los labios, cubriéndolas de saliva.

- Nada de correrse, mi amor. Todavía no - dijo de repente, dejando de acariciarla. Galatea le miró horrorizada, con las mejillas congestionadas y la respiración agitada. Percival esbozó una sonrisa arrogante que pocas veces podía permitirse.

7 intimidades:

  1. Simplemente tengo una palabra para describir este capítulo... "IMPRESIONANTE".

    Una vez más t has superado querida Paty, eres un As.

    Sobre el concurso en el que estamos emparejadas, decirte k cuando tú puedas y coincidamos, hablamos del tema vale?.

    Saludos y hasta otra!, muak!!!

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  2. Desde luego Perceval sabe bien lo que hace y sabe como conseguir lo que quiere, le cueste lo que le cueste, con mucha fuerza de voluntad.

    Cada vez es más apasionante. Un besazo superescritora.

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  3. Es curioso. Tu indefensa cautiva se llama igual que uno de mis personajes. Y tienen algunas cosas en común porque las dos tienen colmillos (es un personaje de réquiem) y tienen ciertas debilidades (su vicio es la gula y tiene predilección por el dolor, el sufrimiento y el miedo) aunque mi Galatea en realidad se llama Dorothy y el primero es su pseudónimo en el mundo BDSM que suele frecuentar, y pertenece a una época más actual.

    Las mentes perversas piensan parecido Muajajaja. Cuando quieras te cuento más cosas de mi Galatea. Yo mientras seguiré esperando ansiosa para ver qué le ocurre a la tuya :-p

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  4. Increíble, me encanta esta super versión del cuento. el reino que has creado es oscuro y muy sugerente, y estoy deseando saber más del castigo de Percival. Y es que seguro que consigue lo que quiere, ya que sabe usar las armas apropiadas. Está genial! Besikos

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  5. Hola Paty pues apenas estoy descubriendote y la verdad me ha encantado el blog, estoy con Flores de Violeta pero poco a poco me adentrare en las demás historias.
    XOXO

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  6. Wow wow wow :D Impresionante, magnifico, precioso, excelente, maravilloso y me toca mirar en el diccionario para buscar más palabras que definan este arte. Perfecto lo envuelve todo :3

    ¿Hay mas? 0:)

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  7. Vale, señorita!!!
    Vengo a ponerme al día y salgo ca.....
    ccconmovida por su grandiosa forma de escribir...
    ainssss......
    ....sigo...

    (MALAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA... qué calor no??????)

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