Solo habían pasado ocho horas desde que Blanche se marchara de su lado y no había dejado de lamentarse como un cachorro abandonado por su madre. Aquella hembra se le había grabado bajo la piel. Su olor, su sabor, su tacto, todo. El cuerpo de Blanche era como un prado bañado por el sol en el que uno deseaba tumbarse y retozar ocioso durante semanas. Y su sexo era cálido y confortable como el hogar.
Wolf no era un hombre propenso a las emociones y había considerado la posibilidad de que el sexo con la mujer no fuera tan emocionante como él pensaba. Pero su instinto, el que nunca le fallaba, había acertado al sentirse atraído por ella. Había sido la experiencia sexual más trascendental de su vida. Y Wolf tampoco era un hombre propenso a disfrutar del sexo más allá de un desfogue ocasional.
Pero la sexualidad era una de las pocas cosas que apreciaba de su parte humana. Como lobo disfrutaba de la emoción de la caza, de la lluvia empapando su pelaje, de la adrenalina de un buen combate y del tacto de la tierra bajo sus patas. Del viento que traía los aromas del bosque, de los rayos de la luna sobre su cuerpo, de los sonidos de la naturaleza.
Muchos de sus hermanos se volvían locos con la dualidad de su naturaleza. Los que preferían seguir siendo lobos despreciaban a los que habían encontrado comodidad en su parte humana. Y luego estaban los que, como él, aceptaban ambas partes de su naturaleza. Wolf había aceptado lo que era y actuaba en consecuencia. No se lamentaba por no pertenecer a ninguno de los dos reinos y aceptaba estar en ambos. Sí, había tenido que luchar contra los lobos más conservadores y tradicionales, y ahora estaba dónde estaba, en una posición muy cómoda en la que podía hacer lo que le diera la gana. No era un Alfa, ni lideraba ninguna manada. Era lo que la gente común calificaba de «lobo solitario», un término que le parecía absurdo por su significado pero que en el sentido más literal del término resumía su situación actual.
Aquella mañana, después de ver cómo Blanche salía de su casa —no quiso pensar que lo hacía de su vida—, había tardado mucho en recomponerse. Habían hecho el amor por todo el apartamento y cada esquina y centímetro de él tenía grabada la presencia de la mujer de alguna manera. El cristal de una ventana tenía las marcas de sus manos y su cuerpo, impreso sobre la superficie debido al sexo. Estuvo más de quince minutos acariciando el borrón de una mano temblorosa y el dibujo con la forma de la piel de su muslo. Después se había quedado mirando el mueble sobre el que la había follado, rememorando la imagen de su sexo empapado y su rostro contraído por el placer. La peor parte fue cuando tocó las sábanas sobre las que habían estado haciendo el amor y comprobó que olían a ella de un modo tan intenso que pensó que todavía estaba allí con él y aparecería en cualquier momento. Incluso levantó la cabeza hacia la puerta del cuarto de baño, esperando verla aparecer por allí con una sonrisa de satisfacción en la cara y la expresión de sentirse bien follada.
Pero no, eso no había pasado y se había cabreado un montón.
Demasiado ansioso para seguir en su piso, solo, se dirigió a sus oficinas. A media tarde había reunido a sus directivos para una reunión y en aquel momento asistía con desgana a la exposición de uno de sus empleados sin escuchar ni una sola palabra de lo que se estaba debatiendo. En el proyector había una serie de diagramas y gráficas, se hablaba del transporte marítimo de contenedores y Wolf escuchaba términos como ganancias y balances sin procesar ningún dato. Tenía la mano metida en el bolsillo del pantalón, dónde guardaba las bragas de Blanche. Le había arrancado la prenda en el coche y allí la había encontrado cuando su chófer lo recogió para llevarlo a la oficina.
Mientras las acariciaba, recordaba a la mujer y se estremecía pensando en hundir sus dedos dentro de ella para hacerla gritar de placer.
Notó un zumbido en la oreja y se puso alerta. Lo habría pasado por alto sino hubiera estado tan aburrido, tan melancólico y tan excitado a partes iguales; necesitaba una distracción o se volvería loco y se pondría a aullar en mitad de la sala de reuniones.
Olfateó el aire sin percibir nada fuera de lo normal y después agudizó el oído. Al no encontrar una explicación para aquella molestia que le provocaba un incómodo escozor en la parte interior del oído, empezó a ponerse nervioso y se enderezó en la silla, tratando de centrarse en lo que el director de cuentas le estaba contado.
Escuchó el pitido del ascensor en su planta. Tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no saltar de la silla y correr comprobar que se trataba de Blanche. Por la Diosa, no podía aguantar las ganas de volver a verla. Ella le había pedido tiempo y él, como un tonto, se lo había concedido. ¿Cuánto tiempo tendría que seguir sufriendo su ausencia? ¿Cuánto tiempo necesitaba ella para dejar a su esposo y volver a sus brazos, a su cama? ¿Doce horas? ¿Un día? ¡Ni loco esperaría una semana! Jamás había experimentado una frustración sexual de esta magnitud, y eso le permitió comprender lo que antes había considerado una debilidad. Había conocido hombres —y lobos— que se habían vuelto locos por mujeres humanas hasta el punto de olvidarse de todo lo que no tenía nada que ver con sus hembras. Él estaba a un paso de ser uno de esos hombres embobados por el poder de lo femenino. Sabía que todo estaba en su mente, que Blanche no había hecho nada para manipularle ni tenerle en ese estado, y que lo que lo recorría no era más que un anhelo que deseaba satisfacer con urgencia.
Pero Blanche era la mujer con la que deseaba tener descendencia, cachorros, una manada a la que cuidar y ver crecer con orgullo.
Escuchó un revuelo en el pasillo y comenzó a ponerse de pie, un segundo antes de que la puerta se abriera y entrara un gigante.
Wolf terminó de levantarse y se quedó muy quieto. El que había irrumpido en la sala de reuniones era un hombre muy alto y con un torso tan amplio como el de un oso. Tenía el cabello de un naranja brillante, como el pelaje de un tigre, y por la barba que le cubría las mejillas Wolf le calculó cerca de cuarenta años. Vestía un traje caro que le quedaba bien, a los hombres demasiado corpulentos solían ir ceñidos dentro de las chaquetas, pero el desconocido lo llevaba con soltura. Su cara le resultó familiar, pero dada la excitación general que provocó su interrupción en la sala, no pudo recordar su nombre ni de qué le conocía.
Sin embargo, no pasó por alto el brillo depredador de sus ojos. Con mucha calma, Wolf estiró de los puños de su camisa para que sobresalieran de las mangas de la chaqueta y movió las manos para abarcar a sus empleados.
—Caballeros, por favor, la reunión ha terminado.
El vicepresidente protestó, pero Wolf le cerró la boca con una mirada y un gruñido ahogado. El resto de los integrantes de la reunión salieron del despacho de Wolf mirando al recién llegado con recelo y rencor mal disimulado. Y cada vez que pasaban por su lado, se estremecían sin saber por qué. Wolf lo sabía, el desconocido exudaba peligro y amenaza por todos sus poros. Cuando el último de los reunidos se marchó de la sala, Wolf se acercó al hombre con la mano extendida para formalizar un saludo.
—¿En qué puedo ayudarle...? —preguntó, dejando la frase en el aire para que el otro le dijera su nombre.
Pero no dijo nada, solo correspondió al apretón de manos. En cuanto sus palmas entraron en contacto, a Wolf se le erizó el vello de la nuca. Su bestia se agitó aullando con frenesí y comenzaron a crecerle los colmillos al mismo tiempo que notaba como el traje se le quedaba pequeño cuando sus músculos se hincharon. Se le dilataron las fosas nasales y un rugido grave brotó de su pecho cuando percibió, bajo el aroma de visitante, uno que le resultó demasiado familiar.
«¡Blanche!».
Sus hormonas, las animales y las humanas, se revolucionaron a la vez. Ese hombre había estado con Blanche y no habían pasado ni veinte minutos desde que la dejara, su olor todavía persistía y a Wolf se le aceleró el corazón. Los latidos retumbaron en su cabeza y dio un paso hacia delante.
—Será mejor que se calme, señor Wolf —le dijo el otro, apretándole la mano con fuerza—. No quiere destrozar su despacho y llamar la atención de la policía.
Enfocó al tipo, sorprendido de que no hubiera salido corriendo ante las emanaciones de su bestia. Entonces comprendió qué era lo que no encajaba en él y por qué exudaba esa inquietante peligrosidad.
Él tampoco era humano.
Sus ojos eran como el color del otoño y entre los mechones de su cabello anaranjado había briznas de cabello negro. Le soltó la mano, notando como cada una de sus células se preparaba para el combate, dispuestas a desgarrar carne para recibir un tributo de sangre. Nada le apetecía más que enfrascarse en una pelea ahora mismo con ese tipo.
—Usted es un... —empezó a decir con la voz más grave de lo normal.
—Soy el Doctor Robert Douglas. El marido de Blanche —aclaró tras una pausa.
Wolf dejó escapar un ronroneo peligroso y estiró la espalda, hinchando el pecho, llenando la habitación con su presencia. La aclaración final del doctor revelaba demasiadas cosas y no estaba dispuesto a sentirse amenazado por el hombre —o lo que fuera—, y mucho menos en sus propios dominios. Había que tenerlos bien puestos para presentarse de esta forma.
—¿Qué hace aquí, señor Douglas? —inquirió intentando sonar tranquilo. Tenía que dominar la situación, pero el olor que percibía de Blanche lo estaba matando.
—He venido para hablar sobre mi esposa.
Wolf contuvo el deseo de rugir y abalanzarse sobre la yugular del hombre. Era casi un palmo más alto que él, con un cuerpo más ancho y en apariencia, parecía mucho más fuerte. Si algo había aprendido de los tipos grandes es que podían ser muy torpes. Este, en cambio, no lo parecía. Si era lo que sospechaba que era, no solo sería una bestia peligrosa repleta de fuerza, sino que poseería una destreza capaz de igualar la suya.
Wolf estaba muy seguro de sus habilidades y se sabía capaz de ganar al doctor en un pelea cuerpo a cuerpo. Y también sabía que no sería fácil.
—¿Quiere algo de beber? —ofreció mostrándose cortés. No había que perder la educación ni los modales, después de todo.
Wolf le señaló una silla frente a su mesa y el doctor se sentó mientras él se servía una copa generosa.
—Gracias, pero no bebo.
Wolf apuró el whisky de un trago, sintiendo cómo el ardiente brebaje le bajaba por la garganta y le abrasaba las entrañas. Un poco mejor que antes, se ajustó la chaqueta y se sentó en el sillón que le correspondía en su mesa. Su bestia se removió inquieta, pero más calmada que al principio, cuando posó las manos sobre los reposabrazos, sintiéndose como un rey en su trono.
—Hablemos —le dijo al doctor.
Douglas asintió, pero en lugar de decir nada, sacó su teléfono móvil. Wolf levantó una ceja al ver que buscaba algo en el dispositivo y murmuró molesto por estar siendo ignorado. Pensó que estaba burlando de él y calculó cuánto tiempo tardaría en saltar sobre su cuello antes de que las bestias tomaran el control y se enzarzaran en una batalla de colmillos, sangre y zarpas.
Cuando el hombre encontró lo que buscaba, depositó el teléfono sobre el escritorio y lo empujó hacia Wolf. Luchó contra el deseo de rugir, tratando de imponer su lado racional para llevar mejor la situación, y miró el objeto unos instantes antes de cogerlo. Douglas quería mostrarle algo, así que lo mejor era seguirle el juego mientras pensaba cómo decirle que quería seguir follando con su esposa, quisiera él o no. Es más, tenía en el cajón de su mesa unos documentos de divorcio que se moría de ganas de poner frente a sus narices.
Pero cuando miró la pantalla su parte racional saltó por la ventana. Una poderosa e irrefrenable oleada de deseo inundó su organismo y tensó dolorosamente todos los músculos del cuerpo. Toda la sangre abandonó sus extremidades para concentrarse en un ardiente punto cuando su mente asimiló lo que estaba mirando.
Era una fotografía de Blanche. Estaba completamente desnuda y amarrada a la cama con los brazos levantados, mostrando unos pechos hinchados y ruborizados, y los muslos abiertos que él sabía que estarían ardiendo. Además de eso, la calidad de la fotografía permitía adivinar a la perfección lo rosado, húmedo y ansioso que estaba su sexo. Y lo brillantes que estaban sus piernas. Y un tormentoso placer dibujado en su rostro. Y su respiración entrecortada. Y...
Wolf apretó el aparato con el puño, mientras el anhelo atenazaba sus entrañas. Recordaba el olor de Blanche, el sabor de sus copiosos fluidos, los gritos que lanzaba mientras embestía contra ella. Había estado tan apretada cuando la penetró la primera vez que sintió que se ahogaba.
Aquella imagen rezumaba lujuria y perversión en todos sus píxeles.
Muy despacio, dejó el teléfono sobre el escritorio y lo empujó hacia el doctor, temblando de pies a cabeza.
—Esa es nuestra cama —explicó Douglas de forma innecesaria—. La he drogado con una dosis suficiente de afrodisíaco que la mantendrá excitada al menos durante un par de horas. —Miró el reloj de su muñeca para asegurarse y Wolf quiso arrancarle la mano de un mordisco—. Estoy seguro de que mientras le estoy diciendo esto a usted, ella estará teniendo un orgasmo. Lleva un vibrador, con la frecuencia al mínimo, que lleva también incorporado un masajeador para el clítoris.
Wolf clavó los dedos en los brazos del sillón y hundió las zarpas en el cuero. El doctor permaneció impasible. De hecho, se cruzó de piernas con mucha calma. Y luego, siguió hablando, añadiendo más leña al fuego de su furia.
—No puede moverse por las ataduras. Solo sentir. Y dejarse llevar. La finalidad de su tortura es que quiero que sepa que yo también puedo ser una bestia sedienta de lujuria.
—¿Y por qué me enseña a mí la fotografía? —murmuró él en voz muy baja.
—¿Hubiera preferido un vídeo? —se burló el doctor.
El hijo de puta tenía sentido del humor.
—He venido para que me cuente lo que hizo con ella. Ya que Blanche no ha querido decírmelo, he pensado que usted podría darme los detalles.
—¿Para qué?
—Para poder follarla como usted.
Wolf enarcó una ceja.
—¿Acaso no sabe cómo follar con su mujer?
—Claro que lo sé —respondió el doctor sonriendo de medio lado—. De hecho llevo follando con Blanche más de diez años.
—Yo solo he necesitado una noche para hacerla enloquecer —atacó el lobo—. Y la dejé muy satisfecha.
Si esperaba que aquel comentario hiriera a su oponente o lo hiciera perder el control, se sintió totalmente descolocado al ver que ni se inmutaba. De hecho, parecía haber esperado aquel ataque cuando le sonrió con compasión.
—Amigo mío, creo que no lo ha entendido. No basta una noche para tener a Blanche, el verdadero desafío era conservarla a la mañana siguiente. Y eso fue lo que yo logré, hace diez años. Y si ella hubiera querido dejarme, usted y yo no estaríamos hablando en este momento.
Continuará...
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Pero... ¿Qué pretende Robert? ¿Qué Wolf se la deje en bandeja? No se cómo va a seguir pero no tardes mucho,porfa.
ResponderEliminarYa se que me repito mucho, pero, como siempre, me ha encantado!
Sumaga
YA QUIERO EL OTRO CAPÍTULO!
ResponderEliminarTe felicito ,, me encanta tu historia .....
ResponderEliminar¡Me encanta esta historia! Síguela pronto, me tienes en una completa ansiedad por ver como termina esta historia.
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