Expiación

El Expiación cortaba el mar a una velocidad impensable. Los marineros de la Flor de Lis no habían tenido tiempo suficiente para largar velas y poner distancia entre su nave y la embarcación de bandera pirata que se les estaba echando encima como un gran oso. El capitán Jarrett, viejo soldado de la armada británica, no había visto nunca a un galeón de tal tamaño maniobrar con esa presteza y mucho menos había visto alcanzar al Flor de Lis en carrera con viento en contra, pues era el bergantín más rápido del Caribe.

Pero ahí estaba, ahí estaba la evidencia de todos los informes que los gobernadores de Martinica, Dominica y Trinidad habían recibido en el último mes: que el comandante Morgan estaba destrozando barcos españoles, holandeses y británicos sin distinción. Los franceses se habían librado una sola vez y se forzaron a cambiar de ruta para evitar el trayecto por el Atlántico.

Expiación viró hacia estribor y aceleró hasta situarse en paralelo con Flor de Lis, que ya tenía la artillería preparada para lanzar la primera hondonada. A una orden del capitán Jarrett, los cañones estallaron unos tras otro destrozando la mampostería de babor de Expiación, el cual ni siquiera había preparado su artillería. Una maniobra extraña, pensó el capitán. Se ordenó un segunda carga y mientras se cargaba el plomo en los cañones, los piratas de Expiación lanzaban improperios contra los soldados que mantenían el tipo sobre cubierta con los mosquetes en ristre.

- ¡Ganchos! - mandó el segundo de a bordo del Expiación. Las cuerdas volaron desde el galeón hasta el bergantín.

- ¡Fuego!

Como respuesta a las cuerdas y garfios que se enganchaba sobre la cubierta, una salva de plomo llovió desde el Flor de Lis. Un pirata recibió un impacto mientras los demás tiraban de las cuerdas para acercar las dos cubiertas. Otra salva de plomo estalló contra el babor de Expiación, la madera se astilló lanzando esquirlas por todas partes, pero los piratas continuaban como si nada. Las dos cañonadas habían dañando mucho el armazón del galeón y un barco normal ya estaría retirándose para reparar los daños. Pero bajo la madera desconchada había algo que ninguno de los soldados había visto en un navío: acero. Era como si la madera fuera solo un recubrimiento, bajo esta había hierro de color plata tan fino y pulido que el plomo de los cañones no había logrado ni siquiera crear un arañazo.

- ¡Al abordaje!

Los piratas empezaron a saltar hasta la cubierta de Flor de Lis y los aceros se cruzaron. Los soldados se lanzaron cuerpo a cuerpo en una carga de bayonetas mientras los piratas desenvainaban sables y toscos floretes. El capitán Jarrett tenía ya cargada la pistola y metió un tiro al primer pirata que se subió a la torre de mando dónde estaba el timón. Se deshizo del arma, no tenía tiempo para volver a cargarla y desenvainó el sable.

Escuchó la madera crujir a su espalda y se giró presto para el combate. No estaba listo para encontrarse con aquello. Una figura de aspecto femenino le miraba fijamente. Los ojos de esa mujer eran grandes y negros, con un punto brillante en el centro, como una estrella en mitad de una nebulosa. Tenía la piel de color azul pálido, lisa, como la de un pez, con brillantes escamas violetas sobre los pómulos. Vestía un corsé negro, pantalones y botas altas, y mantenía una postura elegante. Lo más inquietante es que no tenía cabello, de su cabeza surgían dos largos tentáculos en forma de colas hasta su cintura y sobre su frente había dibujado un tatuaje de extraños caracteres. De su cintura colgaba un cilindro plateado de extraña manufactura.

- En nombre del capitán Morgan, le aconsejo que se rinda, capitán Jarrett - dijo en inglés, con un acento un poco extraño.

- Maldito Morgan, ¿ahora hace pactos con los demonios marinos? - masculló el capitán, sin dejarse intimidar por el aspecto tan sobrecogedor de aquella mujer.

- Se equivoca de dirección, maese; no vengo del mar - comentó ella con una risita. - Me llamo Aa'likna, soy la segunda de a bordo del Expiación. Créame, soy la única que puede controlar los escrúpulos del capitán Morgan. Ríndase y al menos salvará unas cuantas vidas. Si no lo hace, de este barco no quedarán ni los restos para los peces...

Pero la extraña diablesa con piel de pez no pudo terminar la frase, el capitán Jarrett se abalanzó sobre ella con el sable enarbolado en una entrada a fondo. Aa'likna suspiró y aferró el cilindro de su cintura con la mano derecha. Un haz de luz color rojo surgió del cilindro emitiendo un zumbido y cuando paró la estocada del capitán, la hoja del sable se partió por la mitad limpiamente. El capitán Jarrett observó el horrible artefacto de la mujer, una espada cuya hoja era de brillante color rojo y que parecía estar hecha de luz.

- Ríndase, capitán. Conserve el honor y la vida de sus hombres... O húndase con el barco. Usted decide...