Almendra y chocolate (III)

El hombre rubio la esperaba paciente. Se llevó el vaso de licor a los labios y bebió un trago corto, sin apartar la vista de Almendra. Ella, con las piernas temblorosas por el esfuerzo, sintiendo la mirada del hombre moreno a su espalda, se aproximó a él. Su mente era un hervidero de sensaciones; entre sus piernas, el recuerdo del hombre moreno que la había llenado con su pasión y sus dimensiones, aún perduraba. Y la humedad mezclada con la ardiente lava de él se deslizaba entre sus muslos, provocándole unas deliciosas cosquillas.

El hombre rubio no hizo nada cuando se detuvo justo frente a él. Cruzaron las miradas, él había comenzado todo esto; él había sido quién le había abierto la puerta de la casa, quién se había saltado las normas, quién la había inmovilizado para darle ventaja a su compañero, quién había besado sus labios, mordido sus pechos. Quién la había cubierto de chocolate. Sus ojos bajaron por el pecho desnudo del rubio desconocido hasta el imponente bulto que crecía en el interior de sus pantalones. La ferviente ansiedad de sus pensamientos impulsó a Almendra a continuar; ya no era ella quién controlaba sus movimientos o sus acciones, no era su cerebro quién movía sus piernas y sus manos, sino sus propios deseos y anhelos más profundos. Despacio, se arrodilló frente a él y empezó a desabrocharle los pantalones. Él no se lo impidió; se limitó a beber otro trago de su vaso. Con mano nerviosa, fruto de la ansiedad, Almendra apoyó la palma derecha sobre la erección del hombre rubio escondida todavía bajo unos bóxer de color negro. Su reacción fue intesa, la miró fijamente resoplando por la nariz, con la mandíbula tensa y el puño crispado. Los nudillos se habían puesto blancos alrededor del vaso de licor. Almendra humedeció sus labios, con la zurda tiró cuidadosamente de la prenda desenvolviendo lo que había debajo y ansiaba descubrir. En su mente ya no quedó lugar para el hombre moreno, solo para las terribles sensaciones que le provocaron la visión de un espléndido miembro. Lo sostuvo entre sus dedos, con manos de mantequilla, se sentía incapaz de abarcarlo. Bajo su vientre crecía la ansiedad, el chocolate aún pegado en su piel podría volver a derretirse debido al calor que le quemaba las entrañas. Él estaba tenso, en sus ojos había un fondo de frustración. Parecía querer lanzarse contra Almendra, su mirada venía a decir que deseaba poseerla con igual vehemencia que su compañero. Sin embargo, seguía quieto, dispuesto a dejarse hacer.


Almendra le miró fijamente y sostuvo su hermosa erección con las dos manos. Acercó los labios a la hermosa roca cincelada, depositando un beso. El hombre rubió se sacudió y ella separó la boca un momento, preocupada. Él la tranquilizó, conteniéndose. Procedió a regalarle entonces unas pequeñas caricias, recordando entonces lo que el hombre moreno había hecho entre sus piernas; no debía ser una sensación tan distinta para él y ni una maniobra excesivamente complicada de acometer para ella. Lentamente, lo fue devorando, presionando con la lengua y los labios. Era la primera vez que saboreaba una, la primera vez que sus labios tocaban algo tan ardiente y tal delicioso. El hombre rubio emitió un jadeo, le temblaban las manos de ansiedad y el pechos de Almendra bullió de pasión. Los latidos de su corazón era tan intensos que la ensordecían, no podía escuchar sus propios besos ni los gemidos del hombre rubio. Sin dejar de sostener la hombría con la diestra y devorarla con torpeza inicial y profundo ardor después, deslizó la zurda por su propio cuello, como esas caricias que ella se daba en ocasiones. En esas ocasiones nunca había tenido nada tan sabroso en la boca.

Sintió el pegajoso chocolate en la yema de sus dedos cuando se acarició el pecho izquierdo. Recogió un poco y se llevó los dedos a los labios, liberando un momento al hombre rubio, saboreando después el dulce de la punta de sus dedos. Recogió más chocolate, acariciándose delicadamente el pezón, aliviándose ese agudo dolor que recorría sus zonas más sensibles. Dibujó una línea sobre el miembro de su amante y lo saboreó con avidez, para después hacerlo desaprecer por completo en el interior cálido de su boca. Su zurda volvió a bajar por sus pechos, desesperadamente la metió entre sus piernas y acarició su humedad. Se estremeció con el contacto, ahogándose con lo que le llenaba la boca, la sensación había sido tan brutal como inesperada. Nerviosa, buscó la forma de acompasar sus besos con las caricias, con la creciente necesidad de llegar más lejos cada vez. Frotó su intimidad y besó apasionadamente al hombre rubio, deteniéndose de tanto en tanto para coger aire, acariciándolo con su aliento desesperado y su saliva mientras ella se complacía con la yema de los dedos. ¿Y dónde estaba el hombre moreno? 

Aquel pensamiento la llevó hacia atrás. Liberó al hombre rubio de la prisión de sus labios y llevó la mirada hacia su rostro. Con la diestra sostuvo su hermoso pene mientras se ponía en pie hasta que la altura la obligó a soltarlo, su zurda seguía hundida entre sus muslos. El hombre rubio la miró apasionadadamente y se aferró con ambas manos a la cintura de Almendra para acariciar sus firmes caderas. Ella le devolvió la mirada, relamiéndose los labios con gusto, acariciándose la entrepierna con delicia. Él besó su mano, mordió sus nudillos y lamió los dedos húmedos que ella le ofreció, antes de volver a resguardarlos entre sus muslos. Subió al sofá ayudada por él, con movimientos inquietos, Almendra retiró lentamente la mano de su entrepierna. El recuerdo del hombre moreno se desvaneció y fue sustituido por la inmensidad del hombre rubio hundiéndose estrechamente en ella. Lo sintió más duro, más grande y, si eso era posible, más ardiente. Quizás solo se debía a la exultante necesidad de su sexo por sentir otra vez la dureza de un hombre profundamente hundido en sus entrañas y a la sensación de estar completamente llena de él.

Los labios del hombre rubio se lanzaron en busca de sus preciosos pechos, mordiendo sus pezones. Almendra se apretó a él y el hombre rubio crispó los dedos, clavandolas en la carne de sus muslos y su espalda. La atrajo hacia él, ella empujó contra su cuerpo y se buscaron, y se encontraron y se movieron juntos, en un ritmo frenético y apasionado. El hombre hundió el rostro entre los pechos de Almendra, ella lo estrechó a su cuerpo y sus gemidos y jadeos fueron en aumento, se intensificaron. Su interior ardía de pasión y necesidad, necesitaba sentirlo en toda su plenitud, en todo su esplendor; deseaba sentir de nuevo ese volcán estallando en su interior, y lo apremió, pero también deseaba continuar, que no terminase nunca. De forma imprevisible, su cuerpo se convulsionó y todo estalló. Él hizo tanta fuerza con sus brazos al abrazarla que le hizo daño, se clavó dentro de ella cuando explotó salvajemente, entregandose a la pasión desbordaba, desenfrenada e inesperada de la chica que se hacía llamar Almendra.

El entorno empezó a dibujarse ante los ojos de ella, sus sentidos se volvieron más perceptivos, su cuerpo notaba la tensión y el calor del hombre, la dureza de su sexo, sus muslos apretados, el aroma de su piel. Y el movimiento del hombre moreno tras ella no le pasó desapercibido. Almendra se giró con el rostro encendido, separándose ligeramente del hombre rubio y miró el hombre moreno. Este le acarició la mejilla, mientras la agarraba fuertemente de la muñeca con la otra mano. El rubio la agarró de la otra y la juntó a su otra muñeca a la espalda. Algo duro y tibio las envolvió y la aprisionó, el sonido del cuero deslizarse por una hebilla metálica le hizo pensar que se traba del cinturón de alguno de ellos. Entre los dos la ayudaron a ponerse en pie.

- Ven...

El hombre moreno retrocedió y Almendra, guiada también por el hombre rubio, le siguió hacia la habitación torpemente, con los brazos atados a la espalda. Todo era demasiado surrealista para que fuese cierto, preguntar qué iban a hacer o porqué le ataban los brazos estaba fuera de lugar. Emitió un gemido lastimero, entre asustado y confuso; casi a la vez, los dos hombres la complacieron con ternura. Uno de ellos, no supo cual, lamió los restos de chocolate de su vientre antes de empujarla contra el colchón. Aterrizó de bruces y no pudo darse la vuelta.

...

9 intimidades:

  1. Vaya!Es el relato más excitante que he leído hoy. Te has vuelto a superar, Paty.

    Besos gélidos

    ResponderEliminar
  2. Un relato asombrosamente dulce. Me ha encantado.

    Besitos!

    ResponderEliminar
  3. Vaya! Hay una cuarta parte? Me relamo los bigotes solo de pensarlo jeje

    Un abrazo momificado

    ResponderEliminar
  4. Excitante, sorprendente, morboso, ardiente… Me encanta la inocente blancura de Almendra enfrentada al rojo intenso de la situación. Y ahora…
    Como siempre, una delicia leerte, Paty.
    Un beso desde mi Jardín.

    ResponderEliminar
  5. Tus palabras escritas
    com pasion
    son besos con sabor
    a miel
    que en mi boca se
    quedan!


    Bezotes calientes!
    AL

    ResponderEliminar
  6. AY!! Paty.. que preciosa forma de contarlo y contenerlo...¿Te digo que me encantó o ya lo sabes?

    Sophie

    ResponderEliminar
  7. Gracias a todos por vuestras lecturas, es un gran apoyo para mi saber que os pasáis por aquí de vez en cuando ^.^

    En breve actualizaré :3

    ResponderEliminar
  8. Hola. Escribí un post sobre tu blog en Jardin de Adultos (jardindeadultos.blogspot.com). Tomé prestado un fragmento de este texto y un screenshot del título de Cuentos Íntimos. No dudes en hacerme saber si tienes cualquier inconveniente. Besos

    ResponderEliminar
  9. Paty, estuve de vacaciones y casi no pude visitar mis blogs preferidos. Acabo de entrar al tuyo y me encuentro con la parte III de un relato, hoy por la tarde voy a comenzar por la I así puedo darte una opinión. Por lo pronto, qué bueno es volver a visitarte.
    Humberto.

    ResponderEliminar

¿Qué te ha parecido esta intimidad?