Un hombre casado es el motivo de mi obsesión. No duermo, no pienso, no respiro sin que su imagen me venga a la cabeza, incesante, llamándome a cometer una locura. Pero es una locura lo que deseo cometer con este hombre.
Vivo con mi novio hace ya seis meses, pero estamos juntos desde hace dos años. Parece poco, pero él ha llegado a conocerme muy bien en ese corto periodo. Igual que yo a él. Todavía recuerdo los primeros días, en los cuales mi amante susurraba delicias en mis castos oídos. Me excitaba la manera en la que él jugaba conmigo, murmurando las caricias que acometería aquella noche mientras paseábamos por la calle. A veces se estrechaba a mi cuerpo y me susurraba lo que la noche anterior me había hecho gemir de placer. Lo suyo no eran caricias ingenuas o modestas, tenia la asombrosa facilidad de convertir el sexo en un arte. Sus dedos tocaban allí dónde más lo deseaba, siempre en el momento justo y siempre con la presión necesaria para hacer que el placer turbara mi razón. Eso era lo que más me gustaba de él.
Eso, y su colega, un escritor diez años mayor que nosotros. Casado.
Un día me lo presentó. Lorenzo, se llamaba. Filósofo y escritor, un artista que adoraba la lectura, igual que yo. Aunque para conocer a gente yo resultaba ser muy tímida, con Lorenzo encontré un amigo con el que charlar sobre temas que a mi amante no lograban interesarle nunca. Con el tiempo fuimos conociéndonos hasta que finalmente las recomendaciones pasaron a los préstamos. Con más frecuencia empezamos a vernos y con insólita necesidad sentía que deseaba seguir escuchándole y hablándole. Para mi dejaron de ser citas para criticar los últimos best-sellers. Para mi se convirtieron en una necesidad. Tras el último préstamo, Lorenzo se convirtió en una obsesión.
Diez años mayor que yo, casado, con una asombrosa capacidad para charlar sobre los temas más diversos. Empecé a encontrar atractiva su sonrisa, su manera de mirarme mientras me explicaba la razón de un párrafo incluido al final de un capítulo; su aliento rozaba mi oído cuando se inclinaba para lanzar alguna broma sobre lo leído. Yo reía, tímida e inocente, empezando a tener una peligrosa fijación en él y una excitante necesidad de imaginar las mismas cosas que mi novio me insinuaba.
Un día entró conmigo en el baño de señoras, en la cafetería a la que solíamos ir, abarrotada de estudiantes que salían a tomar un descanso entre clase y clase. Cuando levanté la vista de lavabo en el que me estaba enjuagando las manos ahí estaba él, mirándome como nunca antes lo había hecho. No me dio tiempo a preguntar nada. Hacerlo sonaría muy estúpido, pero de pronto me di cuenta de que era lo que deseaba. Deseaba que él me mirase así; deseaba que se acercara como lo hizo; deseaba sentir como su mano se colaba furtivamente debajo de mi falda y acariciaba mi trasero con sus poderosos dedos. Pegó su pecho a mi espalda y la mano de la falda se metió debajo de mi suéter, hasta encontrar lo que buscaba. Y lo que yo deseaba que encontrara. Giré ligeramente el rostro, pidiendo una explicación que yo no deseaba formular, ni oír. Él ya estaba esperándome y mientras con su mano libre enredaba los dedos entre mi pelo, se bebió mi alma con un beso. Su lengua sabía cómo yo había imaginado, su forma de saborear mis labios era más de lo que yo podía haber soñado. Mi novio no tenía nada que hacer frente a él y el tacto de su mano firme retirando la copa que contenía uno de mis pechos me hizo perder el control.
Lo besé con necesidad, con fervor, con ansía. Lo deseaba, deseaba sentir como me hacía suya. Sentí como se pegaba a mi trasero, su miembro haciendo presión entre mis nalgas. Dejó de acariciarme el pelo para subir la falda hasta mi cintura y retirar ligeramente mi ropa interior, sin dejar de amasar mi pecho. Seguí besándolo sin pensar, oí lejanamente la cremallera de su pantalón y cómo insinuaba sus atributos a través de la tela de su ropa. Con una mano me sostuve sobre el lavabo para no dejarme vencer por su fuerza y metí la otra entre sus slips para acariciarle. Él me complació de la misma manera, apretando con su mano entre mis piernas y mordiendo mi cuello hasta marcar los dientes en mi piel.
Fue un sueño que tuve…
Un océano de niebla de Elizabeth Bowman - Narrado por Arancha Del Toro
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Sinopsis:
El mundo se ha terminado para Gillian ahora que él la ha abandonado. Es
cierto que una niña ha nacido de los dos. Pese a eso, ella no puede co...
Hace 16 horas
Muy sugerente....
ResponderEliminarImla
Intenso
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