Almendra y chocolate (II)

- ¿Todo bien? - preguntó el hombre rubio mirando fijamente a Almendra, al cabo de unos minutos.

- Todo perfecto - respondió ella. En el fondo, empezaba a sentir demasiado calor. El hombre moreno deslizó los labios por los pies de la mujer y mordió sus dedos provocandole una risita.

El rubio le sonrió y cogió un nuevo recipiente. Lo volcó sobre el torso de la mujer y la acarició suavemente, extendiendo el chocolate por toda su piel. Los dedos recorrieron los costados, su cintura, siempre rozando el límite de la prenda con la que ella cubría su entrepierna. Almendra no podía evitar estremecerse cada vez que rozaba sus caderas o su vientre, y resultaba dificil pensar en otra cosa cuando el otro hombre no hacía más que besar sus rodillas y sus pies. Empezaba a sentirse excitada.

Las manos del hombre rubio se encaminaron entonces hacia arriba, pasaron por encima de sus pechos cubiertos por la ropa interior naranja y siempre bordeando la tela, cubrió su busto, su cuello, sus hombros y sus mejillas.

- ¿Quieres un poco? - le preguntó acariciandole la oreja con dos dedos. Ella negó, si pronunciaba alguna palabra, su voz la delataría. Tenía que pensar en las normas, porque el calor empezaba a nublarle la mente y si se dejaba llevar podía llevarse un gran disgusto.

El otro hombre se movió hacia arriba y se acomodó en sus piernas, de forma que los muslos de Almendra quedaron en contacto con sus costados. Notaba sus costillas, pero también su piel ardiente. Un escalofrío recorrió lentamente su espalda, el moreno no se había acercado lo suficiente como para hacer notar su hombría, pero si seguía apretando el torso a su entrepierna acabaría por descubrir el fuego que empezaba a crecer en oleadas. Aquel acercamiento entraba dentro de las normas porque el hombre quería lamer el chocolate de su ombligo, pero no dejaba de ser una situación incómoda para ella. No podía ignorar la proximidad de un cuerpo masculino.

Miró entonces al rubio, que situado sobre su cabeza, tenía la ventaja de observar a la perfección su rostro. Almendra albergaba la esperanza de que el chocolate ocultara su sofoco y su expresión de sorpresa y confusión. El rubio acarició sus mejillas, manchando sus pómulos con el chocolate, su nariz y rozó deliberadamente sus labios con el dedo corazón, para después inclinarse y saborear el dulce directamente de su boca. Ella puso las manos sobre sus hombros para evitar que se acercara. Notó la lengua del moreno deslizarse por su vientre, hacia abajo.

- Eso no está permitido - dijo con un jadeo. Había intentado sonar profesional. El rubio miró a su compañero y su compañero separó los labios de la piel de Almendra.

- Haz lo que ella te diga... - dijo el moreno, hundiendo a continuación el rostro en el vientre de ella. Se le escapó un gritito de la sorpresa, las manos del moreno se apretaron a sus piernas y sintió como sus dientes mordían suavemente bajo su ombligo. Otro doloroso estremecimiento la hizo sacudirse.

- Solo quiero lamer el chocolate de sus labios. Sólo eso - pidió el rubio mirándola a los ojos. Sostuvo la cabeza de Almendra con las manos, tapando sus oídos con las palmas y se inclinó para besarla. Sus labios se apretaron a los labios de Almendra, pero su lengua se limitó a limpiar las gotas de chocolate que habían caído. Tan apretado estaba que Almendra empezó a notar que le faltaba el aire y la razón, cuando los dedos del rubio se deslizaron por su garganta directamente hacia su pecho izquierdo, buscando meterse bajo la tela. Ella volvió a empujarle teniendo como apoyo la mesa y el cuerpo del moreno entre sus piernas, que se apretó más cuando notó que ella se movía.

- Eso sí está prohibido - susurró cuando logró quitarselo de encima, con la voz temblorosa por el deseo. - Y eso también - murmuró mirando de reojo al moreno, que había enganchado con dos dedos la cintura de su prenda. El rubio rodeó sus muñecas con las manos y las aprisionó contra la mesa. Almendra se removió, lo que no hizo sino provocar un ardiente roce contra el torso desnudo del hombre moreno. - No puedo... - murmuró nerviosa, tratando de justificar su situación al tiempo que intentaba separarse un poco del cuerpo del moreno. Pero este la tenía agarrada de las piernas. - Son las normas...


- Nosotros solo hemos pagado por el postre, si es lo que te preocupa - dijo el moreno, depositando un beso sobre su monte de venus, tirando un poco de la goma de la prenda. Almendra se estremeció.

- Si alguien se entera, me puedo meter en un lío...

- Esto quedará entre nosotros. Promesa - el hombre rubio le soltó una mano y alargó los dedos hacia su pecho izquierdo, metiéndolos en el interior de la copa de encaje para abarcarlo por completo.

A ella se le escapó un gemido, apoyó una mano sobre el pecho desnudo del rubio, pero nada podía hacer contra la mano experta que aprisionó su pezón entre el pulgar y el índice y comenzó a acariciarlo lascivamente. El hombre moreno continuó besado la entrepierna de Almendra, siempre por encima de la prenda; podía sentir su lengua presionando y sus labios mordiendo. Almendra arqueó la espalda, sacudiéndose de placer y sentimiento de culpa. La única norma que no debía saltarse era precisamente la que estaba violando; pero esas manos, esos labios y esos hombres no le estaban poniendo las cosas fáciles. Sus propios suspiros no hacían más que crecer. El hombre rubio descubrió su pecho y besó la erizada punta rosada, atrapándola con los dientes, aliviando después el dolor con la lengua. El moreno rodeó la cintura de Almendra con un brazo, con la otra mano tironeó de su prenda.


- Espero que no le tengas aprecio a esta ropa... - murmuró arrancándole la tela, descubrió por fin su apasionado sexo. Almendra se sintió profundamente avergonzada, no había podido reprimir el deseo y su entrepierna estaba completamente empapada. Con delicadeza, el moreno apoyó el índice sobre su hendidura y eso fue suficiente para que Almendra volviera a suspirar de placer. El rubio, entretando, se había saciado con su pecho izquierdo y ahora lamía el derecho, sin dejar de acarciar el izquierdo con los dedos. Almendra se llevó las manos a la cara para ocultar la vergüenza que sentía, se tapó la boca con una mano para evitar oír sus propios jadeos. El moreno se limitó a frotar con suavidad el nacimiento de su sexo, muy despacio; después, separando los pétalos de la flor, dejó caer un hilo de tibio chocolate entre sus labios. El cuerpo de Almendra se convulsionó por la honda impresión recibida, el hombre rubio, mientras ella temblaba, le apartó las manos del rostro y la besó, distrayéndola del verdadero objetivo. Esta vez sus lenguas se rozaron y Almendra no pudo seguir reprimiéndose. Se besaron lascivamente mientras el moreno empezaba a acariciar su sexo lleno de chocolate. Presinó con la yema del índice la semilla de Almendra, lo deslizó hacia abajo y finalmente lo metió en su ardiente cavidad. Ella ahogó sus gemidos en la boca del hombre rubio, que seguía deleitándola con las caricias en sus pechos, pellizcando incansablemente sus pezones, primero uno, luego otro, de nuevo el primero. El moreno presionó la mano contra su sexo, metiendo el corazón completamente dentro de ella. La penetró varias veces, haciéndola estremecer, Almendra únicamente podía dejarse hacer, pero movió la cadera al ritmo que el moreno imponía con su magnífico dedo. A este dedo, de pronto, se unió su boca y su lengua degustó todo el chocolate fundido que cubría su sexo sin que su dedo detuviera los lúbricos movimientos. Sus jadeos pronto quedaron ahogados entre los labios del rubio y el moreno dio buena cuenta del dulce, para continuar allá dónde ya no había chocolate.

Apenas había empezado a disfrutar de esto cuando el moreno se apartó y Almendra se sintió morir. El rubio se separó también, abandonó las caricias en sus pechos y Almendra levantó la cabeza para ver dónde iba. Toda la habitación estaba del revés, lo perdió de vista.

- Sabes mejor que el chocolate, Almendra - dijo entonces el moreno, deslizándose por encima de ella. La mujer sintió las caricias de su pecho en su sensible entrepierna hasta que finalmente lo tuvo cara a cara. Lo cogió por el pelo y lo besó a la desesperada, apretándose a su cuerpo. Podía notar su cercanía, aquello que ella deseaba estaba muy cerca y no dudó en ir a buscarlo. El moreno comprendió por su silencio que no podía aguantar más y la ayudó a saciar esa fogosa necesidad hundiéndose furiosamente dentro de ella.

Un grito ahogado llenó la habitación, Almendra apretó los labios para no horrorizarse de sus propios gemidos. Pensó en el hombre rubio y se preguntó dónde estaría, ¿quizás esperaba su turno? ¿Quizás se había quedado a mirar? ¿Quizás...? El hombre moreno empujó contra ella, aplastándola contra la mesa, Almendra se sentía a punto de explotar, podía sentir la dureza y la pasión de su amante, la forma en que se encajaba dentro de ella para alcanzar ese lugar dónde todo se volvía brillante. Se movió despacio al principio, se acomodó sobre el cuerpo de Almendra apoyando las dos manos a los lados de sus caderas y empezó a acariciarla frugalmente. Almendra lo rodeó con los brazos y las piernas, le clavó los dedos en los brazos y se rindió jadeando extasiada al ritmo de aquel completo desconocido del cual ni siquiera sabía el nombre. Para ella sería siempre el hombre moreno del chocolate.


El clímax fue demasiado para ella, fue como perder el conocimiento y recuperarlo unos segundos después, desconectándose por completo de la realidad. Para ella solo existió él y su ardiente lava derramándose en su interior, quemándole las entrañas. Sus temblores no habían cesado cuando él empezó a marcharse. Le dio un beso en la mejilla.


- Mira nuestro amigo... - le susurró al oído. Almendra giró el rostro sobre la mesa y se encontró con el hombre rubio, acomodado en el sofá que había junto a la mesa en la que ellos estaban, bebiendo licor. Los miraba con curiosidad. - Creo que quiere que vayas...


Cuando el hombre moreno se puso en pie, tiró de la mano Almendra levantándola con él. La miró de forma intensa, acariciando su mejilla y besándola después. Almendra le dio la espalda y, llevada por un deseo febril, se acercó al hombre rubio.

2 intimidades:

  1. Un relato para chuparse los dedos. Feliz año nuevo, Paty!

    ResponderEliminar
  2. Es todo un placer descubrirte y saborear tan exquisito bocado de Almendra y chocolate, me he quedado dispuesta a probar mas y mas...

    Dejo para ti un besito desde mi pequeña orilla.

    ResponderEliminar

¿Qué te ha parecido esta intimidad?